Capítulo 17 | Inculpar
INCULPAR:
El viernes el día de trabajo transcurrió lento, especialmente porque no sabía cuándo volvería a ver a Lucía. La nueva información sobre ella llenaba mi pecho de una forma distinta; una sensación que no había experimentado antes. Sabía que no era precisamente admiración, sino algo más. Algo que me costaba definir, como se había vuelto común en todo lo relacionado con ella.
Hice mi primera ronda, entregué los formularios, y fui a almorzar. Esa vez, como había sucedido los otros días de la semana, estuvimos los cuatro en la mesa.
—Oye, Jorge, ¿seguiste en contacto con Bea después de que terminaron? —preguntó Vanesa removiendo su jugo natural.
—Amor, quedamos en que no tocarías el tema mientras comíamos —intervino su esposo.
—Pero es que...
—¿Quién es Bea? —cuestioné para entretenerme y esperando que así el tiempo pasara más de prisa.
—Mi ex y la que estuvo en tu puesto antes de sabotear las bombas de la procesadora —se encargó Jorge de responder—. Y no, no hablé más con ella. Otro novio me escribió preguntando si teníamos una relación, así que supongo que fui un cornudo sin saberlo.
—De verdad que era todo un personaje esa mujer —comentó Luis negando mientras destapaba su agua.
—Lo siento mucho. Era muy amable, jamás lo hubiera imaginado —añadió Vanesa.
Bueno, por lo menos no era que solamente me podía pasar a mí. Jorge tenía buen carisma, al punto de que en ocasiones hallaba algunas características que me recordaban a Christian. Los hombres así tampoco estaban exentos de una infidelidad.
—Qué bueno que eso acabó a tiempo —fue lo que pude decir.
—¿Por qué me preguntas por ella, Vanesa?
—Es que escuché que pronto darán un veredicto. El abogado de la procesadora está pidiendo un par de años de cárcel.
Jorge encogió los hombros—. Que sea lo que tenga que ser. Es una mentirosa y espero jamás volver a cruzarme con ella.
Vanesa bebió de su jugo y se inclinó hacia adelante para poder hablar con un tono más bajo—. Ahora, ¿qué hay con ese nuevo intento de sabotaje? Trataron de incriminarte Roberto, ¿no te preocupa?
—Yo no creo que trataran de incriminarlo. Simplemente estuvo en el momento equivocado —compartió Luis.
—En realidad, no he querido pensar mucho en eso. No creo que mi suerte sea tan mala como para que me inculpen de un crimen. Suficiente fue con lo del río —contesté.
Mi mente había estado ocupada con Lucía como para mortificarme por eso. Además, había seguido su consejo y me limitaba a ser cuidadoso en no quedarme solo durante mis inspecciones. La paranoia no le hacía bien a nadie. Y suficiente tenía lidiando con mis nuevas emociones vinculadas con Lucía y el desprendimiento de lo viejo con Laura.
La conversación se fue desviando más hasta llegar a unas series que yo no había visto aún. Terminé de almorzar escuchando sus comentarios y prometiendo que las vería para compartir mi opinión.
Al acabar la hora de descanso, me dirigí de nuevo a mi puesto de trabajo. Para mi sorpresa, el ingeniero Boada se encontraba ya allí, tomando café, y esperando por mí.
—Tenemos que hablar de algo importante —fue su saludo.
En seguida, e influenciado por haber tocado el tema durante la comida, me alarmé—. ¿Qué sucede?
Mi jefe agarró un puñado de hojas de su escritorio y me las tendió—. Estos son tus reportes de la semana. Los estuve revisando y noté algunas discrepancias con los valores de hoy. También, hay unas que tienen la letra distinta.
Confundido, me senté en mi puesto y esparcí los papeles sobre la superficie. Eran los formularios que me encargaba de llenar dos veces cada día, anotando las variables de diferentes unidades vinculadas con el tratamiento de aguas de la procesadora. Por las fechas, confirmé que eran las correspondientes a esa semana, sin embargo, pude percibir algunas incongruencias con mi caligrafía.
—Algunas no las hice yo —murmuré.
