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🦋18. 🦋


Alex  no podía parar quieta ni un segundo. Había pasado más de un cuarto de hora desde que había recibido el último mensaje de su hermano y desde entonces este no daba señales de vida.

Decir que estaba preocupada y ansiosa era quedarse muy corta.

En ese momento más que nunca envidió a su madre, que dormía completamente ajena a lo que estaba sucediendo. La feliz ingenuidad de la ignorancia...

Pero tarde o temprano, la venda se acaba cayendo y entonces es mil veces peor porque te das cuenta de lo ciega que has estado y te maldices porque ya no hay nada que puedas hacer para remediarlo.

No, la ignorancia no traía nada bueno, se dijo a sí misma, levantándose del sofá en el que se había instalado para esperar a que Jayden regresara.

Quería que le contara cómo había ido todo apenas entrara por la puerta. Sin embargo, sabía que todavía era temprano y que faltaba un buen rato para que regresara.

Eso era lo que la estaba matando lentamente; la incertidumbre.

Había intentado distraerse viendo la televisión, jugando a uno de los juegos que Jayden le había instalado en el móvil y hasta haciendo un puzle. Pero era incapaz de concentrarse en nada y maldijo al testarudo de su hermanito por no haberla dejado ir con ellos.

Si lo hubiera hecho ahora no estaría allí, comiéndose las uñas y muerta de intriga.

Sintió el impulso de volver a escribirle, pero se contuvo en el último minuto por temor a fastidiarla.

Y en esas estaba, cuando una voz tras su espalda la hizo dar un respingo debido al sobresalto.

—¿Alex? ¿Qué haces despierta a estas horas?

La joven maldijo para sus adentros. Lo último que le faltaba era que su madre la descubriera.

Esperaba que fueran solo imaginaciones suyas, pero tenía el presentimiento de que todo se estaba torciendo aquella noche y eso la frustraba.

Con rapidez, inventó una excusa que pudiera tranquilizarla y a su vez quitársela de encima.

También era muy raro que su madre se despertara de madrugada, pero tal parecía que las cosas más inusuales sucedían en el momento menos indicado.

—Lo siento mamá, es que he tenido una pesadilla y he bajado a ver un poco la tele a ver si volvía a darme sueño.

Tal y como era de esperar, la mentira surtió efecto de inmediato. Su madre confiaba plenamente en ella porque nunca le había dado motivos para lo contrario.

Claro estaba que si supiera todo lo que hacía a sus espaldas, otra cosa sería.

—Oh, cielo, no hay nada que sentir. ¿Quieres contármela? Seguro que te alivia —le ofreció, con la amabilidad que la caracterizaba. Y Alex se sintió mal por tener que mentirle tanto.

Pero se dijo a sí misma que, si lograban pillar a su padre con las manos en la masa, todo habría valido la pena.

Su madre era una mujer joven y hermosa, podría rehacer su vida con alguien que sí fuera digno de su amor. En lugar de mendigar las sobras de afecto que pudiera darle el mujeriego de Steve.

—La verdad es que prefiero no revivirla —argumentó, componiendo esa sonrisa angelical que tan bien había aprendido a perfeccionar con los años.

A veces se preguntaba por qué ni ella ni Jayden se parecían lo más mínimo a sus padres, pero suponía que la vida a veces jugaba esas triquiñuelas.

—Claro cielo. ¿Quieres que me quede contigo hasta que te duermas? De todos modos tu padre ha salido y voy a esperarlo despierta.

La tristeza que se reflejó en su semblante ante aquella afirmación conmovió a Alex, pero por muy mal que se sintiera por su madre no podía dejar que se quedara allí vigilando o todos sus planes se irían al traste y acabaría descubriéndolos.

Eso no podía pasar bajo ninguna circunstancia.

Su mente empezó a trabajar a toda velocidad hasta dar con una solución. Poco ortodoxa, lo admitía, pero necesaria.

