🦋2. 🦋
La noche en que sus padres fueron asesinados llovía copiosamente.
Nikolai había bloqueado la mayoría de los recuerdos de su infancia.
Pero no aquella noche.
Aquella noche nunca se iba de su mente.
Como tampoco lo que sucedió después.
Recordaba haberse despertado de madrugada a causa de los relámpagos que lo tenían sumido en un sueño inquieto, intranquilo.
Lev era tan solo un niño de cinco años y estaba plácidamente dormido, ajeno a la tragedia que se avecinaba y que marcaría sus vidas para siempre.
Su intención fue tomar un poco de leche con miel a ver si le ayudaba a relajarse y después volver a la cama antes de que lo descubrieran.
A sus ocho años, Nikolai odiaba admitir que algo lo asustaba. Quería ser tan fuerte y tan valiente como su padre, que había luchado por su país con honor.
Y estaba convencido de que cuando fuera más mayor lo lograría.
Un nuevo trueno volvió a rasgar en dos la noche y el niño se dio prisa en cumplir con su tarea para poder volver a cobijarse pronto bajo la seguridad de sus sábanas.
Sin embargo, un ruido muy distinto al de la tormenta torrencial que estaba cayendo ahí fuera lo hizo ponerse en alerta.
Juraría que había oído voces, en su jardín.
Al principio, el niño lo atribuyó al cansancio y siguió a la suyo. Pero pronto, esas voces se hicieron más acuciantes y pudo vislumbrar el reflejo de una silueta toda vestida de negro contra el tragaluz de la ventana.
Nikolai se tapó la boca para no emitir ningún sonido que pudiera alertarlos y muy despacio depositó el vaso sobre la encimera.
Tenía que avisar a sus padres de lo que estaba pasando y debía ser muy rápido y silencioso.
Puede que fuera muy joven, pero no era estúpido y su padre los había prevenido a él y a su hermano lo suficiente bien como para que supiera reconocer con claridad un asalto.
Supo entonces que de su eficacia iba a depender que pudieran vivir para contarlo.
Se agachó y atravesó la cocina a gatas, para que no lo vieran durante su inspección minuciosa. Querían asegurarse de que no hubiera nadie despierto para forzar la cerradura de la entrada trasera.
Justo cuando ya estaba deslizándose hacia el pasillo y su cuerpo dejaba atrás el umbral, el haz de una linterna lo enfocó, sentenciando así su suerte.
—¡Eh! El niño está aquí —gritó uno de los asaltantes.
Nikolai comprendió que tenía que correr por su vida y así lo hizo.
Una bala impactó en la pared de la esquina que acababa de atravesar y el disparo resonó como un eco ensordecedor que contribuyó a sus propósitos; alertar a sus padres de lo que estaba pasando.
Sus pies apenas tocaban el suelo debido a la velocidad a la que corría y tras él los pasos de sus verdugos resonaban cada vez más cerca. Tanto que pudo esquivar otra ráfaga de disparos por los pelos.
A aquellas alturas, ya se escuchaban los gritos de sus padres desde el piso de arriba. No dejaban de llamarlo a él y a su hermano, angustiados.
De un momento a otro, el silencio se había convertido en caos y en una cacofonía de gritos y disparos que cortaban el aire.
Nikolai trató de pensar rápido y fue a encerrarse en su cuarto con su hermano, como tantas veces le había recordado su padre que debía hacer ante ese tipo de situaciones.
Subió los escalones de dos en dos y a duras penas hubo atravesado el umbral cuando supo que algo no estaba bien por los gritos de su hermano.
Lev nunca, pero nunca, gritaba.
Apenas lloraba cuando era un bebé y era demasiado callado y retraído para su edad.
—Nik, cuidado —le advirtió, con los ojos rebosantes de pánico. Y él, en un acto reflejo, se agachó.
Justo al mismo tiempo en que una figura femenina dolorosamente familiar se interponía en la trayectoria de la bala y recibía el impacto en el pecho.
—¡Mamá! —chilló Nikolai, horrorizado, mientras corría hacia ella para intentar ayudarla.
—Anastasia.
Era su padre, que acababa de salir de la habitación armado con varios subfusiles del ejército tras haber logrado abatir a uno de los asaltantes.
Nikolai no tenía ni idea de cuántos eran, pero parecía que muchos más de los que había visto.
