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6.- El comienzo de un juego


Kyle.

Oficialmente me he casado con el enemigo.

El silencio en el auto es tan tenso y vaya que he estado inmerso en silencios que pueden ser cortados con una cuchilla.

El único sonido que llena el reducido espacio en el que nos encontramos, es la respiración pesada de mi esposa a mi costado. Noto el movimiento nervioso de sus manos sobre la falda del vestido, como intenta mantener la mirada fija en la ventanilla pero fracasa al desviarla varias veces hacia mí.

No se ha molestado en establecer una conversación, desde que abandonamos la fiesta, no parece tener intención alguna de hablar conmigo. Yo tampoco tengo deseo alguno de hablar, en realidad, ahora solo debo de concentrarme en que todo mi plan salga de acuerdo a lo que planeamos.

Lo más sencillo era esto, hacerla mi esposa. No fue mi idea inicial pero las circunstancias al parecer me han favorecido más de lo planeado. No puedo quejarme, para poder vengarme de los Anderson necesito que alguien se infiltre en sus filas, ¿Quién mejor que uno de ellos?

El como convencer a Aria es lo que debo pensar ahora. Hay muchísimas formas de convencer a una mujer una vez que la tienes en tu poder, Aria es mi esposa ahora, no hay forma de que pueda librarse de mí, buscará su propia supervivencia, y eso la hará hacer absolutamente todo lo que yo quiera.

—Llegamos —mi voz parece sobresaltarla. Su mirada viaja hasta la casa, no parece sorprendida ya que ha venido aquí un par de veces. Cuando Marcus me abre la puerta del auto, bajo y luego giro hacia ella.

Parece dudar entre tomar mi mano o ignorarla, pero al final, termina decidiéndose por la primera. Mis dedos se envuelven alrededor de su mano y tiro de ella hasta que consigue bajar. Es seguro que espera que la suelte una vez que ha bajado, pero la sostengo con firmeza mientras subimos los escalones.

El ama de llaves nos abre la puerta, una sonrisa es lanzada a nuestra dirección mientras atravesamos los cristales, y nos encaminamos hacia las escaleras.

—Tus cosas ya han llegado —informo dándole una mirada —podrás acomodarlas como mejor te gusten, pero tienes un espacio delimitado, no lo excedas.

No responde.

Nuestro paso se vuelve un poco más lento en las escaleras, ella parece querer soltar mi mano pero no lo permito, así que se las arregla para recoger la falda del vestido con una mientras intenta no desestabilizarse al subir.

—¿Podrías soltarme para que pueda tomar el vestido correctamente? —pide deteniéndose —sino quieres que termine dando un mal paso y rodando por las escaleras, seguro detestarías enviudar en tu noche de bodas.

Arqueo la ceja. Sus facciones son serias, está enojada evidentemente. El maquillaje que le han realizado es sutil pero sigue resaltando cada rasgo de su rostro. Mientras más la miro, más hermosa pienso que es, bueno, Fanny tiene razón. Al menos he conseguido a una esposa agradable de mirar.

Hago lo que pide, suelto su mano y ella suspira aliviada. Recoge la falda del vestido con mayor facilidad y sube los escalones, siguiéndome de cerca.

No dice más mientras avanzamos por el pasillo, el sonido de su vestido raspando contra el suelo es lo único que nos acompaña. Cuando me detengo frente a la puerta de mi habitación, la miro sobre el hombro comprobando su expresión.

Tiene el semblante nervioso, y sus ojos escanean el pasillo como si estuviese considerando huir.

—Me temo que es demasiado tarde para que consideres huir —mi voz la sobresalta y sonrío. —Mis guardias te detendrán antes de que puedas cruzar la puerta, y odiaría tener que lastimarte en nuestra primera noche como matrimonio.

—¿Lastimarme?

Mi sonrisa es la única respuesta que obtiene, abro la puerta y empujo, la tenue luz nos enseña un poco del interior. Hay algunas cajas que los de la mudanza han traído de su propio hogar, ella me sigue, cuando nos detenemos a la mitad, giro para encararla.

—Esta será nuestra habitación, como dije, tus cosas han llegado, mañana podrás instalarte.

Me deshago el nudo de la corbata, luego me quito el traje y comienzo a desabotonar la manga que rodea mis muñecas. Ella se queda ahí, mirando la habitación.

—¿Dormiré contigo? ¿En la misma habitación?

—Eres mi esposa, ¿eso se te hace raro?

—Creí que...

—No tendrás el lujo de tener tu propia habitación —mascullo —si no te gusta...pues tendrás que aceptarlo.

Me quito la camisa. Sus ojos se detienen en mi cuerpo más tiempo del que considero necesario. Cuando me acerco, ella se tensa.

