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🦋17. 🦋

El cuerpo de Annika giró en una sincronización perfecta y se arqueó con los hombros erguidos y elevando las puntas de los pies. Una sonrisa se deslizó por sus labios tras conseguir realizar una impecable pirouette.

El Cascanueces siempre había sido una de sus composiciones predilectas a la hora de bailar, junto con El lago de los cisnes, así que realmente se estaba esmerando. Aunque aquella mañana no había nadie a quien pudiera impresionar. No había visto a Nikolai desde la noche anterior y admitía que empezaba a estar ansiosa, como si a su día le faltase algo cuando no podía disfrutar de su compañía; imponente y silenciosa la mayor parte del tiempo. Pero reconfortante, de algún modo.

Él siempre estaba a su lado; cuando tomaba sus clases, cuando tenía que salir a hacer algunas compras con Svetlana, en sus momentos de ocio y...una noche había aceptado ver una película con ella, una experiencia fabulosa que se moría por repetir, a pesar de que él le había dejado muy claro que jamás volvería a suceder.

Se había sentido atraída por él desde que llegó a la mansión, para reforzar la seguridad tras su último –y fallido– intento de fuga para ir a bailar.

Mijaíl Kozlov estaba empeñado en mantener prisionera a su rebelde hija menor a cualquier precio, pero lo que no esperaba era que en aquella ocasión el tiro le saliera por la culata.

Y es que, poco a poco, con su sensualidad natural, Annika había ido derritiendo la coraza de hielo de aquel hombre que tanto la fascinaba.

Hasta que aquella tarde lo sorprendió, contemplándola bailar con un deseo más que evidente en esas pupilas gélidas que solo titilaban con un pequeño atisbo de vida cuando ella estaba cerca.

Ella se alzó sobre las puntas de los pies de nuevo y le sonrió, cómplice.

Estaba preparada para que se marchara, como solía hacer cuando ella se percataba de su escrutinio. Sin embargo, aquella vez fue diferente.

Fue él quien la buscó. Y Annika sintió esperanzas de que pudiera corresponderla.

Siguió moviéndose al compás de la melodía, empleándose a fondo para ejecutar cada paso con una precisión maestra, con el deseo de impresionarlo. No sabía que para eso no era necesario que hiciera nada especial, pues su mera visión lo hechizaba y hacía que se desenfocara de su verdadera misión.

—¿Qué tal lo he hecho? —inquirió, pícara, nada más terminar.

Sin quitarle los ojos de encima, él le tendió una botella de agua y cuando las yemas de sus dedos se tocaron, Annika habría jurado que saltaron chispas.

Él se limitó a asentir con la cabeza, haciendo gala de su habitual parquedad en palabras.

Cuanto más lacónico era, más quería ella acercarse a él y descubrir todos y cada uno de sus secretos.

A juzgar por la oscuridad que se atisbaba en su mirada a veces, intuía que tenía demasiados.

—¿Alguna vez conseguiré sacarte más de dos palabras seguidas? —expresó, medio en broma; medio en serio.

Su semblante, aunque seguía siendo pétreo, se suavizó ligeramente y sus ojos trazaron un recorrido descendente por su anatomía. El maillot de ballet le quedaba ajustado y acentuaba cada curva de su esbelta figura. Y su rostro...estaba diseñado para hacer arder en el infierno a cualquier hombre que osara fantasear con llegar a poseerla.

Lo que empezó como un instrumento para destruir al hombre que más odiaba en el mundo, se había convertido en auténtica atracción de la que no podía desprenderse ni de noche ni de día.

Annika Kozlova era un veneno que estaba penetrando poco a poco en su sangre y él un adicto dispuesto a morir con gusto con tal de recibir su dosis.

—Créeme, no quieres saber lo que estoy pensando.

Su tono ronco estaba cargado de advertencia y de promesas oscuras, como si quisiera lanzarle un desafío que ella aceptaría más que dichosa.

