
Expedición al país de nunca jamás
Música recomendada para la lectura:
I see fire
(Ed Sheeran)
Eso se parecía demasiado a la película de Peter Pan. Aquella de Disney.
Mathew iba delante, con Charlie a su lado y con Gary justo detrás, siguiéndoles.
Detrás de ellos, los cuatro clones andaban extrañados; los dos primeros (bautizados como Daniel y Alexander) cargaban con bolsas improvisadas (con sábanas, que sobraban), repletas de comida (que constaban en carne artificial, en barras de insecto aderezadas con miel y en multitus de sobres de comida iofilizada) y de los recipientes que contenían el agua. Detrás, el clon "armero" (habían decidido llamarlo Steve porque le había parecido un nombre apropiado a Charlie) cargaba con una lona atada a la espalda, de la que sobresalían varias puntas metálicas y afiladas. Luego, y para cerrar la fila, estaba Walter, el clon destinado a cargar y manipular el equipo de comunicaciones que consistía en una radio y unos cuantos walkie-talkie.
Eran, por así decirlo, los niños de nunca jamás. Niños que nunca más verían su casa, que estaban en otro mundo... aunque ellos sí crecerían.
Si no morían antes, claro.
¡Oh! Y Gali...
No lo habían vuelto a ver. Mathew lo buscó junto con Charlie, pero llegó un momento en el que los dos se dieron por vencidos.
—Un descanso —dijo Charlie, que había adoptado el papel de líder. Todos los clones se desplomaron en el suelo—. Ya sabéis, agua y comida racionados hasta encontrar otras fuentes potenciales. Y si decidís pasear, haced marcas en los árboles. No quiero más bajas... de las necesarias.
Mathew se sentó en el suelo y bebió un trago de agua ferruginosa. Estaba deliciosa, a su parecer, aunque no le hacía mucha falta debido a que se había llenado el estómago con agua y carne antes de salir.
Estaban en la espesura desde hacía un par de horas, y aún no se había hecho de noche, lo cual era raro.
—¿Aún no ha anochecido? —preguntó Charlie mientras miraba a través del techo frondoso que formaban las ramas de los árboles—. Éste planeta está loco.
En todo el trayecto que habían realizado, Mathew no había visto que los árboles tuvieran una sola hoja. Ni una. Sólo vió elechos, algunas plantas extrañas que se replegaban al contacto con cualquier cosa, una planta con forma de punta de flecha que se clavaba en el suelo al pasar a su lado...
—Aquí hay dos soles —dijo Mathew, con los ojos cerrados—, así que el día dura bastante más que la noche. Creo que... si en la tierra duraba doce horas, aquí dura unas veinte. O algo así. Y la noche... creo que diez horas solamente.
Charlie gruñó por lo bajo y se sentó en el suelo. Miró a Gary y le hizo un gesto para que se acercara.
—Haz guardia —dijo Charlie—. A saber qué criaturas nos estarán mirando para comprobar si somos comestibles.
Gary se estremeció, y cuando casi se fué Charlie le tendió algo.
Una... pistola.
—Tiene unas cargas térmicas —dijo, y al ver la expresión de Mathew añadió—; tecnología nord-coreana. Son como las pistolas de rayos láser de los cómics. O como las de...
—Me ha quedado claro —dijo Mathew.
—La cuestión es que no tienen munición, pero tienden a sobrecalentarse. Ten cuidado —le dijo Charlie a Gary, aún aferrándose a la pistola.
Gary tragó saliva, asintió, y se sentó en el suelo con la pistola en el regazo.
—¿Crees que es seguro darle un arma? —dijo Mathew mirándole de reojo—. Puede dispararse en el pie.
Charlie rió y se acarició su pie derecho.
—Se acordaría de no apuntarse nunca más al cuerpo.
Mathew sonrió y durmió profundamente bajo la sombra de un árbol con frutas de color azul eléctrico.
***
La música era melodiosa. Como ambrosía celestial nunca antes tocada para un ser humano.
Abrió los ojos.
Estaba en el mismo lugar; Galatea II, debajo del árbol de frutos de un color extravagante...
Pero no estaba la expedición.
Se percató de que la música aún seguía tocando, y miró a su alrededor. No veía más que árboles, árboles y... ¡Oh!
Más árboles.
Vió que, por encima de su cabeza y del techo del "bosque" (o jungla) se estaban formando nubes grises y negras.
Nubes de lluvia.
Iba a ser la primera vez que lloviera en su estancia en ése planeta, pero Mathew apartó la idea, y buscó por la zona cualquier indicio de que hubiera habido una refriega.
No había sangre.
No había armas.
No había nada.
Se llevó las manos a la cabeza, y notó que la música aún seguía. ¿Por qué? ¿No era sólo un producto de su imaginación?
Entonces... ¿Por qué era tan lúcida?
Miró en la dirección de la que provenía, y se percató de que, en uno de los árboles, había una marca a la altura del pecho.
<<Haced marcas si os vais>> había dicho Charlie.
Miró el lugar, que no tenía nada de valor, y se encaminó tras el rastro de marcas en la madera.
Avanzó lentamente durante un par de horas, y al final la noche le sorprendió, engullendolo junto con todo lo demás.
Mathew utilizó a Cap como fuente de luz, puesto que allí no había ni plantas ni insectos bioluminiscentes, y siguió avanzando mientras se aseguraba de que las marcas lineales (hechas por una uña afilada o por un cuchillo) no desaparecieran.
La música le acompañó durante todo el trayecto.
De repente, empezó a llover.
Mathew, en cuestión de segundos, se vio empapado y calado hasta los huesos.
Por un instante horrible una idea le pasó por la cabeza; ¿Y si el agua era tóxica? ¿O ácida? ¿O...?
—Ésta lluvia está compuesta por H2O señor. No hay peligro de exposición —dijo Cap, desde la muñeca empapada de Mathew.
Mathew sonrió, lentamente y poniendo una mueca de placer, y alzó la cara para que la lluvia le diera de pleno en su rostro.
Era...
Era... simplemente...
Increíble.
Se sentía como si no se hubiera dado un baño en siglos. Aunque, pensándolo bien, era así.
Concretamente, dos siglos.
Cerró los ojos, y disfrutó del agua. Abrió la boca y paladeó un poco.
Tenía un ligero sabor dulce..
Entonces, de entre la espesura, algo le llamó la atención. Un ruido anormal.
Pasos.
La lluvia camuflaba el sonido, sin duda, pero...
Eran pasos. Lo sabía tan bien como que estaba respirando.
Se percató de que, arriba, los árboles extendían sus ramas y creaban un techo de corteza, creando un techo artificial e impidiendo que el agua cayese al suelo.
El agua no iba a las raízes. Ese... esos árboles no tenían raízes. Conducían el agua por unos conductos de corteza hasta unos agujeros que había en el suelo.
Eran un solo organismo.
Y tenían sed.
Mucha sed.
Mathew se limpió los ojos y vió cómo unos apéndices de madera se alzaban, imponentes, para atravesarlo y obtener así sus fluidos.
Todos sus fluidos.
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