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Agosto - 1995
Acostumbrábamos a salir los viernes por noche y encerrarnos en el sótano cuando el dueño salia de su oficina.
Solía cantarte canciones por horas.
"Louis, es hermoso" Siempre te quedabas callada, sin decir nada, pero tu cara lo decía todo y con eso me bastaba. Pero parecía, desde hacia ya rato, que aquella noche no era como todas. Y cuando dijiste aquello, algo dentro de mi se rompió.
Nos quedamos en silencio, bajo la luz de aquella vela que tanto te gustaba.
Solías traer velas aromáticas, que olían a frutilla y jazmín.
Jamas te había besado, y se me partía el corazón por hacerlo. Cada vez que te dejaba en la escalera de tu casa no me dabas la oportunidad de despedirme, porque ya estabas dentro.
Esa noche me besaste justo cuando el olor a frutilla me estaba llenando el corazón.
"Y ella me besó. Era el tipo de beso que no puedes contarle a tus amigos en voz alta. El tipo de beso que me hizo saber que yo nunca había estado tan feliz en toda mi vida."
—Las ventajas de ser invisible, Stephen Chbosky
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