Capítulo 4: El asolador
Ravi portaba a sus espaldas el tan conocido huevo de Comodoro. Un animal que, básicamente, debía de haber dejado de existir hace un tiempo atrás. Sin embargo, ahí estaba, una pieza de su legado que seguramente iría a dar al estómago de alguien ¿Sabría bien después de tanto tiempo? A Karl no le interesaba, de hecho su único pensamiento hacia él era que no se rompiera durante el viaje, por lo que había sido envuelto y protegido con todo lo que tuviera a su alcance.
El par había salido del local de Narima luego de que cayera la lluvia. Los pocos faroles en el local apenas iluminaban el lugar. Era siniestro estar ahí, con la silueta de Gasli observándolos desde una esquina. En esas ocasiones era cuando Karl odiaba aquella falta de energía, a pesar de existían comisiones de todo tipo para lograr implementar energía alterna y de acceso a todos.
La zona, el lugar al cual se dirigían, era un área de embarcación de zeppelins. La más grande en toda Hoogland. Contaba con la presencia de más de cien zeppelins con todo tipo de destino y uso. Pocas habían sido las veces en que Knox había usado los dirigibles como una posibilidad de viaje, prefería tomar cualquier vehículo de transporte y viajar por tierra. De hecho, prefería cualquier tipo de viaje que no incluyera volar o navegar. El par se movilizó por un amplio sendero de piedras con el edificio ferdiniano* a cuestas. Una estructura de varias entradas, con amplios ventanales y una escultura singular de una dama alzando su mano hacia la nada. Era la representación de que el cielo era un límite cuestionable.
Karl se adentró aún más en el puerto buscando el zeppelin que se había reservado para el par. Pasando al lado de cada uno de ellos, veía cuán grande era uno de otro. La diferencia estructural, la capacidad y soporte. Ravi se adelantó varios pasos al notar el uno de los dirigibles con una fuerte base de metal. Al estar frente a él, silbó a su compañero.
El asolador. Era uno de los más antiguos pero con una estructura firme y era el único que se atrevía a viajar al otro lado del planeta.
—Asolador. —Observaba ensombrecido. Sería la primera vez para él entrar en uno de ellos y viajar surcando los cielos. El muchacho escuchó varios pasos a unos pocos metros, Teressa tenía poco tiempo de haber llegado. Karl, a diferencia del chico, hizo una mueca. No estaba convencido volar y, dicho sea de paso, de todos los zeppelins existente, ese era en el que menos deseaba viajar.
—¡Llegan tarde señores! —Con los brazos cruzados sobre su pecho: Aníbal Clement llevaba varios años a bordo de El asolador. Era un sujeto de poca cabellera y ojos hundidos surcados por ojeras que contrarrestaban su tono de piel—. Hace buen tiempo para viajar y ustedes se han retrasado.
—Estamos a tiempo, Clement, más si el pago sobrepasa tus expectativas —acotó. No tenía la menor idea de cuánto habían pedido por servirles de transporte más no dudaba de que había sido más de lo esperado. Lo constató cuando lo vio reírse con una carcajada limpia.
—Bien, está bien —comentó con las manos al aire—. Entren, su amiga ya está aquí.
El piso metálico resonó contra los pasos del par de hombres. En su interior el bullicio era insoportable, la mayoría iba de un lado a otro preparándose para zarpar y, como un recordatorio, los motores resonaban a la par. En el polo opuesto una gran puerta de madera ovalada asomaba entre sus rendijas la luz proveniente del otro lado. Aníbal les guio hasta el lugar y, luego de tocar dos veces la puerta, procedió a entrar sin más. Del otro lado una gran mesa con varios mapas cartográficos se disponían sobre ella. El capitán, un hombre alto, ataviado en un traje de cuero rojizo, contempló al par.
John Tarrell era un hombre de pocas palabras, pocos gestos y poca confianza. Nada decía que fuera a tener en cuenta a sus hombres aun cuando trabajaban para él. Cualquiera era dispensable y francamente cambiable. Karl había cruzado muy pocas palabras con él, unas más de las que siempre decía y ello le bastaba para saber la clase de sujeto que era, por eso su preferencia por otra nave. John miró al hombre entrelazando sus dedos frente a él, ahí, desde su asiento, lo observaba sin reparo alguno.
—Señor Knox. Esperábamos su presencia. Auguro un viaje tranquilo, espero sea así —comentó.
