4
La dureza del suelo empieza a pasarle factura a mi espalda encogida. ¡Ni qué decir del frío que irradia la madera y atraviesa la roída tela de mi pijama mal conservado! Procuro arroparme con la sábana que a media noche me echó Nyan por encima a fin de que los temblores dejen de cebarse con mi columna...
Sospecho que la imagen de mí durmiendo encogida en una esquina de suelo le enternece, pues después de entrar en la habitación de la mano de Elsa, viene a darme un beso en la mejilla. Luego se acerca a la silla de plástico donde la rubia ha tomado asiento y le murmura al oído.
— ¿De verdad que no te apetece tomar un café?
—No, tranquilo —le acaricia la espalda, incitándole a marchar—. Si necesito algo, ya te llamaré.
—Bien...
Nyan sale hacia el pasillo y cierra suavemente la puerta detrás de sí.
«Cojonudo».
Elsa, que por otro lado, es consciente de que ando despierta, espera que me incorpore y le pida perdón. Un suspiro brota de mis labios. Tal es la insistencia en su mirada que me veo obligada a sentarme antes de que esta me arrebate el aliento. No obstante, la disculpa que había planeado se enreda en mi lengua y apenas balbuceo una protesta.
«Mierda».
Agacho la cabeza como una cobarde. La vergüenza confunde a mi corazón cuyos latidos descompasados parecen responder a la ansiedad. Echo un vistazo a la almohada desinflada donde anoche escondí debajo de esta mi enésimo paquete de cigarros, pero me contengo.
— ¿Cómo estás...? —suelto en apenas un hilo de voz.
Elsa desvía la mirada. Se muerde el labio inferior, como si de tal modo retuviese las lágrimas que ensucian sus ojos verdes, antes de encoger de hombros.
—No sé qué decirte, Chanel.
—Ya, es una pregunta estúpida... —meneo la cabeza, avergonzada—. Pero quiero que sepas que lo siento, ¡de verdad!
Ver a Elsa tragarse su llanto me resquebraja el alma.
—Te he metido en esta mierda cuando tú eras quien menos merecía pagar el pato y...
— ¿...por qué no me lo contaste antes? —me interrumpe. Sus labios hinchados destacan sobre su rostro enrojecido.
—Quería solucionarlo por mí misma, sin involucrar a nadie más... pero la he cagado —suspiro.
—Si hubieras pedido ayuda, Chanel, cuando te encontrabas en problemas... —Su chasquido se entremezcla con su reciente amarga sonrisa—. Pero no, optaste por hundirte sola sin incomodar a nadie. ¿Y sabes lo peor? Que tenías una puta tabla de salvación a mano, pero como siempre, tu arrogancia te impidió cogerla —se detiene y baja el tono—. Y ahora, Chanel, ¿qué, eh? Ahora toda la tripulación se va la mierda porque tú te fuiste al fondo...
Una grieta se abre paso en mi corazón. Cada latido supone una nueva cicatriz en mi pecho. Las heridas se adueñan de mi garganta, donde las lágrimas se arremolinan.
—Sí... tienes razón —murmuro, con la cabeza aún inclinada hacia el suelo—. Yo... perdona.
Me dirijo hacia el lavabo tanto pronto como recojo mi paquete de cigarros del suelo.
—Chanel... —dice, arrastrando las vocales—. ¿Por qué lo tienes que hacer aún más difícil?
Echo el cerrojo en cuanto escucho las pisadas de Elsa acercarse.
—Abre la puerta, ¿quieres?
El incesante aporreo de Elsa se ahoga en mis oídos. Todo cuanto escucho es el desgarrador grito del silencio. Hasta que un pensamiento sobre querer poner fin a mi vida se estrella contra mi cerebro. Intento llorar, pero no puedo. Es como si estuviera vacía, como si el corazón hubiera abandonado mi pecho. Y sin embargo, apenas es doloroso.
No siento nada.
De repente, una extraña de ojos grises me sonríe a través del espejo. Un par de lágrimas se desprenden de la punta de su nariz. Su sonrisa se ensancha después de relamer sus labios agrietados. Parece que la tristeza le reluce la piel. Incluso se le han ruborizado las mejillas.