—¿Por qué no pruebas? Te sorprendería —lo tentó ella, pasándose la lengua por los labios para capturar una gota de agua que se había quedado posada en ellos.

Lo que no esperaba era que él acortara la escasa distancia que los separaba y posara la yema del pulgar sobre los mismos, introduciéndolo en su boca rosada.

Su respiración era irregular y Annika no tardó en adivinar que se debía a la creciente excitación que lo embargaba.

Le sorprendió el efecto que podía tener sobre él, a quien nunca había visto mostrar la menor emoción.

Pero siempre estaba allí cuando lo necesitaba. Aparte de su hermana Svetlana, era la única compañía que tenía. Pues a Lev últimamente casi no le veía, ya que su padre no dejaba de encomendarle "trabajos", de los que Annika prefería no saber nada.

Él había ido conociendo cada uno de sus gustos, había aprendido sus aficiones y sus horarios de memoria y de vez en cuando le permitía bajar a la cocina a escondidas a hornear algún pastel.

Ella, por su parte, apenas sabía nada de él. Era misterioso, hermético y gruñón.

Su vida se reducía a desempeñar lo más eficazmente el trabajo para el que había sido entrenado. No tenía aficiones, ni tiempo libre; no conocía nada más.

Pero cuando estaban a solas, podía ver por el modo en que la miraba que le gustaba estar con ella. No era una mera obligación que debía cumplir. Realmente disfrutaba de su compañía.

Y eso la animó a lanzarse por fin.

—Me gustas mucho, Nikolai...sueño contigo cada noche ¿sabes? Ya no puedo soportarlo más...

—¿Con qué sueñas, moya val'kiriya?

Mi valkiria.

Le encantaba que la llamara así.

La hacía sentir más valiente y segura de sí misma, preciada.

Se humedeció los labios y él se los acarició con la áspera yema del pulgar.

Annika siempre se había preguntado cómo unas manos hechas para matar podían ser tan suaves. Pero no fue hasta aquel momento que entendió la respuesta: porque la estaba tocando a ella.

—En mi sueño, también bailo para ti. Me observas como si fuera la visión más magnífica que hayas presenciado jamás y cuando termino...tú me posees y yo me entrego a ti. Me haces mujer, Nikolai —se lo confesó con timidez y obstinación juvenil, con el entusiasmo de una joven enamorada por primera vez que deseaba experimentar por completo lo que era sentirse querida.

La expresión de Nikolai estaba cargada de un tormento feroz; se hallaba dividido entre sus propios instintos y el honor que nunca había tenido. Pero se trataba de ella...merecía algo mejor.

—Soy un asesino, malysh. Si te tocara te deshonraría. No soy el hombre que mereces, no sé cómo...hacer feliz a una mujer. Soy un monstruo —sentenció, apretando la mandíbula.

Los ojos azules de Annika brillaron con comprensión y una tristeza infinita. No soportaba oírlo hablar así. Si tan solo pudiera verse como ella lo veía...

—No eres ningún monstruo, Nik. Los monstruos son ellos, por obligarnos a ser sus instrumentos. Tú ya me haces feliz y ni siquiera tienes que esforzarte. Me haces feliz...porque te quiero y me siento bien cuando estás conmigo, cuando me proteges —confesó, apoyando la palma de su mano sobre su mejilla. La barba rubicunda de varios días le hizo cosquillas y sonrió.

Al fin había reunido el coraje para confesarle sus sentimientos. Incluso si la rechazaba, habría merecido la pena.

—No sabes las cosas que he tenido que hacer...—admitió.

No se arrepentía de nada, pero temía que ella las descubriera y le tuviera miedo, que lo mirara como lo hacían los demás...como si fuera una abominación.

—No me importa. ¿Y sabes por qué? —inquirió y cuando él negó con la cabeza, se explicó —: Porque sé que jamás me harías daño.

No había ni el menor asomo de duda en aquella rotunda afirmación y Nikolai sintió algo que jamás había experimentado; era una extraña calidez en su pecho que no sabía cómo interpretar. Pero era...agradable.

