🦋14. 🦋
Solía bailar siempre que su padre estaba fuera de casa, arreglando sus "asuntos de negocios". Su hermana Svetlana siempre la cubría y la avisaba cuando regresaba, porque si Mijaíl Kozlov la descubría desobedeciendo una orden directa después de que le hubiera prohibido volver a bailar ballet el castigo que le aplicaría sería brutal.
Desde pequeña Annika soñó con formar parte de una gran compañía, como el Bolshói de Moscú, igual que su madre. Pero enseguida aprendió por las malas a no mencionar nada del asunto delante de su padre.
Su destino era ser la princesa de la Bratva y casarse con algún lugarteniente rico que le diera muchos hijos y proporcionara estatus y honra a su ilustre apellido. Un apellido que había aprendido a aborrecer desde que tuvo uso de razón y escuchó, entre las conversaciones mantenidas en susurros por las criadas antes de la cena, lo que le hizo a su madre.
Se obsesiono con ella cuando la vio actuar en uno de sus espectáculos. Era una huérfana que se ganaba la vida bailando y le fue muy sencillo raptarla. Después la obligó a convertirse en su esposa y la usó como a su puta personal para que engendrara a sus herederos. Quería varones fuertes a los que moldear a su imagen y semejanza, pero Agneska le regaló dos preciosas hijas a las que Mijaíl repudió desde el principio, aceptándolas a regañadientes.
Pero las malas lenguas decían que nunca lo asumió y forzó a su esposa innumerables veces para que quedara encinta de su tan ansiado hijo varón.
Sin embargo, nunca lo consiguió. Agneska se practicó una ligadura de trompas en secreto y cuando finalmente el Pakhan se enteró acabó asesinándola en un arranque de ira.
Svetlana tenía nueve años y Annika seis.
Desde aquel día, la poca alegría que había en la mansión murió con Agneska Ivanova. Y con ella la efímera felicidad de las jóvenes, que se vieron obligadas a acatar hasta la más mínima orden de su padre para poder sobrevivir.
Por eso, cuando Nikolai llegó a la mansión para formar parte de la vigilancia de Annika, llamó su atención de inmediato.
Y es que vio en sus ojos la misma lucha que libraba en su interior cada día y la pequeña ave enjaulada sintió el impulso de batir sus alas y volar lejos. Con él.
Pronto, investigó sobre su pasado y descubrió los horrores a los que había tenido que someterse en la Jaula por orden de su padre. Y su corazón ardió de odio y de compasión por él.
Apenas hablaba, era hosco y violento con cualquiera que supusiera una amenaza para ella. Pero la trataba con gentileza y eso era más de lo que podía decir de su propio padre. A excepción de su madre ya fallecida y de su hermana; Annika no había conocido afecto.
Y sabía que probablemente Nikolai no lo hubiera conocido nunca. Así que se armó de valor y empezó a hablar con él, a querer conocerlo. En un principio, él mantuvo su distancia y se mostró esquivo, pero Annika era joven y tenaz y acabó consiguiendo lo imposible; ganarse su confianza y con el tiempo; su respeto.
A él le gustaba verla bailar porque eso la hacía feliz y por su parte, Nikolai era el único hombre con el que Annika se sentía cómoda cuando practicaba.
Y durante un tiempo fueron felices así, a su manera, contando con la complicidad de Svetlana. Entre ellos había una química innegable que fue floreciendo más y más, hasta que un buen día la burbuja se rompió y la realidad se impuso...la cruda y dolorosa realidad de la Bratva; una cárcel en vida que nunca les permitiría ser libres.
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Alex no podía dormir aquella noche. Por alguna extraña razón no podía dejar de darle vueltas a lo sucedido en la casa de sus vecinos hacía un par de días y se sentía...inquieta.
Si antes lo sospechaba, ahora ya tenía la certeza; había algo realmente malo con ellos.
Tal vez no malo, sino...falso.
Todo, desde lo que decían hasta la manera en que se comportaban era como si...estuvieran fingiendo, interpretando un retorcido papel por algún fin y unos motivos que no tenía forma de saber, pero que estaba empeñada en averiguar como fuese.
No supo si fue esa necesidad irracional o el insomnio que la aquejaba lo que la impulsó a salir de la cama y a ajustarse bien el camisón de seda blanco para salir con sigilo de su habitación y escabullirse hasta el porche sin hacer el más mínimo ruido.