—Bien, lo has conseguido. Ya nos tienes a todos en vilo. Y ahora, ¿qué? Tus problemas no van a desaparecer por qué te encierres en un puto baño.
Saco un cigarro y golpeteo la punta de este contra la caja antes de llevármelo a la boca. Aspiro el humo mientras lo enciendo. Una vez degusto la primera calada, estampo el mechero contra el espejo. Tan pronto como se hace añicos sobre el lavabo, Elsa comienza a aporrear la puerta mientras chilla mi nombre.
— ¿Qué cojones estás haciendo, Chanel? —La intensidad de sus golpes crece en proporción al volumen de sus gritos—. ¡Deja de hacer gilipolleces y abre la puerta ahora mismo!
Un alarido le atraviesa la garganta. Y de repente, Elsa deja de estamparse contra la puerta.
—Joder...
Sus gimoteos me abrasan la piel. Pero tal es la vergüenza que ahoga mi sentido común, que decido quedarme encerrada en el baño saboreando los matices terrosos del tabaco. La amargura del humo se enreda en torno a mi lengua hasta convertirse en una nota dulce y adictiva.
—No tienes derecho a hacerte la víctima cuando la peor parte me la he llevado yo —solloza aún Elsa desde el otro lado—. Esconderse tras un cigarro es muy fácil... ¿Pero por qué no sales y enfrentas tus mierdas de una maldita vez? ¿O acaso crees que tus ataques de ira lo solucionarán todo como por arte de magia?
Me recargo sobre la puerta, como si la última calada del cigarro me hubiera embriagado los sentidos. Apenas cierro los ojos, me desplomo en el suelo, con las piernas dobladas y la cabeza sobre mis rodillas.
—Chanel...
Hace una pausa, como si necesita pensar sus siguientes palabras.
—Tú no estás bien —asegura—. Necesitas ayuda, concretamente ir a un psicólogo. Pero no sé si soy lo suficientemente fuerte como para acompañarte.
Elsa me apuñala el pecho una vez más. Y ni siquiera ha reparado en las cicatrices que recién florecen en mi piel.
—Estoy demasiado dolida contigo, Chanel.
De esta manera, Elsa abandona la habitación mientras que yo me sumerjo en un vacío mental.
♥☯♡
La temperatura del agua de la piscina desciende a media tarde, al igual que el número de jubilados que bajan al patio para reunirse con sus amigos y echar una partida a las cartas, sentados bajo la sombra de una palmera. Después de un par de largos, salgo de la piscina y me acerco hasta su mesa. Les deseo un buen día, y como muestra de agradecimiento, me ofrecen una copa de anís.
—Grazie, signori —les sonrío.
Una de las mujeres aplaude cuando lo bebo de un solo trago.
—Buon appetito! —dice, con una amplia sonrisa.
Frunzo el ceño y aprieto los labios antes el agrio sabor. ¿Qué mierda he bebido?
—È buono, vero? —asegura el señor, que me tendió el vaso.
—Sì, sì, incredibile.
Echo a andar hacia la habitación en cuanto me ofrecen una segunda copa. ¡Ni que estuviera desesperada por ahogar mis penas en alcohol! Y, además, esta noche es cuando quedaré con Neón para recaudar algo de dinero. Aunque, ¡a saber qué plan me propone!
La habitación permanece tal y como la encontramos Nyan y yo el día anterior: muebles destrozados y ropa hecha jirones esparcida por el suelo. A pesar de que esta mañana la mujer de recepción me ha ofrecido las llaves de otro dormitorio, he decidí rechazarlo para evitar cualquier revuelo en el hotel. Y en mitad de este caos, Elsa y Nyan recogieron sus maletas y se marcharon durante la hora del almuerzo sin dar ninguna explicación.
Echo el bañador empapado encima de la sábana dónde he pasado la noche y me dirijo hacia el baño. Después de enjabonar mi malestar y fumar un cigarro bajo el secador, me acerco hasta la cómoda, cuyas patas han partido, y escojo un conjunto que realce mi autoestima.
De repente, una cuartilla de papel se resbala por la madera y cae encima de mis pies. El sudor humedece la esquina de la nota en cuanto la pellizco. Temo leer un nuevo aviso de Flavio cuando, de pronto, me sorprende descubrir la letra de Elsa.
"Neón nos ha conseguido un apartamento donde podemos hospedarnos hasta que salga nuestro vuelo."