Era el único modo de evitar males mayores. Se dijo a sí misma que era por una buena causa y fingiendo una animosidad que estaba lejos de sentir le dio un beso en la mejilla a su madre y propuso:

—Mejor me quedo yo contigo un rato, pero ¿te apetece un vaso de leche caliente?

Rezó para que dijera que sí, porque de lo contrario sí que iba a estar en serios aprietos.

Por fortuna, Giselle –ajena a las maquinaciones de su hija– accedió de buena gana.

—Sí que me apetece, te ayudo a prepararlos —se ofreció, inocente. Alex se apresuró a disuadirla de inmediato.

—No, no hace falta. Yo me encargo, tú siempre te estás ocupando de todo —añadió, al ver la mirada de desconcierto que le dirigió. Pero con esas últimas palabras la buena mujer se relajó enseguida y asintió, con una enorme sonrisa.

Solo cuando le hubo dado la espalda para encaminarse hacia la cocina, Alex dejó escapar el aire contenido.

Por qué poco.

Con todo y eso, debía darse prisa, pues no sabía cuánto tardaría su hermano en regresar.

Por si las moscas, decidió enviarle un mensaje para ponerlo sobre aviso, pero ni siquiera le llegó. ¿Dónde diablos estaba metido que no tenía ni cobertura? Aquello no le dio buena espina en absoluto y lo peor era que no podía hacer nada al respecto.

Cogió una de las pastillas para dormir que su madre tomaba a veces y la disolvió ayudándose de una cuchara para, acto seguido, mezclarla con la leche y darle vueltas a conciencia para que no se notara.

Luego añadió la miel y la puso a calentar.

Se aseguró de llevársela antes de preparar su propia bebida, cuanto antes fuera haciendo efecto; mejor.

—¿Cómo es que no has ido con tu hermano? —Oyó que le preguntaba desde el salón y se tensó. —Antes erais inseparables, siempre queríais hacerlo todo juntos.

La nostalgia se apoderó de su voz y Alex sonrió, aquella vez de verdad.

Era cierto, antes estaban más unidos. Ella también echaba de menos esos tiempos.

Regresó al salón sosteniendo su vaso entre las manos y tomó asiento a su lado.

—Bueno, no quería molestarlo. Últimamente está un poco gruñón —replicó y Giselle rio, dándole la razón. Una idea vino a la mente de Alex y aprovechó aquel tiempo de espera para entablar una conversación con su madre.

Hacía siglos que no estaban así.

—Oye mamá, ¿cuál de los dos nació primero? Nunca me lo has dicho.

Aquella era una pregunta inofensiva, pero a la joven no le pasó desapercibida la forma en que su madre se tensó en respuesta y le pareció que se ponía algo nerviosa.

Tardó unos minutos en contestar y cuando lo hizo su tono era admonitorio, como si quisiera cambiar de tema lo antes posible.

—Bueno, os llevasteis muy poco tiempo de diferencia, cielo. Tu hermano fue el primero, pero desde que os tuve entre mis brazos os quise a los dos por igual.

Alex frunció el ceño, un poco extrañada porque hubiera dicho "desde que os tuve entre mis brazos" y no desde que supo que estaba embarazada o algo así.

Había algo dentro de ella, como un sexto sentido, que le advertía de que había algo muy raro en su familia, algo que les habían estado ocultando a Jayden y a ella desde hacía mucho tiempo.

Y la llegada de Annika y Nikolai estaba sacando a la luz facetas ocultas de todos ellos.

Algo le decía que solo era el principio.

Después de aquello, la charla varió a temas mucho más inocuos y para cuando al fin la pastilla empezó a hacer efecto y su madre se quedó dormida en el sofá, Alex ya estaba que se comía las uñas.

Jayden todavía no había vuelto y, desesperada, probó a llamar a Kieran.

Sabía que no debía hacerlo y que probablemente su hermano se enfadara con ella, pero le daba igual.

No podía seguir así.

Sin embargo, este tampoco dio señales de vida y Alex ya estaba harta.

