🦋5. 🦋
Apenas eran las nueve de la mañana cuando llamaron al timbre.
Annika despertó sofocada de un sueño desapacible, plagado de pesadillas. Atontada, decidió ir a lavarse la cara con agua fría para despejarse antes de ponerse la bata de seda que colgaba del gancho de la puerta con el fin de estar mínimamente presentable. La noche de sexo con Nikolai la había dejado agotada, pero como siempre había valido la pena con creces.
Tratando de borrar una sonrisa complacida de su rostro ante la remembranza del momento, se enfocó en la tarea de cubrirse con la tela y se encaminó hacia la puerta, intrigada. No esperaba tener visitas tan pronto. Sí que corrían rápido los rumores en aquel pueblo...claro que lo que nadie se imaginaba era que llevaban allí bastante más tiempo de lo que habían hecho creer. Supieron ocultarse bien. Pero naturalmente eso era algo que nadie tenía por qué saber.
Y mucho menos que para poder instalarse en aquella magnífica casa habían tenido que deshacerse de su propietario. El pobre hombre tenía los días contados, de todos modos. Vivía solo y no tenía familia cercana.
Era la víctima perfecta.
Con pasos presurosos, llegó hasta la puerta y echó un vistazo por la mirilla con precaución, lo que le mostró la imagen de una mujer de mediana edad rubia y de rostro amable que estaba de pie en el porche, sosteniendo una cesta repleta de lo que a todas luces eran postres caseros. El amable gesto la sorprendió casi tanto como descubrir de quién se trataba: Giselle Williams, su vecina de al lado. Era evidente que había acudido a darle la bienvenida. Estaba resultando más fácil de lo que había pensado...
Annika dudó, echando una ojeada hacia el salón. Luego recordó que Nikolai había salido a hacer lo que acordaron. Abrió la puerta y esbozó una sonrisa ligeramente forzada, que rezó porque pasara inadvertida a su visitante. Parece que funcionó porque la mujer se apresuró a presentarse con efusividad.
—Hola, soy Giselle Williams, tu vecina. Disculpa que me presente así sin avisar y a estas horas — dijo la mujer, soltando una risita nerviosa y fijándose en su atuendo.
Annika le restó importancia con un gesto, sorprendida por la calidez que desprendían las palabras y los gestos de la mujer. Era agradable, más de lo que había imaginado. A Annika no podía dejar de asombrarle lo amable que era la gente con la que se habían cruzado en el pueblo desde que llegaron. Era...tan diferente a lo que estaba acostumbrada toda su vida que no podía evitar que le chocara. No sabía cómo actuar sin parecer grosera. Así que le dio los buenos días con un acento ligeramente vacilante (todavía estaba perfeccionando el idioma) y la invitó a entrar.
Preparó té y ofreció asiento a su anfitriona, rezando porque la visita fuera corta y no hiciera demasiado ruido, o de lo contrario...
—Vaya, sí que está cambiada la casa del señor Prescott, que en paz descanse — comentó Giselle, contemplando los alrededores de la cabaña con cierta sorpresa y admiración. Nikolai había hecho un gran trabajo.
Annika asintió, componiendo una expresión afligida y preparándose para interpretar su papel.
—Sí...los recuerdos eran demasiado dolorosos...— contestó, bajando la mirada para simular estar conteniendo las lágrimas. Giselle abrió la boca en forma de o y enmudeció, apenada al entender las implicaciones de las palabras de Annika.
—¿Cómo? ¿Era...familiar vuestro...? Pero... — farfulló. Estaba confusa y con razón. Pero ellos sabían lo que hacían, habían investigado a conciencia.
—Sí, mi marido...es hijo de una hermana suya que se casó con un ruso...Vladimir, que también falleció. Perdieron contacto desde entonces y nos enteramos tarde del fallecimiento de su tío...Nikolai está muy triste —explicó, tal y como habían acordado que dirían.