— ¿Qué coño...?
Marco en seguida el número de Neón. Apenas articula un saludo cuando lo increpo:
— ¿Están Nyan y Elsa contigo?
— ¿De qué hablas?
— ¿Qué si están en tu casa, joder? —resoplo, dando un fuerte pisotón.
—No, no están ahí —suspira.
— ¿Y dónde coño andan? Porque Elsa me ha escrito una nota diciendo que tú les has conseguido un apartamento.
—Es mejor que no sepas dónde están alojados.
Ahogo un grito, pues los vecinos no merecen escuchar mis trapos sucios, y me decanto por cerrar los ojos y respirar.
— ¿Y cómo sé que no están en peligro, Neón? —pregunto, una vez me he calmado.
—Escúchame. Mientras estén en Sicilia no les pasará nada.
— ¡No me hagas reír!
—Quiero decir —me interrumpe—, que ahora en adelante estarán vigilados por unos amigos míos hasta que se vayan de la isla. Así que tranquilízate, ¿vale?
Meneo la cabeza y retengo una sonrisa burlona.
— ¿Y se puede saber por qué es mejor que yo no sepa nada? —me llevo una mano a la cabeza y resoplo—. ¿Por qué me lo ocultas como si fuera a estropearlo, Neón?
Se hace el silencio al otro lado de la línea.
—No sé por qué te lo pregunto si incluso yo misma sé la respuesta... —susurro, dispuesta a colgar.
—Chanel, no saques el tema de contexto...
—Pero es verdad...
De nuevo, otro silencio, pero esta vez no me apetece colgar. De hecho, necesito escuchar su voz asegurando que no soy tan despreciable como mi mente me hace creer. Necesito que me mienta, que me garantice que resolveré este asunto sin hacerles aún más daño a mis seres queridos. Necesito... que confíe en mí, hasta que yo misma sea capaz de hacerlo.
—Ve bajando, Chanel. Ya he llegado.
Me trago toda esta amargura antes de arrastrarme hacia el ascensor, donde aprovecho para ocultar mi tristeza tras un sobrio maquillaje. ¿Qué le ocurre a mi cabeza? Tan pronto me entran ganas de llorar como de pegar un grito al aire.
Un suave piloto se enciende en el techo del ascensor al mismo tiempo que una voz robótica, emergiendo del panel, anuncia la llegada a la planta baja. El brillo de la recepción destaca frente a la oscuridad de la calle. Por suerte, distingo rápidamente la figura de Neón recostada sobre el capó de su coche bajo la tenue luz de una farola.
Neón se esfuerza en ocultar su sonrisa mordiéndose el labio inferior. Le da un buen repaso a mi cuerpo, pero no logro distinguir qué emoción predomina en su mirada.
— ¿De qué te ríes? —arremeto contra él, una vez me pongo a su altura.
—De nada.
Él se encoge de hombros mientras que yo me cruzo de brazos.
—Es solo que tu ropa... —empieza a decir, pero carraspea y se corta a sí misma—. Nada, olvídalo —hace un gesto de desdén con la mano y agita la cabeza mientras se ríe—. Estás muy bien así.
—Mira, si solo me has llamado para reírte de mí...
Doy media vuelta, decidida a marcharme, cuando sus dedos se enrollan en mi muñeca y tiran de mi brazo hacia delante. Neón continúa recostado sobre el capó, mientras que yo me sitúo al filo de la acera, con mis ojos a la altura de los suyos.
—Estás muy guapa, de verdad.
Hago un mohín que desata una nueva risa entre sus labios.
—Sube al coche, anda.
Me suelta la muñeca y se dirige hacia el asiento del copiloto. Yo, entre tanto, me quedo parada frente al capó acariciando la piel donde sus dedos han estado posados. Neón toca el claxon y me señala que la puerta del copiloto ya está subida.
«Espabila».
Me cuelo dentro del coche y me entretengo con el cinturón a modo de excusa para evitar tener que enfrentarme a su mirada.
—El color negro es mi favorito —comenta, mientras enciende el motor.
— ¿Dónde es nuestra cita? —lo ignoro, desviando la atención hacia la ventanilla.
—Ya lo verás.
—No me fío de ti...
—Tampoco tienes más elección, coco.