—Revisándolas todas juntas se nota, pero así no es cómo se suben al sistema, ni se archivan. Si se hace una investigación, se notará la diferencia entre el soporte físico y los valores que colocaste en el sistema.
—¿Cómo es que se te ocurrió revisar esto? —cuestioné, todavía sin salir de mi impresión. La teoría de Vanesa estaba comenzando a volverse realidad—. ¿Los reportes de los otros también tienen estas irregularidades?
—Me quedé preocupado después del incidente en el tanque de efluentes. Y no, los demás están bien. Solo son las tuyas.
—Entonces ya es algo personal conmigo, ¿cierto?
El ingeniero depositó la taza de café sobre su escritorio y se acercó a mí.
—Eso estoy empezando a creer. La procesadora se confió creyendo que solamente Beatriz había sido contratada para sabotear los productos.
—¿Y si a ella también la inculparon? —especulé.
Mi observación lo tomó desprevenido. Eso no se le había ocurrido. No obstante, terminó descartándolo con una negación.
—Si es así, lo hicieron bastante bien, porque incluso encontraron movimientos de grandes sumas de dinero en su cuenta bancaria sin explicación. Y hubo pruebas contundentes. Lo tuyo lo veo diferente.
—¿Qué me sugieres que haga?
—De momento, le haré el comentario a Recursos Humanos y debemos estar ahora más alertas ante cualquier detalle sospechoso. Sigue haciendo tu trabajo con cautela —replicó.
Asentí volviendo a acomodar las hojas como me las había entregado.
Pese a sus palabras y saber que contaba con su apoyo, permaneció en mí ese miedo a ser acusado injustamente. No era algo a lo que simplemente iba a poder hacerme el desentendido, ni esperar a que se solucionara solo, o a que lo Boada lo hiciera. Algo similar había sucedido con el incidente en la planta textil: había confiado en otra persona.
El resto de la jornada laboral estuve un poco distraído por esa nueva apreciación de los hechos recientes. Por suerte, ya al final de la tarde inició el fin de semana y tendría tiempo para poder digerir la situación y quizá conversarlo con Lucía. Esperaba en serio verla.
Mientras conduje al apartamento, una ligera lluvia comenzó a caer. El edificio como tal no tenía su propio estacionamiento, sino que era un espacio casi al final de la cuadra con su propio vigilante, el cual era mantenido entre los inquilinos de dos edificios más.
Saqué mi paraguas de la guantera del auto y caminé protegiéndome de la lluvia hacia la entrada del edificio donde vivía. Para mi sorpresa, Lucía se encontraba junto a la puerta bajo el pequeño techo, resguardándose de las gotas.
—Qué bueno que acerté al suponer que ahora demorabas menos en llegar —dijo dejando de abrazarse a sí misma.
—Y que no planeaba hacer ninguna parada antes de venir aquí —comenté tratando de opacar un poco el alivio que me causaba que estuviera allí.
—¿Cómo irme a buscar al bar? —sugirió.
—Creo que más como ir a verme con la otra.
Eso hizo que su sonrisa se borrara—. No juegues con eso.
—¿Por qué? ¿Acaso... te da celos?
—Fue mala idea venir —bufó—. Mejor me voy.
Bajó los escalones, a pesar de la lluvia. La parada de buses estaba del lado opuesto de donde yo me hallaba, así que tuve que dar unas zancadas para poder detenerla tomándola del brazo.
—Disculpa, me excedí. Tuve mucho estrés hoy en el trabajo —dije.
Mi paraguas nos cubría a ambos, pero su cabello se había humedecido en medio de su partida arrolladora. Estaba muy cerca de mí, mirándome con ojos desafiantes y los labios entreabiertos.
—¿Qué te pasó? —susurró.
—Cambiaron unos reportes míos y colocaron datos falsos. Parece que sí buscan inculparme.
Extendió los brazos para sujetar mi rostro y luego se estiró para besarme. No me moví, porque no duró mucho. Sin embargo, fue suficiente para darme a entender que contaba con ella.
—¿Hay alguna pista sobre quién puede ser? —preguntó sin alejarse demasiado.
—No.
—¿Y la chica que despidieron que estaba en tu puesto? ¿No queda ninguna amistad de ella en la empresa?