—¿Necesitas ayuda con el vestido, o planeas dormir con él?

Cierra los ojos brevemente pero termina dando la vuelta, mis ojos recorren la piel descubierta de sus hombros, su piel bronceada, y los pequeños lunares, apenas visibles, que se extienden por su cuello.

—No toques más de lo necesario —exige.

Retengo la risa. Mis manos viajan hasta el corsé, deshaciendo los nudos. La tarea me lleva unos minutos, quitar los diminutos botones para conseguir liberar la cinta, ella sostiene el corsé antes de que pueda deslizarse pero cuando intenta apartarse, mis manos en su cintura se lo impiden.

Me apego a su cuerpo, ella se tensa, soy consciente de la forma en la que aferra el vestido contra su pecho, mi nariz acaricia la zona de su cuello, mis labios se deslizan por la piel hasta llegar a su oído.

—Eres mi esposa, puedo tocar todo cuanto se me plazca.

Se gira con un movimiento brusco, no la retengo. Sus ojos chispean con furia contra mí.

Parece que mi esposa tiene carácter.

—Estás muy equivocado, Kyle. Que sea tu esposa no te da derecho alguno a tocarme sin mi consentimiento, no soy de tu propiedad.

Doy un paso hacia ella, mi brazo rodea su cintura apegándola a mi pecho. Sus manos se encuentran con la piel descubierta de mi pecho, traga con dificultad y sube la mirada hasta mis ojos.

—Eres mía ahora, Aria —le recuerdo —eso significa, que puedo hacer contigo todo lo que se me plazca. Y tú...tienes que complacerme, querida.

Avanzo, ella retrocede. No la suelto en ningún segundo, ahoga un grito cuando caemos sobre la cama, mi cuerpo aprisionando el suyo. Mis brazos están a los costados de su cabeza, sosteniendo mi peso sobre ella, acerco mi rostro al hueco de su cuello, el aroma a flores llega hasta mí, la maldita fragancia nublándome la mente. Noto los leves destellos en su piel, seguramente añadidos por la fragancia con la que fue roseada. Ella se estremece cuando mi nariz acaricia su piel, muevo la cabeza siguiendo el contorno del escote antes de recuperar la cordura y apartarme, cuando lo hago, me fijo en sus ojos, en los luceros grises que ahora destellan con temor.

Parece que el carácter se ha esfumado, que la firmeza que venía con ella se ha ido en segundos.

—Kyle...por favor.

Ahí está. La primera súplica.

Sus ojos se humedecen, las lágrimas acuden a sus ojos, mantiene los labios apretados en una fina línea y de pronto, la satisfacción se va.

Está jodidamente aterrorizada porque ha creído todas mis palabras. Estoy seguro que cualquier otra mujer se hubiese arrojado a mis brazos, que no tendría que recordarle que la tengo en mi poder, pero ella. Esta mujer...sabe lo que realmente ocurre.

Sabe que es mi enemigo, que mi odio a su familia no se ha esfumado con esta unión. Sabe que puedo hacer cualquier cosa con ella si lo deseo y no tiene ni una sola oportunidad.

El caso aquí es... ¿realmente puedo obligarla a entregarse a mí?

Soy un hijo de puta, sí, pero nunca le haría eso. A ninguna mujer.

Mucho menos a ella.

Me aparto, soy consciente de las respiraciones agitadas que la sacuden cuando la libero de mi peso.

—Cámbiate rápido —ordeno —el baño está ahí —señalo la parte en donde se encuentra y giro para salir de la habitación —y más vale que ya estés en cama para cuando regrese.

Sin darle oportunidad a replicar, me marcho. Con la cabeza a punto de explotar y sintiendo que la he cagado.

Empezamos mal, Kyle. ¿Cómo garantizo entonces que todo lo demás funcione de acuerdo al plan?

(...)

Pasa aproximadamente una hora antes de que pueda volver a la habitación con la cabeza fría. Cuando entro, ella voltea la cabeza hacia mi dirección. El vestido yace sobre el sillón, es seguro que ha tomado una ducha porque reconozco la humedad de su cabello, mientras me acerco, noto como sus ojos me escanean de nuevo.

Yo también he tomado mi propia ducha, he recurrido a la habitación de invitados para un cambio de ropa, que siempre suelo dejar ahí, y tratar de convencerme que puedo volver aquí y compartir la cama con mi nueva esposa.

Me deslizo en la cama sin decir nada, ella se remueve, aferrando las sábanas a su cuerpo.

—Deja de lucir como una chiquilla aterrorizada —mascullo con irritación —no te haré nada que no desees.

Ella emite un sonido parecido a una risa.