Retuerzo la boca en una mueca desagradable.
— ¿Cuánto crees que me darían en el mercado negro por tu Masseratti? —le sonrío con malicia, al mismo tiempo que deslizo un dedo por el salpicadero.
—No mucho, los delincuentes no suelen pagar bien —me mira de reojo—. Y, además, al ser un coche de segunda mano, ha perdido valor.
—Aceptaría cien mil —canturreo.
— ¿Por qué le tienes tanta manía a mi coche? —protesta, mientras frena antes de adentrarse en una rotonda.
—No lo sé.
«Mentira». En realidad, detrás de este desprecio hacia su ostentoso bólido se esconde una corrosiva envidia por la vida de lujo en la que Neón parece navegar. La elegancia, de la que hace gala el vehículo, se siente como una punzada directa al estómago.
—Si no tienes nada en contra de él, deja entonces de querer vendérmelo.
Neón zanja el asunto.
Me acomodo en el asiento y recuesto la cabeza en el respaldo, desviando la mirada hacia el paisaje que se despliega más allá de la ventanilla. De pronto, ésta comienza a descender lenta y misteriosamente. Observo a Neón, quien finge concentrarse en la carretera, y le dedico una sonrisa al mismo tiempo que meneo la cabeza. Luego, vuelvo mi atención hacia el exterior.
El viento revuelve mi flequillo mientras las diversas luces de colores que adornan la noche se reflejan en mi piel. Cada rincón, con sus calles empedradas y sus edificios históricos a la par que elegantes, me recuerda que la belleza aún existe.
♥☯♡
Neón aparca su Masseratti en mitad de una arboleda y me lleva a pie hasta una villa situada en las fueras de la ciudad. Le miro inquieta cuando teclea en el interfono de la valla metálica que nos separa de lo que parece ser un jardín.
—Siamo arrivati —dice Neón por el telefonillo.
La valla se recoge hacia el lateral derecho con una sinfonía estridente, revelando así la explanada de hierba sobre la que un montón de gente joven se mueve al ritmo de una melodía soft. Mientras que en el lateral izquierdo la gente se relaja en una especie de chill out, charlando y tomando Martinis, en lateral opuesto gastan todas sus energías riendo y zambulléndose en la piscina.
Neón se dispone a cruzar el umbral, pero le retengo por la manga de su camisa.
— ¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué me has traído a una puta fiesta? —chillo, haciendo aspavientos.
—No es una fiesta —sonríe—. Es un evento especial.
—Me importa una mierda lo que estén celebrando.
Neón se tapa la boca, como si de esta manera no fuera a verle descojonarse en mi cara.
— ¿De qué te ríes? —me cruzo de brazos, adoptando una postura defensiva.
—Relájate, ¿quieres?
Tuerzo el gesto.
—Tengo un buen motivo para haberte traído aquí —añade.
— ¿De verdad? Me muero por escucharlo —suelto, con sarcasmo.
—Tú solo confía en mí, ¿bien?
—Es la quinta vez que me lo repites en lo que llevamos de noche... —mascullo, con la boca pequeña.
Neón estira sus comisuras hasta que un par de hoyuelos se dibujan en sus mejillas bronceadas.
—Sígueme —ordena, adentrándose en la finca.
El sendero empedrado, bordeado por dos hileras de farolillos, conduce hacia la entrada de un magnífico palacio. Los cálidos tonos amarillos de la fachada evocan el encanto tradicional del Mediterráneo, mientras que los ventanales que rodean la planta baja añaden un cierto tono de modernidad. Dos imponentes pilares, cubiertos por enredaderas, flanquean la puerta abierta por la cual Neón entra en la casa sin miramientos.
Al fondo de lo que parece ser el salón, se erige una tarima sobre la que un hombre de aspecto asiático manipula los platos de su mesa de mezclas. Tan pronto como los altavoces suspendidos en la pared se tiñen de rojo, la tarima comienza a vibrar ante las pisadas de quienes se entregan a la música electrónica.
Una mano se enreda en mi muñeca y tira de mí hacia delante. Neón se encarga de guiarnos entre la multitud mientras mi atención recae en el contorno de sus omóplatos que se contraen bajo su camisa ceñida. La confianza que desprende al caminar, con sus hombros balanceándose en cada una de sus zancadas, hace tambalear la poca seguridad que aún conserva mi mente.
