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🦋1.🦋


16 de Febrero de 2017, Green Lake, Wisconsin, (E.E.U.U).


Los copos de nieve se estrellaban contra las ventanas en una ráfaga extensa, pero armónica, agradable de contemplar. A Alexandra, o Alex, como prefería que la llamaran sus allegados, le encantaba la nieve. Al igual que el frío, la lluvia y en general el invierno. Las cosas cálidas no iban con ella. Se agobiaba cuando las temperaturas ascendían bruscamente en las estaciones estivales y no llevaba bien el sofoco que da el hecho de estar todo el día tomando el sol. A pesar de que no había clases, de que podía ir a la playa y pasar las vacaciones holgazaneando sin hacer nada. Aun con todo y eso, no había punto de comparación con lo agradable que le resultaba tomar un vaso de chocolate caliente, arrebujada en su mantita de pelo en la buhardilla viendo la tele o jugando con su hermano a lo que se les ocurriera para matar el rato.

Jayden, su mellizo, era todo lo contrario. A menudo, para bromear, su madre les tomaba el pelo a los dos diciéndoles que eran como el agua y el aceite. Pero a ellos, lejos de molestarles, les hacía gracia esa comparación. Era cierto. No podían ser más diferentes. Su hermano era "el raro", como le gustaba llamarlo cuando quería meterse con él un rato.

De repente, se preguntó dónde andaría. Estaba demasiado callado. No se escuchaba ni un solo sonido procedente de su habitación, que estaba puerta con puerta con la suya. Algo estaba tramando. Y ella decidió averiguar qué era. Además, tampoco tenía nada mejor que hacer.

Sin más titubeos, se encaminó hacia su habitación. Para encontrársela, tal y como había supuesto, vacía. No se lo pensó dos veces antes de salir fuera a buscarlo. Sabía que no había salido. Y también que él nunca pisaba la cocina, donde estaría su madre preparando la cena. Así que solo le quedaba el jardín. Cogió su gabardina negra y salió al nevado anochecer, apartándose con impaciencia los copos de nieve que le caían sobre el pelo y llamando a su hermano a gritos.

Pero no halló de él ni rastro. Inquieta, salió hasta los límites de su propiedad, desde donde ya se podía divisar la casa vecina, perteneciente al recientemente fallecido señor Prescott. Pero las luces, tanto del interior de la estancia como las del porche, estaban encendidas, iluminando el horizonte como faros.

—¡Jayden! —llamó, con un mal presentimiento naciendo en la boca de su estómago.

Hacía un par de meses que el pobre anciano había muerto de un infarto fulminante al corazón, sin descendencia. Y, por lo que ella sabía, sin familiares. De hecho, a su funeral solo acudieron sus vecinos y allegados, nadie con quien tuviera parentesco. ¿Era posible que fuese Jayden quien estuviera cotilleando, por alguna razón que solo él sabía, en la casa de su difunto vecino? Por algún motivo, Alex lo dudaba. Volvió a llamarlo, aquella vez imprimiendo más fuerza a su tono para hacerse oír por encima del viento que se había revuelto.

Al no obtener respuesta, empezó a cansarse de estar ahí de pie, congelándose, mientras Jayden podía fácilmente estar en cualquier otro lugar. Incluso podría haber salido a montar en bici por ahí, como solía hacer a veces. Aunque nunca había ido a aquellas horas, ni con ese tiempo. Pero nunca se sabía. Su hermano era impulsivo.

Justo cuando ya se daba la vuelta para volver dentro, pensando que quizá podría glotonear algo con la excusa de ayudar a su madre en la cocina, escuchó un ruido procedente de unos arbustos cercanos que la hizo ponerse en alerta de inmediato.

Las ramas crujían al ser quebradas y movidas por algo o alguien que la chica no podía ver. Por un momento, se planteó la posibilidad de echar a correr y volver a la seguridad de su casa. Al fin y al cabo, ya casi había oscurecido y el contraste de luces y sombras le daba un aspecto sumamente amenazador al ambiente. Sin embargo, ella era Alex Williams. Y no huía de nada ni nadie. No era una cobarde. Así que se obligó a permanecer donde estaba sin flaquear, alentada por su lado más curioso, que siempre le ganaba la partida al más prudente.

Y ya casi se estaba arrepintiendo de su decisión, cuando un ruido de pisadas veloces la sobresaltó tanto que dio un respingo. Una mancha de color salió de entre los árboles a toda velocidad, gritando. La chica lo imitó y casi cayó hacia atrás en su huida. Hasta que, en medio del pánico que la inundaba, reparó en quién se trataba. ¡El imbécil de su hermano había querido darle un susto otra vez! Pero en aquella ocasión se había pasado de la raya. ¡Casi le daba un infarto! Y el muy canalla se estaba desternillando de risa viéndola.

