5
La soledad me deja aturdida, como una bofetada en el pecho, cuando entro en la habitación del hotel. No existe rastro de las prendas de ropa que Elsa solía tirar al suelo con la excusa de echarlas a la maleta más tarde, cuando regresara de tomar una copa e intentar camelarse al camarero de recepción, e incluso el perfume de Nyan se ha desvanecido ya de las paredes.
Si aún estuvieran aquí, ¿me abrazarían al verme entrar helada de frío y con el maquillaje corrido, o me echarían al pasillo? Les llamaría para satisfacer mi curiosidad, de no ser por que tengo miedo de que Flavio haya pinchado mi teléfono o algo parecido. ¡Quién sabe! Lo último que puedo hacer es arriesgarme y poner al descubierto su escondrijo.
Me acurruco en la cama, abrazándome a la camisa de Neón como si fuera un abrigo de piel. Y pensar que este pedazo de tela sudado está en mejores condiciones que cualquiera de mis prendas de ropa... Debería darme vergüenza que a mis veintiún años aún no haya sido capaz de conseguir un trabajo decente con el que mantenerme, o al menos, con el que poder comprarme unos pantalones sin tener que recurrir a la caridad de los demás.
No valgo para nada.
El teléfono vibra encima de la almohada. Es la cuarta vez que marcan mi número desde que tome el taxi en mitad de un arcén. Puesto que ya sé de quién se trata, y no tengo intención de dirigirle la palabra nunca más, espero que el tono chirriante de llamada se disuelva para conciliar finalmente el sueño. Eso si las náuseas también me lo permiten, claro.
Mañana será otro día.
Hoy será otro día. Es lo que me repito al despertar por culpa de un nuevo mensaje. Doce, en lo que va de mañana. Y sin embargo, el contenido es el mismo en todos ellos: "Lo siento, nunca quise hacerte daño". "Te prometo que mi intención era ayudarte". "Yo no sabía que ocurriría algo así... Ni se me pasaba por la cabeza" "Perdóname". Cuando llega el número trece, marco su número.
—Chanel...
— ¡Déjame de una puta vez! —le espeto, nada más descuelga—. ¿Por qué no te entra en la cabeza?
—Escucha...
—...no —le interrumpo—. ¡Olvídame de una puta vez! Borra mi número de teléfono, escribe mi nombre en una lista negra e, incluso, hazme vudú si te da la gana. Sinceramente, me importa una mierda. ¡Pero déjame en paz! Ni se te ocurra volver a llamarme o buscarme, porque te aviso, yo puedo ser incluso más peligrosa que Flavio. Él, al menos, tiene un mínimo de consideración por sus chicos, pero a mí me importan una mierda los míos, ¿te enteras? Así que, si por culpa tus gilipolleces no consigo recaudar todo el dinero de la deuda y, por consiguiente, aprietan el gatillo contra tu hermano, a mí me dará completamente igual.
Respiro. Recapacito. Y me arrepiento. O, ¿no?
—Me equivoqué —digo más tarde, en respuesta al silenció de Neón—. No tendría que haberme presentado en la cafetería para molestarte con mis tonterías. Reconozco que metí la pata, y por eso te pido perdón. Pero ya estamos en paz...
Espero que me rebata; el silencio me está abrasando el oído.
—Adiós, Neón.
Ni siquiera se digna a protestar, por lo que cuelgo con un regusto amargo. Me quedo mirando el teléfono echado encima de la cama, esperando que vuelva a vibrar, hasta que la esperanza se desvanece al cabo de unos minutos. Decido no perder más tiempo, y me encamino hacia la ducha para prepararme y enfrentar un nuevo día.
Salgo del baño con una toalla enrollada alrededor del cuerpo y otra en el pelo. Me siento a los pies de la cama, haciendo chirriar las inestables patas, mientras reviso mi historial de llamadas y me enciendo un cigarro, el primero en lo que llevamos de mañana. Apenas me cuesta encontrar el número de mi verdugo, ¡es un contacto vip en mi lista!
Un par de caladas y me decido a marcarle. Que sea lo que tenga que ser...
Silencio.
Espero.
Más silencio.
La llamada se ahoga, así que le marco una vez más.
Espero.
Silencio.