— ¿Una copa, guapa? —Un muchacho rubio se me acerca con un vaso transparente.
Neón, que aún me sostiene por el brazo, me empuja hacia las escaleras antes de que ceda a la tentación. Una tentación que, por cierto, apaciguaría el remolino de nervios que ataca mi estómago mientras recorremos la segunda planta.
El alboroto se desvanece a medida que avanzamos por el pasillo, donde hombres trajeados y mujeres con esbeltos tocados conversan junto a la pared. De pronto, uno de ellos se aparta del grupo y se acerca hacia nosotros con una amplia sonrisa, no sin antes haber entregado su copa a la primera rubia con la que se ha cruzado.
—Neón, comu stai? Che gioia vederti.
Dicho hombre, en cuyo cabello grisáceo se refleja su edad, se precipita sobre Neón antes de que este pueda siquiera soltarme el brazo. Una vez se separa, el desconocido me señala con el mentón y se dirige al latino con una sonrisa de medio lado:
—Sta è a picciridda di cui chiazzavi?
« ¿La chica de la que hablaba? ».
—Si, a stessa.
Arrugo la frente y clavo la mirada en Neón, quien parece bastante sereno; ignora mi expresión de enfado y mantiene la vista puesta en el frente al mismo tiempo. No obstante, para mi sorpresa, tampoco se digna a mirar a los ojos del interlocutor que tiene enfrente, como si la conversación con este desconocido le avergonzara.
—È bellissima! Non ci hai mentito, Neón—. El señor le guiña un ojo a este último en señal de felicitación—. Sò sicuru chì Andrea s'innamurarà d'ella appena a vede.
« ¿Andrea se va enamorar de mí cuando me vea? ».
—Li dicu chì sì ghjuntu. Andrea hè curiosu di vede sta bellezza! —me dirige una sonrirsa que no correspondo—. Grazie, Neon. Ùn ci lasciate mai.
El desconocido se despide de Neón con un caluroso abrazo. Luego da media vuelta y desaparece tras la esquina derecha del fondo. Mientras tanto, Neón espera en silencio y con los ojos cerrados un ataque de ira que apenas va floreciendo en mi estómago.
—Tan solo déjame que te explique y escúchame...
La voz de Neón se desvanece ante el retumbar de las palpitaciones contra la pared de mi pecho. Tal es la velocidad con la que pretendo respirar, que el aire apenas llega a mi cerebro. Incluso mis extremidades comienzan a adormecerse.
«Otra vez aquí no. Otra vez aquí no».
—Chanel, ¿estás bien...?
Un puñetazo contra su pecho.
Otro más.
Y otro.
Me ensaño con sus músculos tensos, donde hundo mis golpes, hasta que Neón atrapa mis muñecas y me pega los brazos al cuerpo.
— ¡Eres un cabrón! —berreo, cual niña pequeña. Las lágrimas distorsionan mi visión al igual que la reciente congestión en mi nariz empaña mi voz—. ¡Me has traído hasta aquí para prostituirme!
—Chanel, por favor...
—Eres un cabrón. Eres un cabrón. Eres un cabrón...
—Te estás equivocando, Chanel.
— ¡Y tú te has estado burlando de mí desde el principio!
—Yo no soy esa clase de tío —insiste.
— ¡Eres un cabrón! ¡Eres un cabrón! ¡Eres un cabrón!
Neón me zarandea para que recobre el control.
—Chanel, por favor, escúchame.
Me cubro la cara, avergonzada por la imagen que estoy proyectando. Neón, por su parte, me acaricia los hombros y se inclina hacia adelante para hablarme en voz baja. A juzgar por su tono delicado, parece comprender la fragilidad de mi estado emocional.
—Mi intención era presentarte a Andrea Rizzo, un fotógrafo siciliano emergente que tras años viajando por Estados Unidos en busca de las mujeres más bellas, ha decidido regresar a su tierra natal para llevar a cabo su proyecto más ambicioso. El objetivo de Andrea no es otro más que capturar la esencia del Mediterráneo a través de un rostro fresco y hermoso. Un rostro como el tuyo.
Tan pronto como me destapo los ojos, me adentro en su mirada en busca de algún indicio que me convenza de que Neón me está mintiendo.
