
🦋7. 🦋
Annika había estado hecha un manojo de nervios toda la mañana. Desde que Nikolai se marchó a cumplir con el encargo había sido incapaz de encontrar la manera adecuada de rechazar esa cena sin parecer completamente descortés. Y aun así sabía que era una pésima idea, que Nikolai no estaría de acuerdo...ni siquiera había garantías de qué él lograra disimular y contener sus impulsos. Y eso la inquietaba profundamente.
Sobre todo, después de haber encontrado esa cámara. No estaban seguros de quién podría haberla puesto allí ni por qué, pero estaba claro que no podía significar nada bueno. ¿Y si sospechaban de ellos? Era la oportunidad perfecta para tantearlos.
Y luego estaba él...el riesgo de dejarlo solo en la cabaña durante el tiempo que estuvieran fuera era extremo. ¿Dónde estaba Nikolai que no llegaba?
Apenas había atinado a vestirse, presa de la angustia. Estuvo tentada de bajar al sótano...pero después se arrepintió y decidió prepararse una taza de té mientras se sentaba en una cómoda butaca junto al fuego, donde había permanecido toda la mañana, pensando sin cesar.
Algo tenían que poder hacer...rezaba porque así fuera.
Y sin embargo, seguía pensando que la idea de Giselle era buena. Porque les abría la posibilidad de disipar todos los recelos que cualquiera de sus vecinos pudiera tener respecto a ellos. No había que olvidar que era un pueblo pequeño en el que todos se conocían y la llegada de una pareja de extraños forasteros podía dar lugar a muchas preguntas y habladurías que a ellos no les convenía en lo más mínimo enfrentar.
Por lo tanto, lo mejor era asistir a esa cena.
Justo cuando estaba a punto de llamar a Nikolai para ver dónde diablos estaba, la puerta de entrada se abrió con tal estrépito que dio un salto, con el miedo atenazándole el estómago sin poder evitarlo. Y es que su mente todavía le jugaba malas pasadas con los recuerdos de lo que había vivido en Rusia. Y lo odiaba. Pero no estaba indefensa. El cuchillo que guardaba entre las mantas y las armas que estaban dispuestas en el armario de su cuarto podían ser muy buenas compañeras.
Sin embargo, el alivio inundó su torrente sanguíneo al comprobar que solo era Nikolai, que al fin había vuelto de cumplir su tarea. No lucía nada contento. Al contrario, parecía tan furioso como para matar a alguien. Y eso la inquietó solo un poco. Acudió a su encuentro, resuelta.
—Nik... ¿qué ha pasado? ¿Por qué te has demorado tanto? — le preguntó, en su lengua natal.
Él se relajó considerablemente al verla y alzó la mano para acariciarle el rostro con el pulgar, recreándose en la suavidad de su tacto.
Esa fue para Annika la confirmación de que algo iba mal. Nik solo era así de tierno cuando se veía obligado a mostrar su naturaleza más fiera. Solo esperaba que no hubiera matado a nadie más.
La expectación estaba acabando con ella, así que lo conminó a hablar de una vez. Y lo que oyó no le gustó para nada.
—Steve es el hombre que buscábamos —confirmó, con tono sombrío.
El temblor se instaló en su vientre como una garra helada y tuvo que poner todo de su parte para mantenerse estoica. Él era consciente de lo delicado que era ese tema para ella, así que la aferró por la cintura y arrastró su cuerpo hacia sí, con un gruñido. Ambos se daban cuenta de cuánto complicaba sus planes el descubrimiento reciente que había hecho. Pero no podían echarse atrás. Ya no.
Así que Nikolai la tomó de la nuca con fuerza para obligarla a mirarlo. Siempre le había asombrado lo fuerte que podía ser esa mujer a pesar de lo menuda y delgada que se veía cuando la estrechaba entre sus brazos. La vida la había golpeado pero ella siempre se había levantado, demostrándole al mundo que era una guerrera. Su guerrera.
Su respiración se volvió irregular al ver cómo una lágrima rodaba por su mejilla límpida y borró su rastro, no podía soportarlo. Sintió que su sangre hervía.
Annika se recompuso entonces y alzó el mentón, con un asentimiento en el que le indicó que podría con ello. No esperaba menos de su mujer.
Las palabras salieron como un torrente de su interior, sorprendiéndolo hasta a él mismo por su intensidad inconmensurable.
—Estamos juntos en esto... y no dudes que ni pestañearé antes de arrancarle el corazón con mis propias manos a cualquiera que se interponga en nuestro camino o intente hacerte daño.
Su mirada se oscureció al pronunciar aquello y su mandíbula se contrajo con ira ante la sola posibilidad de que alguien la lastimara. No mentía, era capaz de arrasar el mundo hasta sus cimientos con tal de que ella estuviera a salvo.