Y se corta de nuevo.
«Perfecto».
La desesperación me conduce hasta la recepción donde le suplico a un anciano que me preste su teléfono para hacer una llamada urgente. Se muestra receloso de primeras, algo lógico y comprensible dado las circunstancias, pero su mujer logra convencerle para que me lo deje. Aunque prometo invitarle esta vez a una ronda de Martini como agradecimiento, la verdad es que escapo del hotel en cuanto constato que Flavio no acepta ninguna llamada.
Ahora sí que estoy jodida.
Echo a correr hacia la Piazza Olivella porque me he gastado el poco dinero que me quedaba en tabaco y ahora ni siquiera tengo para costearme un miserable taxi. De ahí que llegue sin aliento al restaurante donde cenamos esa maldita noche. ¡Menos mal que solo estaba a 1 km de distancia! Definitivamente, necesito ponerme en forma. O dejar de fumar... No, eso no. ¡Qué tonterías digo! Me pondré a dieta y problema solucionado.
Una campanilla tintinea cuando abro la puerta del restaurante. De repente, un hombre con delantal negro aparece tras las puertas de cocina y se coloca tras el atril para recibirme.
—Benvènuta, a chi nomu è a vostra prenotazzione?
Le ignoro para adentrarme en el local y echar un vistazo.
—Signurina, nun pò passari senza prennotazzione. Eh, stia attentu!
Entonces, lo veo; el camarero que me entregó la nota está pasando una bayeta al final de la barra. Me acerco a él con el hostess pisándome los talones.
—Signorina, mi spiace, ma devi lasciare subbito lu loco. Altrimenti, chiamerò a polizia.
—Cállate, solo quiero hablar con este señor —le digo, señalando al otro camarero. Este, a pesar de no levantar la vista, esboza una pequeña sonrisa—. El otro día se me cayó aquí un pendiente y él lo encontró, ¿entiendes?
—Gepetto, mi occupu jè di lei —le responde este al hostess, quien hace una mueca antes de marcharse.
—Menos mal... —suspiro.
—Che cosa te si persa ccà, bambina?
—Necesito hablar contigo, es urgente.
—Imposible, estoy trabajando.
—Pero ya están atendidas todas las mesas. Solo necesito un minuto, por favor. ¿No puede cubrirte algún compañero mientras tanto?
Se queda dudando.
—Un minuto —dice, al fin.
—Gracias...
—Ve, acompáñame.
Le sigue hasta un cuarto privado enfrente del aseo. Es una sala pequeña, repleta de estanterías metálicas y cajas de cartón. El polvo empaña las baldas sobre las que se esparcen carpetas y papeles amarillentos.
—Bè, tu dicì
El camarero ha entornado la puerta y se apoyado contra una estantería.
—Trabajas con Flavio, ¿verdad? —interrogo.
—No sé por qué dices eso.
—No me jodas —exclamo—. ¡Tú me pasaste esa nota después de que echaran a mi amiga dentro de ese contenedor de basura!
—Yo solo cumplí órdenes —se encoge de hombros.
«Bien, respira».
— ¿Está Flavio en Palermo? Sé que le conoces, no me mientas. ¿Fue él quien te dio esa nota?
—No.
— ¿Hay alguna manera de que puedas contactarle de mi parte?
Niega con la cabeza.
—Por favor, necesito hablar con él y buscar otro acuerdo, pero no tengo cómo hacerlo. Me acaba de bloquear al móvil, tampoco me ha cogido las llamadas que hice desde el móvil de un anciano. Que, por cierto, espero que no la tome con él también por eso. Pero el caso, es que no puedo ponerme en contacto con él. Y tampoco tengo dinero para comprar un nuevo billete a Ibiza e ir a su casa. ¡No sé qué hacer! Estoy desesperada. Y se me acaba el tiempo.
—Tranquila.
— ¿Cómo voy a estar tranquila? ¡Van a matarme! —se me acelera el pulso, la sangre se agolpa en mis mejillas, el sudor se desparrama a lo largo de mi cuello—. No he podido conseguir ni tres euros en dos días. ¿Cómo voy a conseguir quinientos mil en menos de una semana?
—No te preocupes más, bambina...Yo te ayudaré.