—De mi parte, sí, de su parte espero lo mismo. Y del clima también, que tal parece ninguno lo ha visto —se mofó.
—Es perfecto, Señor Knox. Saldremos sin permiso alguno a tierras lejanas, lo mejor es aprovechar la tormenta. Nadie irá tras nosotros —esbozó terminando con varios papeles para luego verlo a él. Tranquilo y sin ánimos de discutir tan solo le dedicó una mirada certera al hombre.
—Volar en una aeronave quizás. En un aerostático, difiero de la idea. —El capitán lo observó y pasó a un tema distinto. Del clima y la forma de sobrevolar una tormenta no lo discutiría con él.
—Conocerá a la señorita —musitó luego de unos minutos. La imagen de la mujer era algo a lo que no le había prestado la mayor atención.
—Me conoce, capitán y si no lo hace le puedo hacer recordar —escupió. Era una mujer de cabellera azabache, corta hasta la mandíbula, piel morena y con una mirada severa en su perfil ovalado.
—Señor Knox, Judi le llevará a su camarote y si tiene alguna pregunta, ella se los aclarará —estableció.
—Eso quiere decir que no tengo derecho a ver al capitán en caso sea urgente y necesario —afirmó irónico, lo que no había provocado ninguna gracia en el hombre. Solo le prestó atención por breves segundos, luego enterró la mirada en los mapas, terminó de esa forma la conversación.
Cuando Karl giró a ver a la chica no imaginó ver el cañón de su arma platinada tan cerca de su rostro. Sin duda alguna había actuado peor de lo que hubiera querido, pero tenía una razón o eso creía. La verdad era que la situación se había complicado entre ambos.
Un antiguo trabajo los llevó a una de las cinco ciudades de Hoogland, específicamente al sur: Hemel Ang. Se habían apostado en una casucha vieja y descuidada; falta de vida alguna, mientras terminaban una tarea en particular. Les había costado un día de no ser porque una serie de sucesos les llevaron a ese lugar, a las afueras de Hemel. Karl comprobaba que el objetivo siguiera en su sitio, aguardando entre las paredes de viejas edificaciones que se enterraban en la rojiza arena. Lanzó una maldición entre dientes cuando tropezó con un par de barriles. Se calló así mismo y cerró los párpados con fuerza. Esperaba que nadie fuese hacia él, pero se equivocó.
Y, al igual que él, Judi lo hacía también. A varios metros, lejos de la posición de Karl, examinaba en lo alto de la casucha a uno de los objetivos metido en un saco con un par de sujetos riendo a viva voz y tragando como cerdos. Ansiaba poder volarle la cabeza a uno de ellos, penosamente su puntería no era la mejor y desde su ángulo lo único que alcanzaría a hacer era descubrir a Karl.
La sensación de un golpe la hizo gritar con fuerza al sentirlo en su abdomen, de alguna forma le habían descubierto y ahora se retorcía del dolor. Volvió a sentir una patada que la envió a varios metros lejos del perpetrador. Ella respiraba hondo, buscando el aire que le hacía falta y las fuerzas que parecían lejanas. Al estar de pie, sostenida a duras penas, observó de quién se trataba.
Se rio con burla de su mala suerte. Le había tocado una gigantesca bestia de pura fibra y musculo. Casi no pudo salir librada de esa pelea, luego de que sintiera como sus costillas crujían y su cuchillo y arma quedaran esparcidos por todo el lugar. Judi temía que ese fuera el último día de vida que le quedaba. En un movimiento el hombre había lanzado un gancho justo a su estómago, que ella supo aprovechar. Ágilmente, se movió logrando anclarse a su espalda e impulsándose hacia atrás con sus piernas alrededor de su cuello.
Eso no le afectó, en lo absoluto, pero el clavar el cuchillo en su pecho, al estar tan cerca de ella, lo había logrado. Cuando su vista pasó de aquel grandulón a la zona donde se encontraba el saco, supo que Karl se había ido y la dejó ahí.
Enfrentando a aquel sujeto al que, al parecer, un simple cuchillo no le haría nada.
—Me darás el gusto de asesinarte si haces algo impropio, Karl —Le guiñó un ojo.
—¡Vamos, Judi! Todo salió bien para ambas partes ¡Mírate! No me creo que seas una mercenaria, te sienta el aire libre. —La mujer miró a Ravi quien desde hacía un rato tan solo veía el estado de la habitación.
—Tienes suerte de que él está aquí. —murmuró.