La expresión de Annika cambió por completo y se lanzó a su boca para devorarla con un ansia inabarcable. Él siseó y la alzó en volandas hasta presionarla contra la dura pared de leña del horno de la cocina, donde apoyó su cuerpo para, sin dejar de cargarla, explorar todo su cuerpo con sus manos grandes y callosas.
Pero antes de que pudiera llegar más allá Annika lo detuvo. Estaba jadeante y tenía las mejillas enrojecidas y Nikolai no quiso ni pensar en su propio estado...su toque era fuego puro para él, lo enloquecía con un simple roce. Su miembro palpitante lo atormentaba y tuvo que acomodárselo en los pantalones para poder prestar atención a las palabras de su mujer, que no pudo evitar sonreír con malicia al verlo tan desbocado. Ya debía saber a aquellas alturas que era su única y profunda debilidad. La herida por la que sangraría eternamente si un día ella llegara a desaparecer de su vida. Apretó los puños hasta que se le hincharon las venas de los brazos de solo pensarlo. No lo soportaba.
Annika lo devolvió a la realidad con las caricias de sus delicadas manos en su poblada barba y él echó la cabeza hacia atrás, dejándose hacer al tiempo en que la liberaba de la prisión de su enorme cuerpo sobre ella. Cuando estuvo tranquilo, le contó lo sucedido con Giselle y vio la cólera arder en sus ojos. Pero pudo calmarlo con sus argumentos.
Al final, poco a poco lo convenció de que lo mejor para sus propósitos era no solo aceptar la invitación, sino proponerles que fuera allí mismo, en su casa. Nik resopló, incrédulo.
—¿Te has vuelto loca, mujer?
—No, todavía no — apenas pudo bromear ella, ante la seriedad de su gesto. Los tatuajes de las llamas y cuchillos parecían bailar en su cuello debido a la tensión de sus músculos hercúleos y ella se aferró a él, poniéndose de puntillas ligeramente para estar a su altura. Sus respiraciones se entremezclaron, en sintonía con sus miradas y bastaron unas pocas pero bien escogidas palabras de Annika para que Nikolai accediera.
—Sé lo que hago, Nik. Confía en mí.
Él rechinó los dientes ante la idea de tener que fingir en su propia casa, pero asintió, sin oponer resistencia. Su guerrera era inteligente. Donde él era fuerza bruta e ira desatada ella era la mente. Pero ambos eran conscientes, aunque tuvieran que correr riesgos, de que no iban a poder hacerlo solos.
Así que se encaminaron al umbrío sótano, tomados de la mano.
Allí Nik descorrió los cerrojos y desbloqueó la llave, para darles paso al ambiente húmedo y deprimente que se respiraba allí dentro. La oscuridad casi total era la dueña de la estancia y solo la pequeña linterna que Annika portaba en su mano derecha otorgó algo de luz entre tanta tiniebla.
Así fue que ambos pudieron distinguir a la silueta que descansaba en un rincón, cuya quietud absoluta no sirvió para despistarlos. Estaba despierto. Y alerta, como el depredador que era.
Annika aferró con más fuerza la mano de Nikolai, quien se introdujo con zancadas potentes en la estancia con ella y clavó los ojos en la figura.
Una pausa para tomar aliento.
Dos respiraciones profundas.
Silencio sepulcral.
El corazón de Annika latiendo a toda velocidad.
Y entonces, Nikolai habló.
—Lev, tenemos que hablar — pronunció, con sequedad y cierto tono de advertencia en la voz.
El aludido volvió la cabeza con mucha lentitud, sus movimientos muy similares a los de un felino mientras se erguía del colchón y estiraba las extremidades con suma pereza. Había una tranquilidad antinatural en la manera en que se movía, era como un instinto capaz de advertir a quien lo viera del peligro que irradiaba hasta el más casual de sus gestos. Y sin embargo...había hecho una promesa. Una que era momento de que cumpliera.
Entonces, su rostro quedó al descubierto y entre el contraste de luces ysombras que reinaba en el habitáculo, Annika fue capaz de discernir una sonrisamalévola y astuta adornando sus atractivas y salvajes facciones. Luego habló,con voz ronca y cadenciosa, de profundo acento ruso, pero con unos matices más delicados y musicales que los de Nikolai.
—Al fin...No sabes cuánto he ansiado este momento, hermano.
Nikolai soltó un suspiro pesado, antes de intercambiar una mirada tensa con Annika, quien asintió, alentándolo. Las venas de su cuello resaltaban más que nunca debido a la gravedad de lo que tenían entre manos y parecía capaz de todo si no salía bien.
Al cabo de unos minutos de desquiciante silencio en los que Lev se paseó de un lado a otro de la estancia, rompió su mutismo.
—Entonces escucha bien lo que voy a decirte...tenemos un problema y nos vas a ayudar a resolverlo.
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