Frunció el ceño y sostuvo la pequeña y delicada mano de Annika entre la suya.

—Nunca. Antes preferiría morir.

La firmeza de sus palabras hizo que a Annika se le escapara una lágrima que él se apresuró a atrapar con la yema del pulgar. Y entonces...la besó.

Fue dulce y demandante al mismo tiempo.

La combinación justa de devoción y ansia desbordante.

Su boca reclamó la de ella sin titubeos ni medias tintas. Arrasó con todo como lo haría una tormenta implacable y ella se abandonó a su contacto, ávida de más.

Se colgó de su cuello fuerte y él le estrechó la cintura esbelta. Su mano derecha viajó hasta su pelo y con destreza se desprendió de la goma con la que se había recogido la larga melena en un moño para bailar.

Esta calló en cascada por su espalda y Nikolai gimió entre sus labios. Tenía que tomárselo con calma, a fin de cuentas ella era virgen. Pero la deseaba tanto que rayaba en la locura.

La alzó en peso hasta que rodeó sus caderas con esas piernas blancas y delgadas y su espalda llena de tatuajes y cicatrices se estrelló contra la pared.

Ella volvió a buscar sus labios y enterró la cabeza en su pecho cuando él liberó su gruesa erección.

Dejó que sus manos expertas levantaran el tutú y se deshizo del maillot, mostrando su intimidad con las mejillas sonrojadas.

—He querido hacer esto desde que te vi por primera vez —susurró, pegado a su frente.

Ella sonrió, extasiada.

—Hazlo ahora.

Y asintió, para hacerle saber que estaba preparada.

Se había imaginado cómo se sentiría tenerlo dentro de ella muchas veces, pero la realidad superaba con mucho a la ficción.

No fue perfecto, ni mucho menos.

Él era tan grande y ella tan estrecha que dolió. Pero él la besó y la abrazó con una gentileza que los tomó a ambos por sorpresa y al cabo de un rato... el dolor se convirtió en placer.

Y Annika supo, mientras él estaba dentro de ella y veneraba hasta el último rincón de su cuerpo, que aquel sería un recuerdo que atesoraría durante el resto de su vida.

Sin embargo, esa no fue la última vez que dieron rienda suelta a la pasión.

Solo que en el resto de ocasiones tuvieron que ser mucho más cuidadosos.

Tenían mil ojos posados sobre ellos.

Y al final, en el fondo, sabían que sería cuestión de tiempo que los descubrieran.

Con todo y eso, no se detuvieron.

🦋

La bofetada que su padre le propinó fue tan dura que Annika perdió el equilibrio y cayó de bruces sobre las frías baldosas de piedra del comedor, a los pies del monstruo que se hacía llamar su padre.

—¡No eres más que una sucia ramera! ¿De quién ese ese engendro que llevas en el vientre? ¿¡Eh!? ¡Habla o te mato a golpes! —bramó, alzando el puño en alto.

Annika se protegió como pudo, aterrada por los dos bebés que estaba esperando.

Durante aquellos meses, había tratado de ocultar su embarazo con el mayor celo, consciente de que ya empezaba a notársele. Pero si de algo estaba segura era de que no pensaba abortar así le costara la vida.

Lo peor era que todavía no había podido decírselo a Nikolai, a quien cada vez veía menos porque su padre no hacía más que encomendarle encargos a todas horas, a sabiendas de que –junto con su hermano – era de lejos el más capaz de sus hombres.

Una lluvia de patadas descendió sobre ella, atacándola sin piedad.

—¡Basta padre, te lo suplico, por favor! —exclamó Svetlana, en un desesperado intento por protegerla, mientras forcejeaba con los brazos hercúleos de Vladimir, que la retenía.

—De Kostya —mintió, a sabiendas de que era su única oportunidad de salvarse.

Konstantin Vodyslav era su prometido, un rico heredero de una compañía termoeléctrica y con amplias conexiones en el crimen organizado, con el que Mijaíl la había obligado a contraer matrimonio en el plazo de seis meses.