Pero el niño no podía desviar la vista del cuerpo inerte y ensangrentado de su madre, que acababa de recibir un disparo por protegerlo a él.
—Corred...Gregori, pon a salvo a los niños...—atinó a decir, sosteniendo la mano de su hijo por última vez. Lev lloraba y quiso ir con su madre, pero con el corazón roto por la pérdida inminente de su esposa, Gregori lo retuvo y consiguió que se ocultara tras su espalda para protegerlo.
Le descerrajó un tiro a bocajarro en el pecho a otro de los hombres que acababa de acudir y tragó saliva al ver a sus hijos intentando a duras penas mantenerse fuertes pese a estar destrozados después de haber visto a su madre ser cruelmente asesinada frente a sus ojos.
—Nikolai, hijo, ven...—empezó a decir, mientras él negaba con la cabeza. Su cuerpo convulsionaba de rabia.
Quería pelear y matar a esos hombres que habían acabado con la vida de su madre.
Pero el cañón de una pistola apuntando a su sien terminó por matar las escasas esperanzas que pudiera haber albergado de salir de allí con vida.
—Suelta el arma, Gregori, o me cargo a tu hijito —demandó una voz ronca y burlona que provocó que, pese a la situación en la que se encontraba, a Nikolai le hirviera la sangre.
No eran más que unos malditos cobardes que tenían que amenazar a niños para poder llevar a cabo su cometido porque no les daban los huevos para enfrentarse a sus padres en igualdad de condiciones.
—No, dejad a mis hijos fuera de esto. Vuestro problema es conmigo. Os envía Kozlov, ¿no es así?
La voz de su padre también estaba henchida de odio y deseos de venganza y Nikolai se prometió que los harían pagar por el sufrimiento que les estaban causando.
—Así es, nos ha pedido que te demos un mensaje...—empezó a decir otro de ellos. Todos llevaban pasamontañas y guantes.
Lo que significaba que eran sicarios contratados por ese tal Kozlov, del que Nikolai nunca había oído hablar, pero al que su padre parecía conocer bien.
—Dejadlos marchar, por favor, ellos son inocentes...
Ver a su padre, que siempre había sido tan orgulloso e inquebrantable, suplicarles por ellos hizo mella en Nikolai de un modo que por aquel entonces ni siquiera era capaz de vislumbrar.
Pero aquellos hombres habían sido entrenados para ser implacables. La Bratva no tenía piedad.
—Quiere que saludes al diablo de su parte —otro de los esbirros terminó la frase y lo siguiente que sucedió fue algo que Nikolai reviviría muchas veces en sus pesadillas.
Su padre empujando a un lado a un Lev sollozante y enrojecido para apartarlo de la línea de fuego y disparando en la cabeza al que había hablado...poco antes de que una bala le acertara directamente en el pecho y se desplomara de rodillas. Y a esa le siguieron otras cuatro más, a bocajarro.
Murió al instante, pero lo hizo con honor. Algo que aquellos canallas ni siquiera conocían.
Nikolai chilló hasta que le ardieron los pulmones y se hizo con un arma que había caído al suelo. Consiguió dispararles a varios, provocándoles heridas superficiales.
Pero al final tanto él como su hermano fueron sometidos y allí, sobre los cadáveres todavía calientes de sus padres, los obligaron a jurarle lealtad al Pakhan de la Bratva si no querían correr con la misma suerte.
Y ellos así lo hicieron.
Porque no importaba cuánto tuvieran que esperar; tarde o temprano se cobrarían su venganza.
Ojo por ojo y diente por diente.
🦋
Nikolai se quedó inmóvil, mirando a los hermanos desde el balcón con ojos de águila, siguiendo cada uno de sus movimientos. Sus pensamientos eran una intrincada madeja que ni él mismo era capaz de desentrañar. Solo tenía clara una cosa: iban a pasar desapercibidos en aquel pueblo apartado de la civilización, a toda costa. Y eso implicaba que no debían levantar sospechas de ningún tipo, ni atraer la atención. O estarían perdidos.
Iba a ser difícil. Pero habían llegado demasiado lejos. Rendirse no era una opción. Nunca lo había sido para ellos.
