Capítulo 22 | Desilusión
DESILUSIÓN:
Al entrar al apartamento lo encontré a oscuras. Solamente estaba encendida la pequeña luz de la campana de la cocina. Dejé las bolsas de las compras en la barra y fui a encender el bombillo de ese espacio. Casi me da un infarto cuando me topé con mi hermano sentado en el sofá bebiendo de una botella de whisky.
—¿Por qué estabas en la oscuridad? —pregunté pasado el susto.
Gabriel no me respondió. Revisó la pantalla de su celular y continuó con su actividad.
Sin ganas de forzarlo a contarme sus angustias, ya que yo estaba lidiando con las propias, empecé a guardar los víveres para la siguiente semana. Después de deambular casi una hora por las calles ese domingo por la tarde, decidí ocuparme en planificar nuestra alimentación. Incluso había hecho una lista de comidas de casi todo el próximo mes. Todo con tal de mantenerme enfocado en algo más y no sucumbir a las ganas de contactar a Lucía. Ya no la perseguiría, como si fuera su mascota.
—Miriam todavía no me escribe, ni me llama —dijo mi hermano cuando me acerqué con mi propio vaso para sentarme con él—. Hasta le envié un correo electrónico por si su teléfono se había dañado, pero nada. No quiere hablarme.
—Debe estar resolviendo los problemas con su ex —repliqué.
Le tendí el vaso y me sirvió de la botella.
—O la asusté besándola. Quizá entendí mal las señales y solo quería mi amistad.
Lo medité por unos instantes. Sus encuentros, los otros que yo desconocía, su pasado y la forma en la que interactuaban; definirlo como una amistad desinteresada era difícil. Esos roces y sonrisas pertenecían a otras fronteras. Por lo menos desde mi perspectiva.
—¿Entonces al final decidiste que no querías solo su amistad?
Gabriel suspiró como respuesta y dio otro trago. Lo acompañé, imaginando lo desolados que debíamos vernos, teniendo en común problemas con los ex.
—Desde ayer has estado como ido. Pensativo. ¿Peleaste con Lucía? —cuestionó luego de unos minutos.
Más allá de eso, se trataba de haberme rendido con lo nuestro, tanto lo real como con mis aspiraciones ingenuas. Desde hacía mucho yo tenía claro que esa no era la forma de iniciar una relación seria, sin embargo, de todas maneras, había caído en la fantasía de que el escenario con Lucía evolucionaría en otra cosa. Quizá como un resultado retorcido de en el fondo añorar estar en pareja. Era mejor deducirlo así que concluir que era por todavía extrañar a Laura, y no al nosotros.
Coloqué el vaso sonoramente sobre la mesa y me levanté—. ¿Qué tal si vamos a un bar? Todavía no es tan tarde y así cambiamos de ambiente para despejar la mente.
—¿Y ver otras mujeres?
A pesar de que me hizo fruncir el ceño al señalar lo obvio, ya que no iba a ser un establecimiento solo para hombres, asentí.
—Claro. Y practicar tus tácticas de seducción, si quieres.
Gabriel le dio otro sorbo a la botella, lo que le hizo arrugar el rostro, y se puso de pie—. Bien. Es bueno recordar que el mundo no se acaba por una mujer.
Después de que se cambiara de ropa, salimos del apartamento. Me ofrecí a ser el conductor para que él pudiera distraerse sin limitantes. Esa noche era sobre él, no de mí. Se lo debía por el apoyo que llevaba siendo durante mi proceso de reconstruir mi vida.
Escogió un local al que nunca habíamos ido, pero del que le habían contado maravillas en el trabajo.
—Supuestamente suelen hacer promociones y sorteos —comentó en el trayecto.
Era un edificio de dos plantas ubicado al final de una cuadra. La fachada era verde fosforescente, pero había partes descascarada de la pintura que dejaba a la vista el ladrillo; grandes ventanas y puertas de cristal ahumado. También tenía un gran aviso de neón con la figura de una cerveza, con espuma blanca y el mismo tono verde, que iluminaba un tramo del estacionamiento destinado a los consumidores.
En el interior, había pocas personas y quizá demasiada iluminación para la atmósfera íntima que solía buscar un bar, no obstante, lo atribuí a nuestra hora de llegada.
