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VIII

Narrador Omnisciente.

Sintió el frío del metal atravesar el grueso material de su traje, se incorporó sobre las vigas y dio un gran bostezo, cansado de esperar.

Llevaba por lo menos una hora sentado sobre la torre Eiffel, deseoso de verla otra vez, pero ni rastro había de ella.

Así que con el gran ramo de rosas que yacía en su mano derecha, se dirigió al hogar de la heroina.

Sus pies aterrizaron sobre el áspero pavimento del balcón, pudo ver al matrimonio Dupain-Cheng salir de la panadería, seguramente a alguna tienda cercana. —. Genial, más privacidad. — Se dijo a sí mismo en voz baja.

Apresuró su andar hacia la trampilla y antes de abrirla se quedo unos segundos escuchando la voz de Marinette —. ¿Quieres traerme un vaso de agua cariño?

"Cariño", una palabra que caló hasta lo más profundo de su pecho, invadiéndolo con en sentimiento que pocas veces había sentido en el pasado.

Un repentino ataque de celos se apoderó de él y de inmediato, como si en su derecho estuviera, entró al cuarto de la chica, cayendo sobre la cómoda cama en la que ella yacía recostada, sobre el delgado cuerpo de Marinette. Ahora estaban frente a frente, él en sus cuatro extremidades y ella debajo cubierta por gruesas mantas, mientras que a sus labios los separaban no más que unos cuantos centímetros.

Marinette lo observó impresionada, deseando que Hugo se tardará más de lo debido en conseguir el pedido. Chat sonrío de lado, inocente, esperando una reacción comprensiva.

pero al contrario de sus predicciones, las cejas de la azabache se arquearon —. Fuera — murmuró con la histeria dominando cada letra.

— Pe-pero, princesa... — trato de remediar su repentina interrupción.

— He dicho fuera — repitió —. ¡Fuera antes de que alguien te vea! — Logró sacarlo segundos antes de que la puerta en el suelo se abriera, pero Hugo no entro, solo dejo el vaso en el suelo de la habitación, quizo esperar unos segundos, por si el pequeño volvía a subir, pero nada sucedió por lo que no tardó en seguir al felino.

Lo vio apoyado sobre el balcón, mirando a la nada, como si algo le estuviese atormentando. En el suelo, había un gran ramo de rosas, se emociono al saber que nada en el había cambiado, seguía siendo el galán de siempre.

Volvió a entrar y tomo el paquete que escondía bajo su cama —. ¡Princesa, está helando aquí afuera! — dijo con gracia al verla salir hacia el exterior.

— ¿De verdad? No parecías molesto por el frío ayer... — arrugo la nariz y dio un pequeño estornudo.

— ¿Estás bien? — pregunto, bajando sus orejas en señal de preocupación.

— La verdad no. — Sonrío torpemente. —. Ayer mientras caminaba, un poco de nieve entró en mis zapatos, llegue con ellos empapados y creo que no pescar este resfriado hubiera sido imposible. — Se abrazó a sí misma —. Lamento no haberme presentado a nuestra reunión Chat, pero necesitaba mejorarme, mañana quiero visitar el Louvre.

Se sintió culpable, ya que de no salir a comprar el presente en el que tanto había insistido, en ese momento Marinette habría estado sana. —. Ten — dijo con una pequeña sonrisa, estiro las rosas, quedando estás haciendo cosquillas en la cara de la azabache.

— ¡Son hermosas! — Al tomarlas una pequeña cajita roja cayó al suelo, los ojos de Marinette brillaron y recogiéndola agradeció a su opuesto con una perfecta curvatura en sus labios. Al abrirla, se encontró con un collar de lo que ella creía fantasía, pero dio cuenta de su error al mirarlo más de cerca, pues, era oro puro. Pequeñas motas negras adornaban el contorno de un colgante circular.

— Creí que haría juego con tus aretes. — mencionó él.

— Chat... esto debió costar una fortuna... — Dijo sin aliento, pesarosa dado que su regalo no era nada en comparación a la pieza de joyería que sostenía en esos momentos.

— Shhh... No es lo que piensas. — Tomó su mentón con una mano. —. Bueno, quizás si fue una fortuna, pero una pequeña. — sonrío y le guiñó un ojo, estando a peligrosos centímetros de la chica.

Ella, en un intento de evadir la incómoda posición, elevó el paquete entre sus rostros. — También tengo algo para ti.— Se apresuró a decir.

