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🦋9. 🦋


Giselle se encontraba removiendo la masa para el pastel que pensaba preparar para la cena de aquella noche con los vecinos, cuando de repente llamaron al timbre.

Sorprendida, se encaminó hacia la puerta para ver de quién se trataba a aquellas horas de la mañana.

Estaba sola en casa, pues los chicos todavía no habían vuelto del instituto ni su marido de trabajar en la oficina.

Depositando la fuente con delicadeza sobre la encimera, se quitó el delantal aprisa y, tras retocarse un poco el pelo, fue a abrir.

Enseguida se inclinó por la mirilla para contemplar, con algo de sorpresa, la imagen de Annika y Nikolai aguardando en el porche, cogidos de la mano, mientras la esperaban.

Oh, esperaba que no hubieran acudido a cancelar la cena...le apetecía demasiado. Hacía tanto que no tenían invitados en aquella casa... que a veces Giselle no podía evitar sentirse un poco sola.

Sabía que era injusto. Tenía hijos, un marido...en definitiva, una familia preciosa. Pero últimamente todo se estaba desmoronando y ni ella sabía siquiera cómo arreglarlo.

Suspirando para despejar esos pensamientos negativos de su cabeza, descorrió el cerrojo y compuso su mejor sonrisa para recibir a la pareja. Aquella que con el paso de los años se había hecho experta en cultivar. Lamentablemente, debido a que pocas veces era sincera.

Annika fue la primera en adelantarse unos pasos para saludar, mientras el hombre aguardaba tras ella con todo el cuerpo en tensión. Su presencia imponía...tanto que Giselle tuvo que retirar la mirada al encontrarse con esos ojos tan...no había otra palabra para describirlos: duros.

No obstante, procuró disimularlo. Lo último que quería era ser descortés. Siempre procuraba no juzgar a nadie sin conocerlo. Ella mejor que nadie había experimentado en sus carnes lo desagradable que eso podía resultar y sabía cómo de horrible se sentía.

Así que los invitó a pasar con una enorme sonrisa. Ambos cruzaron el umbral; Annika con una sonrisa de oreja a oreja en el delicado rostro de porcelana y Nikolai serio y huraño, con los brazos cruzados sobre el abultado pecho, analizando hasta el último rincón de la estancia con el ceño fruncido.

La mujer tragó saliva, intimidada a su pesar. Había algo en ese hombre que la ponía nerviosa...

—Por favor, tomad asiento — les ofreció, recomponiéndose lo bastante como para hacer gala de sus buenos modales — ¿Queréis algo de beber? Puedo poner a hervir té.

Sin embargo, Annika rechazó la invitación con cordialidad, haciéndole saber así de manera tácita que su visita no se debía a una mera cortesía.

—Te agradecemos mucho tu hospitalidad Giselle, de verdad, pero solo hemos pasado un momento porque queremos...bueno, proponeros algo en relación con la cena de esta noche — aclaró, abrazando por la cintura a su marido, que asintió, esbozando lo más parecido a una sonrisa. Aunque su aspecto seguía siendo de piedra, eso atribuía un grado de humanidad a sus duras facciones.

Lógicamente la curiosidad se encendió en Giselle, quien se mostró interesada de inmediato en saber de qué se trataba.

—Claro, contadme — animó, deseosa por enterarse.

—Mi mujer y yo hemos pensado que qué mejor manera de conocer a nuestros vecinos que invitándolos a cenar a nuestra casa — fue Nikolai quien habló, con ese acento áspero y grave al que Giselle todavía no lograba acostumbrarse. El acento ruso era marcado, se notaba que todavía no estaba familiarizado con el idioma.

La invitación, sin embargo, le pareció estupenda.

Lo cierto era que sonaba bien, pues por una vez podría relajarse como una invitada normal en lugar de estar al pendiente de todo como anfitriona y, ¿para qué mentir?, de paso podría cotillear cómo había quedado la cabaña ahora que el difunto señor Prescott – un obseso del orden y el control – no estaba. Al igual que sus hijos, Giselle era una mujer curiosa.

Así que no dudó en aceptar, encantada.

—Sí, eso sería fantástico. En cuanto Steve venga del trabajo y los niños del instituto les daré la noticia, se pondrán muy contentos —afirmó, con un entusiasmo que, de haber sido otras las circunstancias, habría contagiado también a Annika.

Lo cierto era que casi le daba pena mentirle de aquella manera. Casi.

—Excelente, será un placer recibiros. Hasta entonces — se despidió.