Su cerebro se encendió como una bombilla de pronto y recordó que sus vecinos no estaban en casa. Ella misma se había asegurado de ello cuando su hermano se lo había pedido.

Y en aquel momento no lo había pensado, pero ahora le parecía un momento excelente para colarse allí y echar un vistazo.

Presentía que podría desentrañar al fin el misterio que encerraban los rusos.

Se levantó con el mayor sigilo que logró reunir y de puntillas, echando ojeadas fugaces para asegurarse de que su madre estaba profundamente dormida, salió de la casa a hurtadillas.

La casa vecina le dio la bienvenida en la penumbra de la madrugada. Todas las luces estaban apagadas y reinaba un silencio apabullante.

Pero Alex no se dejó amedrentar –ni siquiera ante el recuerdo de Lev sorprendiéndola allí mismo la otra noche– y quitándose el clip que llevaba en el pelo, empezó a forzar con habilidad la cerradura.

En aquel momento más que nunca, agradeció que Jayden la hubiera enseñado, porque pudo entrar en la propiedad sin problemas.

No perdió el tiempo y, valiéndose de la linterna de su móvil para poder ver por dónde iba, se encaminó directamente hacia el piso superior.

La noche que estuvieron allí cenando se había quedado con ganas de inspeccionar esa zona, como si por alguna razón el instinto la empujara hacia allí y aquella vez no pensaba marcharse sin saciar su curiosidad.

No negaba que la aterraba la posibilidad de que los rusos regresaran y la sorprendieran allí, pues no quería ni pensar en lo que podrían llegar a hacerle si se diera el caso.

Un escalofrío la invadió y se dio prisa.

No tardó en dar con una de las habitaciones –la que supuso que sería la de Annika y Nikolai– y empezó a rebuscar por los cajones.

No tenía ni idea de lo que esperaba encontrar, pero desde luego no había contemplado la posibilidad de que estuvieran vacíos.

Sin querer darse por vencida tan pronto, probó con los armarios.

Pero seguía sin haber nada más interesante que el vestidor de Annika y por mucho que le gustara su estilo a la hora de vestir, no había ido a eso.

Hasta que retiró uno de los cuadros y se topó con una caja fuerte. Aunque aquello tampoco tenía nada de extraño, presentía que allí dentro podía haber algo.

El principal problema estaba en que no se sabía la combinación, ni tenía manera de averiguarla.

Se mordió el labio inferior, pensativa.

Era muy extraño que no tuvieran ni la más mínima decoración. No había fotografías, las paredes estaban pintadas de un blanco impersonal y apenas tenían muebles.

En un acto desesperado, decidió mirar bajo el colchón de la cama.

Las yemas de sus dedos palparon algo frío y metálico y cuando sostuvo el objeto entre sus manos, no pudo ahogar un jadeo de sorpresa.

Era una pistola.

Nadie escondía un arma bajo la cama si no tuviera algo que ocultar, o estuviera metido en asuntos turbios.

Aquel hallazgo la alentó a seguir buscando y se apresuró a limpiar el arma con la sábana para quitar sus huellas y a guardarla donde la había encontrado. Luego salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí con cuidado.

Estaba pensando adónde dirigirse a continuación cuando escuchó unas voces quedas desde el rellano principal.

Tragó saliva y se asomó con sigilo para ver si se trataba de los dueños de la casa, que habían vuelto ya. En cuyo caso se escondería hasta poder salir y luego mataría a Jayden por no avisarla.

Pero para su horror, no tardó en comprobar que se trataba de dos hombres a los que no había visto en su vida.

No solo se habían colado allí con a saber qué intenciones – buenas desde luego que no eran, apostaba lo que fuera–, sino que encima estaban bloqueándole la salida.

Alex intentó pensar con cabeza fría, sin dejarse llevar por el pánico, pues sabía que si lo hacía estaría perdida. Podía salir por alguna de las ventanas de las habitaciones, que daban a la parte trasera del jardín.