Da un paso en mi dirección y me pasa un brazo por encima de los hombros.
—Contactaré con Flavio para organizar un acuerdo, ¿sí?
— ¿De verdad?
Me acaricia la mejilla.
—Estoy completamente sola, no tengo a nadie que pueda ayudarme...
—Yo estoy aquí, querida.
Tan pronto como me estrecha las manos, recupero el aliento. Incluso dejo caer mi cabeza sobre su pecho mientras sus manos se deslizan por mi espalda.
—Pero recuerda que esto entre nosotros es también un acuerdo —murmura en el oído—. Acepta una cálida cena conmigo esta noche y te concertaré una cita con Flavio para mañana mismo...
Me precipito hacia la calle antes de que termine siquiera su frase.
Entonces, lloro. Y grito. Y fumo. Y golpeo la pared.
Pero, ¿acaso me creo con el derecho de ponerle precio a mi dignidad en este punto?
♥☯♡
Regreso al hotel con una bola en la garganta. Ni los cigarros ni la carrera a trote desde la Piazza han conseguido disolverla. De hecho, se dilata cada vez que miro la tarjeta que me dio ese camarero, Vincenzo Fiore. Al final, decido guardármela en el bolsillo. No vaya a ser que, por desgracia, necesite usarla...
Me dispongo a atravesar la recepción en dirección al ascensor, cuando una voz familiar se estrella contra mis oídos:
—Non ricordo il suo cognome.
Me quedo detrás él, estudiando su figura con la esperanza de que no sea él. Pero lo cierto es que reconozco ese metro 90 de testosterona y pelo ondulado incluso de espaldas. En esta ocasión, Neón ha dejado a un lado las camisas tropicales para lucir esta mañana una camiseta blanca, bajo la cual se insinúa una definida musculatura.
—Mi spiace signore, non posso aiutarlo —le responde la recepcinista.
—È una ragazza abbronzata, con la frangetta e i capelli arruffati.
—No, mi spiace. Non so di chi sta parlando... —la mujer se calla. De repente me mira y esboza una sonrisa—. Buongiorno! Posso aiutarla in qualche modo?
«Mierda, mierda, mierda».
Neón, como es obvio, se gira y me ve. ¡Qué mala suerte!
—No, grazie. Buongiorno anche a lei —le dedico una sonrisa forzada, antes de salir disprada hacia el ascensor.
—Chanel, espera.
Presiono el botón del ascensor frenéticamente, como si eso fuera a hacer que se abrieran más rápido las puertas.
—Vamos, joder —murmuro.
Entonces, Neón me alcanza y se coloca detrás de mí.
—Chanel...
— ¡...ni se te ocurra acercarte! —le interrumpo—. Pensaba que te había dejado bien claro que no quería volver a saber nada de ti.
—Haz el favor de escucharme.
— ¡No tienes nada más que decir!
Las puertas del ascensor se abren y, así como me apresuro a entrar, Neón hace lo mismo. Me apoyo contra la pared del fondo después de pulsar el botón de mi planta. Neon, por su parte, mantiene las distancias y se recuesta en la pared del fondo.
—Eres un ser asqueroso, estúpido, ruin y malnacido —replico, entre dientes—. Incluso peor que ese... ¡no pienso ni nombrarlo!
—Tienes toda la razón, he sido un cabrón —con ese ligero tono sarcástico, parece estar riéndose de mí—. Pero, ¿y si te digo que he encontrado una manera de ganar bastante pasta en un solo día?
— ¿Cómo se te ocurre que voy a aceptar otro de tus planes de mierda después de lo que pasó anoche? ¡Estás mal de la cabeza!
—Esta vez es muy diferente. No hay fotógrafos involucrados ni nada por el estilo.
—Vete a la mierda, Neon.
El ascensor se detiene y abre sus puertas. A continuación, salgo hacia el pasillo con Neón pisándome los talones.
—Solo te pido una segunda oportunidad —insiste, detrás de mí.
—Dios, qué pesadilla...
—Está vez estaremos los dos juntos en todo momento. ¡No correrás ningún peligro!
—Y, ¿quién me dice a mí que estoy a salvo contigo?
Llego a la puerta de mi habitación. Saco la tarjeta y dispongo a entrar, cuando su voz me detiene de nuevo.
