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Zuko - Avatar: La leyenda de Aang

Vigía onírica

El insomnio y el delirio de persecución de los últimos días iba difuminándose de a poco. Si bien era cierto que no sentía la ominosa aura de las intenciones asesinas en el aire, creía que se debía más bien a que por fin sentía sus sueños bien protegidos. Sabía que era egoísta al arruinarle su horario de descanso de ese modo, pero ella misma se había ofrecido a velar por su descanso en cuanto regresó y supo sobre la situación. Y él estaba bien con ello, su presencia traía consigo un consuelo capaz de arrullarlo hasta poder dormirse.

Mientras él se despertaba por las mañanas, ella se iba a dormir, así que eran pocas las veces en las que coincidían por los jardines del palacio. Por eso, cuando captó movimiento de soslayo mientras leía un pergamino enviado por Katara sobre el intercambio de mercancías entre la Tribu del Agua Sur y una colonia de la Nación del Fuego en el Reino Tierra, tuvo que alzar la mirada y quedarse parado en mitad del corredor con el aliento a medio camino de los labios.

Junto al tanque de los patos tortuga, que habían regresado luego de que él hubiera empezado a dejar migajas de pan, se encontró con ella. Iba ataviada con la ropa de los soldados de la Nación del Fuego, desprovista de la armadura, como siempre había sido su elección llevarla. Se ceñía a su cuerpo, pero se estiraba frente a sus movimientos. Practicaba katas como en antaño, cuando iban a bordo de su pequeño buque de guerra en sus años exilio. Trazaba cada forma sobre el suelo con delicadeza y extendía los brazos en un estilo que, solo después de convertirse en Señor del Fuego, descubrieron por qué era tan distinto a las artes marciales de la Nación.

Su estilo se parecía mucho al de Aang, al de los maestros aire. Eso fue hasta que ella, en busca de sus raíces, dio con su lugar de origen: una pequeña isla donde, para emoción de Aang, encontraron bisontes voladores. Eran pocos, babosos, en palabras de Sokka y Zuko, pero no estaban del todo extintos.

Zuko no podía hacer más que sentirse estúpido por no dilucidar la conexión entre ambos; aunque agradecía no haberlo hecho, porque dudaba que el chico de quince años enfrascado en una misión sinsentido hubiera entendido que ella no tenía nada que ver con el Avatar. Hubiera odiado arruinar su relación cuando ella, junto a su tío, había sido una de las personas capaces de perdonarlo sin ambages, a pesar de que aún recordaba el puñetazo que le había propinado cuando se apareció con el Equipo Avatar en el campamento del Loto Blanco.

Una ola cálida llegó hasta él. (T/N) se especializaba en controlar la temperatura del fuego y, con los ojos cerrados, gustaba de practicar diferentes estilos de pelea sin valerse del fuego control. Zuko curvó los labios, recordando al mocoso con la mitad de la cara vendada y adolorida que podía quedarse horas embebido en su entrenamiento, oculto tras alguna viga, creyendo que ella no estaba consciente de su presencia.

—(T/N) —llamó con voz clara, notando el ligero respingo.

—¡Príncipe Zu...! —Agitó la cabeza—. Señor del Fuego Zuko, ¿qué lo trae por aquí?

—Solo iba de paso. —Se encogió de hombros, arrojando las formalidades por la borda—. Y sabes que puedes tutearme... Eres mayor que yo.

—Aun así...

—Y solo Zuko está bien.

—No, Señor del Fuego Zuko es más apropiado para ti —repuso, esgrimiendo esa sonrisa que lo enervaba de más joven, aquella que los dejaba en agua tibia en una discusión.

—¿Entrenas?

—No es usual de ti cuestionar preguntas obvias —replicó, ajustándose la cola.

—Lo hago por amabilidad —bufó, dejando el pergamino al borde del estanque—. Tengo mucho tiempo que no entreno contigo.

—¿Quieres decir que no dejas que barra el piso contigo? —dijo someramente, disfrutando de cómo Zuko entornaba los ojos.

Pese a ello, Zuko sabía lo excelente maestra que era. Por eso se sentía seguro con ella como vigía de sus sueños, aunque eso no amainaba el hecho de que siempre lo frustraba que eran más veces las que ella ganaba sus combates.

—Veremos quién barre el piso con quien —dijo sin más, indicándole con un movimiento de la cabeza que se dirigieran al campo de entrenamiento.