Su hermano se había ido, como cada madrugada, en cuanto todos se fueron a dormir y todavía no daba señales de vida. Cada vez tardaba más...y eso a Alex le molestaba, porque – acostumbrada como estaba a que lo hicieran todo juntos – se sentía desplazada y celosa. Pero no quería decírselo, seguramente se reiría de ella y le restaría importancia.
De súbito, un pensamiento intrusivo la invadió y se sintió enjaulada como un pájaro al que le habían arrancado las alas.
Se llevó las manos al pecho, sintiendo que el aire no llegaba correctamente a sus pulmones, agobiándose al notar que su respiración pasaba de ser superficial a inconstante en cuestión de segundos.
Un ramalazo de furia e impotencia la invadió y tuvo ganas de gritar, pero se contuvo clavándose las uñas en las palmas. Ni siquiera sabía de dónde salía esa rabia a veces, ni esos pensamientos confusos que parecían querer recordarle constantemente esa sensación de no encajar en ninguna parte; ni en el pueblo, ni en su familia, ni con la gente de su edad.
Solo estaba Jayden, con quien cada vez podía hablar menos porque se estaba alejando de ella. Él estaba todavía más rabioso y confuso, pero no tenía forma de saber qué pasaba por su cabeza. Su hermano era, de los dos, el más hermético.
Ella solo quería ser como las demás chicas; una adolescente normal cuya única preocupación fuera la ropa, los chicos, sacar buenas notas y poder dormir bien por las noches sin esa sensación de intrusión y desarraigo que se apoderaba de ella cada vez que estaba a solas con sus caóticos pensamientos.
Sin darse cuenta, se había acercado cada vez más a la casa vecina, donde reinaban la oscuridad y el silencio. No había nada fuera de lo normal y aun así, Alex se sentía atraída hacia allí como una polilla a la luz.
Quizá se debía a lo bizarra que le había resultado aquella cena o la misteriosa aparición de ese desconocido que...
—¿Nunca te han enseñado que no debes andar sola por ahí en mitad de la madrugada?
Esa voz sedosa e incisiva que resonó justo tras su espalda la hizo dar un respingo, con el corazón latiéndole furiosamente en el pecho debido al sobresalto.
Al girarse, se encontró frente a frente con Lev, cuyos ojos oscuros la estudiaban con un ápice de curiosidad y algo más que no supo identificar y que por alguna extraña razón le dio escalofríos.
Iba vestido de negro por completo y llevaba un saco de basura en la mano, misma que debía de haber salido a tirar en aquel momento, cuando se la había encontrado de súbito.
—¿Y a ti que no es de buena educación sobresaltar a la gente apareciendo con sigilo? — contraatacó, por impulso, y con una insolencia que la sorprendió hasta a ella misma. Normalmente, siempre sacaba a relucir su faceta de falsa inocencia cuando hablaba con desconocidos.
Pero ese hombre, al igual que sucedía con su hermano, tenía algo que lograba sacar su verdadera cara. Tal vez por eso la intrigaba tanto.
Los finos labios de Lev se curvaron hacia arriba en una sonrisa torcida. A Alex se le pasó por la cabeza el absurdo pensamiento de que a él le divertía su osadía.
—Bueno, eres tú la que está en mi porche. ¿Querías algo o solo estabas fisgoneando? — adujo y ella tuvo que reconocer que tenía un punto.
—Yo...solo...lo siento, no podía dormir y daba un paseo. Siento haberte despertado — dijo, fingiendo inocencia.
Alex siempre recurría a esa versión desvalida y cándida cuando sentía que una situación, cualquiera que fuese, se le estaba escapando de las manos.
No tenía forma de saber que Lev no se había creído ni una palabra, pues su rostro era una máscara ilegible.
Pequeña manipuladora, pensó el ruso para sus adentros.
—No lo has hecho, tranquila.
Ella asintió, como si estuviera aliviada. Por dentro, cantaba victoria al pensar que lo estaba reconduciendo a su terreno.
No podría haber estado más equivocada, pues era al revés.
—Está bien, buenas noches —se despidió, con una sonrisa angelical –que era falsa, por supuesto– y se alejó caminando, simulando que volvía a su casa.
Durante unos instantes, casi había sucumbido a la tentación de hacerle las preguntas que llevaban rondándole por la mente desde que se había presentado de improviso en la cena.