—Mira, coco, si este plan fracasa... —cierra los ojos y toma aire, como si le estuviera escondiendo aquello que quiere decir—, puedes quedarte con mi coche.
Le cierro la puerta en las narices. Pero, ¿qué se ha creído? Aunque, siendo sincera, la culpa es mía por ir llorándole a un desconocido...
Este es el momento de demostrar que yo sola me basto para resolver mis problemas, así que arrojo una maleta encima de la cama y procedo a guardar los pocos objetos de valor que encuentro: un par de collares, pendientes, una lámpara del hotel, un destartalado despertador, el ordenador portátil de Nyan, una camiseta de marca que se olvidó Elsa... En fin, espero que sea suficiente.
Abro la puerta y, para mi sorpresa, Neón sigue ahí parado en mitad del pasillo como un pasmarote.
— ¿Por qué no te largas? —le espeto.
—Hasta que no aceptes mi propuesta, seguiré aquí atormentándote.
— ¿A qué se debe este repentino interés por ayudarme?
—Tal vez a que la mafia asesinará a mi hermano si no le pagas en seis días.
¡Qué estúpida! Y yo creyendo que era porque le remordía la conciencia por lo de anoche...
—No es un mafioso —le rebato—. Es un usurero independiente, va a su rollo.
—Como sea —agita la mano con desdén. De repente, su mirada repara en la maleta—. ¿Te vas de viaje?
—Sí, a las Maldivas. Y conduces tú —le lanzo la maleta contra el pecho, la cual recibe sin apenas inmutarse.
— ¿Vas a huir del país otra vez? Parece mentira que este viaje no te haya servido de lección...
— ¡Que te jodan!
Le dedico una peineta mientras camino hacia el vestíbulo. Al mismo tiempo, Neón se echa a reír a mis espaldas.
♥☯♡
En cuanto Neón se adueña del volante, deja de prestarme atención. Es por ello que me entretengo accionando los botones que suben y bajan la ventanilla. De vez en cuando, las indicaciones del GPS interrumpen el silencio incómodo. Sin embargo, esto es insuficiente como para mitigar el estrés que corroe mis venas.
— ¿Puedo fumar ya? —le pregunto.
—Te he dicho que en el coche está prohibido —responde, sin mirarme. Se ha puesto unas gafas de sol que acentúa sus facciones: nariz recta, pómulos marcados, mandíbula recta. ¡Qué buena genética!
—Y, ¿si saco la cabeza por la ventanilla? —insisto.
—Pero, ¿por qué fumas tanto? ¿Es por ansiedad?
—Si tú tuvieras una deuda de medio millón de euros, también querrías fumarte hasta el tubo de escape...
—Elsa me contó que empezaste a fumar desde muy joven. Así que esa excusa no me vale —se baja las gafas de sol para lanzarme un guiño.
Yo, por mi parte, me cruzo de brazos ligeramente indignada.
— ¿En qué momento habéis hablado Elsa y tú?
—Me pasé a la hora del desayuno para ver cómo estaban.
Una punzada me retuerce el estómago, al mismo tiempo que las náuseas golpetean mi garganta.
— ¿Podré ir a verlos algún día...?
—No.
Su tono tajante propicia que los temblores, así como el sudor frío, se ceben con mi columna.
—Han anulado el viaje de vuelta —comenta más tarde, como si hubiera detectado la decepción en mi cara—. Prefieren quedarse aquí, porque se sienten más seguros con mis chicos.
— ¿Tus chicos? —enarco una ceja, sorprendida.
—Unos amigos que cuidan de ellos —se encoge de hombros como si ta cosa.
—Hablando así parece que tú también eres un mafioso...
—Mafioso no. Hombre de negocios independiente —me sonríe, haciendo referencia a la manera en que antes nombré a Flavio.
—Imbécil...
Más tarde, el GPS anuncia el final de nuestro trayecto. Tan pronto como Neón detiene su juguete, me apresuro a salir y recoger mis trastos del maletero.
—De nada, eh —chilla, aún desde su asiento, mientras yo camino hacia el interior de la casa de empeños.