La chica lo siguió, agradeciendo que hubiera ganado más peso respecto a la última vez que lo había visto, y las ojeras bajo sus ojos parecían ser solo un mal recuerdo. Caminaba con mucha más elegancia que antaño y, admitía desvergonzadamente, que le encantaba verlo caminar: sus pasos seguros, la espalda recta, los hombros cuadrados, el reflejo del sol perfilando su nariz cuando ladeaba la cabeza para hablar con ella.

—¿Qué haces allá atrás? —Extendió la mano como si estuviera invitándola a que se la tomara, pero ella negó.

—Sabes que no estaría bien visto que camine a tu lado con tanta confianza.

—Te estoy invitando.

Asintió y estuvo junto a él en dos zancadas, pero no asió su mano y Zuko se la guardó en el bolsillo. Por alguna extraña razón, ella siempre lo hacía sentirse como un mocoso en pañales, incapaz de controlar las emociones que brotaban por cada uno de sus poros. En ocasiones como esa, odiaba el marcado estatus social en el que ambos se deslizaban.

Los soldados, al ver a su regente, detuvieron la práctica para saludarlo con una respetuosa reverencia. Zuko devolvió el gesto con aire dignificado, más seguro que los primeros días que había tomado la corona. Más que temor por los hombres, era inundado por memorias del entrenamiento espartano al que su padre lo sometió en su momento, y que a solo unos pocos metros de allí había participado en el Agni Kai que había marcado el inicio de su viaje.

Sus oscuras reminiscencias fueron difuminadas al escuchar un chillido. (T/N), a su lado, introdujo aire con sorpresa cuando vio al hombre dejando las filas y, sin importarle nada, corrió hasta él para abrazarlo. Se rio cuando él la alzó y al estrechó entre sus brazos.

—¡Yong, te diste un estirón! —dijo en cuanto se separaron—. Recuerdo cuando me llegabas al hombro y el Señor del Fuego amenazaba con tirarte por la borda si no mejorabas con tu lanza.

Zuko se cubrió el rostro mientras algunos soldados reían, rompiendo con la tensión. Le sonrió al chico cuando este lo vio, apabullado; lo había mandado a traer de la colonia donde servía para reunir a los antiguos miembros de su tripulación y crear un cuerpo de élite en el que pudiera confiar. No le había dicho nada a (T/N) para que fuera un sorpresa; pero el sorprendido fue él al descubrir que no se sentía celoso por la cercanía entre ambos. Como diría Aang: Era porque estaba madurando.

Los dejó ponerse al día brevemente mientras se quitaba la túnica y se preguntaba si sería bueno luchar a mano limpia o con armas. Se tendió en el suelo para hacer algunos estiramientos y calentar el cuerpo cuando se decantó por hacerlo solo con sus puños y fuego control; después de todo, (T/N) era buena con las armas a larga distancia y él con las de corta distancia.

—¿Listo? —preguntó ella, anudándose el cabello de nuevo, gesto que lo dejó embelesado unos segundos—. ¿Señor?

—Sí, sí —refunfuñó hasta ponerse de pie, se inclinó un poco hacia ella y dijo—: Es que me distrae eso que haces con tu cabello.

Sonrió victorioso cuando se sonrojó, disimulando con una tosecita para cubrirse un poco el rostro. Sin embargo, Yong, que había visto el extraño coqueteo entre ambos, no hizo más que poner los ojos en blanco mientras negaba la oferta de apostar por alguno de los dos.

Zuko se puso en posición frente a la joven, apretando los puños, mientras ella tomaba una posición más defensiva. Zuko estaba convencido de que todas las veces que había entrenado con Aang servirían para contrarrestar el estilo de (T/N).

Él fue el primero en atacar con un primer paso, despidiendo fuego por sus puños. (T/N) cortó en dos la ola y esquivó el primer golpe. Zuko intentó romper su equilibro con una patada baja, pero ella saltó sobre sus manos, agitando las piernas para despedir aros en llamas en su dirección, haciéndolo retroceder. Zuko inclinó el cuerpo hacia adelante, despidiendo fuego por la punta de los dedos en pequeños riachuelos que se extendieron a sus espaldas para obligarla a cerrar la distancia cuando un muro de fuego empezó a empujarla hacia él.

Zuko le sonrió al haberse desecho de su ventaja, consciente de la cantidad de técnicas que ella misma había creado para mantenerse alejada del enemigo.