Se había visto obligada a mantener relaciones con él, para que –según las repugnantes palabras textuales de su padre – pudiera probar la mercancía y asegurarse de que no estuviera defectuosa.

Allí no tenían la tradición de que la novia llegase virgen al matrimonio, pues lo consideraban una costumbre anticuada y ridícula. Lo que más se llevaba era vender a las hijas a cambio de dinero, poder y prestigio.

Su hermana Svetlana lo sabía bien, pues llevaba dos años casada con uno de los lugartenientes de Mijaíl, viviendo un auténtico calvario.

Cada vez que acudía a la mansión a visitarla y le hacía algunas confidencias, a Annika se le partía el corazón por no ser capaz de ayudar a su hermana a escapar de aquel infierno que muy pronto también se convertiría en su realidad.

Se las había ingeniado para persuadir a Kostya de que no la delatara, pues si lo hacía perdería la oportunidad de ascender socialmente y añadir unos cuantos millones a su cuantiosa fortuna.

Y como el vil ser repulsivo y codicioso que era, accedió. Pero la forma en que la ultrajó fue la experiencia más humillante y terrible que había tenido que soportar jamás.

Lo peor de todo era que no habría servido de nada si no conseguía convencer a su padre de aquel ardid que era su único salvoconducto y en el que Svetlana la respaldaba, como siempre lo había hecho.

Solo se tenían la una a la otra, porque Nikolai y Aleksei – el amante de su hermana – estarían muertos por la mañana si no tenían éxito. Y eso era algo con lo que Annika no podría vivir.

Su padre hizo un puño con su cabello y tiró brutalmente de él hasta ponerla en pie.

Con lágrimas en los ojos y aguantando los quejidos de dolor que pugnaban por salir de su garganta, Annika alzó el mentón y le sostuvo la mirada sin achantarse. Nunca más le daría la satisfacción de mostrarse sumisa ante él.

Por lo que a ella respectaba no era su padre y nunca lo había sido.

—¿Estás segura de eso? Porque sabes que tarde o temprano lo averiguaré y si me estás mintiendo...te pudrirás en una bonita tumba junto a tu bastardo —siseó, con una crueldad que le provocó escalofríos.

—Lleva tu sangre, ¿es que no tienes escrúpulos?

No pudo contenerse y acabó soltándole en la cara lo que la corroía. ¿Qué clase de monstruo no protegía a su propia familia?

Era la peor escoria sobre la faz de la tierra.

Svetlana seguía suplicando y resistiéndose, inútilmente, a la fuerza bruta de Vladimir.

Dimitri, en cambio, no andaba por allí y eso inquietó demasiado a la joven...que temía por Nikolai.

Sabía que su padre era demasiado astuto y siempre lo había mirado con recelo. Si descubría la verdad no quería ni pensar en las atrocidades que podría hacerle.

—Enciérrala en su habitación y que no salga, cuando nazca ese engendro realizaremos una prueba de ADN y entonces veremos si es digno de ver salir el sol. Porque de lo contrario, yo mismo te arrancaré la vida con mis propias manos por atreverte a deshonrar este apellido —sentenció, arrojándola a los brazos de Vladimir como si fuera un despojo.

El hombre – que en algún momento había liberado a Svetlana, la cual contemplaba la escena con impotencia – la asió de los brazos y cumplió con lo que le había encomendado su Pakhan, conduciéndola sin miramientos hasta su dormitorio y encerrándola allí.

Por más que Annika trató de luchar y rebelarse, fue en vano. Estaba agotada y se dejó caer en las sábanas suaves de su cama, sucumbiendo a un llanto creciente nacido de la desesperación más pura y cruenta.

Solo le quedaba rezar por sí misma y por las dos vidas que ahora habitaban en su interior...pero también por el hombre del que se había enamorado como una loca y al que posiblemente acabara de condenar a muerte por su egoísmo.

Debió haberlo sabido; desde el primer momento en que se entregaron a la pasión desmedida que sentían, estuvieron condenados.


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