Capítulo 3: Cuerno rojo
Ravi caminaba por el callejón con la mirada puesta en todo cuanto le rodeaba. Cada tanto volteaba esperando que nadie le siguiera y así era. El muchacho recorrió aquel camino pestilente hasta llegar al final donde un gran muro de metal lo detenía. Ubicó la escalera, la cual le había mencionado West, y prosiguió a escalar. Una vez en lo alto, se agachó. Debía ser sigiloso, tanto como podía. Caminó por los techos de los locales con cuidado de no hacer ruido. Saltó varios edificios y escaló otros más hasta verse en La Plaza de Reyes. Una vez allí, descendió por un tubo de gas.
Despreocupado, se mezcló entre la multitud de personas. Era día de la Vanguardia, un día conmemorativo en que se exaltaban las proezas del grupo de hombres y mujeres que lograron recrear una nueva sociedad, luego de la devastación ocasionada por las armas del hombre. Ravi había visto con particularidad las razones de la celebración; al nacer cincuenta años después de lo ocurrido aun no le quedaba claro todo lo que había acontecido. Tampoco tenía los medios para saberlo, la única vez que le había preguntado a Karl, le entregó un dispositivo que hasta ese día no encontraba forma de cómo usarlo. Era pequeño, rectangular, con varias celdas y nada más.
El muchacho retomó el camino principal de la ciudad dejando atrás las festividades. Solían darse discusiones de todo tipo cuando las personas exclamaban a viva voz sus opiniones, tanto que era necesario encerrarlos a todos. Pasar un día en los Bajos Fondos no era la mejor idea. Era el lugar al que ni las ratas querían asomarse. Ravi visualizó los edificios blanquecinos a unas cuantas cuadras. La zona donde había vivido desde hacía cinco años. No era buena, ni tampoco era mala.
Entró en el edificio donde un largo pasillo lo llevaba a otro detrás de la primera fachada. Visualizó las escaleras no sin antes darse cuenta en un pequeño destello en la zona verde o lo que pretendía ser la zona verde. Se detuvo por momentos dudando de qué hacer, respiró hondo tratando de calmarse, bajó unos cuantos peldaños sin poder ver de quien se trataba. Se asomó más, cubriéndose de la pared de concreto hasta que vio qué era. Se relajó luego de varios segundos.
—Teressa, ¿cómo has entrado?
El ciborg ladeó la cabeza un poco.
—Hay poca vigilancia en este lugar. También han dejado parte de sus cerraduras abiertas. No hay ningún atisbo de prevención —comunicó evaluando el lugar.
—No hay nada que cuidar, es por eso. Karl iba por ti —lanzó el chico. Empezaba a subir las escaleras con el droide detrás.
—La señora Alyssa creyó prudente evitar su presencia.
Una mueca se formó en los labios del chico, curioso de su respuesta.
Ingresó en la vivienda notando el cesto de comida y frutas sobre la mesa. Fijó la mirada en Teressa, curioso.
—Un regalo. —Alcanzó a decir.
Subió el cuello de su chaqueta mientras caminaba hacia la tercera calle de Hoogland. Por petición expresa de West, debía ir hasta el lugar y preguntar por alguien con el nombre de Gasli. El hombre había insistido tanto que no lo quedó de otra que seguir su consejo. Por otro lado, el sujeto de la capa roja le seguía muy cerca. Se habían dividido con la única idea de que Ravi llegase a casa por algo en concreto, mientras, él resolvía cómo deshacerse de quien le seguía los pasos y llegaba a "La pócima dorada".
