Cuando los árboles canten
Gary tropezó por quinta vez con una rama y perdió momentáneamente el rastro de sangre.
Llevaba andando a trompicones... ¿Cuánto?
¿Trescientos metros?
¿Quinientos?
¿Diez?
El reptil, que se estaba adentrando más y más en la espesura, paraba cada dos metros para girar la cabeza y asegurarse de que Gary aún lo seguía. Tenía una actitud impulsiva y alegre, y le esperaba cuando Gary se quedaba rezagado.
Por eso sabía que le estaba guiando hacia algo.
Utilizó el cuchillo tosco como un machete, pero no sirvió de mucho debido a que el filo estaba ya muy desgastado y que la hoja se doblaba a cada golpe. Por no mencionar que la hoja era de apenas medio palmo de longitud.
Maldijo por lo bajo al hacerse él un corte.
—¿A dónde me llevas? —preguntó en voz baja con un ápice de rencor en la voz.
Mathew le había avisado de las criaturas que habitaban el planeta.
Y no le gustaba nada la idea de encontrarse con una.
El reptil no le contestó, claramente. Habría sido muy raro.
Siguió caminando, mientras notaba cómo las ramas y los detritos acumulados a lo largo del tiempo en el suelo crujían bajo sus pies.
Aspiró el aroma fresco (parecido al de la menta o al de la hierbabuena) y miró alrededor.
Escuchaba... algo. Un silbido leve y armonioso que surgía de los árboles, y al mirar hacia éstos, se dió cuenta de que en la corteza asomaban hendiduras y agujeros, hechos por las criaturas que habitaban los árboles y que se habían marchado hacia tiempo, anbandonandolos y dejándolos agujereados.
El viento era el que hacía ese sonido. Ese silbido.
A lo lejos, Gary creyó apreciar algo azul que relucía.
Caminó un poco más rápido, apartó ramas, aplastó insectos y puso muecas de asco hasta llegar al destello.
Atravesó los árboles, y se dió cuenta de que el reptil había desaparecido, dejándole solo... ante unas vistas espectaculares; estaba con la cabeza levantada, mirando al cielo, y maravillado por las plantas y los animales que poblaban la pared rocosa que parecía un acantilado.
Era... algo que le producía vértigo con sólo pensarlo.
Miró alrededor, y vió algo que le heló la sangre.
Mathew.
Cubierto de sangre fresca, y encogido sobre sí mismo.
Rodeado de cadáveres sin cabezas.
Reprimió un grito, y avanzó un poco para tocar a Mathew y comprobar si, en efecto, estaba... muerto, cuando alguien chistó.
Miró a su alrededor, y vió que Mathew estaba con un ojo abierto y con la cara pálida, como si hubiera visto un fantasma. Entonces volvió a chistar y le hizo una seña a Gary para que saliera de ahí cuanto antes.
—¿Qué sucede? —preguntó en voz baja.
—¡La mantis! —susurró frenéticamente Mathew con pánico en los ojos—. ¡Éste es el nido de La mantis!
Gary no comprendió las palabras de Mathew, hasta que vió a lo lejos a una criatura enorme y de color verde, devorando una cabeza... y arrancandole los ojos.
Los estaba ensartando en un collar.
¿Un collar? ¿Acaso ésa cosa era inteligente?
Por lo visto, así era.
Había estacas con calaveras (la mayoría no humanas) de un color gris cenizo, que Gary reconoció como efigies.
—Aprovecha ahora —susurró Gary—, huye ahora.
Mathew le dedicó una mirada apesumbrada, y en ese momento el muchacho vió que Mathew estaba...
Abrazado.
Abrazado a uno de los cadáveres.
—¿Es...? —preguntó señalando el cuerpo sin cabeza.
Mathew asintió.
—Recoge una muestra de ADN y vayámonos, ya la clonarás en la nave.
—¿Una muestra? ¡El plan era conseguir los ojos!
—Da igual —susurró Gary observando de reojo a La mantis, que le daba la espalda—. Coge un pelo y vayámonos.
—¿Un pelo? Por si no te has percatado, genio, no tiene C-A-B-E-Z-A.
Gary se revolvió el pelo, desesperado.
—¡Coge un pelo púbico y vayámonos! —susurró alzando la voz.