Es un establecimiento pequeño, sin apenas muebles o decoración, lo que contribuye a generar un ambiente frío y austero. Al fondo, apoyado sobre un mostrador, espera un hombre de avanzada edad a que me acerque. Entonces, abro la maleta y deposito uno a uno los objetos encima del cristal. Una sonrisa nace de sus comisuras en cuanto le muestro la ropa de mi mejor amiga.
«Sí, ya sé que es una mierda».
Los nervios se ceban con mi ritmo cardiaco mientras el señor examina las joyas con su lupa y las pesa. Cada mueca que turba su arrugada cara me descompone. Hasta que, de repente, suspira y niega con la cabeza.
—Il massimo che posso offrirti è 100€ per tutto
—Me estás jodiendo, ¿no? —grito, desquiciada.
—Questo non vale niente. Pura spazzatura —dice, arrugando la nariz mientras manosea los collares.
— ¿Y las joyas?
—Bigiotteria.
— ¿Bisutería...? —comento, para mí misma—. ¡Una mierda! Estas joyas me las regaló mi madre, sé que tienen mucho valor.
—Beh, tua madre ti ha truffato
— ¡Aquí el único estafador es usted...!
De pronto, la puerta del establecimiento se abre de par en par.
— ¿Qué está pasando? Se te escucha gritar desde Nápoles —comenta Neón, acercándose hasta el mostrador.
—El inútil este —gruño con rabia, al mismo tiempo que señalo al hombre—. Solo me da 100€ por todo. ¿Te lo puedes creer?
—Sii grato che ti offra qualcosa. Questa schifezza ha il suo posto nella discarica.
—En el vertedero, dice —me río irónicamente. Entonces, echo un vistazo a la sortija encajada en mi dedo anular y la estampo contra el mostrador—. ¿Cuánto me das por esto?
Me mira con el ceño fruncido, receloso. Pero se decide a examinarlo.
—300€
—Ni de coña —suelto.
—Prendere o lasciare?
— ¡Qué te zurzan!
Recojo mi sortija y abandono la casa de empeños con la desesperación atada aún en mi garganta.
—Joder, para no valer nada la maleta pesaba una tonelada...
Las palabras de Neón son como un detonante de mi ira, la cual se estampa contra la pared de un viejo edificio de ladrillo. Con cada chillido, un nuevo puñetazo; hasta que pierdo la noción del dolor, incluso cuando la piel se rasga y mis nudillos se tiñen de sangre.
Unas manos me toman por los hombros y me separan.
—Estate quieta, a menos que quieras acabar en el hospital con las manos rotas.
Me zafo de un tirón.
— ¡Tú no lo entiendes! —lo empujo, golpeándolo en el pecho—. Estoy con el agua al cuello...
— ¿...y por qué no has aceptado el dinero que te daba por esa sortija? Si era lo que más valía de entre todos esos trastos que has traído —me interrumpe.
—No me da la gana.
— ¡Genial, coco! ¡De puta madre!
—No puedo hacerlo...
...porque es lo único que me ata a mi familia.
—Es una puta sortija —me espeta.
—Tú jamás lo entenderías...
—Solo entiendo que se nos acaba el tiempo, Chanel.
Tan pronto como pronuncia mi nombre, me derrumbo. Intento ocultar mi llanto tras mis palmas, pero los espasmos y jadeos me delatan. Por otro lado, escucho a Neón suspirar. Como si este momento también le hubiera sobrepasado...
—Vámonos, coco.
Niego con la cabeza.
—Te compré una tila en aquel bar para que te tranquilices.
Me pasa un brazo por encima de los hombros, con sutileza, y me insta a caminar.
♥☯♡
El vapor emana de mi taza; dado que aún no puedo darle ni un sorbo, me limito a remover el azúcar que se ha quedado en el fondo. Mientras tanto, Neón ha degustado ya la mitad de su cerveza y, de vez en cuando, alarga el brazo para llevarse a la boca una bruschetta, un aperitivo que ha de saciarnos en lo que queda de tarde.
De pronto, Neón me pide un cigarro. Le digo que industriales no suelo comprar, que los que tengo son de liar, pero a él no le importa. Así que le entrego mi arsenal. La destreza con la que enrolla el tabaco me deja aturdida. Después, desliza la punta de su lengua por el papel, sellándolo. Y como si tal cosa, se lo lleva a los labios y procede a encendérselo.