Sin embargo, había sido lo bastante inteligente como para contenerse y no ponerlo sobre aviso. Estaba claro que no iban a contarle por las buenas lo que estaban tramando. Era extraño que no hubiera salido de la casa con la basura, sino que él ya venía del bosque...
Se llevó una mano a la boca, ¿y si lo que había en esa bolsa eran restos humanos? Puede que hubiera visto demasiadas películas, pero era algo que no pensaba descartar hasta haberse asegurado.
Pero debía proceder con cautela.
Lo que no sabía era si iba a poder contar con su hermano, pues no le contestaba a los mensajes que llevaba enviándole un buen rato y empezaba a estar preocupada. No era propio de él ignorarla de ese modo.
—Buenas noches, Alexandra.
Oyó a lo lejos la réplica afilada de Lev y el vello se le puso de punta por la manera en que había empleado su nombre completo, como si fuera una declaración de intenciones.
Había algo en su forma de mirar y de hablar que la estremecía, como si pudiera leer hasta sus más oscuros pensamientos.
Tragó saliva y siguió caminando –resistiendo la tentación de girarse para ver si todavía seguía ahí, observándola– hasta que estuvo segura de que ya no podía verla.
Con todo y eso, esperó un tiempo prudencial antes de volver a intentarlo –se moriría de vergüenza si él volvía a sorprenderla in fraganti– y aprovechó para inhalar y exhalar reiteradas veces, tratando de calmar los alocados latidos de su corazón.
Estaba paranoica y temía que, en el silencio de la madrugada, su respiración trabajosa la delatara.
La voz de su padre, que acababa de salir al porche, hablando en susurros por teléfono, estuvo a punto de provocarle un infarto y solo su rapidez de reflejos le permitió agacharse para ocultarse bajo el seto del jardín y evitar así que se topara con ella.
Steve estaba inusualmente serio y, a juzgar por el cuidado que ponía para asegurarse de que nadie lo estuviera escuchando, estaba claro que quería mantener aquella conversación en la más estricta privacidad.
Al principio, Alex pensó que podría tratarse de una de sus muchas amantes. Pero no tardó en descartarlo porque, por muy lamentable que sonase, si ese fuera el caso su padre no se molestaría en esconderse tanto. Ese era el poco –por no decir nulo – respeto que tenía por su familia.
La curiosidad la invadió y decidió quedarse para escuchar a hurtadillas y descubrir qué podía ser tan importante como para sacar a su padre de la cama a aquellas horas de la madrugada. No era un hombre que se desvelara con frecuencia, que ella supiera.
Se aseguró de permanecer bien oculta y esperó, aguzando el oído.
—Creía que había quedado claro que estoy fuera de esto, hace años que dejé de hacer esta mierda —estaba diciendo y a Alex no le hacía falta verle la cara para saber que estaba contrariado...y temeroso.
Pero, ¿de quién? ¿Con quién hablaba y qué querían de él?
Una cosa estaba clara; no podía ser nada bueno.
—Maldita sea, lo sé. Solo digo que...por favor. ¿No puedes mantenerme al margen? No quiero tener nada que ver con esto, ahora tengo un trabajo respetable ¿sabes?
Su padre alzaba cada vez más la voz, desesperado por persuadir a su interlocutor de lo que quiera que le estuviera pidiendo que hiciera.
Pero al final, por más que intentó rehusarse, era evidente que no le iba a quedar más remedio que ceder.
Acabó haciéndolo, a regañadientes, como quien se halla en un callejón sin salida.
—Está bien, está bien, tranquilo. Lo haré, pero tienes que darme un poco de tiempo. No puedo justificar un viaje así de la noche a la mañana...—se hizo el silencio durante unos pocos minutos, hasta que su padre puso fin a la conversación. —Vale, esperaré tu llamada.
Se apresuró a colgar y a volver dentro, no sin antes volver a echar una ojeada a su alrededor con gesto paranoico.
Tras asegurarse de que nadie rondaba por allí –o eso pensaba él– se perdió en el interior de la casa sin ser consciente de que oculta a pocos metros de allí, su hija acababa de escucharlo todo y ya estaba resuelta a descubrir en qué turbios asuntos estaba metido.
No veía la hora de que su hermano regresase a casa para ponerlo al tanto de todo.
Sin embargo, por más que permaneció allí un buen rato esperando a que Lev regresara a su casa, él no volvió.
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