—Cuando me enteré de los planes de Andrea, pensé en ti, Chanel.
Doy un paso hacia atrás, con los brazos cruzados sobre el pecho a modo de protección, y Neón retira sus manos de mis hombros.
— ¿Por qué no me lo contaste desde un principio? —le reprocho—. ¿Por qué esperaste a...?
Me muerdo los labios, incapaz de terminar la frase.
—Supongo que no me atreví a correr el riesgo de decírtelo por si te negabas a venir —Neón baja la mirada, esperando mi comprensión—. Ahora necesito que confíes en mí, Chanel.
Neón parece advertir el temblor que sacude mis manos, pues entrelaza sus dedos en torno a ellas y me acerca a su pecho. Me desmorono sobre su camisa; las lágrimas atraviesan la tela y, sin embargo, Neón no parece dispuesto a apartarme.
—Lo siento, de verdad... —balbuceo, entre sollozos. Pero, ¿qué es lo que puedo sentir, cuando estoy tan vacía?
♥☯♡
Un poco de agua en la cara y un par de cigarros en los pulmones; estoy preparada. Me decido a entrar en el estudio mientras Neón se decanta por esperar fuera, al igual que yo, la llegada del tal Andrea.
El estudio, desprovisto de muebles, a excepción de una mesa sobre la que descansan un portátil a medio cerrar y varias fotografías esparcidas, se siente frío bajo la tenue iluminación del fluorescente. Si tan siquiera las instantáneas clavadas en el corcho de la pared pudieran dotar de cierta calidez al entorno... pero la mayoría, además de ser en blanco y negro, muestran a mujeres semidesnudas en complicadas posturas difíciles de imitar.
Voy a necesitar otro cigarro antes de empezar.
«¡Qué coño! ¿Y si me lo fumo ahí dentro?».
Antes de que tenga tiempo de sacar mi billetera donde guardo mi arsenal de tabaco de liar, el pomo de la puerta desciende y tras ella aparece una mata de cabello revuelto y castaño. Me dirige una amplia sonrisa y agacha la cabeza a modo de disculpa.
—Buona notte.
«A la mierda».
—Buenas noches —respondo, con una sonrisa forzada.
—Ehm... ¿Chanel?
—Sì, è così...
El hombre se echa a reír y desvía la mirada hacia el suelo mientras se acaricia la barba.
—Bene, perfetto. Sono Andrea. Immagino che ti avranno già parlato di me.
Asiento, lo que contribuye a acrecentar su ego de artista.
—Bene —se echa a reír de nuevo, aunque esta vez más pausado—. Pensi che cominciamo già con la sessione?
Andrea alza la cámara fotográfica que lleva colgada del cuello mediante una correa.
—Sí, empecemos —murmuro.
—Bene, mettiti là, per favore.
Frunzo el ceño ante la confusión, pero entonces Andrea me señala con el mentón la lona blanca extendida al fondo del estudio que ha de servir como telón de fondo para la sesión. Así pues, avanzo y me sitúo delante de esta según sus indicaciones.
— ¿Aquí estoy bien?
—Perfetto.
Levanto la vista del suelo pero, tan pronto como reparo en su cercanía, me veo obligada a agachar de nuevo la cabeza. Como si de pronto hubiera sido consciente de la belleza que emana su madura aunque rebelde apariencia: además de sus brazos musculosos, su tonificado vientre parece estar adornado por diferentes líneas de tinta. Al menos, eso puedo entrever cuando alza los brazos y se le levanta la camiseta ajustada.
Me sobresalto ante un disparo de flash.
— ¿Todo bien? —pregunta, con su acento italiano.
Asiento, aturdida, lo que le arranca una hermosa sonrisa.
—Non accariare li mani e stira la schiena
Dejo caer los brazos a ambos lados de mis costados, soltando las manos, y estiro la espalda tal y como me ha indicado.
— ¿Tu primera vez? —pregunta, una vez más con ese acento tan ma.
—Sí...
—Te ves nerviosa.
Apunta con su lente, enfoca y dispara.
—No estoy haciendo esto por diversión —le recuerdo.
—Pues podrías dedicarte a esto —se esconde tras la cámara y susurra—: si bellissima...