Pudo sentir cómo Nikolai contenía una sonrisa cargada de ironía ante aquellas palabras, pero se mantuvo imperturbable. Era una suerte que hubiera aprendido a disimular tan bien durante toda su vida.

Así que ambos salieron de la casa de los Williams con una sonrisa de oreja a oreja, como si la velada de la noche fuera lo que más les apeteciera en el mundo, cuando en realidad lo único que querían era que toda aquella farsa terminara y que así todo el mundo dejara de estar tan pendiente de cada paso que daban. Era lo último que les convenía.

La puerta se cerró, no sin antes traer consigo el murmullo de la cordial despedida de su vecina, que les aseguró que a las ocho en punto la familia al completo estaría llamando a su puerta.

La primera parte del plan había salido tal y como esperaban, ahora solo quedaba la segunda. Y de Lev dependía en gran medida el éxito o el fracaso de esa noche. Más le valía cumplir con su parte del trato.

Sin embargo, antes de adentrarse en su propia casa mientras paseaban por la nieve, ambos cruzaron una mirada cómplice y, tras comprobar con un rápido vistazo que nadie anduviera cerca, Annika dijo:

—¿Te has fijado en cómo intentaba disimular que había llorado? — inquirió, tan perceptiva como siempre. Nikolai asintió, haciéndole ver que ese hecho tampoco le había pasado desapercibido. —Parece que los Williams no son la familia perfecta que se empeñan en aparentar frente a todos.

Y ciertamente ellos pensaban desenmascarar todos sus secretos. Pero cada cosa a su tiempo.

🦋

Cuando Steve llegó con los niños la comida ya llevaba largo rato enfriándose sobre la mesa.

Giselle estaba de mal humor y cansada, Steve ansioso por la cena de la noche y la posibilidad que le ofrecía de conocer a la nueva vecina. Tenía tantas ganas de probarla...

Por su parte, Alex y Jayden todavía seguían con el ánimo sombrío tras el fracaso absoluto de su plan y las impredecibles consecuencias que lo sucedido podría acarrearles.

Tenían que estar preparados para todo.

Una vez se hubieron sentado a la mesa, Giselle los informó de las novedades que había traído la visita de Annika y Nikolai.

La noticia gustó a Alex y Jayden, que vieron aquello como una invitación a indagar con más libertad en los misterios de la pareja. Claro estaba que tenían que hacerlo con mucha sutileza, por su propio bien.

—¿Qué tal ha ido la mañana? ¿Las clases bien? — preguntó entonces su madre, quien quiso sacar algún tema de conversación con ellos. Siempre estaban tan abstraídos en su propio mundo que a veces los sentía tan lejos de ella...y no sabía qué hacer para remediarlo.

Jayden soltó un bufido desdeñoso antes de murmurar un seco "como siempre". Pero Alex le dedicó una sonrisa encantadora y contestó:

—Ha ido muy bien, mamá.

—Me alegro mucho, hija — respondió una orgullosa Giselle, quien no podía estar más contenta con las sobresalientes calificaciones que ambos obtenían.

Tampoco ni un solo profesor les había dicho nada malo jamás de su actitud. Sus hijos eran muy buenos.

Tras tomar el postre, los mellizos subieron a sus habitaciones para descansar un poco –o eso fue lo que les hicieron creer a sus padres– dejándolos en el salón discutiendo, para variar.

En cuanto estuvieron a salvo de oídos indiscretos, Alex fue la primera en romper el silencio, dándole un golpecito a Jayden para que bajara las botas de su cama. Este puso los ojos en blanco, pero obedeció.

Ella caminó hasta la ventana para echar un vistazo a la casa de enfrente, pero las luces estaban apagadas y no pudo atisbar nada del interior. Y aun así...

—Estoy segura de que ocultan algo raro, Jay... por eso quitaron la cámara de esa manera y no han dicho nada al respecto, porque no les conviene — sus ojos brillaron de emoción, como ocurría siempre que se le ocurría algo —. Esta noche es nuestro momento para averiguarlo.

—La cuestión es cómo lo haremos. Debemos tener cuidado para evitar que nos descubran, otra vez — replicó él, mordiéndose las uñas en actitud indiferente.

Alex lo meditó unos instantes. Hasta que dio con la solución.

—Yo sé cómo — exclamó triunfante, con una sonrisa astuta.

Luego de eso, cerró las cortinas con rapidez para hacer partícipe a su cómplice del nuevo plan. No podían evitarlo; era superior a sus fuerzas.