Por el nombre, el mercenario hizo una mueca que divirtió a la pareja por un rato. Ravi, por el contrario, se sintió atraído por la posibilidad de que se tratase una de esas personas que creía en supersticiones; West les había aclarado sus dudas antes si quiera continuar. La idea de que algo les observa, de que existen espíritus y que hay brebajes con cierto poder le parecía una soberana tontería a Karl. Visto el mundo desde tantos ángulos, así como a las personas, lo único que creía era en la inocencia o la maldad con la que un individuo podía vivir: sus acciones, creencias, sentimientos, el conjunto de ideas que formaban parte de la personalidad de un ser humano y que podía llegar a ser repugnante o, por el contrario, admirable.
La segunda vez que quiso mirar por encima de su hombro se encontró con que el sujeto de la capa había desaparecido. Giró por completo confirmando su ausencia. Con la mano sobre el arma, visualizó aquella calle de concreto liso con insignias variadas que aducían ser de la reina. La cercanía entre los edificios amarillentos con varias tuberías sobresaliendo y uno que otro escarpado techo de tejas a medio hacer. El extraño cableado que carecía de importancia pues la energía no llegaba a esa zona y el cielo nocturno alegando una tormenta de lluvia ácida.
Karl volvió la vista a su camino aun con la mano sobre el arma. Se entornó hacia su izquierda bajando por una ladera en que dos entradas de derecha a izquierda le conferían inseguridad. Se detuvo en seco.
—Deja de jugar, caperucita. Ven a divertirte —comentó. Un sujeto fornido salió desde su derecha. La capa cubría su rostro.
Karl apenas notaba su mentón y la barba. Además del emblema en su hombro derecho. Uno característico, uno que había visto en más de una ocasión, cuando tan solo era un chiquillo y jugaba por los pasillos de un hogar al que no tenía derecho a volver. La forma del cuerno envuelta en un círculo con dos insignias claves le producía arcadas.
—Un cuerno rojo. —Destapó su rostro. Sus ojos azules ocultos bajo la capa gruesa de sus cejas y las ojeras resaltantes le eran desconocidos. Hacía mucho tiempo que no volvía a ese lugar—. Creí que eran leales a sus juramentos.
—Lo somos. —expuso.
—¡Pues te has descubierto grandísimo idiota! Estoy viéndote ahora, justo con mis dos ojos por si no lo has notado. Puedo identificarte cuando quiera. Parece que han olvidado la razón de su juramento —se mofó. El otro no se inmutó.
—Es una advertencia: te estamos vigilando. La reina observa tus pasos, el consejo conoce tu rostro. Lo que sea que planees, es mejor que lo olvides. —Caminó hacia él, pasó a su lado y ocultó su rostro para luego perderse entre las sombras de la calle.
Se complicaba, a cada momento todo se complicaba aún más. Karl bufó negando. entre las advertencias y lo que debía hacer para conseguir llegar hasta Kareina, se estaba hartando.
Karl aceleró el paso cuando la lluvia descendió. No tenía nada con qué protegerse y no preveía una lluvia a mitad de la noche. Corrió todo lo que pudo hasta verse bajo el techo del local al cual se dirigía. Un gran ventanal con inscripciones doradas adornando la ventana, la vista de objetos curiosos como matrioshka, pequeñas dagas y figuras en tonos plateados y de cerámica le provocaban una extraña sensación. Decidido a entrar llamó a la puerta varias veces hasta que la voz de una mujer se escuchó desde lejos.
Narima Gasli era una joven de cabellera corta, ojos oscuros, y bastante menuda. Se veía tan frágil que se parecía a varias de las piezas de su local.
—Tú debes ser el amigo de Héctor —exclamó. Karl alzó la ceja ¿cómo sabía que él iría?—. Entra. Iré por su pedido. —Prosiguió.
Dentro, el lugar se componía de dos mostradores de tonos verdosos a cada lado con infinidad de objetos. Una mesa central con varias muñecas de cerámica y cajones de tonalidades oscuras con detalles precisos.
Un escalofrío recorrió su cervical.
