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Algo de buena suerte... y de mala

Después de enterrar a Alexander (claramente murió), todos se alejaron de los árboles frutales (salvo de los de frutas de colores apagados) y exploraron el lugar, para poder saber dónde estaban... y poder localizarse.

Galileo había estado allí, entre las sombras, mientras Alexander agonizaba, y no pudo evitar que una sonrisa de placer le surcara el rostro al ver el espectáculo.

El Gal-01 y las modificaciones genéticas que se había implantado habían hecho que su TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) desapareciera, junto con algunos detalles y fallos biológicos que había tenido al nacer... pero obtuvo algo mucho peor que todo eso.
O, mejor dicho, perdió algo.

Tuvo que hacerse operaciones a sí mismo a corazón abierto, sin anestesia, sin material de desinfección...

Y perdió su cordura. Junto con algunas terminaciones nerviosas.

Por eso disfrutaba con el dolor, y, ante cualquier excusa, mataba tantos clones como le era posible... hasta que llegó ese chico.

"Maziu " pensó, con su fingido acento sureño ". Se llama Maziu. Y el pequeño niño... se llama Kapp."

Tenía una misión desde que lo había visto, que era arrebatarle al pequeño niño. Pero... al ver a su hermano... algo muy viejo salió a la luz. Algo que hizo que sus cien años de vida no fueran nada en el aspecto de la maduración.

El odio.

Por eso se escapó antes de que pudieran pedirle que fuera a esa expedición. Por eso atrajo a los insectos a su campamento y escondió a Mathew para matarlo (y comerlo) después... aunque se escapó, y desbarató sus planes.

Y lo peor de todo; que encontró una de las cajas de suministros de las cápsulas de los usuarios. Y, para colmo, ésa caja estaba llena de un explosivo censurado que le había servido para liberar a esa panda de amigos suyos.

¿Lo único bueno de todo eso? Fue que uno de ellos murió.
Eso fue lo único bueno.

Aún no se había mostrado ante ellos, así que aprovechó eso; había observado que uno de ellos estaba mal. Muy mal. Y podía matarlo (matarla, en su caso) mientras dormía... aunque no debía.
La idea le era demasiado tentadora.
Demasiado.
Pero debía respetar su plan.
Debía respetarlo.
Si no, todo se podía ir al garete. Y él no quería eso.

Quizá y solo quizá, esperara un poco para hacer algo.
Pero solo un poco.

Masticó con furiosidad la cabeza de un reptil salvaje (aún vivo) que paseaba por ahí, y sonrió, mostrando unos dientes amarillentos manchados de sangre y de fluidos internos.

Quizá esperara.

***

Mathew estornudó y se limpió la nariz con un pañuelo, mientras que en la película del autocar una explosión acaparaba toda la pantalla.

Era viernes. Había accedido de buena gana a una invitación de Elisa... y aún, a los veinte minutos del inicio de la película, no había aparecido.

Se acomodó en el techo de su vehículo reglamentario de la HEO (le había costado subirse, y no quería caerse), cuando un susurro a su izquierda hizo que diera un brinco y por poco no cayera al suelo.

—¿Pero qué...? —exclamó Mathew, arreglándose el pelo, que se le había despeinado horriblemente.

—¡Had el barco! —susurró Stuart, junto con Charlie, que se estaba riendo por lo bajo y por poco no tiraba los refrescos que llevaba en la mano.

Stuart era su compañero de cuarto. O, al menos, lo había sido durante bastante tiempo, pero al declarar la lista de los Nómadas (término vulgar que hacía referencia a los colonizadores de planetas) él no había aparecido en ella, así que lo habían trasladado al ala D, que era el primero de los tres edificios (D, E y F) destinados a la residencia de los no-aptos del programa.

Pero eso no había sido impedimento para que fueran amigos... o, al menos, hasta que se fueran del planeta.

La lista de los Nuevos Fundadores no había sido hecho pública... aún.

—De had nada —dijo Mathew entre susurros para no interrumpir a los que estaban viendo la película—, o subís u os quedáis en tierra, grumetes.

Charlie sonrió, y de un brinco subió al capó, para luego subirse al techo del coche.
Stuart tardó algo más.

Su nombre completo era Stuart Robinson Willie Tercero, pero en general ese nombre había sido objetivo de burlas y de algo de bullying, así que no lo utilizaba. Sólo utilizaba Stuart Robinson.
No más.

Era un chico de complexión débil y enfermiza, con tendencia a resfriarse con facilidad y con poca resistencia física.

Realmente, habían sido todas esas cosas (y no sus notas) lo que había hecho que no fuera seleccionado como Nómada. Salvo el aspecto de la condición física, ese daba igual; a lo largo del viaje espacial, se despertaría a los usuarios con unas órdenes emitidas desde la Tierra, y se haría que hicieran ejercicio físico. El que fuera. Desde mover los dedos... hasta correr en el sitio (si había espacio, claro).

—¿Queda alguien por venir? —preguntó de voz alta.

Alguien sentado en un Volvo NeoGenesis chistó para que callara. Era una pareja, adolescentes jóvenes, besuqueándose.
Lo típico en una sociedad superpoblada; más procreadores compulsivos.

—Falta Elisa —dijo Mathew con un tono de voz bajo, pero suficiente para que Stuart le oyera—. Tengo palomitas para esperarla. Y caramelos.

—¿Freesy Popes? —preguntó Charlie— ¿Twinkies? ¿Twix? ¿Tienes Nuke Candy's?

Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro.

—Tengo esos... —dijo Mathew, abriendo su mochila— y más.

Un brillo extraño le centelleó en los ojos.

—¿Cómo has conseguido tantos? ¿Te has gastado toda la cartilla de alimentos en chucherías? —preguntó Stuart, admirando los vapores fluorescentes que emanaban los dulces.

Mathew sonrió.

—No. He logrado infiltrarme en el gobierno y hacerme otra cartilla únicamente para dulces —dijo con una sonrisa avergonzada.

Charlie le dirigió una mirada urgente.

—¿Que has hecho qué? —preguntó— ¿Y cómo?

Aún no era el siguiente en la línea política de Estados Unidos (pero sí que era novio de Elisa), aunque Charlie le protegía como a su hermano pequeño. Aún no se le había asignado como protección personal. Ni siquiera tenía el título de primeros auxilios (aún).

—Lo vi en un vídeo.

—¿De la IntraNet? Imposible.

—No... De otro sitio. De una plataforma ilegal llamada YouTube.

Charlie se puso histérico.

—¿Sabes qué sucederá si te pillan? —preguntó furioso—. ¡Maldita sea!

Otra persona chistó.
Charlie le mandó a la mierda.

—Lo sé —dijo Mathew—. Pero de todos modos me queda poco tiempo aquí. Quiero aprovecharlo.

Charlie masculló algo por lo bajo y le dio un golpe leve en la nuca.

—No lo vuelvas a hacer —dijo.

—Hablas igual que mi madre —contestó Mathew, ahora enfadado.

Stuart no dijo nada. No llegó a decir nada.
Elisa tampoco llegó. Estaba celebrando con su padre algo muy importante, y no pudo avisarles a su grupo de amigos de que no iba a ir.
No pudo.

Tampoco se dieron cuenta del mensaje del programa LEAVE que les llegaba a sus relojes interdigitales.

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