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Capítulo 7: Planes no planeados



—Ravi ¿alguna vez hemos hablado de casos como estos? ¿Qué hacer y cómo actuar? 

El chico lo miró furibundo.

—¿Hace falta que responda? —lanzó.

—Ya, pero no tienes que estar así, después de todo es tu culpa que estemos en esta situación —dijo observando los grilletes oxidados que lastimaban sus muñecas. La posición en la que se encontraba era dolorosa. Con las rodillas unidas al suelo y los brazos extendidos. Si Judi quería torturar a alguien sabía cómo.

—No has debido dejar que te agarraran en un principio ¡Qué clase de mercenario eres! —bufó el chico enojado.

—Yo no dejo a los míos en manos de otros y si tengo que entregarme, lo hago. Después veremos cómo salir de esta.

Ravi lo observó molesto, sí, pero también sopesándolo. Nunca tenía en cuenta qué haría Karl en situaciones como aquellas porque eran pocas las veces que ambos trabajaban juntos. Creía que era de los sujetos que lo dejarían a un lado y seguirían su camino, tal como lo hizo alguna vez con Judi. No sabía que diferencia había entre ambos, pero dudaba de lo bien que hablaba Ava de él.

—Y Jud... —susurró.

—Judi —bufó—. ¿En serio quieres compararlo, muchacho? —miró los grilletes que presionaban sus muñecas, creía que lo apretaban con cada segundo que pasaba, si no fuera porque es técnicamente imposible no lo dudaría—. Judi es Judi y bien que le ha ido. No hace falta decirlo.

—Estoy de acuerdo. 

Karl asintió, observó su alrededor y luego a la puerta. Era una habitación sin nada más que cadenas, donde podrían entrar cinco personas sin problemas. Torció el gesto y observó al chico.

—¿Ya terminaste? Sé que lo disfrutas, pero si me dejas aquí no llegarás a ningún lado. 

Ravi suspiró.

Llevaba más de media hora libre, se había soltado luego de hurgar entre sus muñecas un brazalete que siempre llevaba en su brazo derecho. Adentro, un pequeño utensilio le sirvió para librarse, recorrer el lugar y luego tomar asiento frente a Karl. Lo disfrutó, era mejor que verlo comer arena, pero no podía hacer más que darle la razón, sin él no llegaría a ningún lado, después de todo él era solo uno contra los treinta hombres de John Tarrell.

De igual forma tampoco tenía idea de qué hacer. Según veía estaban en pleno mar y desconocía si ya había amanecido. Llevaban horas allí, presos, sin nadie que los vigilase ni ventanillas por la cual observar el exterior. Lo último que Ravi vio fue a Judi esbozando un «Lo siento» que, temía, ella no llegó a sentir.

—Bien —bufó. 

Se acercó a Karl y procedió a soltar cada grillete que apresaba las extremidades del mercenario. Una vez liberado, hizo una llave alrededor del cuello del chico disminuyéndolo.

—Vamos, sabandija. No volverás a tener una oportunidad como esta —musitó cerca de su oído. Zoraj se zafó segundos después, respirando aceleradamente.

—Serás hijo de puta —gruñó. Karl se mofó restándole importancia—. Y ahora, ¿cómo salimos de este lugar?


El ciborg contempló sin avistamiento de sorpresa lo que frente a ella se orquestaba. Bien sabía que los humanos eran capaces de orquestar todo tipo de situación para beneficio propio y, aunque la amistad pudiera estar de por medio, había almacenado lo suficiente en su base de datos para saber que no todos se regían bajo aquella moral. Alyssa Erot había sido enfática en esa clase de principios que, tal parece, no era muy frecuente entre las clases de personas como aquellas que frente a ella hablaban sin tapujos.

Anibal Clement indicaba una ruta opuesta para llegar a Queva, además de alguien que podría dar más por la cabeza de Karl Knox y Judi indicaba con total seguridad que la ruta establecida era la mejor. Había viajado a Kareina varias veces, muchas antes de llegar a El Asolador como para saber que rumbos tomar. A su juicio, Clement era un inepto en cuanto a localidades. Tarrell, por su parte, tan solo veía a Teressa con los brazos cruzados y acariciando levemente su mentón, el hombre no atendía a la disputa detrás de él.

A su juicio, el proto delante de él no era más que un simple ciborg de bajo calibre sin ningún tipo de actitud para peleas cuerpo a cuerpo. Era un modelo de paseo que servía a situaciones de baja complejidad: como pasear por el centro de Hoogland.

—El capitán tiene alguna pregunta que hacer —comentó ella luego de esperar a que él iniciase.

—¿Por qué viajas con ese par? —inquirió luego de verla en detalle.