Maldecía a West por enviarlo a aquel lugar, temía que el sujeto se estuviera divirtiendo a sus espaldas, aún más cuando aquella mujer parecía alguien de otro mundo. Quizá su presencia le estaba sugestionando, o algo tan simple como saber quién era y qué quería o quizá era una soberana idiotez dejarse llevar por pensamientos tan absurdos cuando debía centrarse en lo principal.
—Esto es importante. Más de lo que imaginas —escuchó a su espalda. Los grandes ojos de Narima le envolvían en un aura de relajación y tranquilidad que en cierto instante pensó no estar ahí realmente—. Los huevos de este animal son muy preciados y si encuentran que llevas uno, no podrás llegar a Kareina.
—Es contrabando. Lo sé, West fue muy didáctico —resopló. La chica caminó hasta la caja registradora, tecleó varias veces y el sonido titilante apareció.
—Estoy segura de que West también te dijo cuánto pagarías —musitó.
—Si, en cuanto a eso —dudó rascándose la cabeza—. No lo llevo conmigo, he enviado a alguien en su búsqueda. Debe aparecer el cualquier momento. Así que, si no te importa...
La mujer frunció el ceño, toda muestra de cortesía se había borrado y así como le había entregado la caja con el huevo, se lo había quitado de las manos. Gasli ocultó la caja en uno de los cajones cerca de la caja registradora, pasó llave y se cruzó de brazos.
—Sin mi pago, no hay huevo, señor Knox. —Aun con la sorpresa por el cambio drástico, Karl lo entendía, pero le molestaba.
—Tomaré asiento, si no le molesta. Ravi es rápido, pero está un poco lejos —agregó tomando un taburete y recostándose de una pared libre.
—¿Ravi?
—El mojigato que tengo como alumno, sí, Ravi.
Rastrear toda la habitación por un objeto tan pequeño era fácil cuando no se tenía tantos muebles, pero al tratarse de Karl, Ravi temía que estuviera muy bien oculto, y lo estaba. Sacó varios tablones de madera hasta ver el hoyo en el suelo con cofres de todo tipo de tamaños y formas. Tomó el plateado donde, según Karl, estaría el objeto. Luego de abrirlo y verlo por sí mismo, sonrió. Una daga, simple, cualquiera, sin más detalles que la gema en su centro.
El muchacho salió de la habitación luego de envolver muy bien el arma. Miró hacia atrás al percatarse de que Teressa estaba ahí, detrás de él y siguiéndolo a donde fuera que vaya.
—Eh, Teressa, debes quedarte aquí —Previno—. Luego volveremos, pero ahora no puedes ir detrás de mí.
—El zeppelin saldrá en menos de dos horas, joven. Es necesario estar en el lugar antes —comunicó. Ravi asintió.
—Si en una hora no hemos vuelto, ve directo a la zona —Dicho eso salió rápidamente del lugar.
Había pasado más tiempo del que imaginaba mientras recorría toda la ciudad por callejones y sobre tejados para no ser visto por el hombre de la capa roja. Debía ser más rápido a su regreso. Buscó meterse por un camino que lo llevase directo a la zona del local y evitando a la cantidad de personas que en ese momento estaba en las calles. Ravi odiaba las celebraciones, muchas personas, muchas risas, mucha bulla. En más de una ocasión le había escuchado a Karl decir que era una buena cortina para algunos trabajos. Él simplemente odiaba esa clase de "cortinas".
Viéndose más cerca del lugar, estuvo alerta. Buscaba caminar bajo las sombras que se creaban aun con los postes encendidos. Aquella zona tenía la particularidad de ser techada, bajo el manto de alguna capa de concreto se dejaba atrás los postes y un largo cableado llegaba a varias construcciones.
—Tu chico ya está aquí —lanzó Narima caminando hacia la puerta. Karl se levantó cruzado de brazos. Ella empezaba a ponerle los pelos de puntas y pocas veces eso sucedía. Antes de que Ravi tocara, Narima abría la puerta invitándolo a entrar—. Te hemos estado esperando, Ravi.
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