—Veo que has entrenado.

—No me gusta perder del mismo modo siempre.

—Oh —ella alzó las cejas, provocándolo—, ¿pero sí perder de otros modos?

Arrojó un puño en su dirección que lo hizo inclinar el cuerpo. Repartieron una serie de golpes y patadas al otro, deslizándose sobre el suelo como si estuvieran practicando una especie de baile que se escapaba del entendimiento de los espectadores, pletóricos de un júbilo que solo podían manifestar por medio del fuego control. Cuando Zuko creía que iba a impactar, ella redireccionaba sus puños delicadamente y le sonreía y él también lo hacía porque extrañaba poder estar a su lado con la misma asiduidad de hacía tantos años.

Danzaban entre el fuego, y (T/N) notó algo distinto en el fuego control de Zuko. Era cálido y controlado, como si ni siquiera el más perturbado de sus estados emocionales fuera capaz de romper con la cadencia en la que sus golpes de sucedían. Era hermoso.

La persona en la que él se estaba convirtiendo era hermosa.

Zuko despidió fuego por los pies para hacerla retroceder y recuperar el aliento, pero ella saltó y, para su sorpresa, se apoyó de sus hombros, atajando las piernas alrededor de su torso hasta hacerlo tambalear y caerse de boca. La multitud gritó y Zuko no podía creer que había vuelto a perder, aunque no quería darse por vencido.

Ella estuvo a punto de cantar victoria, cuando un grito de sorpresa abandonó su boca. Zuko expulsaba fuego por los labios con tal fuerza que ambos se habían propulsado hacia atrás, cada uno por su lado. Los soldados rugieron, excitados. (T/N) quiso golpearse por no recordar el aliento de dragón de Zuko, una técnica que el General Iroh se había negado enseñarle, alegando que algún día sería el as bajo la manga de su sobrino.

Antes de poderse recuperar del impacto, Zuko se le echó encima. Despidió una ola de calor con las palmas de las manos para enceguecerlo, preparando los dedos con una de las famosas flechas de fuego que tanto tiempo le había costado inventar y perfeccionar. Si era capaz de darle en la ropa y alejarlo, remontaría el combate, pero Zuko la esquivó con la gracia de un maestro agua, redirigiendo el fuego a otra dirección.

(T/N) se paró de un salto, sin querer darle la ventaja. Además, sabía que era mejor que él en las artes marciales. Zuko se percató de la sonrisa en sus labios, refulgiendo con orgullo, un orgullo dirigido hacia él, y le entraron ganas de llorar porque él no sería nada si no fuera porque su tío, ella, la tripulación y sus amigos habían creído en él.

Zuko consiguió desestabilizarla y atraparla en una llave cuando notó que dejaba uno de sus flancos desprotegidos, una daga de fuego ardiendo contra su cuello. Los espectadores estallaron en vítores cuando ella le dio dos palmadas a su brazo. Zuko los dejó caer contra el suelo y aflojó su agarre, sorprendido por cómo su respiración estaba tan agitada. No se molestó cuando (T/N) descansó su propia cabeza sobre su pecho, también recuperando el aliento, pero menos agitada.

Yong corrió para ayudarla a ponerse de pie y Zuko no tardó en echar de menos la calidez de su cuerpo. Se conformó cuando ella le tendió la mano, agradeciendo por el combate.

—Me dejaste ganar —susurró.

—No es cierto —repuso, pero él la miró con seriedad—. Sí es cierto. —Asintió, más seria—. He escuchado rumores que mencionan que el Señor del Fuego se ha estado descuidando, pensé que esto podría subir la moral.

—Es cierto que no he estado entrenando por todos los conflictos diplomáticos que tengo que resolver —dijo, un poco consternado por haber descuidado su reputación en ese aspecto—. Te lo agradezco, pero no vuelvas a hacerlo.

A (T/N) le sorprendió su tono condescendiente, a sabiendas de su temperamento explosivo cuando era más joven. Los manierismos de Zuko se le hicieron, de repente, mucho más atractivos que antes.

—De acuerdo —asintió, inclinando un poco la cabeza por respeto—. Creo que es hora de que vayas a dormir y que yo ocupe mi puesto. Según tengo entendido, no tienes más papeleo para hoy.

