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II

Se quedó minutos mirando el techo, al igual que cada mañana.

Dejó su mente completamente en blanco, hipnotizado por las imperfecciones de la antigua madera. Pero entonces una delicada mano acarició su hombro, interrumpiéndole en su trance.

— Adrien, levántate y ve a trabajar amor — susurró la suave voz.

Apartó su mano y se levanto sin ningún cuidado —. Nos vemos mas tarde, Lila — dijo, entrando al cuarto de baño.

Por su lado, la mujer consiguió el sueño nuevamente, aferrándose a la almohada con fuerza.

Tras una corta ducha y su sigilosa salida, el chico ya se encontraba desayunando en la inmensidad de su cocina.

Su café matutino estaba un tanto más amargo de lo normal ya superficie de las tostadas yacía opaca.

Ajustó la corbata a su cuello y depositó la cantidad necesaria de azúcar en su bebida mientras se enteraba de las noticias a través de su móvil.

"6to aniversario de la desaparición de LadyBug"

El excéntrico título de la noticia llamo su atención y al instante se tensó.

En su interior se hicieron presentes esa rabia, impotencia y abrumadora nostalgia que con tanto esfuerzo había estado reprimiendo desde hacía tanto tiempo atrás.

El paradero de LadyBug le atormentaría hasta el final de sus días.

Revolvió inquieto su café y salió de casa hacia la oficina, tan harto como jamás lo estuvo de la rutina.

Harto de aquel departamento, que, a pesar de estar reluciente, se sentía sucio.

Harto del tedioso trabajo.

Y sobre todo, harto de aquella unión.

Tenía tan solo casi veintidós años cuando desposó a la italiana; Lila Rossi.

Para él, la muchacha significó un gigantesco apoyo en su inexplicable depresión cuando la partida de su único amor fue inevitable.

La muchacha de convirtió en su más grande confidente, su mejor amiga, su todo.

Confundió amistad con amor, resultando el más grande de sus errores. Y al momento de pararse en el altar, no hubo persona más dudosa que el propio Agreste.

Ella apenas presentó problemas en aquella extravagante propuesta, ya que el rubio era conocido por ser poseedor de una singular belleza, abundante riqueza, una caballerosidad impecable. Pero sobre todo, lo que resultaba más importante para Lila; fama.

¡Fama! Eso realmente cautivaba a la Italiana, deseaba hacerlo suyo y de nadie más, fue entonces cuando se le presentó la oportunidad de tenerlo para ella sola y no la desaprovecharía por nada del mundo, así que, durante su noviazgo, comenzó a referirse a Adrien como si de un rey se tratase.

Muchas veces, al darse cuenta de su situación, el rubio quiso romper toda relación con Rossi. Puesto que, ha decir verdad, él no la amaba.

Pero cualquier idea de volver a su soltería se iba por la borda al ver la aprobación de su padre junto aquella orgullosa sonrisa.

Desde el punto de vista del señor Agreste, la italiana sería una magnífica esposa, pues al ser hija de diplomáticos tendría una educación excepcional, lo que la llevaría posiblemente a ser una exitosa mujer y buena empresaria en un futuro, convirtiéndose en una pieza totalmente beneficiosa para "Gabriel' s" y su lugar en el mundo de la moda.

El plan a futuro del hombre se basaba en que su hijo y su mujer, en un futuro no muy distante dirigieran lo que aún era su imperio.

Obviamente dos cabezas piensan mejor que una, pues claro, si así fuera, porque entre los dos, el único que movía los cables era Adrien.

Lila, por su lado, se dedicaba a gastar dinero, viajar, salir con amigas y uno que otro amigo.

Llegó exhausto de la oficina, sus ojeras lo acusaban de haber laborado hasta tarde.

Si su vida anteriormente era aburrida, ahora se había convertido en un martirio.

Meses habían pasado desde la última vez que se escondió tras el antifaz negro. Su labor como héroe decayó luego de que Hawkmoth desapareciera de la noche a la mañana, al igual que LadyBug.

Pero aún así, Chat Noir se volvía un vigilante cuando el tiempo se lo permitía.

Plagg ya no le acompañaba a cada lugar, más bien se quedaba en un pequeño cuarto escondido dentro del departamento para así evitar distracciones en su trabajo.

Sí, su vida se había vuelto un círculo vicioso entre reuniones, besos forzados, sonrisas opacas, papeleo y fantasías pérdidas.

Fantasías dignas de un adolescente.

Pero fue aquella noche donde cada una de esas fantasías volvieron a él. Sentado en su escritorio, un cigarro a medio fumar sobresalía de su boca.

A pesar de ser Navidad, no había recibido ningún solo regalo, ni de parte de su padre, ni de parte de su esposa, es más, ni siquiera sabía dónde se encontraba ella en esos momentos.

un pesado suspiró salió de sus labios, exhalando gran parte del humo que terminó de salir por sus fosas nasales. Le gustaba la sensación que los cigarrillos dejaban en él, era lo más parecido que tendría al ansiado descanso que tanto necesitaba.

— Esta Navidad ni siquiera nevó. — susurró junto a aquella irónica risa que últimamente se había apropiado de él.

Aquel día no podía ser menos mágico.

Se quedó mirando por el gran ventanal de la habitación de estudios, cultivado por la noche y su fría brisa, precisamente hasta que un ser de rojo traje y rápido andar paso velozmente fuera de su ventana.

Aguantó la respiración unos segundos, permitiéndose disfrutar de como su corazón comenzaba a latir como hacía años no lo hacía, llenándolo con aquel calor que solo ella despertaba en él.

— No puede ser... — se levantó de la silla como si su vida dependiera de ello y corrió en busca de Plagg.

Retiro un gran cuadro de la pared y ante sus ojos apareció una puerta de metal.

— Plagg — golpeó desesperado con sus nudillos —. ¡Se que estás ahí! — perdiendo la paciencia dígito la clave y la pequeña rendija se abrío.

El pequeño felino lo observó confundido desde su escondite. —. ¿Qué tienes chico? — dijo, para luego dejar caer dentro de su boca otro pedazo de queso.

— ¡Transformación! — El anillo absorbió al pequeño justo antes de que pudiera engullir otro trozo, provocando una queja de su parte. —. Lo lamento Plagg, pero creo estar seguro de que Santa no usa un traje con motas.

Dicho esto, corrió frenéticamente hacia una de las ventanas abiertas y salto.

En busca de ella.

La que seguramente le devolvería la sonrisa.

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