Judi giró a verla, temiendo que Teressa hablase o dijese algo que no debía. Bien sabía de quién se trataba y, si por alguna razón ella estaba con Karl, debía haber alguna razón. Sintió la necesidad de preguntar por ello, pero bien conocía al ciborg.

—Es normal que las personas cuenten con algún tipo de soporte. Los proto... —Tarrell bufó.

—Un Proto-25J podía ser de ayuda por lo sigiloso y su sistema de mapeo avanzado. Un Proto-4320D igual, por su habilidad y capacidad armamentista, pero tú ¿un simple Proto-HD12? No serías de gran utilidad a menos que quieran pasear ancianas ¿Por qué viajas con Karl Knox? —volvió a preguntar, esta vez, su voz se hizo más profunda.

—Los detalles en mi sistema no me permiten revelar información concerniente a las labores del señor Knox, por tanto reitero mi negativa de responder a su pregunta. Capitán Tarrell —Zanjó.

Una mueca se mostró en los labios de John. Teressa le dificultaba averiguar más acerca de su viaje. A él había llegado un hombre de fuerte contextura y ojos oscuros, una mirada aterradora para un hombre de La orden de Cereser y que le causaba cierta inquietud. Su presencia había nublado cuanta tranquilidad había en su oficina mientras aseguraba suministros para un vuelo corto al sur de Hoogland. El sujeto había sido enfático sin mucha algarabía, pero demostrando una amenaza certera en una simple frase «Hay fuerzas superiores a otras». No tenía sentido ni el contexto ni en el tono que utilizó para decirlo, sin embargo no dejaba de causar sensación de peligro.

Aníbal silbó sorprendido, dio seis pasos para estar cerca del proto y levantar su mentón con su índice. De toda la basura de los Protos, admitía que Teressa tenía una elegancia que muy pocos podían obtener. Se veía costosa y no dudaba que el material del que estaba compuesta le podría dar divisas aparte de entregar a Karl Knox a los Yasuas. Un grupo sectario de hombres de los que no sabía ni quería saber nada.

—¿Qué dice capitán? Es bonito —Tarrell miró a Clement y luego al ciborg. Asintió al tiempo en que una sonrisa sarcástica se mostraba en los labios de Aníbal.

—¿De veras piensa desmantelarla? Es solo un ciborg, ¿Cuánto pueden dar por sus partes? —Judi se sostenía de la mesa, deseaba parecer normal a las decisiones del Capitán, sin embargo, en el fondo le afectaba más de lo que ella deseaba.

—¿Te molesta, Jud? A tu novio no le importará —chistó.

—Knox no es... —negó frustrada—. Bien, haz lo que desees, pero ni tu ruta es la mejor ni tendrás lo necesario por cada parte de Teressa —zanjó. Fijó la mirada en Tarrell quien analizaba su conducta—. Creí que confiaba en mí.

—Lo necesario y en lo adecuado. —respondió.




El lugar estaba completamente lleno, la bebida, envasada en una botella de tonos rojizos, se paseaba de bandeja en bandeja hasta llegar a los comensales. Ava veía desde su puesto con un par de lentes enmarcando su visión. Era noche de «Caballetes y compañía» y por alguna razón esas noches el bar se llenaba aún más que días anteriores. Tomó un sorbo de su copa, volvió la mirada a su acompañante y aguardó a que este hiciese lo mismo, pero no lo hizo.

La mujer se había embelesado viendo a las personas hablar entre ellas, reír, disgustarse y hasta coquetearse. Era todo un mundo que le parecía perfecto, como conejillos de indias socializando entre ellos. Ava carraspeó suavemente, llamó su atención al instante y se enderezó en la mesa. Demostraba una sonrisa que ocultaba tanto como su expresión corporal.

—Debo volver a preguntar porque no tiene ningún sentido —Comenzó la dueña del bar.

—¿Alguna vez les he mentido? Sé que mis cualidades son tan poco gratas como mi presencia...

—No, Narima... —Ella la detuvo. No quería seguir escuchándola, excusándose de algo que no tiene excusas.

—Permíteme, Ava, les digo la verdad. Le he dado lo necesario a ese sujeto, pero lo que me pides es mucho más. Las comunicaciones entre Hoogland y Kareina es algo que hasta la misma Lauren Lauh ha promovido, pero no ha podido establecer. El telegrama sigue siendo nuestra mejor opción, pero mis pequeñas mensajeras son más veloces que un par de sujeto presionando un botón. Y si quieren llegar a él, esto es importante. Ahora mismo está en medio de ninguna parte.

—¿Y tus mensajeras llegaran a mitad del mar? Narima, siento que me engañas y aun así ansío creerte —resopló desconcertada.

—Es porque me crees y temes creerme —Ava negó.

—No tiene sentido.