—Bienvenidos —nos recibió el sujeto detrás de la barra—. En dos horas comienza el happy hour y toda la noche tendremos el descuento especial del 10% si comparten una foto etiquetándonos en las redes sociales.
—Excelente —dijo Gabriel—. ¿Seguimos con el whisky, hermanito?
Decidí obviar su forma de llamarme—. Sí, y algo para comer.
Luego de un rato, las luces se volvieron más tenues y el establecimiento se fue llenando con más clientes. Gabriel y yo nos quedamos en el barra con nuestros tragos y una ración de nachos en el medio. Yo estaba concentrado paseando la vista sobre las personas, detallando los diferentes micro-escenarios de cada grupo, cuando un flash me aturdió.
—¿Qué haces? —le gruñí a mi hermano, mas le restó importancia a mi queja escribiendo algo en su celular.
—Te gano tu descuento. Ya te pasé la foto para que la publiques y el usuario del bar —indicó—. Ahora tómame tú una foto.
Su aura melancólica se había ido. Era como si la energía del lugar ya se le hubiera contagiado y estuviera solo haciendo una acción más para afianzar su pertenencia. Confirmé que había sido buena idea sacarlo del apartamento.
Accedí a su segunda instrucción y le tomé una foto. También se la envié, mas no publiqué la mía. Agarré de los nachos mientras él sí accionó para obtener su descuento.
—Divertirnos. Eso es lo que debemos seguir haciendo —comentó.
—¿Que todos tengan que verlo es parte de eso?
—Por supuesto. —Antes de que pudiera evitarlo, agarró mi teléfono y se encargó él mismo de compartir en mi perfil la foto que me tomó. Para que todos lo vieran. Para que ella lo hiciera—. No me mires así. Relájate. Te aseguro que Lucía no está de puritana.
No me gustó el tono que usó mi hermano para referirse a Lucía, sin embargo, yo comprendía que ya había suficiente alcohol en su sistema para disminuir la eficiencia del filtro de su habla, y le resté importancia. Además, Lucía ya me había reiterado que no necesitaba que nadie la defendiera.
Le pedí al de la barra otro trago y guardé silencio.
Conforme llegaban más clientes, empezamos a estar más apretados en nuestros puestos. Comencé a creer que lo mejor era irnos, sintiéndome ya aturdido por el aumento del ruido en el ambiente. Sin embargo, a mi hermano no pareció molestarle. De hecho, aprovechaba de intentar iniciar conversaciones con las mujeres que se acercaban. Ellas solían ser amables, mas terminaban regresando a su grupo de amigos ubicados en mesas, o en el espacio de baile.
—Voy al baño. Ya vengo —le informé cuando necesité alejarme un poco de todo eso.
Navegué entre las personas y llegué sin contratiempos a mi destino. Me metí en uno de los cubículos y me senté sobre la tapa del retrete. Aproveché ese momento de calma para desbloquear mi celular y revisar si tenía algún mensaje; con la ligera esperanza de que fuera uno de Lucía. Pero no.
Con lo que sí me encontré fue con algunas reacciones en la foto que había compartido hacía casi dos horas atrás. Sucumbí a la curiosidad de ver quién se había interesado en ella. Conocidos que llevaba años sin ver, mis amistades del trabajo, un par de familiares lejanos, y... Laura. Mi corazón dio un brinco al leer su nombre, no obstante, unos segundos después quedó inmóvil al no hallar a Lucía en esa lista. Aunque, claro, ella no me seguía en mis redes sociales.
Tuve tentación de escribirle, así que volví a guardar el celular y salí del baño. Mientras regresaba a la barra, la entrada del local se mantuvo en mi campo visual. Me hallaba a unos metros de mi puesto, cuando al bar ingresó Lucía acompañada de Jorge.
Me detuve ante la impresión. Ella se reía de algo y él caminaba demasiado cerca. No me prestaron atención debido a las personas entre nosotros y el estar inmersos en su conversación; una con un obvio exceso de confianza.
Alguien chocó conmigo e hizo que los perdiera de vista. Oí una disculpa, pero solo asentí ante de la misma y volví a buscar a Lucía y a Jorge con la mirada.
—Ahí estás. Ven, hermano —dijo Gabriel apareciendo frente a mí. Puso su mano en mi hombro y buscó halarme de regreso a la barra—. Quiero presentarte a alguien.
Caminé por inercia, mas sin dejar de buscar a Lucía. Ese cabello. Esa sonrisa.
