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Lucha trivial

Mathew escupió a un lado y miró con recelo un paquete de plátano deshidratado que había encontrado en su mochila incorporada.

En la etiqueta, ponía clara y sencillamente que los ingredientes eran; plátano. Sólo eso.

Y le daba mala espina.

Abrió el paquete mientras caminaba sin rumbo fijo, y se introdujo una lámina de plátano en la boca, aunque parecía en realidad una patata frita, no una rodaja de plátano.

La masticó ruidosamente y se sorprendió al notar cómo el trozo de plátano se inchaba en contacto con la saliva hasta parecer un trozo real.

Se encogió de hombros, aunque nadie lo vio.

Siguió comiendo, y cuando la bolsa estuvo casi vacía notó una sensación muy familiar; algo frotándose contra su pierna.

Miró hacia abajo, y vió la cara de su amigo reptiliano, observándolo atentamente.

—Hola —dijo Mathew haciendo un ademán de acariciar el reptil—. No creo que tenga nada que te pueda gustar.

El reptil se apartó de Mathew y evitó que lo tocara.

Era extraño... extremadamente extraño.

Le lanzó un trozo de plátano, y vió cómo el reptil lo agarraba furiosamente y lo despedazaba en menos de dos segundos.
Si fuera más grande, Mathew habría temido por su vida.

El reptil, al ver que Mathew seguía andando, subió correteando por la pierna del chico hasta su hombro.
Le había rasguñado la pierna, la espalda y parte del hombro, pero eran heridas leves. Nada grave. Rasguños.

Mathew miró al reptil y le dió otro trozo de plátano.
Siguió andando, cuando empezó a oír de nuevo algo extraño, que no encajaba en ése planeta.

Música.

Pero ésta era diferente; era... era...

Agitada. Y peligrosa.

Oyó un grito a lo lejos, a su derecha, y salió corriendo en esa dirección.

Había sido un grito grave.

***

Charlie emitió un sonoro "Ugh" al chocar contra el suelo, y miró sus pies, para ver cómo una araña gigante le observaba con unos ojos negros e insondables.

Lo había liberado. Había estado atado con su seda y lo había liberado. ¿Por qué?

Era una buena pregunta.

Recordó qué había sucedido; los habían emboscado. Mientras descansaban.

***

Unas sombras se abalanzaron sobre ellos, los ataron, y requisaron todas sus cosas.

Charlie miró a todos lados, pero no vio a Mathew. No estaba. Habría salido a mear o algo parecido.

No lo tenían como prisionero.

Le dieron un golpe en la cabeza y cayó inconsciente.

***

Charlie vio cómo de entre la multitud de insectos (que se abrió como la aguas ante Noé) una chica pelirroja, con el pelo corto y con algunas zonas del traje mimético desgarradas (los brazos mayoritariamente), se acercó a él y le sonrió con cierta fanfarronería.

Al momento siguiente, uno de los insectos les alcanzó un montón de objetos y trastes, del cual la chica sacó un puñal con una hoja que recordaba a la escama de un reptil.

Charlie se quedó paralizado.

¿Qué estaba sucediendo?

—Elige un arma —le dijo la chica en alemán.

Charlie, que conocía algo de Francés, Español y de Alemán, entendió la frase, a lo que le dedicó su mejor mirada de estupor.

—¿Cómo has dicho?

—Escoge un arma —repitió la chica mirando el "público"—, o nos matarán a los dos.

Charlie abrió los ojos de par en par y miró el montón de objetos.

Cubos de metal, unos palos afilados, unos cuantos cuchillos de cocina (del Buque sin duda), unas ramas con espinas...

Y, ahí en medio, una pistola.

Fue cómo un rayo de esperanza en la noche más oscura. Tenía posibilidades de sobrevivir a lo que él creía que sería una lucha masiva contra todos los insectos que estaba viendo, puesto que le habían entrenado en el arte del disparo para proteger a Mathew (en unos cursos intensivos de guardia personal), además de que había cazado codornices varias veces en su infancia junto a su padre.

Agarró la pistola, y un impulso le obligó a coger también un cuchillo.

La chica le miró, pero no dijo nada.

Charlie comprobó la recámara, hizo lo mismo con el cargador (pieza clave para la creación de los proyectiles térmicos), y desbloqueó el gatillo del seguro.

El arma emitió un leve zumbido al activar el núcleo térmico del cargador, y Charlie frunció el ceño al ver cómo algunos insectos se adelantaban un poco, pero sin llegar a atravesar el círculo.

Los tambores empezaron a resonar.

—¿Vamos a matarlos? —preguntó Charlie dándole la espalda a la chica.

Colocó sus manos bien; la pistola en la derecha, el cuchillo en la izquierda.

De repente, un dolor desgarrador le cruzó la espalda, a lo que un grito desgarrador de dolor le cruzó la garganta.

—Regla número uno, pequeño hijo de mala madre —dijo la chica acercándose a su oido—; nunca des la espalda a tu contrincante.