Era cierto que el difunto señor Prescott tenía un cuñado ruso, pero desde luego no tuvieron el más mínimo contacto en vida de este, pues lo acusaba de haber alejado a su hija mayor de él. Todo un drama familiar del que ellos se supieron aprovechar cuando hicieron unas cuantas averiguaciones. Y lo mejor era que lo descubrieron cuando ya tenían Green Lake como destino. La suerte estaba de su parte, parecía.
—Oh, Dios...lo lamento mucho. No tenía ni idea. Debió de ser duro — se apenó Giselle, cogiendo la mano de Annika entre las suyas y dándole un cariñoso apretón que volvió a descolocar a la joven. Debía acostumbrarse a esas muestras de afecto e imitarlas si quería integrarse allí. Así que le devolvió el gesto y esbozó una sonrisa lo más natural posible.
—Gracias... ¿le apetecen galletas? No he hecho compra todavía...tengo poco para ofrecer, lo lamento— inquirió, tratando de ser educada. Aunque lo cierto era que esperaba que se fuera pronto. Era una buena mujer, saltaba a la vista. Pero no le convenía que indagara mucho en sus vidas. Por nada del mundo podían permitir que descubriera sus secretos.
—Oh, no cariño no te preocupes. Estoy bien. Es culpa mía por presentarme sin avisar —aseguró, restándole importancia. Parecía sincera.
Annika asintió, sin saber qué más decir. Por fortuna, Giselle no tenía el mismo problema porque empezó a parlotear acerca del pueblo, sus vecinos, los lugares más frecuentados...e infinidad de cosas más que no terminó de entender debido a la rapidez con la que hablaba.
—¿Y ya tenéis trabajo, querida? —inquirió, con curiosidad.
Por suerte, aquella era una pregunta que esperaba y cuya respuesta había preparado a conciencia.
—Oh, todavía no. Mi marido y yo hemos decidido que vamos a esperar un poco antes de empezar a buscar algo, para adaptarnos. Ha sido un cambio muy brusco.
—Por supuesto, es comprensible. Aquí estaréis muy bien, ya lo verás —le garantizó, con una sonrisa llena de simpatía. Ella le devolvió el gesto, aunque por dentro tuvo que contener la risa.
Si ella supiera...
De repente, le preguntó por Nikolai. Ella se removió, ligeramente incómoda. Pensó deprisa.
—Ha ido a poner gasolina y hacer unas compras. No tardará, imagino.
La mujer asintió. Después se quedó pensativa unos segundos, como si quisiera decirle algo y su timidez se lo impidiera. Pero no tardó en armarse de valor y empezar a hablar. Al oírla, a Annika se le cayó el mundo a los pies.
—¿Sabes? Entiendo lo duro que debe ser empezar de nuevo en un país que no conoces. Pero no estáis solos. Contad con nosotros. ¿Qué te parece si venís esta noche a cenar a casa? Te presentaré a mi marido y a mis dos hijos y nosotros podremos conoceros a ti y a tu esposo.
¿Y ahora qué hacía? Eso era peligroso...no les convenía que indagaran sobre ellos. Pasar desapercibidos, Nikolai lo dijo...se iba a enojar mucho. Pero, ¿cómo negarse sin parecer maleducada? Giselle la había tratado bien...
—Yo...no creo que...nosotros...no queremos molestar— se excusó, rezando porque con eso bastara para que la mujer desistiera. Pero naturalmente, consiguió todo lo contrario. Giselle insistió tanto que a ella le fue imposible negarse. De hecho, apenas le dio tiempo a decir nada, porque la mujer se marchó tan contenta dando por sentado que estarían allí a las ocho. Annika la despidió con la mano, sonriendo.
En cuanto hubo cerrado la puerta a cal y canto se dio una palmada en la frente, arrepentida por haberse dejado convencer. Sabía que eso era un problema, demasiado arriesgado. A ver cómo se lo contaba ahora a Nikolai...
Aunque por otro lado, podía ser una oportunidad de oro para indagar en aquello que habían ido a buscar.
Lo que estaba claro era que debían pensar en un plan para que si les preguntaban cualquier cosa más, lo tuvieran todo bajo control. No podían echarse para atrás ahora. Lo peor ya había pasado.
O eso creían ellos.
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