Se pone las gafas de sol y desvía la mirada hacia la playa. Apenas hay gente, pero aquellos que están disfrutan o bien bañándose en el mar o jugando a la pelota. Se trata de personas normales haciendo cosas normales.
—Yo... quería decirte que siento el numerito de antes —murmuro, avergonzada. En realidad, mis palabras esconden más de una disculpa.
—No le des más vueltas.
—Ese hombre me ha puesto de los nervios —me excuso, porque me es más sencillo culpar a un desconocido que admitir mis propios errores.
Neón saborea su calada mientras mantiene su atención puesta en la playa.
—No sé qué voy a hacer, Neón —me escucho decir, como si esas palabras estuvieran destinadas a estar solo en mi mente—. ¿Sabes? Me he replanteado hasta vender mis órganos a una mafia.
Entonces, me mira con una sonrisa de medio lado.
— ¿No has tenido suficiente con esta historia como para pedirle más favores a la mafia?
—Si son generosos, podrían pagarme hasta diez mil euros por mis óvulos. Aunque tampoco es mucho dinero...
—Coco...
— ¿Cuánto crees costará un pulmón? ¿Y un riñón? Puedo vivir perfectamente con uno de cada. ¡Incluso se pueden quedar con mi páncreas, que no sé ni para qué...!
—...aquí nadie va a vender sus órganos, ¿entendido? —me interrumpe.
Guardo silencio de mala gana.
—Si no me dejas negociar con la mafia, ¿cuál es tu otro plan? —mascullo, carcomida por la rabia que siento al ceder ante el orgullo—. ¿De qué idea brillante hablabas antes en el hotel?
— ¿Ahora te fías de mí? —mantiene esa sonrisa entre sus malditos labios.
—No tengo más remedio...
Asiente, toma un sorbo de su cerveza y habla mientras expulsa el humo de su boca:
—Servir copas en una fiesta.
Arrugo la frente.
—Parece demasiado sencillo... ¿Hay alguna trampa oculta? —pregunto, inquieta.
—Nada.
Aún no me fío.
— ¿En qué sitio es?
—En una discoteca privada.
—Pero, ¿cómo me van a contratar en ese sitio y, además, para esta noche? —mi ansiedad se encarga de preguntarle.
—Lo he hablado con un amigo del dueño, y parece estar de acuerdo en que te unas al equipo esta noche.
— ¿Confían en mí sin haberme visto la cara?
—No, confían en mí, que soy quien te ha recomendado.
«Cojonudo»
Digiero la rabia, permitiendo que aflore el agradecimiento estancado en mi garganta.
—Trabajo en equipo, ¿recuerdas? —responde él.
— ¿Por qué te esfuerzas en ayudarme, Neón, en lugar de llevarte a tu hermano y mudaros ambos a Tailandia? He oído que es un sitio precioso, con playas paradisíacas. O a Costa Rica, que también debe ser espectacular.
—No me apetece cambiar una vez más de vida. Y, además, quiero estar cerca de ti.
Me pongo rígida en seguida.
—No confío en que tomes las llaves de mi coche y me lo vendas a escondidas. Como hiciste con el portátil de mi hermano, por cierto —se levanta las gafas de sol y me guiña un ojo—. Tranquila, no le diré nada. De hecho, he de admitir que me ha hecho gracia esa jugada.
Hago un mohín. Tal es la vergüenza que se adueña de mis mejillas, que bajo la vista y me concentro en remover mi tila.
— ¿Te puedo pedir un favor, Neón?
— ¿Otro más?
—Si me matan durante esta mierda, quiero que dones mi cuerpo a la ciencia. Aunque no sé si les servirá de algo, pero tú hazlo...
—Trato hecho —dice, mientras estira su brazo para estrecharme la mano.
Es en este momento cuando sellamos el comienzo de nuestra aventura; seis días, ni uno más, ni uno menos. Hasta que desaparezca de su vida.
***
¡Capítulo nuevo, yuju!
¿Qué opináis de Chanel? ¿Y Neón?
¿Os ha gustado el capítulo? Os leo *guiñoguiño*
Os quiero, chiquis ♥
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