De ese modo no la verían.

Pero para eso tenía que darse prisa y ser muy silenciosa. Su vida bien podría depender de ello.

Ya había dado al menos media docena de pasos –mientras los dos intrusos estaban registrando la planta de abajo, hablando a gritos, como si no les importara lo más mínimo que los descubrieran o tuvieran la certeza de que los propietarios no estaban– cuando sucedió algo que no había previsto y que dio al traste con todo.

Después de lo que le había parecido una eternidad sin tener noticias de Jayden, él tuvo que escoger ese preciso momento para devolverle la llamada.

Fue algo que jamás habría podido prever. La tomó tan de sorpresa que cuando el tono de llamada de su móvil empezó a retumbar en el silencio inclemente, delatando su presencia y su ubicación, tardó apenas un par de segundos en colgar y abrió la primera puerta que encontró para ocultarse.

Pero supo que era demasiado tarde en cuanto los pasos presurosos de los intrusos retumbaron en las escaleras.

Iban a por ella.

No perdió un segundo

Tras un breve forcejeo, consiguió soltar los postigos y abrir la ventana. Se encaramó a la silla y consiguió introducir una pierna y el torso hasta sacar medio cuerpo fuera.

El corazón le latía a mil por hora, pero la adrenalina opacaba el miedo que sentía.

Solo un poco más.

Ya casi estaba.

Tenía que conseguir escapar y dar la voz de alarma.

Entonces un estruendo tremendo la hizo girar la cabeza.

Uno de ellos acababa de echar la puerta abajo y la apuntó con la pistola.

—No te muevas, o te vuelo los sesos —ladró, en un inglés vacilante. Luego no era su lengua nativa.

Sin pensárselo dos veces, aun arriesgando su vida, Alex se dejó caer hasta el suelo.

La caída hizo que se lastimara las manos, en las que había apoyado el peso de su cuerpo, y se había rasgado la tela del fino pantalón de pijama que vestía.

Se puso en pie, sacando fuerzas de flaqueza, y echó a correr hacia su casa. Las maldiciones y amenazas no tardaron en hacer acto de presencia e incluso un tiro impactó a pocos centímetros de su pierna.

Alex no pudo reprimir un grito de terror.

Y justo cuando creía que conseguiría huir y ponerse a salvo, el otro salió de la nada y la apuntó con el cañón de su arma directamente en la sien.

Debía de haberse anticipado a sus movimientos y la había esperado allí para sorprenderla.

Derrotada y extenuada, Alex levantó las manos, mostrándoles que iba a cooperar. Su supervivencia estaba en juego y cuanto menos se resistiera, mejor.

De lo contrario, la reacción de aquellos tipos podía ser impredecible y fatal para ella.

Se preguntó, sin poder evitar que su lado analítico tomara el control, por qué no la había matado al efectuar aquel disparo si había tenido la oportunidad de silenciarla definitivamente.

Y no le gustó en absoluto la conclusión a la que llegó.

Uno de ellos le hizo un gesto al otro y este obedeció de inmediato, sujetándola por los brazos para inmovilizarla.

Se revolvió, presa del pánico.

Quiso gritar, a pesar de que sabía que no debía. Pero no pudo; un paño se estampó contra su boca y el fuerte y nauseabundo olor que desprendía hizo que empezara a vislumbrar pequeños puntos negros.

Cloroformo.

Siguió luchando, sin darse por vencida, aterrada ante la suerte que podría correr en manos de aquellas bestias que parecían querer secuestrarla (solo Dios sabía para qué).

Maldijo su suerte, su carácter obstinado y curioso y las imprudencias que la habían llevado a acabar así.

Los ojos de hielo de esos tipos se le clavaron en la conciencia y por más que intentó liberarse, supo que era inútil.

Su suerte estaba echada.

Antes de perder el conocimiento, escuchó que el más corpulento le decía algo que pondría su mundo del revés.

—El jefe se va a alegrar mucho de verte, Sasha Kozlova.


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