Siempre les había atraído el peligro.

Si hubiera mirado antes de hacerlo tal vez se habría dado cuenta de que una sombra recortada contra los magnolios del jardín espiaba cada uno de sus movimientos con el sigilo de una pantera.

🦋

—¿Estás segura de que hemos programado bien este trasto? — indagó Nikolai, con las cejas fruncidas, receloso al ver que –a pesar de que el pollo llevaba ya más de media hora en el horno– seguía sin estar hecho.

Annika se echó a reír a carcajadas al oírlo, sin poder evitarlo, mientras dejaba a un lado su copa de vino y se limpiaba los labios elegantemente con una servilleta para no arruinar su pintalabios rojo pasión, a juego con su vestido, por supuesto.

Nikolai estaba intentando reprimirse para no saltar sobre ella y arrancárselo. Necesitaba estar dentro de ella, en ese preciso instante. Siempre estaba hermosa, pero aquella noche brillaba especialmente...el rojo siempre había resaltado su formidable belleza.

—Sí, estoy segura. Tarda una hora como mínimo, tranquilo — le explicó, divertida. Ella sabía que Nik no tenía ni idea de nada relacionado con la cocina, pero aquella noche se estaba esforzando por ayudarla.

Él asintió repetidas veces, sosteniendo en sus grandes manos un cuchillo de carnicero con el que estaba cortando unas verduras. Se había empeñado en usar ese en lugar de uno más pequeño y Annika no había podido convencerlo.

También había sugerido emplearlo para algo más que para cortar verduras...algo relacionado con Steve. Pero Annika lo había regañado, pidiéndole que intentara comportarse lo mejor posible.

—Nada de matar a nadie esta noche, Nikolai. Hablo en serio — le había dicho, muy seria. Ello le había valido un gruñido molesto de su parte por respuesta, pero al final le había dado su palabra.

Sin embargo, no pudo evitar hacer un último intento.

—Todavía puedo poner un poco de matarratas en la comida de los padres...— dejó caer, como quien no quiere la cosa.

Annika resopló, dejando a un lado su copa de vino para mirarlo con reprobación.

—Sabes que no puede ser, además también van a estar los niños — adujo, con sensatez. Nunca harían daño a unos niños. Y a los padres los necesitaban con vida si querían obtener la información que estaban buscando y los había traído hasta allí.

—Bien, repasémoslo todo — añadió, cautelosa.

No quería que se les escapara ningún detalle. Porque estaba segura de que les iban a hacer un tercer grado.

—¿Cómo nos conocimos?

Nikolai se pasó las manos por la barba, incómodo por tener que mentir. Nunca le había gustado. Pero sabía que era necesario.

—En una discoteca. Tú celebrabas el cumpleaños de una amiga y yo me quedé prendado de ti desde el primer momento. Te invité a una copa y quedamos para vernos al día siguiente. ¿Qué tal? — quiso saber cómo lo había hecho y ella asintió con aprobación.

Se acercó, poniéndole las manos en el pecho y acomodándole el cuello de la camisa. Su entrepierna comenzó a abultarse de inmediato al tenerla así de cerca.

—Estás especialmente sexy esta noche — le susurró al oído, acabando con su autocontrol en segundos. Gruñó y la aferró de las caderas hasta sentarla a horcajadas sobre la encimera; su corto vestido dándole rápido acceso al separar las piernas para él.

—¿Uno rápido?

Su voz sonó más a una súplica que a una pregunta.

Annika sonrió, tentada con la idea. La verdad era que nunca tenía suficiente de Nik. La embriagaba su rudeza, la manera de tratarla como a una mujer de verdad, no como a un objeto ni como a una muñeca sin voluntad.

—Pueden llegar en cualquier momento...— dijo, poniéndole las manos en el pecho para frenarlo cuando empezó a atacar su cuello con besos bruscos.

Aunque su voz no sonó tan firme como había pretendido.

—¿Sí? Pues que esperen— respondió él, impasible, mordisqueando el balcón de sus pechos mientras se acomodaba más entre sus piernas.

La idea no le pareció tan mal a Annika, que ya no tuvo voluntad para resistirse a las sensaciones que le provocaba y engulló sus labios en un beso entregado y pasional, echándole los brazos al cuello.

Él soltó un gruñido bajo y se dispuso a desabrocharse el cinturón, cuando el timbre de la entrada resonó, cayendo como un balde de agua fría sobre ellos.