—Eso no fue lo que dijiste —me recuerda.

—Bueno, si prefieres que me mantenga firme en lo que dije...

—No —su voz brota de pronto.

Sonrío. Coloco el brazo debajo de mi cabeza y volteo hacia ella. Me encuentro con sus ojos, el temor permanece ahí aunque en menor grado. ¿No es eso lo que quería? Que Aria me tema, es el primer paso, que no se atreva a cuestionar mis ordenes, pero esas órdenes jamás sobrepasarán el límite con su cuerpo.

No soy un jodido violador.

—Que quede claro, Aria, que tendrás que hacer todo lo que yo te ordene a partir de ahora. Pero jamás voy a tomarte en contra de tu voluntad. Te entregarás a mi voluntariamente, querida, es solo cuestión de tiempo.

Mantiene los ojos en mí antes de desviarlos al techo, mi sonrisa se ensancha un poco más antes de que decida dejar de mirarla. El silencio nos envuelve, esta no es precisamente la forma en la que planeé mi noche de bodas, tal vez fui demasiado ingenuo como para considerar que Aria se lanzaría a mis brazos o se sometería a mí con tanta facilidad, no preví que estuviese tan malditamente asustada.

—Kyle...

Su voz me llama haciéndome voltear otra vez. Ella no me mira, mantiene su mirada fija en el techo, con las sabanas aferradas a su cuerpo.

—¿Qué?

—Si esto no es un acuerdo de paz...—parece temerosa de preguntar, gira lentamente la cabeza hacia mí, sus ojos destellan curiosidad pero también temor de la respuesta que obtendrá —¿qué es realmente?

Vuelvo a sonreír.

—No tienes que saber esto ahora, querida —extiendo la mano y ella se estremece bajo mi toque —lo sabrás cuando llegue el momento.

Aparto mis dedos de su piel, le doy una última mirada antes de girar hacia el lado contrario, dándole la espalda.

¿Acuerdo de paz? No, esposa. Esto es todo, excepto un acuerdo de paz.

Y me temo que cuando te des cuenta de eso... ya será demasiado tarde.

A la mañana siguiente me levanto antes de que Aria lo haga. Cuando salgo al pasillo, hay un sentimiento diferente en mi pecho. Tal vez se deba a la mujer que duerme en mi cama, a que ahora soy un hombre casado, uno que tiene viviendo bajo su techo a una mujer que no debería tener cerca.

Las voces en la cocina captan mi atención, para cuando llego a las escaleras, sé de quien se trata.

—¿No puedes darme privacidad? —Fanny voltea con una sonrisa.

—¿Qué tal tu noche de bodas? —resoplo —vamos, no seas tímido conmigo.

—No voy a hablar contigo de mi noche de bodas.

Le toma un par de segundos entender a mi hermana.

—No puede ser, no te acostaste con ella —dice arqueando la ceja —¿acaso es la que la detestas lo suficiente como para siquiera tocarla?

—Soy perfectamente capaz de follarme a la mujer que odio —espeto con irritación —sexo salvaje lo llaman, es mucho mejor que una patética velada romántica de noche de bodas.

Fanny se ríe, lleva el borde de la taza hasta sus labios para darle un sorbo y luego se aclara la garganta.

—Entonces supongo que no la deseas lo suficiente —casi se burla —aunque no te culpo, si tuviera que casarme con un Anderson, tampoco lo desearía como para tener sexo con él.

Me concentro en preparar mi propio café, cuando está listo, lo sirvo en una de las tazas y arrastro mi silla hasta el lado de mi hermana.

—¿Sabes que hacer ahora? —inquiere —conseguiste que sea tu esposa, ¿ahora qué?

—No debes de ser impaciente, Fanny —reprendo —¿recuerdas lo que papá siempre decía?

— La paciencia es también una forma de acción. —decimos ambos.

— Auguste Rodin —volteamos hacia la cálida voz que se escucha. Ceci, nuestra nana, citando al hombre que mi padre siempre solía mencionar —¿veo que decidieron madrugar?

—Parece que alguien no soporta a su nueva esposa —dice Fanny con diversión —dice que no la desea lo suficiente.

—Yo no dije eso...

—Pero tampoco lo negaste —se encoje de hombros —es lo mismo. El silencio es otra forma de responder.

Entorno los ojos con fastidio. Me incorporo del asiento, tomando mi taza de café y girando hacia Ceci.

—Nana, prepara unos huevos con tocino, y café. Mi esposa debe tener hambre.

—Claro, Ky. Estará listo en un momento.

No espero más, dejo atrás a las dos mujeres para subir de nuevo a mi habitación, cuando llego, la cama esta tendida y el sonido del agua corriendo en el baño me indica que Aria está dentro.

