🦋11. 🦋
Hospital psiquiátrico ilegal de Moscú, emplazamiento desconocido, meses antes.
Sus vidas dependían de que la misión que tenían entre manos se llevara a cabo con éxito.
No sería fácil, pero estaban habituados al riesgo. Y nada ni nadie les impediría cumplir su objetivo.
Había llegado el momento de actuar.
Sabían que tarde o temprano tendrían que hacerlo.
No importaba el riesgo, las circunstancias habían cambiado y debían adaptarse.
Así era aquello.
Annika sabía lo importante que era para Nikolai, tenía que cumplir su promesa.
Y apoyarlo era lo menos que podía hacer después de todo lo que él había sacrificado en su nombre.
Aún no terminaba de creerlo.
Pero era real, lo más real que seguramente había tenido nunca en su vida.
Y, aunque no sabía cómo demostrarlo con palabras, sus hechos hablarían por ella.
A fin de cuentas, como él había dicho, estaban juntos en aquella locura.
Le echó un vistazo de soslayo.
Lucía seguro al volante, listo para la ardua tarea que tenían entre manos.
Sabía lo que hacía, ambos habían dedicado mucho tiempo a trazar aquel plan al milímetro.
Tenían vigiladas las entradas y salidas y habían estudiado al detalle el horario del personal.
Eran conscientes de que tenían que ser más rápidos y sigilosos que nunca y aun así, las probabilidades de tener que provocar un derramamiento de sangre eran altas. Demasiado altas.
Eso les daba un margen de escape mucho menor antes de que dieran la voz de alarma...que llegaría directamente hasta Mijaíl Kozlov.
Si para entonces no habían logrado salir pitando de allí era que ya no saldrían, así de sencillo.
Ambos lo tenían más que asumido y aun así no iban a echarse atrás.
Si querían que el plan saliera bien –aquella misión era indispensable– entonces tenían que contárselo.
Lo necesitaban.
—¿Te acuerdas del plan B? — musitó Nikolai entonces, con voz fría, sin apartar la vista de la carretera.
—Sí, sé exactamente qué tengo que hacer. Descuida — lo tranquilizó ella, sonriendo para infundirle ánimos. Estaba demasiado serio y arisco, señal inequívoca de que la preocupación lo devoraba.
—Bien, porque esta vez tienes que ser más guerrera que nunca. Si alguien es una amenaza, dispárale a la cabeza y no mires atrás.
—No me tiembla el pulso, Nik, calma. Tú no estás así de tenso por mí, reconócelo — lo tomó del mentón para obligarlo a mirarla y vio, en sus ojos profundos e insondables que poseían la gelidez y la belleza mortífera del hielo, aquello que en verdad lo atormentaba.
Él respiró hondo para mantener sus emociones a raya. Una, dos y hasta tres veces. Le sostuvo las manos con lo más parecido al afecto que conocía y lo soltó; aquello que le desgarraba el pecho hasta perforarle el corazón lentamente como una bala a quemarropa. La culpa.
—Si le han hecho un daño irreparable...no me haré responsable de la masacre que provocaré. Si durante estos años lo han...
No se dio cuenta de que se había destrozado las palmas por la fuerza con que apretaba los puños hasta que Annika lo acalló, obligándolo a relajar las manos y limpiándole la herida con la lengua.
Pasó de cero a cien en un segundo, cuesta abajo y sin frenos.
Él ya estaba jodido en su cabeza, pero ella hacía algo...algo que conseguía llevarlo a extremos oscuros e inimaginables, tanto como malditamente excitantes.
—Joder, juro que si no te detienes te follaré aquí y mandaré a la mierda la misión. ¿Entiendes eso? — siseó, con un bulto más que generoso en su entrepierna que hizo reír a la rusa.
—Me encantaría que lo hicieras — aseguró, con ese aire regio y provocativo que la caracterizaba —. Pero sabes que lo que tenemos entre manos es más importante y no puede esperar. Luego, Nik, luego me follarás hasta hartarte.