Nikolai maldijo, con el rostro enrojecido de furia, considerando seriamente la idea de asesinar a alguien por interrumpir el momento con su mujer.

Pero Annika se recompuso antes que él, dándole unas palmaditas en el hombro y esbozando esa sonrisa tan peligrosa y atractiva que lo volvía loco antes de retocar su pelo y su maquillaje, alisarse el vestido y abrir la puerta para recibir a sus invitados como lo haría toda una reina en su palacio.

No en vano, podría haber sido una reina de la Bratva.

Pero esa nunca fue la vida que quiso llevar, ni por descontado en la que Nikolai habría deseado verla. La mafia corrompía a las personas. Y su padre era un animal ponzoñoso al que solo lamentaba no haber podido despedazar con sus propias manos hacía muchos años.

No era el mejor momento para pensar en aquello, pues los Williams acababan de llegar y a él no le iba a quedar más remedio que hacer su papel lo mejor que pudiera. Solo había una razón por la que se había prestado a ese juego: Annika.

Ella siempre buscando una alternativa a la violencia.

Intentó ensayar una sonrisa, aunque se quedó en una mueca un tanto rocambolesca por lo forzada que le había salido. Pero era eso lo único que podía ofrecer.

—Buenas noches, pasad por favor, no os quedéis ahí — oyó que los invitaba Annika. Acto seguido se aclaró la garganta y lo llamó para que acudiera a recibirlos junto a ella.

Fastidiado, dejó el cuchillo sobre la encimera con más brusquedad de la necesaria y se encaminó hacia el vestíbulo pensando que cuanto antes se moviera, antes podrían acabar con aquella pantomima.

—Buenas noches — murmuró, seco. Acababan de llegar y ya le incomodaba la manera en que los observaban, con demasiada intensidad...como analizándolos.

Eso no ayudaba a su mente siempre paranoica. Necesitaba un trago, ahora mismo.

La hija especialmente tenía la mirada fija en él sin apenas parpadear, la admiración patente en cada uno de sus rasgos. Genial, una adolescente obsesionada. ¿Podía haber algo peor que eso?

Por supuesto, que el hijo lo mirara con recelo, la madre con curiosidad y el padre con...despotismo. A quien prácticamente se estaba comiendo con los ojos era a Annika. Ese maldito bastardo...ni siquiera porque su mujer estuviera delante de sus narices se cortaba. Le entraron ganas de seccionarle la yugular.

Pero, por suerte, se contuvo.

—Annika, querida, estás radiante — le dedicó un cumplido Giselle, mientras le daba un pequeño abrazo que tomó desprevenida a su mujer. Pero enseguida correspondió con el mismo entusiasmo.

—Oh, gracias Giselle, tú también luces espectacular — apuntó, atentamente.

Todo el mundo sonreía. Nikolai tenía ganas de vomitar.

—No puedo estar más de acuerdo con mi esposa — intervino Steve. ¿Acababa de besarle la mano? Maldito hijo de...— no nos han presentado formalmente, soy Steve Williams, es un placer conocerte — murmuró, mirándola como un baboso.

Nikolai se cuadró de hombros, fulminándolo con la mirada. Ese tipo estaba comenzando a enfurecerlo y eso no era nada bueno para él. No tendría el menor reparo en matarlo.

Giselle, los chicos y hasta la propia Annika parecían incómodos.

—Yo soy Alex — se adelantó entonces la hija, que vestía un bonito y voluptuoso vestido negro de seda. Su largo pelo negro le caía por la espalda y por un segundo, mientras abrazaba a Annika, le dedicó una mirada burlona por encima del hombro a Nikolai, como si le hubiera estado leyendo la mente y supiera exactamente los instintos asesinos que lo habían poseído al ver a ese repugnante hombre tocar a Annika.

—Es un placer conocerte, Alex. Eres preciosa — le dijo Annika, estrechándola ligeramente antes de soltarla.

Luego llegó el turno de Jayden, quien extendió la mano en su dirección y le dedicó una sonrisa deslumbrante.

—Mi hijo Jayden; es un poco callado, pero se alegra mucho de conoceros — intervino Giselle, sin poder evitarlo.

—Sé hablar, mamá —se burló él, sin molestarse por la intromisión de la mujer —, mucho gusto.

Poco más pudo apreciar, porque Alex apareció frente a él, estudiándolo con curiosidad antes de extenderle la mano y, aprovechando que todo el mundo estaba distraído, le susurró:

—Tranquilo Nikolai, hasta yo tengo ganas de pegar al pesado de mi padre a veces — acto seguido le guiñó el ojo y se quedó mirándolo fijamente, como si estuviera esperando a que él dijera o hiciera algo, no tenía ni idea de qué.