Me deslizo sobre las sábanas, mantengo el café entre mis manos mientras reviso las notificaciones de mi celular. Podía tomarme el resto del fin de semana antes de tener que volver al trabajo, sin embargo, aprovecho el tiempo para responder un par de correos teniendo el tiempo justo antes de que Aria salga.

—Kyle —su voz me obliga a apartar la mirada del celular.

—Aria —le dedico mi sonrisa habitual —debes tener hambre, subirán el desayuno en unos minutos.

Vuelvo la atención a la pantalla, termino con los correos y para cuando miro de nuevo a mi esposa, ella sigue de pie a un lado de la cama.

—¿Por qué te quedas ahí?

—No tengo muy claro como esto va a funcionar —dice con cautela.

—¿Qué?

—Esto —mueve la mano entre nosotros —el...matrimonio. Yo...—sacude la cabeza —no entiendo como vamos a funcionar.

—Creo que sabes perfectamente las funciones que tiene una esposa —arruga la frente —pero por si se te han olvidado...

—No tienes que recordármelas —espeta con irritación —sé lo que se espera de mí. Pero no entiendo como planeas convivir conmigo si me odias tanto.

—Escucha, querida...

—No me llames querida —reta —no de esa manera, suena...horrible.

—Querida —repito en el mismo tono —sabes que detesto a tu familia, y a ti por consiguiente, pero eso no es impedimento para que tolere tu presencia en esta casa. Eres la señora Beckham, eres mi esposa ahora, lo que te convierte en un miembro más de mi familia. Tus funciones...supongo que las sabes bien. No tenemos que "funcionar", Aria, solo tienes que hacer lo que jodidamente se te dice, y punto.

—Supongo que soy buena en eso entonces —dice con amargura.

Sonrío con falsedad.

—Bien, entonces no tendremos ni un solo problema.

Me mira por un par de segundos antes de volver al interior del baño. Ruedo los ojos, santo cielo, esto tendrá que valer la pena porque de lo contrario, estoy muy seguro que terminaré dándome un tiro.

Aria todavía no sale cuando Ceci viene con el desayuno.

—¿Dónde está tu esposa?

—En el baño —me encojo de hombros —gracias, nana, te la presentaré apenas se digne a salir.

—No seas tan duro, Ky. Es tu esposa.

Aprieto los dientes.

—Y también es quien me arrebató a mi padre y hermano —susurro por lo bajo.

—No fue ella, lo sabes —dice con una mirada dura —los pecados de su familia...

—Son también los de ella, sabes que te quiero tanto, nana. Pero déjame manejar esto, no te metas. Odiaría terminar decepcionándote.

No se atreve a decirlo pero sé que ya lo he hecho. La sola idea de que el niño al que ha criado como un hijo se suma en este juego de venganza, es tan decepcionante para ella.

No dice nada más, se limita a dejar el desayuno a un costado de la cama, y se marcha. Algunos minutos después, Aria sale.

—Debes tener hambre —mascullo sin mirarla —luego del desayuno puedes acomodar las cosas que la mudanza ha traído. Luego, Ceci te puede dar un recorrido por la casa.

No responde, se desliza a mi costado así que tomo su silencio como una respuesta afirmativa. Tomo la bandeja que Ceci ha dejado con el desayuno junto con la mesita de madera diseñada para poder desayunar en la cama.

—No te acostumbres a los desayunos en cama —advierto —Ceci te avisará cuando las comidas estén listas para que puedas bajar.

De nuevo el silencio es la respuesta que obtengo. Irritado, volteo. Ella se concentra en picar los huevos con el tenedor antes de llevárselos a la boca.

—¿Estás ignorándome?

—Creí que no querrías lidiar conmigo, así que te estoy haciendo el trabajo fácil.

Cierro los ojos, el café se amarga en mi boca. Me tomo un segundo repitiéndome que es demasiado pronto para que esta mujer acabe con mi paciencia.

—Primero, no he dicho que no quiero lidiar contigo. Y segundo, si te hablo, lo menos que espero es una respuesta, a menos que te diga que mantengas la boca cerrada. Lo cual creo que este no es el caso, ¿cierto?

Silencio.

—¿Cierto, Aria? —elevo la voz y ella cierra los ojos, apretando los labios en una fina línea.

—Cierto —masculla.

Se atreve a mirarme a los ojos, noto el destello de coraje en sus pupilas y sonrío.

—Me gusta más esta Aria —añado —y no la mujer asustadiza en la que te conviertes.

Su ceño se frunce, sus labios se aprietan en una fina línea y mi sonrisa se vuelve más grande, más amplia, más satisfecha.

El juego oficialmente ha comenzado.   

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