Me muerdo los labios al mismo tiempo que desvío la mirada, utilizando dichos gestos como una excusa para cambiar de pose. Al cabo de unos cuantos destellos fotográficos, me veo con el valor suficiente desplazar las caderas y mover los brazos en un tímido intento por emular las imágenes de aquellas modelos.
Más tarde, Andrea se detiene y echa un vistazo a la pantalla de su cámara.
—Quanto sordi ti servivano, carusa? —pregunta, sin dirigirme la mirada.
—Quinientos mil euros.
Sonríe.
—È tanta lira. Te tocca guadagnatilla.
Entonces retomo mi postura inicial y cruzo los brazos sobre el pecho a modo de protección.
—Ya sé que debo ganármelo —contesto, desafiante.
—A che stai ddisposta p' la mità di sti sordi?
Sopeso sus palabras. Por el momento, solo está dispuesto a entregarme doscientos cincuenta mil... Y me parece un capullo.
—Haré cualquier cosa.
Andrea se echa a reír.
—È 'na scommessa bbuona e coraggiosa.
—Lo sé.
Se humedece los labios y luego, como si un destello travieso hubiera cruzado sus ojos, comienza a asentir lentamente.
—Ti dispiace se ti fotografo lu corpu? —interroga, con tono inocente.
—¿Acaso no me has fotografiado ya de cuerpo entero?
—Non m'arrifirivo a chiddu
—¿Qué? Yo... —arrugo la frente a la vez que meneo la cabeza—. No entiendo.
—Hai detto ca eri pronta a fari qualuncosa
«Dispuesta a hacer cualquier cosa...»
— ¿A qué te refieres con fotografiarme el cuerpo? No lo entiendo...
Pero entonces la confusión se disipa en cuanto recuerdo el estado en el que se encontraban aquellas modelos del corcho. Apenas unas diminutas bragas de color blanco cubrían sus partes íntimas mientras sus pechos parecían estar protegidos tras las palmas de sus manos.
Una lágrima se desliza por mi mejilla al tiempo que las hombreras de mi sostén caen por mis hombros. Intento controlar la respiración mientras me distraigo desabrochándome los pantalones. Se me eriza la piel a medida que estos resbalan por mis piernas. Una vez en el suelo, los pateo y echo hacia un lado junto al resto de ropa.
—Bellísima... —saborea las sílabas.
Andrea dispara antes de que tenga tiempo de cubrirme el pecho con las manos. Cuando lanza la segunda instantánea, me encorvo y cruzo los brazos.
—No lo hagas —me ordena, esta vez con semblante serio.
Hago caso omiso a sus palabras y continúo protegiéndome de la cámara.
—Chanel, no.
Puesto que no obedezco, Andrea se acerca con zancadas decidas hasta mí y me agarra de los brazos. El primer contacto es suave, una leve caricia que recorre mi bíceps y desemboca en mi cintura. Se entretiene con la línea de mi abdomen antes de cernir sus dedos en mis caderas y arrimarme contra su pecho. Acerca su boca a mi oído, respirando lentamente encima de mi cuello antes de dejar impreso sus labios en mi piel.
—No te voy a violar, no te preocupes... —me susurra, sin despegarse de mi cuello.
Mi estómago se revuelve y amenaza con vaciarse sobre la tarima.
—Déjame marcharme... por favor...
—Cuando terminemos la sesión —contesta.
—No quiero seguir, quiero irme... —insisto.
—Il mio amore...
Apenas tengo fuerzas para empujarlo y, por si fuera poco, este estado de parálisis desata en mí un torbellino de lágrimas.
—No tiembles —sonríe—. Solo haz lo que te pido e sarai libera...
Una bomba estalla en mi pecho, el aire se atasca en mi garganta, y los escalofríos se ceban con mi columna, que se retuerce a cada sollozo. Andrea, por su parte, se lleva una mano a la entrepierna y comienza a tocarse. Con la otra mano, dirigiéndose hacia mi boca, me pide que la abra para introducir dos de sus dedos en ella.
—Chúpalos.
Hace presión para alcanzar mi garganta con las yemas. Me atraganto, toso y vuelvo a llorar.
—Tienes que cooperar conmigo si quieres salir de aquí con vida...
Entonces, chillo.