Con esos labios pintados de carmín y esa sonrisa coqueta y arrebatadora parecía una maldita diosa capaz de hacer que el mundo se rindiera a sus pies.
Y él lo haría, sin pensarlo lo haría.
Porque era su valkiria y él su vikingo...y juntos podían destruir el mundo si se lo proponían.
—¿Hora? — demandó, ya más calmado.
—Las tres cuarenta y cinco — le informó ella, atándose el largo pelo en una intrincada trenza para que no le quitara libertad de movimientos.
Nikolai asintió, conforme.
Era el momento de actuar.
🦋
El primer celador cayó redondo sobre el césped cuando Annika lo puso a dormir presionando ese punto sensible sobre su cuello.
Tenían exactamente cinco segundos de ventaja antes de toparse con el siguiente.
Con ese objetivo fuera de juego, se dividieron.
Ella se encargaría de la entrada trasera, mientras que él haría lo propio con la delantera. La de mayor riesgo, porque poseía con una vigilancia mayor.
Ya contaba con ello.
Él prefirió la fuerza bruta, sacándose del camino a los siete hombres que se le atravesaron en el camino sin apenas esfuerzo. Fue silencioso.
Annika, en cambio, decidió usar la estrategia. Era su punto fuerte, después de todo.
Fingió ser una pobre mujer desorientada que necesitaba asistencia y cuando quisieron llevarla dentro para examinarla –una vil mentira, pues en las miradas lascivas de los celadores se leían sus verdaderas intenciones– se libró de ellos con una maestría envidiable.
Cuando puso a dormir al último, escuchó la voz de Nikolai a través del intercomunicador, haciéndole saber que estaba dentro.
No lo había dudado ni por un segundo.
—Yo también estoy dentro, procedemos según lo acordado — confirmó, sin poder contener una sonrisa triunfal.
Sin embargo, todavía quedaba la parte más complicada. Así que no podía bajar la guardia.
Nada más franquear la puerta trasera, atisbó su robusta figura haciéndole señas para que entrara en el cuarto de la lavandería.
Debían disfrazarse con los uniformes del personal si querían pasar desapercibidos ante todo aquel que se toparan.
Además, necesitaban la tarjeta de acceso a la habitación restringida. Lo cual iba a ser un poco más difícil, pero no imposible.
—¿Lista? —inquirió él, guardando sus armas en el bolsillo del pantalón blanco de enfermero con una mueca de excitación ante la matanza que se aproximaba.
Ella no se lo pensó un segundo antes de asentir.
—Más que lista, cariño — afirmó, dedicándole una sonrisa provocativa y tomando la delantera al atravesar las dobles puertas de la planta.
Tenían trabajo por hacer. Pero con ellos el trabajo y el placer iban de la mano.
Contrariamente a lo que la gente solía pensar, era más divertido así.
Ella sonreía cada vez que se cruzaban con alguien, mientras que él mantenía la mueca seria e inexpresiva. Algunos se los quedaban mirando un poco más tiempo del debido, extrañados. Seguramente estarían pensando que no les sonaban sus caras, hasta que se les ocurriera que debían de ser nuevos. Y la satisfacción los embargaba al caminar con total inmunidad entre las paredes de aquel psiquiátrico que tanto les había arrebatado.
—Buenas noches, buscamos al doctor Novikov. ¿Saben dónde se encuentra? — le preguntó Annika a una pareja de enfermeros que llevaban consigo la camilla donde un paciente yacía inmovilizado con unas cadenas y sumido en los efectos de la droga. Ese hombre se veía tan mal que la sangre de Nikolai se rebulló al verlo y ella tuvo que tomarlo de la mano con disimulo para calmarlo.
Ambos sabían de los métodos de ese maldito de Novikov, que trabajaba para Mijaíl Kozlov, y no eran nada ortodoxos.