La mantis levantó la cabeza ligeramente, y los hombros quitinosos brillaron bajo la luz de las dos estrellas.
Mathew le dedicó su mejor cara de gilipollas a Gary.
—¿Un pelo púbico? ¡¿Un pelo púbico?! —susurró casi alzando la voz, iracundo.
—Cálmate y coge el dichoso pelo.
—¡Que me calme! —susurró Mathew entre dientes—. ¡Eres tú el que quiere que arranque un pelo de... de... de la... de lo que tú ya sabes! ¡Y de mi novia muerta! Además, y por si no te has dado cuenta, sólo tengo medio cadáver, idiota.
Gary iba a contestar cuando un grito lejano le calló.
El grito era estridente, repleto de pánico... y anormalmente humano. Un grito cargado de ira, impotencia y de las últimas fuerzas de alguien por vivir.
Mathew y Gary se giraron a tiempo de ver cómo la mantis le arrancaba la cabeza de cuajo con un mordisco a un chico, con el mismo traje mimético que el resto de usuarios.
Habían un par de... ¡Chicos! vivos y colocados en lo que parecía ser un corral de madera hecho con árboles caídos y con hojas con forma de triángulo.
Una idea descabellada, pero lógica, le llegó a la mente en esos momentos a Mathew.
La mantis los estaba cazando.
A todos los usuarios.
Miró a su alrededor, buscando algo, cualquier cosa mejor que sus puños para atacar a La mantis, cuando vió con algo de sorpresa el cadáver de un miembro de seguridad... del Buque 01.
Mathew no le dió vueltas al tema. Más bien, le dio la vuelta al cadáver, para ver si encontraba por lo menos una pistola... cuando se encontró con que, atado a una especie de sujeción, había un subfusil de color blanco y gris, con algunas manchas carmesís en el metal.
Las manchas eran sangre. De eso no había duda.
Desenganchó el subfusil y se ajustó el arnés de la sujeción al pecho, le quitó el cinturón al miembro de seguridad y se lo colocó, desechando el anterior, y miró a Gary.
La pistola.
"No dejes a Gary desprotegido pedazo de gilipollas" pensó.
Rebuscó en su mochila con cuidado de no hacer ruido, y tanteó hasta encontrar lo que buscaba; la pistola.
—Toma —le dijo Mathew dándole el arma.
Gary la cogió con los ojos abiertos de par en par y le dedicó una sonrisa irónica a Mathew.
—No sé utilizarla —dijo.
Al instante, Mathew supo que Gary acababa de cometer la cagada del siglo; había hablado casi en voz alta, y su voz había desafinado con el típico gallo de la adolescencia, produciendo un gritito agudo.
La mantis se giró hacia ellos, y Mathew casi pudo jurar que le miró primero a él, y le dedicó una mirada malévola. No lo sabía. No había manera de saberlo.
Pero él lo presentía.
—¡Maldito bichejo! —gritó Mathew al aire con la saña y rabia que ocultaban su miedo—. ¡Eres un gran pedazo de mierda alienígena! ¡Ven aquí, que la Tierra tiene un mensaje para tu culo extraterrestre!
—¿Pero qué estás...? —empezó a preguntar Gary, pálido.
Mathew mandó callar y señaló el subfusil.
No había tocado uno en su vida, pero claro, no podía ser muy diferente de los videojuegos.
¿No?
—¡¿Quieres oír el mensaje, asesino?! —gritó Mathew agarrando el subfusil, esforzándose por no mearse encima por el miedo— ¡Te lo diré ahora mismo!
La mantis ladeó la cabeza.
Di un tirón a una palanca que había en un lateral del subfusil.
Oí el característico "clack" de un arma cargada.
—¡Masca plomo hijo de la gran puta! —gritó Mathew apuntando a La mantis y apretando el gatillo.
"Click"
Mathew se quedó helado.
¡Claro! ¿Cómo no lo había pensado?
¿Por qué iba a haber un cadáver con un arma, si podía haberla utilizado para salvarse el miembro de seguridad?
La respuesta era sencilla. Tan sencilla que le produjo un escalofrío a Mathew cuando La mantis se levantó del suelo y empezó a avanzar hacia él.
"Las balas" pensó ". El de seguridad ya gastó las balas".
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