—Un ex, con quien almuerzo seguido.
—Quizá sea un buen lugar donde empezar. Con gusto te ayudaré a investigar, si quieres —se ofreció. La lluvia cesó y me acomodó el abrigo—. Pero ya pensaremos de eso el lunes, ¿te parece? Disfrutemos hoy.
—¿Qué sugieres?
—¿Gabriel está arriba?
Sonreí al intuir hacia dónde se dirigían sus intenciones—. No. Me dijo que va a llegar tarde.
—Hmm... ¿me invitas a subir?
En vez de responder, tomé su mano y la guie al interior del edificio. Comenzamos a besarnos de nuevo en el ascensor y lo continuamos haciendo al avanzar por el pasillo. Ya dentro del apartamento, tiré mi maletín en el suelo y ella hizo lo mismo con su cartera. Me ayudó a quitarme el saco y seguimos a mi habitación.
—Veo que eres muy ordenado —comentó mientras se deshacía de sus botas sentada en el borde de mi cama.
—¿Te gusta? —También me había sentado junto a ella para hacer lo mismo.
En realidad, mi recamara no siempre estaba acomodada. Ese mañana me había despertado más temprano de lo normal y entretenido arreglando el desorden.
Lucía se sacó la blusa y se posicionó detrás de mí para abrazarme desde atrás. Me hizo estremecer al pasar su lengua por mi cuello. Coloqué las manos en sus rodillas y me incliné hacia atrás para darle fácil acceso a esa zona sensible.
—Más de lo que creía.
Sus manos bajaron al botón de mi pantalón y al desabrocharlo y abrir el cierre, me puse de pie para encargarme de removerlo. Al girar, me encontré con la mirada expectante de Lucía, sin su falda, y con el espacio perfecto para mí entre sus piernas.
Una vez más, me cuestioné cómo es que una mujer como ella estaba allí conmigo. Mirándome de esa manera. Dispuesta a estar conmigo. Interesada en mí.
Me acomodé sobre ella, le acaricié el rostro y la contemplé por unos instantes.
—Gracias por compartir tu tiempo conmigo —dije.
Antes de que pudiera responder, la besé y sentí sus manos ascendiendo por mi espalda. Me había ganado de nuevo. Sería ella quien se quedaría plasmada en mi habitación y no al revés.
Como ruido de fondo, a nuestras respiraciones que se mezclaban y ritmo cardiaco que se sincronizaba, creí oír el sonido de una puerta cerrándose. No obstante, decidí no prestarle atención. Lo siguiente que escuché, fue la voz de mi hermano.
—¿Roberto? ¿Estás aquí? —llamó para después tocar mi puerta.
Lucía paró de besarme y soltó un suspiro ante la interrupción.
—¿Hermano? —siguió Gabriel.
Me retiré de mi nuevo lugar favorito y me senté irritado—. Sí, aquí estoy. ¿Qué quieres?
—Miriam vino a cenar. El restaurante al que íbamos lo cerraron por fumigación. ¿Te nos unes?
Más allá de una simple invitación cordial, sabía que era una petición para no estar solo con ella. De lo contrario, seguramente me hubiera enviado un mensaje para pedirme que me fuera; como ya había hecho en otras oportunidades con otras conquistas.
Miré a Lucía. Ella se estiró y luego de sentó junto a mí.
—Dile que sí —murmuró—. Sé que no podrás concentrarte sabiendo que están allá afuera.
—¿Quién dice que no?
Ella soltó una risa, la cual al siguiente segundo se esforzó por contener—. Hoy estás muy gracioso, Roberto.
Le di un beso fugaz antes de levantarme y empezar a vestirme.
—Sí, ya vamos —le contesté a mi hermano para confirmarle que no estaba solo.
Lucía hizo una mueca, probablemente adivinando cuáles serían mis próximas palabras.
—Por lo menos te quedas a cenar con nosotros, ¿cierto?
Lo pensó por un momento. Revisó la hora en el reloj de mi mesita de noche, el cual había sido de mi madre, y se puso de pie para arreglar su vestimenta.
—Bueno, de todas formas, la niñera tiene que cuidar a Mario por otras dos horas.
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