—Nuestros sentidos son inteligentes, solo que solemos procesarlos muy mal. Ya te di mis cartas, Ava. La verdad tampoco es que desee ser de ayuda. Él me ponía nerviosa observando toda la tienda —Se tomó de los hombros como si un viento gélido la hubiese helado—; creo en ti y en West y si necesitan de mí, les ayudaré.

—Es probable que Karl estuviera muerto de miedo en tu tienda —susurró en tono burlón, inquieta, incrédula, pero confiada de que Gasli cumpliría—. Gracias.

—Las únicas gracias que recibiré será mi pago —atisbó.

—Lo tendrás —Narima se acercó sigilosa mirando el rostro seguro de ella.

—Este sujeto es importante ¿verdad? —Ava sonrió. Knox se había hecho un hueco entre West y ella, era de las personas más importante para ellos y por esa razón harían lo que fuese necesario.

—Es de la familia.


Karl llevaba varias horas en el suelo, descansando con las manos detrás de su nuca. Luego de intentar todo lo humanamente posible por salir del lugar, se habían quedado estancados y sin ideas. Pasaron de tratar de sacar los tornillos de la compuerta con una platina hasta intentar destruir el cerrojo. Buscar algún indicio de una zona hueca o algún conducto de ventilación. Lo último lo habían conseguido, pero era tan angosto que ni siquiera Ravi podía entrar. Knox decidió aguardar por un momento, un instante en que alguien de la tripulación se acercase hasta ellos. No había otra manera, pero eso estaba llevando más tiempo del que creía.

Ravi se mantenía cerca de la puerta, en su punto ciego, mientras que el mercenario estaba en frente. Tan visible como para ocasionar un escándalo y poder dar la libertad necesaria al chico para escapar.

Sin embargo, visto el tiempo que les llevaría, Zoraj empezaba a molestarse y Karl a ignorarle.

—Dejarán que nos muramos de hambre —gruñó el muchacho, fruncía el ceño y presionaba la larga lamina en sus manos al punto de causar dolor.

—Un par de cadáveres no les serviría —refutó.

—Eso no lo sabemos —contradijo.

—Esta no es la forma de Tarrell, es sucia, una bajeza.

—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo lo conociste? —preguntó dubitativo.

—Una vieja pelea sin importancia —respondió observándolo. Al escuchar un sonido regular, se levantó, eran pasos—. Vienen por nosotros, chico, prepárate.

Él tenía varias horas preparado para quien se presentase, tan solo hinco la rodilla al suelo y aguardó al momento en que la puerta se abriese, salir de allí era su primera necesidad, lo que vendría después no lo sabía aunque en su interior esperaba salir librado.

Los segundos pasaron eternos entre que Karl tomaba asiento. Veía la puerta fijamente, sin distraerse; escuchaba los sonidos provenientes del dueño de los pasos y luego un click sonoro que abrió la puerta la cual parecía haber sido sellada a presión. Aquel instante pasó con gran velocidad, tan solo había dado varios pasos y gritado un improperio cuando Ravi usó la lámina para golpear el brazo alzado del sujeto y luego, tomando impulso, se abalanzó sobre el sujeto. En el suelo y tras tres golpes directos al rostro, el hombre tomó su posición encima del chico. Sin embargo, Karl lo sostuvo de la cabeza y rostro y, con un movimiento rápido, lo asesinó.

El mercenario tomó lo necesario del tripulante, armas, cartuchos, una cadena de plata con un dije y salió del sitio mirando su alrededor. Estaban por completo solos en esa parte del dirigible. Ravi iba detrás con la vista fija en el hombre muerto y los ventanales en su lateral que mostraban un mar tranquilo y los primeros rayos del atardecer.

Pronto, el pasillo que antes estaba desolado, se llenó de hombres armados dispuestos a asesinarlos. Karl se metió en la primera habitación que encontró escudándose de sus persecutores; Ravi por su lado, se mantenía agachado, sigiloso, observaba al bando contrario. Se metió luego de que las balas rozaran cerca de él.

—Tendremos que hacer un acuerdo —musitó Karl, bufó.

—¡¿Por qué?! —gritó el chico enfrentándose a él.

—Lo viste, Ravi. Pleno mar. No hay forma de salir de aquí —dijo. Tomó asiento en el suelo meditando sus opciones, pero no hallaba más de lo que ya había expuesto.

—No debimos salir de la celda en un principio.

—Pues, la verdad, muchacho, tampoco me gusta la idea de viajar en un basurero como ese. Haremos el acuerdo y viajaremos en nuestros respectivos camarotes —Zoraj alzó la ceja, hizo una mueca de desagrado y vio al mercenario levantarse, lanzar el arma al suelo y levantar las manos.

Luego le escuchó decir lo que no quería oír:

—¡¡Nos rendimos!!


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