De repente, una mano fría se posó sobre su hombro, para acabar mostrándole a una Annika en camisón negro de noche colocándose a su lado en el balcón. Él la estudió sin disimulo, tentado por la forma sugerente en que el ligero vestido de dormir marcaba sus ya pronunciadas curvas. Al parecer, él no era el único que seguía sin acostumbrarse a la temperatura de ese lugar. Había observado lo abrigados que iban todos sus habitantes, sabía que para ellos, esa era la definición de invierno, de frío. Para ellos, en cambio, acostumbrados al clima de su país, donde pasar de los veinte grados bajo cero en esas fechas era un milagro, aquello era buen tiempo.
—¿Tampoco puedes dormir? — le preguntó, con los rosados labios entreabiertos por la expectación, mientras sus largas uñas se paseaban a su antojo por su torso desnudo, acariciando los tatuajes y las cicatrices que sabía que se ocultaban bajo las capas de tinta. Eso bastó para tensarle los músculos y hacer que toda la sangre se concentrara en un lugar muy específico de su cuerpo, mientras cerraba los ojos, dejando que ella siguiera su camino con total libertad de movimientos. — ¿Qué te tiene tan pensativo? ¿Acaso te preocupan los Williams? — quiso saber ella entonces, adivinando las preocupaciones que habían estado flotando por su mente hacía tan solo unos pocos segundos.
Hasta que ella irrumpió en la quietud de la noche como una reina de hielo, esos ojos helados y azules como el océano clavándose en sus pupilas duras...leyendo sus pensamientos. No sabía si aquello le molestaba o lo aliviaba. Porque si algo no soportaba, era tener que explicar las cosas obvias, las que a sus emociones se referían. Era hombre de pocas palabras y de temperamento inflamable.
Él soltó un bajo gruñido en cuanto las hábiles y juguetonas manos de ella se posaron en su cinturón, desabrochándoselo con soltura y conduciéndolo hacia el interior de la casa, donde crepitaba el fuego que él mismo había encendido hacía ya unas cuantas horas. Nikolai se dejó hacer, mientras asentía por toda respuesta. Con ella sentada sobre sus piernas y besando su cuello por todas partes, resopló por el descontrol que su toque le proporcionaba a todo su cuerpo. Era extraño...nunca se cansaba de tenerla, de follarla una y otra vez, de mil maneras diferentes. Eso lo confundía. Le gustaba. Pero al mismo tiempo... ¿lo asustaba?
Sí, eso era. Porque creyó que se volvería loco cuando pensó que la había perdido para siempre y no quería que volviera a suceder. O definitivamente perdería el control.
—No me gusta la forma en la que merodean — se explicó, al cabo de unos minutos de tenso silencio. — ¿Crees que darán problemas? — inquirió, hinchando los músculos ante la sola idea. Los habían analizado en las sombras durante un tiempo prudente, antes de decidir que no había peligro. Pero nunca se podía estar cien por cien seguro. Por eso Nikolai recelaba. De todo y de todos. Era algo a lo que estaba habituado.
—Tranquilo —lo calmó ella, adivinando su estado de ánimo debido a la oscuridad que habían adoptado sus pupilas. Después se aferró a su cuello y le pasó las manos por los duros músculos de la clavícula, hasta llegar al estómago, donde depositó una rastra de besos ardientes. Él echó la cabeza hacia atrás y siseó, más relajado, pero todavía con la mente dando vueltas a todos los posibles obstáculos que podrían presentarse en su plan. Annika tomó su rostro entre las manos para obligarlo a mirarla. — Nada pasará, si somos cuidadosos y actuamos en consecuencia. Debemos parecer normales, una pareja de recién casados que se ha mudado al pueblo de su familiar fallecido. Saldrá a pedir de boca. Pero tienes que prometerme que controlarás tus impulsos—le advirtió, severa. Él apretó la mandíbula. Al cabo de un rato, asintió. No había de otra.
—Ven aquí —gruñó, por toda respuesta, antes de engullir los labios de una sorprendida pero complacida Annika con toda la ferocidad de su ser.
Pronto estuvieron unidos en un mar de brazos y piernas; cuerpo con cuerpo, respiración con respiración y lengua con lengua.
El suelo helado no fue un obstáculo. Tenían el calor del crepitante fuego que ardía en la chimenea casi con la misma intensidad con la que lo hacía su deseo.
Pero ni siquiera ese era rival para ellos. El insomnio les proporcionó la excusa perfecta para poseerse y devorarse una vez más, disfrutando de la sensación como si fuera la primera vez. Había sido demasiado tiempo... demasiados años robados.
Pero eso había cambiado.
Ahora eran libres.
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