Pero lo que había dicho le gustó, así que tiró de sus comisuras hasta formar lo más parecido a una sonrisa y asintió. No obstante, no dijo nada. Realmente no hizo falta.

Esa chica era extraña.

Jayden se limitó a dedicarle un gesto de cabeza a modo de saludo, al que él correspondió.

El momento más tenso vino cuando, ya una vez que Annika los hubo invitado a pasar al comedor para que se pusieran cómodos, Steve lo detuvo en el corredor, antes de que pudiera abrirse paso en la estancia.

Tenía la mano extendida y lo miraba con una sonrisa petulante en el rostro que le provocó unas ganas casi irrefrenables de amputarle la extremidad con su hacha.

—Una gran mujer, amigo — comentó, todavía con la mano extendida. Nikolai apretó la mandíbula y se la estrechó, empleando solo una parte de su fuerza en el contacto. No toda la que tenía ganas de usar, desde luego, pero sí la suficiente como para que el mensaje que quería transmitir quedara claro.

Discretamente, el hombre se soltó del agarre de hierro del ruso. Pero si pensaba que eso le cerraría la boca, Nikolai se llevó una gran desilusión al ver que no funcionó.

—¿Lleváis mucho tiempo casados? —preguntó, con descaro. Él apretó los puños, lanzándole dagas con la mirada.

—El suficiente como para que ninguno tenga dudas de que estamos hechos el uno para el otro — espetó, antes de apartarlo para que lo dejara pasar hacia el comedor.

Todavía pudo apreciar su sonrisa burlona en la distancia y al abrir los puños no le sorprendió hallar unos rastros sanguinolentos en ellos. Contenerse fue de las cosas más difíciles que había hecho en su vida.

Ocupó su lugar a la cabecera junto a Annika, quien fue hacia la cocina para sacar el pollo y que se enfriara, además de empezar a sacar los aperitivos que ambos habían estado preparando antes de la llegada de los Williams.

Giselle intentó sacar tema de conversación una vez que todos estuvieron sentados a la mesa, devorando los primeros entrantes que, según todos aseguraron, estaban de muerte. Nikolai apenas podía probar bocado, pero lo hizo para no llamar la atención. Debía disimular...

—¿Y contadnos, cómo lleváis el haberos mudado a un lugar tan recóndito, desde un sitio tan lejano como Rusia? Ha debido de ser un cambio muy drástico para vosotros — quiso saber Gisselle, poniéndolos un poco nerviosos a ambos por la incredulidad que se adivinaba en su voz y que parecían compartir todos los miembros de su familia.

—Nos apetecía cambiar de aires y después de lo que le sucedió a nuestro familiar...supimos que era el lugar indicado — contestó Annika, sin perder la compostura, mientras daba un sorbo a su copa de vino y se mostraba ligeramente apenada. Funcionó, aunque Giselle seguía teniendo sus preguntas, cómo no.

—Entiendo, debió ser duro...debíais de quererlo mucho para dejar atrás toda vuestra vida...

La tensión era palpable en el ambiente, pero lograron disimularla con sonrisas prefabricadas y asentimientos de cabeza. Nikolai no pudo morderse la lengua. Siempre había odiado a la gente que emitía juicios sin conocer a los demás y, aunque Giselle no parecía malintencionada, él era desconfiado por naturaleza. Se puso a la defensiva.

—Por la familia se comete cualquier sacrificio — aseveró, clavándose las uñas en los muslos por debajo de la mesa para mantener a raya sus impulsos. Hasta Annika dejó a un lado su copa para mirarlo de soslayo, aunque la sonrisa falsa no había desaparecido de su rostro.

Supo que tal vez se había excedido, pero ya era tarde para rectificar. Era por eso que prefería el silencio, siempre que hablaba resultaba demasiado brusco, casi crudo...y la gente normal no estaba acostumbrada a eso.

Por unos angustiosos segundos, nadie dijo nada. Se limitaron a mirarse unos a otros a medida que el ambiente se enrarecía. Supo entonces que no habían sido solo sus palabras, sino el tono y la expresión con que las había pronunciado. Implicaban mucho más...

Ya estaba reconsiderando la idea del matarratas cuando, sin previo aviso, la luz de todo el vecindario se fue, dejándolos sumidos en la más absoluta oscuridad.


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