Chat Noir tomó el obsequio y travieso comenzó a destrozar la gran envoltura. Pensaba que un paquete tan grande era un poco exagerado para el pequeño accesorio que le había visto comprar, pero seguramente, debía tener sus intenciones.

Sin embargo no logró evadir la mueca que se formó en sus labios al ver un par de guantes verdes. —. ¿Qué pasa? ¿Acaso no te agradaron? — Cuestionó y Chat volvió su atención hacia su compañera.

— No, no, no princesa, son hermosos y me encantan. — hizo los guantes a un lado, y volteo la caja, golpeando su parte trasera, esperando a que de ella saliera alguna pequeña cajita sorpresa donde estuviera el verdadero presente.

— ¿Qué buscas? No encontrarás nada más. — Se cruzó de brazos mientras su compañero se resignó en la búsqueda del broche, preguntándose a sí mismo quien sería el dueño de aquella joya. —. No te agradaron. — afirmó. —. ¡No puedo creer que pasara una tarde entera haciéndolos!

El chico soltó un gran suspiro — Mari... — llamó su atención, siendo incapaz de ocultar la tristeza y el miedo de que hubiera alguien más. —. Tú... — Dudó de si hacer la pregunta o no, pero su desesperación no daba marcha atrás. —. Tú tienes a alguien ¿verdad? —

la joven sorprendida frunció el ceño —. ¿De qué hablas? — curvó sus labios, esta vez por confusión.

— Vamos, sabes de qué hablo Marinette. — Los azules se abrieron temerosos, él jamás la llamaba por su nombre, él típico "Princesa" o "M'Lady" quedaron obsoletos en aquella situación. —. ¿Estas saliendo con alguien? —

— No. — respondió en seco y estando a punto de encararlo por su extraña actitud, sintió como alguien trataba de abrir la trampilla bajo sus pies. —. Hugo... — Susurro molesta, por lo bajo, pero no lo suficiente para los sentidos gatunos del chico.

— ¿Hugo? — Ella empalideció. —. ¿Ese es su nombre? — Ahora era él quien fruncía el ceño.

— N-no chat, no es lo que piensas, lo juro. — Se agachó, y asomo por la pequeña puerta —. No salgas ¿está bien? — suplico al pequeño, para luego cerrar definitivamente.

— ¿Quién era? — Preguntó el felino apenas volteó.

— E-era Papá — La situación había dado un giro caótico, mientras Marinette trataba de inventar una excusa convincente, Chat Noir estaba a punto de explotar por las evidentes mentiras.

— ¡¿Porque rayos mientes?! — Dio un paso hacia delante, amenazando. —. Lo he visto salir hace un momento. — Apretó sus dientes, esperando una respuesta coherente de Marinette ante aquella acusación, pero el silencio que esta producía solo aumentaba la tristeza. —. Solo te pido un seas sincera conmigo...

— ¿Sincera? — La mirada azul bajó. —. ¿Quieres que sea sincera... Cuando tu ni siquiera tienes el coraje de mostrarme tu verdadera apariencia? — Las lágrimas amenazaban con salir, pero ella no le daría tregua a esto. — No me hagas reír, ahora quiero que tomes el estupido obsequio, dejes de ser tan paranoico y te marches. — Sentenció.

El chico se sorprendió ante aquellas duras palabras. —. Después de todo... Al parecer sí que cambiaste Marinette. — Dijo mientras recogía ambos guantes y los depositaba nuevamente en la caja adornada por un brillante papel verde.

— No tienes idea... — Oyó antes de emprender el viaje de regreso.

Lo vio saltar hacia otro edificio y de inmediato entró, viendo a Hugo sentado en la cama con un puchero en sus labios, su corazón se cautivó con el llamativo remordimiento de un niño de cinco años. —. Lo siento... — murmuró. —. Pero de verdad quería conocerlo, Mari. — Abrazo a su madre en busca de perdón.

— N-no tienes porque disculparte cariño. — comenzó a dar pequeñas caricias en los cabellos dorados. —. Aveces Chat suele ser un poco tonto. — Río. Por alguna razón, no quería que su hijo perdiera la imagen heroica que hasta el momento conservaba de las historias de Chat Noir. —. Es mejor que descansemos. Mañana será un largo día. — El pequeño se apegó a su pecho y debido a las caricias, con los ojos levemente cerrados, cayó en los brazos de Morfeo.

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