Por eso querían llegar cuanto antes a su objetivo, les preocupaba sobremanera el estado en que él pudiera hallarse siendo el paciente más peligroso del lugar.
Estaba claro que no lo estarían tratando con amabilidad, precisamente. Pero si el daño era irreversible, entonces todos podían cuidarse de la ira de Nikolai. Porque no tendría límites.
—Sí, está en su despacho — contestó la mujer, sin prestarles mucha atención y con un tono seco.
—Gracias — replicó ella, conteniendo a duras penas la sonrisa que pugnaba por asomar a su rostro.
Lo tenían.
«Ha llegado tu hora, bastardo». Pensó Nikolai, sediento de sangre.
El despacho del doctor Novikov estaba situado en la segunda planta, donde tenían a los pacientes más conflictivos. Y donde estaba él.
—Espera fuera a menos que yo te lo pida — le ordenó él, tan serio que aunque quiso replicarle supo que no cedería. Así que asintió. No pensaba obedecer, pero eso era algo que él no tenía por qué saber.
Desde el interior, le llegó el jadeo de sorpresa del doctor cuando Nikolai lo encañonó con su arma y, con voz gutural y amenazante, le espetó:
—¿Creías que no vendría, hijo de puta? Soy tu peor pesadilla y estoy aquí para cobrártelas todas, así que si no quieres que te torture como al perro que eres llévame con mi hermano.
El doctor estuvo a punto de orinarse en los pantalones y levantó las manos.
—Está bien...tranquilo, haré lo que me pides pero no me mates...— suplicó, acobardado.
—Camina — ordenó, sin dejar de apuntarlo.
El hombre obedeció, sabía que de eso dependía su vida.
Annika se ocultó de la vista mientras salían del despacho, con Nikolai tras el doctor y presionando el cañón de su Sig Sauer en la cabeza de este.
Cuando ella salió de entre las sombras instándolo a guardar silencio al llevarse una mano a los labios, sus ojos se abrieron de par en par para demostrarle que la había reconocido.
No iba a vivir mucho, de todas formas.
Con manos temblorosas, el doctor Novikov pulsó el botón del ascensor que los conduciría hasta su destino: la habitación del pánico.
Allí estaba él.
Nikolai tensionó la mano con que apretaba su arma y Annika envolvió sus dedos alrededor de su otra mano, para que se relajara. Todavía necesitaban a ese bastardo.
—Abre la cámara — exigió, controlando apenas la voz al notar el ambiente gélido que se respiraba ahí dentro. Su hermano podía estar congelándose, maldita sea.
—No saldréis vivos de aquí — amenazó el doctor, con un brillo maligno en la mirada. Y se sacó una jeringa del bolsillo con intenciones de clavársela. Sin embargo, Nikolai fue más rápido y lo golpeó con la culata en la cabeza, no lo bastante fuerte como para dejarlo sin sentido, pero sí para que le sirviera de advertencia. No habría otra.
—Eres tú quien no saldrá vivo de aquí, así que abre esa maldita puerta de una vez o te vuelo la tapa de los sesos, tú decides — masculló, con un tono que daba escalofríos. Algo en el interior de Annika se encendió al oírlo así.
Sin tener otra opción, Novikov lo hizo.
La estancia estaba en penumbra. Las luces semifundidas titilaban en el techo, dándole al ambiente una apariencia lóbrega e insana.
Y allí, con una camisa de fuerza y un bozal, estaba Lev...inerte sobre la cama.
Dejando a Annika vigilando al doctor, Nikolai rugió de ira y corrió a soltarlo.
Tuvo que darle un par de bofetadas suaves para que reaccionara de lo atontado que estaba por las drogas que le habían suministrado. Verlo así le dio ganas de provocar una masacre todavía mayor.
Incluso Annika estaba impresionada.