Un grito que me desgarra la piel, e incluso provoca que la mano de Andrea aterrice contra mi pómulo. El suelo me abraza, así como mis brazos se enrollan en torno a mi torso.
—¡Puttana sporca, meriti di esse violata!
Escucho la puerta del estudio abrirse. Aunque no veo quien entra, hundo mi cara en la tarima en un intento por ocultar tanto mi llanto como mi vergüenza.
— ¡¿Qué has hecho?!
Golpes al aire. Voces masculinas. El caos se desata en treinta segundos, durante los cuales no me atrevo a levantar la cabeza o plantearme si quiera huir de la escena.
— ¿Chanel? ¡Chanel!
De repente una delgada figura se acuclilla a mi lado. Reconozco su perfume, así como la camisa que este extiende sobre mi espalda.
«¿Cómo me has hecho esto?».
—Ya estoy aquí, tranquila...
Los brazos de Neón se cuelan bajo mis rodillas, levantándome del suelo hasta sostenerme contra su pecho.
—Lo siento, lo siento... —murmura, para sí.
Escondo mi cara entre el hueco de su cuello y opto cerrar los ojos mientras nos lleva fuera del estudio. Atrás queda el cuerpo inmóvil de Andrea, que yace reclinado en una esquina del estudio, así como el pasillo donde altos ejecutivos comparten copas y promesas, o la multitud enardecida en pleno comedor, cuyos bailes desentonas con los ritmos del dj... Hasta que mis pulmones se encuentran con la suave brisa del exterior.
Con la delicadeza con la que depositaría una figura de porcelana, Neón me planta en el suelo. En vista de que mis músculos continúan agarrotados, se dispone abrocharme los botones de su camisa.
—No me toques —le aviso.
Retrocedo, mientras él alarga el brazo para alcanzarme.
—No me toques —repito.
—Chanel...
— ¡No me toques! ¡Aléjate!
—Yo... no sabía...
— ¡Claro que sabías lo que iba a ocurrir, pero te importó una mierda! ¡Me mentiste!
—No...
— ¡Eres una mierda de persona!
Neón baja la mirada, como si le apenara mi ataque. ¡Pero me la suda!
—Si no querías ayudarme, podrías habérmelo dicho. Si tantas ganas tenías de deshacerte de mí...—la ansiedad quiebra mi voz—. Pero esto que he vivido esta noche, no se lo merece nadie...
—Lo siento... —murmura, buscando mi mirada.
—Humillar a una persona de manera tan cruel... ¿cómo has podido? —le enfrento.
Neón da un paso en mi dirección, pero levanto un dedo en señal de advertencia.
—Ni se te ocurra.
—Yo... —agacha la cabeza, traga saliva y se rasca la nuca—. No entiendo nada. Andrea es alguien con bastante buena reputación y...
—...no vuelvas a mencionarlo.
—Es que no lo entiendo...
—...cállate.
—De haber sospechado algo, habría estado contigo desde el principio.
— ¡Cállate ya! —mi pecho se infla con la misma intensidad con la que mis uñas se clavan en mis palmas—. ¡Cállate y déjame en paz!
—Te prometo que no tenía ni idea... —insiste.
—Que no tenías ni idea...
Retengo el insulto que rasga mi garganta y me decanto por respirar. El aire me hace cosquillas a su paso por la nariz; es relajante, pero no tanto como un cigarro.
—Se acabó —confieso.
— ¿Cómo?
—Nuestra aventura termina aquí —Neón abre la boca para protestar, pero le interrumpo—: Devuélveme el bolso, llamaré a un taxi.
—Chanel...
— ¡Mi bolso!
Neón parece dudar. Entonces se lo arrebato de las manos. Antes que encontrar el móvil prefiero buscar la billetera y liarme un cigarro. Nada más encendérmelo, echo andar por la carretera bajo la arrepentida mirada de Neón. Ya nada me importa; ni el viento que atraviesa la camisa que cubre mi torso, ni las piedras que se clavan en mis pies descalzos.
Aquí acaba todo.
***
Uf, estuvo fuerte.
¿Qué os ha parecido? ¿Qué opináis de estos dos?
Me encantaría saberlo jejeje
Aquí os dejo mi Instagram donde estaré haciendo edits y esas cositas: marbookss.oficial
Os quiero mucho, un besito ♥
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