Y, con un tirón, la chica sacó la daga de la espalda de Charlie.

Los insectos no eran los enemigos. Eran meros espectadores.

Y él era el espectáculo.

***

Mathew siguió corriendo.

Avanzó por las raíces, saltando, esquivando, cuando se golpeó la cabeza con un obstáculo.

Maldijo por lo bajo al tocarse la nariz y verse sangre, y miró qué había sido lo que le había provocado el golpe.

Una caja de suministros, enredada en las lianas a la altura de la cabeza.

Cortó las lianas con su cuchillo, se lo guardó en la mochila y abrió la caja.
No vio nada útil.

Sólo habían unos tubos de plástico de algo llamado "algodón pólvora".

Le pareció gracioso el nombre.

Se guardó dos tubos en la mochila, dado que no tenía mucho espacio, y siguió avanzando.

Tras interminables minutos caminando y chocando, Mathew al final salió a una zona despejada.

Era un claro, de por lo menos mil metros cuadrados, el cual estaba rodeado por insectos gigantes que hicieron que la respiración de Mathew se acelerara y que el traje mimético se activara, haciendo que se confundiese con la flora salvaje.

Se preguntó qué sucedía allí, y oyó los sonidos característicos de una refriega; golpes, maldiciones, gritos intermitentes de dolor... y disparos. Muchos disparos, de esos tan característicos de las pistolas de las que Charlie hablaba. Los "Tzum".

Subió a un árbol, escalando por las lianas (que eran pegajosas y de colores vivos) y llegó a vislumbrar dos figuras luchando en un círculo de rocas.

—Cap, ¿qué crees que esté sucediendo allí? —preguntó Mathew.

—Dos usuarios —dijo la IA—. Hay dos usuarios... luchando, señor.

—¿Cómo? —preguntó Mathew— ¿Entre ellos?

—Sí señor. Y por lo que puedo observar con el zoom, el usuario apodado como Gary está ahí. Junto con los clones del Buque y con el usuario Rackoon Charlie.

Mathew abrió la boca de par en par.

—¡¿Qué?! —gritó.

—A juzgar por su comportamiento, están enzarzados Rackoon Charlie y una usuaria desconocida en algún tipo de pelea con patrones indígenas de combate.

—¿Eh?

—Una pelea a vida o muerte para demostrar si se es el más fuerte. Al parecer, comparte cierta similitud con la que usted realizó con aquél usuario evolucionado.

Mathew se llevó los dedos a la espalda, donde la herida de la pelea reposaba bajo una gasa y unas cuantas compresas.
Dejaría cicatriz.
Aunque, en el fondo, le atraía la idea. ¿Quién no quería parecer más fuerte y peleón con unas cuantas cicatrices?

—¿Una pelea de ese estilo entre dos humanos? —dijo Mathew—. No lo creo Cap. ¿Y porqué hay... tantos... insectos a su alrededor?

—Tengo una teoría —dijo Cap.

—Pues suéltala de una vez.

—No entiendo la frase. No se puede soltar las palabras orales dado que no son materiales...

Mathew suspiró.

—Es una forma de hablar, Cap. Por favor, dime de una vez la maldita teoría.

Pasaron unos segundos.

—Tal vez estén sirviendo como espectáculo a los organismos alienígenas —dijo la I.A.

—¿Qué dices? ¡Éso es una atrocidad! —exclamó Mathew.

Vio cómo una figura se caía al suelo y giraba haciendo la croqueta para evitar ser golpeado por la otra figura.

—Le recuerdo que en Roma habían espectáculos donde varias personas se mataban para entretener a unos cientos de humanos.

—Cap, eso sucedió hace...

—Hace dos mil trescientos años. Lo sé; consta en mi base de datos, pero sí que es lo mismo.

Mathew tragó saliva.

—¿Y qué puedo hacer? —preguntó.

—No puedo darle opciones debido a que estoy programado para protegerl...

—¡A la mierda tu programación! —dijo con un alarido Mathew— ¡Explícame una maldita manera para hacer parar a ésos dos antes de que se maten!

La I.A. guardó silencio.

—¿Cap? —preguntó Mathew.

—¿Está seguro de que desea desactivar el archivo base de protección del usuario? —preguntó la inteligencia artificial.

La expresión neutra de Cap le erizó el vello a Mathew.

—¿De qué me estás habland...?

—¿Lo desea sí o no? —le interrumpió Cap—. No volveré a preguntarle nunca más. Nunca. ¿Desea que desactive y desvincule el programa base de protección al usuario?

Mathew miró el círculo de piedra.
Luego, vio cómo unos sacos extraños colgaban de unos postes.

Tragó saliva.

—Sí —dijo, con la garganta pastosa.

—En tal caso —dijo Cap con una sonrisa irónica—, será mejor que le diga cómo salvarlos cuanto ántes...

Mathew escuchó atentamente, preguntándose mentalmente si había cometido un error.

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