No se dio cuenta de que Novikov pedía refuerzos hasta que el interruptor de emergencias siendo presionado resonó, despertando a la bestia dentro de Nikolai, que le disparó en una pierna y se deleitó cuando la sangre empezó a brotar y los gritos agónicos del hombre retumbaron en la cámara acorazada.
—Un minuto — le dijo a Annika, para que se preparara. Y ella asintió, dejando que los hermanos se ocuparan del doctor.
—Nik...— murmuró Lev, con la sorpresa y el delirio reluciendo en sus pupilas siniestras. Poco a poco, se iba espabilando y sus instintos asesinos emergieron bruscamente a la superficie.
—Te dije que vendría, hermano. Ahora vamos a acabar con la basura juntos — aseguró, tendiéndole un cuchillo al tiempo que el dejaba a un lado su pistola para enarbolar el hacha que siempre llevaba consigo.
Herido y acorralado, Novikov gritó de terror. Pero nada pudo hacer por evitar su destino.
—Hola doctor, parece que es hora de recibir su tratamiento — susurró Lev, con la voz rebosante de crueldad.
Al fin, tras tantos años encerrado, había llegado su momento. Nikolai había ido a por él. Tal y como le prometió.
—No, no, no... ¡por favor! — imploró el doctor, al borde del llanto —. Puedo...puedo ayudaros a llegar hasta Mijaíl, pero dejadme vivir. Os lo ruego.
Los tres rieron, aun con Annika atareada acribillando a balas a todo el que entraba. Tenía el silenciador puesto, pero sabía que era cuestión de tiempo que alguien llegara hasta ellos por la alarma de emergencias y debían salir de allí pronto.
—Tranquilo, que para él ya tenemos reservado algo muy especial — canturreó Nikolai, haciéndole un corte en la mejilla con rudeza.
—Exacto, ahora es tu turno — confirmó Lev, clavándole su cuchillo en el vientre con saña.
Para cuando hubieron terminado con él, su cadáver yacía descuartizado en el suelo y Lev no dejaba de reír, proclamando lo mucho que había echado de menos aquello.
Ahora los dos estaban cubiertos de sangre. Debían cambiarse con urgencia y huir, antes de que alguien diera la voz de alarma.
—Siempre es un placer verte, babochka —le dijo entonces a una atónita Annika, que todavía no podía sacarse de la cabeza la violenta imagen de él apuñalando salvajemente a aquel hombre.
Se fijó en él con más detalle. Había adelgazado desde la última vez que se vieron, hacía ya tanto tiempo...pero también había ganado mucho músculo. Su rostro seguí siendo igual de atractivo; con esos ojos avellana tan sagaces, como de halcón, esas cejas pobladas que enmarcaban un rostro anguloso y perfilado y el pelo negro y rebelde. Sin embargo, se había dejado crecer la barba. Antes lo odiaba. Aparte de eso, aparentemente era el mismo hombre que recordaba. Pero por dentro, parecía haber cambiado a peor. Lo cual ya era un logro, porque siempre supo que era cruel, sádico y despiadado.
—Vámonos — clamó Nikolai, volviendo en sí poco a poco. Algo así siempre causaba estragos en él y necesitaba unos minutos para tranquilizarse o acabaría saliendo a la calle y matando al primero que viera solo por diversión. Y ese era Lev, no él.
Estaba allí para cumplir su promesa, sí, pero también porque lo necesitaban.
Como si le leyera la mente, él inquirió, sin dejar de moverse a toda prisa para guiarlos hacia la salida.
—Bueno, no es por aguar la fiesta, me encanta tener mi libertad pero, ¿qué tenéis planeado?
Annika sonrió. No había cambiado nada.
—Ya te lo contaremos por el camino, nos esperan bastantes horas de viaje — intervino, ansiosa.
Ahora sí, el verdadero plan estaba en marcha.
Ya faltaba poco para conseguir lo que tanto anhelaba.
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