—Él es Roberto, mi hermano —habló de nuevo Gabriel cuando estuvimos de nuevo en nuestros puestos—. Ellas son Andrea y Bianca, ambas son hermanas.
Solo ante la mención de sus nombres fue que me di cuenta de que ellas estaban allí, con sus faldas cortas y expresión receptiva. Parecía que Gabriel había cumplido con su meta de que alguien del sexo opuesto se nos uniera. Mi ausencia le había dado suerte.
—Un placer —saludé por educación, pero sin detallarlas más a fondo. Me ocupé de inspeccionar de nuevo el lugar con los ojos.
—Bueno —suspiró Gabriel—. Pidan lo que quieran. Nosotros invitamos.
Localizar a Lucía y a Jorge en una mesa del rincón evitó que contradijera a Gabriel. Estaban sentados de frente, con un mesero recién habiendo tomado su orden, y todavía hablando animadamente.
¿Por qué? ¿Cómo era que eran así de cercanos? El encuentro del parque había sido el día anterior, Lucía utilizaba su tiempo libre conmigo, entonces, ¿en qué momento...?
Mi corazón latía de prisa. ¿Acaso ya habían interactuado antes y lo que yo creía saber era mentira? ¿Y si también se acostaba con él y era otro de sus secretos?
—Oye, Andrea te preguntó algo —llamó Gabriel mi atención apretándome el brazo—. ¿Viste a alguien conocido?
Me esforcé por enfocarme en él y en nuestra compañía, a pesar de cómo mi interior empezaba a retorcerse. Sin embargo, si Lucía podía fingir e ir de hombre en hombre, no tenía sentido que yo desperdiciara la oportunidad que me estaba sirviendo la vida.
—Perdón, creí haber reconocido a alguien, pero me equivoqué —repliqué. Saboreé mi trago para darme un poco más de tiempo de mantener todo en orden dentro de mí—. ¿Puedes repetir la pregunta, por favor?
—Sí, claro. Quizá necesite estar más cerca. —Andrea abandonó el espacio entre su hermana y Gabriel, y vino a pararse en mi otro costado. Se apoyó con los codos de la barra, proporcionando una mejor visual de su escote—. ¿Qué hace alguien que trabaja en control de calidad? Porque suena bastante sexy.
Pese a que revisar constantemente los parámetros del agua no podía describirse como una actividad sensual, Andrea escuchó con atención mi explicación, incluso sonriendo y haciendo más preguntas. La mayoría obvias, pero eso no hizo que me sintiera menos halagado. Ella quería que yo continuara hablando. Fue tan agradable tener eso, luego de mis altibajos con Lucía, que ojeé menos en su dirección de lo que lo hubiera hecho en otras circunstancias.
Junto a mí, yacía el puesto vacío de mi hermano. Bianca y él se habían ido a bailar.
—¡Deberías tener más cuidado! —exclamó una voz masculina cerca de nosotros.
Como Andrea, desvié mi atención para ver qué ocurría. Un sujeto le acababa de reclamar a una mujer que había chocado con él. Esa mujer era Lucía y en medio de su disculpa su mirada se cruzó con la mía.
—Entonces... —Sentí la mano de Andrea sobre la mía, lo que me obligó a fijarme otra vez en ella—. Con un trabajo así, seguramente tienes tu propio auto y apartamento de soltero.
—Sí... —Ojeé otra vez hacia Lucía. Se dirigía al baño. Un recuerdo similar del pasado cruzó por mi mente, pero en esa ocasión sería diferente. Yo no iría tras ella. Me acomodé en mi asiento y volví a concentrarme solo en Andrea—. Bueno, mi propio auto sí. El apartamento lo comparto con Gabriel mientras decido a dónde mudarme.
—Vaya... —Acarició mi mano—. Si necesitas una opinión femenina para escoger apartamento, yo podría...
—¿Por qué no te sientas aquí? —la interrumpí señalando el taburete vacío de mi hermano.
La tomó un poco por sorpresa mi sugerencia, pero accedió. Yo me giré hacia ella, estando seguro de darle la espalda al tramo por el que Lucía pronto volvería a transitar. Andrea cruzó las piernas, dejando más de su piel expuesta.
—Desde el balcón de mi apartamento hay una vista increíble de las estrellas. ¿Te gustaría ir a verlas? —propuso.
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