—¡¿Pero es que eres tonto o qué te pasa?! ¿Cómo sales así de la nada? ¿Quieres que me dé un infarto? — le gritó, todavía con las manos en el pecho por el susto. Por toda respuesta, su hermano rio con más fuerza, complacido. Le encantaba hacerla rabiar siempre que podía.

—¡Vamos, pero si me lo has puesto en bandeja! —exclamó un divertido Jayden, con una expresión maliciosa en el rostro mientras se burlaba de su hermana. —Deberías haber visto tu cara. Parecía que acababas de ver al mismísimo Freddy Krueger o algo así —se carcajeó, hasta que Alex, harta de que se metiera con ella, le dio un puñetazo en el hombro.

—¡Cállate, idiota! —le espetó, molesta por haberse dejado asustar con tanta facilidad. Pero ya se las pagaría. Entre ellos siempre funcionaba así: el uno hacía algo, el otro se la devolvía, y así una vez tras otra, sin importar las veces en las que su madre los castigaba por las travesuras que hacían.

—Qué sensible, solo bromeaba —repuso él al poco, todavía con el esbozo de una sonrisa traviesa asomando a sus labios carnosos.

Su hermana puso los ojos en blanco con fastidio, pero lo dejó estar, más pendiente de las luces en la casa contigua que le habían llamado la atención en un primer momento.

Alex se quedó quieta, observando con atención, a pesar de que no se veía a nadie dentro de la vivienda. Pero lo que era evidente era que esas luces no podían haberse encendido por arte de magia. Por tanto, tenía que haber alguien allí. Y ahora que Jayden había aparecido, supo que podía descartarlo por completo del asunto. Pero podía ayudarle a averiguar de quién o quiénes se trataba. Sabía que era demasiado curioso como para rehusarse.

—Eh, Jay, tú que estabas aquí antes...haciendo vete a saber qué que no me interesa, ¿no has visto nada extraño en la casa del viejo Prescott? —le preguntó, yendo directamente al grano y señalando con un gesto de la cabeza la cabaña. Su hermano levantó la cabeza con interés y clavó la vista donde ella estaba señalando, reparando en el singular detalle. Su rostro despierto se avivó con entusiasmo y negó con la cabeza.

—Nop, la verdad es que no. Cuando he pasado por aquí antes no había ningún signo de que estuviera habitada. Todo estaba a oscuras...—se llevó la mano derecha al mentón en un gesto pensativo, mientras una curiosa Alex se acercaba un poco más a ver si avistaba algo del interior. —La habrá comprado alguien. Pero lo raro es que no nos hayamos enterado. Aquí no viene casi nadie de fuera —reflexionó. Y su hermana se mostró de acuerdo con él.

—Ya sabemos qué vamos a hacer esta noche para no aburrirnos —dijo, completamente en serio. Jayden al principio resopló con pereza, pero después, tras pensárselo mejor, accedió. Hacía tiempo que no tenían la oportunidad de indagar en nada interesante, ya tenían muy vistos a todos sus vecinos y sus vidas eran de lo más anodinas.

De repente, todas las luces se apagaron de súbito, como si la persona o personas que habitaban ahora aquella casa hubieran adivinado sus intenciones.

Alexandra se agarró al brazo de su hermano, emocionada.

—¿Coincidencia? —Se preguntó en voz alta, para acabar respondiendo ella misma a la pregunta. — No lo creo. Deben de habernos visto.

—O quizá solo tengan ganas de irse a la cama —apuntó Jayden, tratando de aportar algo de lógica. Aunque algo le decía que no se trataba de eso. Eran tan solo las nueve de la noche. Pero bien podían ser una pareja de ancianitos adorables. ¿Quién sabía?

Alex resopló, para mostrarle su desencanto. Así que añadió:

—Vale, ¿quieres salir de dudas? Lo mejor es que se lo comentemos casualmente a mamá y papá durante la cena —sugirió, con los ojos brillantes. —Apuesto a que, si no saben nada del asunto, mamá propondrá que vayamos a darles la bienvenida y nos presentemos como es debido. Ya sabes, rollo de buenos vecinos y eso —apuntó, con seguridad. A ella le pareció una gran idea y se mostró conforme enseguida.

—De acuerdo, creo que podría ser interesante.

—Ya, pero te cabrea que se me haya ocurrido a mí —apostilló, con una sonrisa deslumbrante dedicada exclusivamente a fastidiarla. Y funcionó, porque Alex cogió un puñado de nieve que lanzó directamente hacia su cabeza. Pero él la esquivó con facilidad y se rio todavía con más ganas, haciéndola rabiar. Entonces se la devolvió. Ella se agachó en el último momento.