Zuko la observó fijamente, cuestionándose cómo era que su consejero revelaba su horario de esa forma, pero si se trataba de ella, no le importó. Desvió las pupilas, atosigado repentinamente por sus inseguridades, reflejándose en su corazón martillándole los tímpanos y queriendo fracturar sus costillas. Agradeció que el rubor en su rostro se confundió con el del ejercicio y el del sol ocultándose tras una cadena montañosa.

—¿Te molestaría...? —carraspeó cuando se escuchó la voz más aguda—. ¿Te gustaría que tomáramos el té? Podemos ir a mi despacho y... ¡No te sientas obligada a aceptar! —agregó, perdiendo los estribos—. Es... Si quieres puedo invitar al resto de los chicos de la tripulación. Después de todo, necesitaba hablar con todos y...

—Me parece bien —sonrió, divertida, y Zuko respiró al fin—, que tomemos el té los dos solos.

—Ah... ¡Ah, claro! Como en... —Volvió a carraspear, incapaz de observar por más tiempo la sonrisa socarrona de la chica—. Como en una charla de viejos amigos.

—Una cita —corrigió, echándose a reír cuando lo vio parpadear, estupefacto, sin percatarse del sonrojo acumulándose en la punta de sus orejas.

Zuko la guio hacia la pequeña oficina repleta de pergaminos e iluminada tenuemente por las lámparas, sin desatenderla ni un segundo, escuchándola o contándole los eventos recientes más anodinos que, de algún modo, la hacían reír.

—Voy a preparar el té —anunció, encendiendo la estufa dispuesta sobre una mesa de cerezo esquinera, casi como si representara un altar sagrado para su tío.

—¿Estás seguro? —preguntó, las memorias de sus tés flotando en su mente con creciente terror—. Yo puedo prepararlo.

—... He mejorado —admitió, poniendo los ojos en blanco.

—No estoy preparada para darte ese voto de confianza —dijo medio en broma y medio en serio.

—¡Lo digo en serio, he mejorado! —repuso con más ahínco—. Si no te gusta puedes tirarlo y hacerte uno tú misma luego.

—No es necesario que te sulfures. —Se paró a su lado, evaluando las hierbas aromáticas, ignorando su ceño fruncido—. Podemos prepararlo juntos, ¿no?

—Supongo... —suspiró, sin poder controlar las emociones que le causaba estar a su lado, sus brazos casi rozándose—. ¿Y cómo te fue con los bisontes?

—¡Son geniales! —Le sonrió y sus ojos destellaron de alegría, como nunca la había visto hacerlo—. Son pocos, pero Aang y yo pensamos que si brindamos más apoyo al santuario podríamos hacer crecer la población. ¡Y Appa! ¡Lo hubieras visto, lucía tan contento! En varias ocasiones encontré a Aang llorando al verlos, pero al menos estaba Katara para consolarlo. Si te soy sincera, hay algo irremediablemente conmovedor en descubrir que algo no va a desaparecer de la faz de la tierra. Es como si un hilo de esperanza se extendiera allá donde solo había oscuridad. —Apretó los labios, notando el nudo en su garganta y se obligó a apartar la mirada al sentir la de Zuko encima de ella.

—Parece que lo disfrutaste. —Puso dos tazas sobre la mesa, viéndola colocar las hojas de té en la tetera—. Y descubriste más sobre tus orígenes.

—No descubrí demasiado —agitó la cabeza, haciendo memoria sobre los acontecimientos del último año, y mostrándose un poco arrepentida por no haber estado para Zuko cuando más la necesitaba—, aunque fue una gran experiencia. Pero ahora estoy aquí, a tu servicio, y creo que se siente mejor.

—Me gusta tenerte aquí —admitió—, pero si deseas marcharte, puedes hacerlo.

—Me gusta estar a tu lado —insistió—. La siguiente vez que vaya al santuario, quiero que vayamos juntos.

—No sé si estoy dispuesto a que un bisonte más grande que yo me babee...

—Sabes que te gusta. —Zuko puso los ojos en blanco, pero sonrió—. Eso me recuerda a que Toph fue cuando estaban mudando el pelaje. Se la pasó toda la estancia de mal humor, o fingiéndolo, porque se la veía muy contenta durmiendo entre los bisontes. ¡Oh! Me dijo que te dijera que aún le debes su viaje de cambio de vida o algo así.

—¿Qué? ¿Sigue con eso? —exclamó, tomando las tazas con té de naranja humeante y fragante—. Pensé que ya lo había superado.

—¿Y a qué se refiere?