—No te inmutes por mí. Si has de hacerlo, hazlo —lanzó tomando asiento frente a una mesa con un juego de ajedrez. Teressa estaba sentada ante él con la vista fijada en el movimiento.
—Es todo un encanto —gruñó.
Judi volvió la vista a un par de asientos. Guardó su arma y se recostó de la pared contemplando al par unos centímetros lejos. Había conocido a Ravi hacía dos años cuando a Karl no le quedó de otra que presentarlo. Hasta ese momento, estaba segura que el hombre mantenía algo oscuro y peligroso en su hogar, razón por la que ninguna de sus reuniones se hacía en el sitio. Ravi tenía catorce años cuando mucho y era tan arisco con Karl que solo sentía pena por aquel mercenario y curiosidad por el chico. Luego de haber perdido a su padre e irse a vivir con un sujeto como Knox, lo entendía por completo.
A Karl, sin embargo, nada le fue más difícil que tener que cuidar del chico. Nunca antes lo había hecho y, aunque su relación con él era "buena", luego de la muerte de Eric Zoraj, nada tuvo de bueno. De cierta forma sentía la culpa sobre sus hombros aunando el hecho de que Ravi lo volvía peor.
—Ha pasado un tiempo, ¿no, Ravi? Has crecido —Ravi asintió.
—Unos pocos centímetros —respondió con una mueca como sonrisa. Se encogió de hombros.
—Los suficientes ¿eh? —burló—. Espero que tengas una buena razón para viajar a Kareina, Karl. —comentó cambiando de tema de manera radical.
El hombre buscaba entre los almacenes algo que le quitara la sensación de vacío del estómago. Cuando hubo encontrado lo que buscaba, que no era precisamente licor, se movió hasta un ventanal rectangular. Desde su vista, El acosador aun no salía y no lo haría hasta un par de minutos.
—Ella nos dirá ahora —musitó señalando al ciborg—. Teressa: situación de trabajo.
El ciborg observó a Karl y luego presionó sobre su mano robótica. Un extraño sonido asustó a Judi quien se levantaba de su sitio solo para contemplar de cerca al artefacto.
—El objetivo a encontrar tiene las características físicas de nuestra actual reina. Es un clon que hemos estado rastreando desde hace varios años, pero hasta ahora nunca habíamos dado con una posición fija. Hace varios meses se informó de su posible resguardo en Kareina, muy cerca del círculo principal y fue así, sin embargo, el objetivo se movilizó —comentó el ciborg. Su visión iba directo al juego de ajedrez, pero sus manos seguían intactas sobre la mesa.
—¡Espera! ¿Acaso entendí bien? ¿Hablas de la misma reina o esto es un juego de palabras? —Reacia a creer lo que escuchaba, Judi aguardaba por una respuesta que no llegó sino después de varios segundos.
—No es ningún juego de palabras. Habla de la propia y jamás reemplazable: Lauren Lauh —contestó. Karl se cruzó de brazos, ya temía que ese fuera su objetivo y que, tal como Teressa anunciaba, se tratara de un clon, pero aún no respondía el resto de sus inquietudes.
—¡Esto no es posible! ¡Lareun Lauh! Karl, no iremos a Kareina para que resuelvas los juegos sucios de otro. ¡Menos si metes en líos al Asolador! Hablaré ahora mismo con el capitán. —El mercenario se movió rápidamente, seguido de un Ravi que cerraba la puerta con fuerza.
—Lo único que debiera importarte es el pago del viaje, tal como le interesa a Clement y Tarrell —comentó—. Vamos, Judi. "cualquier trabajo y a cualquier hora".
—No me sermonees con eso. Se trata de clones, Karl. Tecnología perdida que vale oro, pero que te llevará a un cajón sin importar qué. Tú mismo lo dijiste hace mucho tiempo: "nada vale más que la vida y si la vida cae en un alto riesgo, nada nos dice que no podemos abandonar" ¿Si lo recuerdas? —preguntó frustrada. Él no le respondía y el silencio se volvía una carga pesada para los cuatro. Judi giró a ver al chico, Ravi no se despegó de la puerta. Incluso su mirada era intensa—. Si no son cautelosos, podrían morir.
—Lo seremos. —comunicó el menor. Judi negó, estaba incrédula.
—Si alguno en la tripulación llega a preguntar...
—No tienen que saber nuestros motivos. —Karl terminó la frase.
—Teressa, prosigue. —El ciborg asintió.
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