Sin embargo, no pudo evitar que unos cuantos copos se quedaran adheridos a su pelo, haciéndola parecer la mujer de las nieves. Gritó y corrió detrás de él por el camino de tierra. Pero Jayden la detuvo, repentinamente serio. Eso llamó la atención de la joven, que se olvidó de sus ansias de revancha y siguió la dirección de la mirada de su hermano. Hasta que vio lo que lo había hecho parar de golpe. O mejor dicho, quién. Al reparar en la visión que tenía frente a ella, abrió la boca de par en par sin poder evitarlo.

En el balcón, ahora iluminado, se encontraba el hombre más imponente y aterrador que habían visto en toda su vida. Desnudo de cintura para arriba - a pesar de que aquella noche las temperaturas siquiera llegaban a los tres grados sobre cero -, mostrando un torso repleto hasta el último centímetro por una serie de intrincados tatuajes, cuyas formas retorcidas les impedían distinguir lo que eran desde la distancia.

Su pelo rubio peinado en una cresta estaba despeinado y revuelto de forma salvaje, a juego con su poblada y descuidada barba, que recordaba a la de un fiero vikingo. Su físico era impresionante; debía de medir al menos un metro noventa. Pero lo que más llamó la atención de la chica fueron esos penetrantes ojos azul acuoso que se clavaban en ambos con una fijeza inquietante. Desde la distancia, daba la impresión de que ni siquiera parpadeaba.

El hombre se limitó a quedarse ahí, observándolos con una expresión indescifrable en el rostro. Sus abultados brazos estaban cruzados sobre su pecho, resaltando unos músculos prominentes y extraordinariamente trabajados. Alex tragó saliva, sin saber por qué habría salido ese desconcertante extraño al exterior de repente.

¿Le habrían molestado sus gritos mientras se perseguían por la nieve enfrente de su propiedad? Era lo más probable.

—Vámonos —la voz de Jayden la sobresaltó. Había estado tan enfrascada mirando al hombre que se había olvidado de lo maleducada que debía parecer ahí abajo, espiando con total descaro lo que hacía. Pero es que no podía dejar de preguntarse quién era. Estaba claro que era extranjero.

¿Acabaría de mudarse? ¿Habría venido solo? Alex lo dudaba. Seguro que estaba casado. O tenía novia. Era demasiado guapo. Pero su belleza era agresiva, hipnótica...atrapante. Estaba fascinada por la curiosidad que le despertaba, aun sin saber por qué razón.

Sin embargo, se dejó conducir de regreso a su casa. Pero se hizo la promesa de descubrir quién era ese hombre. Y algo en su interior le decía que no iba a pasar mucho tiempo antes de que lo averiguara.

—Qué tipo más raro. ¿Has visto que no llevaba camiseta, con el tiempo que hace? Debe estar loco —sentenció un Jayden a quien, sin saber por qué, no le había gustado un pelo ese desconocido. Ya no solo por lo extravagante de su apariencia, sino por la forma en la que los había mirado. Parecía un halcón acechando a su presa. Se volvió hacia su hermana esperando una respuesta, pero ella parecía ensimismada. Resopló con molestia y le tiró del brazo. — ¿Has escuchado algo de lo que te estoy diciendo?

—Que sí, pesado —mintió Alex, sin querer delatarse ante su hermano, aunque estaba segura de que ya la había calado. Se conocían como a la palma de su mano. Siempre adivinaban cuándo el otro mentía o estaba mal.

—Ya...—Jayden le hizo saber que no se lo había tragado.

—Creo que esconde algo —dijo, de súbito. Jayden frunció el ceño, dándole vueltas a la actitud del tipo. Tenía lógica. Parecía que le había molestado que ellos merodearan por allí. Y eso nunca podía ser buena señal.

—Por esta vez tengo que darte la razón. Es muy extraño —admitió. Ella sonrió, complacida por haber obtenido la aprobación de su mellizo. Jayden era quien generalmente solía acertar en todo antes que ella.

—Pues yo voy a descubrir lo que oculta —aseguró, con convicción. Jayden se quedó callado, pensativo. Al final, curvó los labios hacia arriba y dijo:

—No si lo hago yo antes.

Alex aceptó el desafío con una sonrisa arrogante y asintió.

—Que gane el mejor, hermanito.

Y así, con ese pacto, sellaron su nuevo desafío.

Sin saber que en aquella ocasión, a diferencia de las anteriores, no era un juego más.

Todo lo contrario. Era el principio de algo que cambiaría sus vidas para siempre.

Solo que, por aquel entonces, no tenían ni idea de hasta qué punto.


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