—No estoy seguro. Supongo que tiene que ver con que viajé a algún sitio con cada uno de los chicos, menos con ella.

—Oh... —dijo, impresionada—. A mí me debes uno de esos también.

—Pero si estuve contigo por muchos años.

—Nunca solos.

Zuko se atoró con su propia saliva y ella se burló, tomando asiento del otro lado del escritorio. El Señor del Fuego posó la taza junto a la de ella y cargó una silla para sentarse a su lado, tan cerca que sus rodillas se tocaban. Sentía que la calidez de ese punto único de contacto viajaba hasta su corazón, allá donde estaba el núcleo de fuego que siempre lo impulsó hacia adelante.

—No me molestaría que algún día viajáramos solo los dos —murmuró Zuko—. Sería un buen descanso.

—Tú solo dime cuándo, y estaré para ti.

—Lo sé. —Curvó los labios, y bebió un sorbo de té.

(T/N) lo observó fijamente, y Zuko no pudo hacer más que compararla con un depredador, evaluando si era digno de convertirse en su siguiente presa. Aun así, él le sostuvo la mirada, regocijándose en la forma en la que su corazón palpitaba.

—Has cambiado.

—Me siento diferente, pero bien —apoyó, perdiéndose aún más en la profundidad transparente de sus pupilas, en cómo el fuego bailaba al fondo.

—Y eso está bien. A mí me gusta. Más que antes, y ni siquiera sabía que eso podía ser posible. —Volvió a sonreírle, cada vez más sugerente, tan poco sutil que Zuko empezaba a captar sus comentarios con dobles intenciones.

Zuko no podía controlar por más tiempo la impaciencia que cimbraba bajo su piel, alimentando el flujo de su sangre, como si ese mismísimo instante fuera el propulsor para el resto de su vida. Se inclinó con menos gracia de la que hubiera planificado de no ser más un acto impulsivo para saciar los anhelos que surgían, uno tras otro, por cada día de todo ese año en el que estuvieron separados.

Apenas rozó sus labios, disfrutando de la calidez y la suavidad. Colocó una de sus manos en su mejilla, acariciando su piel tersa, y sonrió cuando ella posó sus dedos sobre la de él. Se apretujó más contra él para besarlo con más profundidad, vertiendo allí los sentimientos que casi siempre buscaban esconder de ojos incautos.

Zuko hallaba algo fascinante en que una maestra fuego de su calibre se fijara en él, que era más capaz de contar sus defectos que sus virtudes y que veía en sí mismo nada más que una completa pérdida. Lo había querido en sus momentos más frágiles y aún en ese instante, pero jamás se lo había dicho, y él tampoco, todo para mantener erigida una barrera que protegiera las susceptibilidad de sus almas. Entendía que había algo egoísta en solo insinuarle que le gustaba, sin realmente dirigir las emociones hacia ella.

—(T/N), te quiero —susurró cuando se separó y apoyó la cabeza de su frente.

La mujer frente a él inhaló, trémula, por los labios, y le sonrió. Por unos segundos, acarició su cabello oscuro, como si midiera cuánto había crecido desde la última vez que estuvieron así de cerca. Finalmente, lo miró a los ojos y dijo:

—Yo también, Zuko.

Esta vez fue ella quien rodeó su cuello con los brazos y lo besó con más vehemencia, recordándoles cuánto habían anhelado la escasez de distancia en el último año. Sus pieles ardiendo y sus bocas despidiendo lo que les parecía vapor capaz de nublar sus sentidos. Se apretaban más contra el otro, con las respiraciones agitadas, olvidando cuántos besos se habían dado cuando se habían prometido solo uno.

(T/N) deslizó un brazo hasta su pecho y lo empujó levemente. Zuko entendió el mensaje, pero prolongó ese último beso unos segundos más para disfrutar su dulce sabor mezclado con el té. Se separó y la observó a los ojos, obligándose a cerrarlos cuando ella besó la comisura de sus labios de nuevo.

—Deberías ir a dormir. Y yo a mi puesto de trabajo.

Zuko suspiró, pero asintió con la cabeza. Se arregló el haori con los colores alegóricos de la Nación y tomó las tazas vacías y cálidas para dejarlas del lado de los platos sucios que había destinado en la mesita. Ella lo miró interrogativa y él esclareció:

—Los lavaré luego.

No le dio tiempo a responder y tomó su mano para que regresaran a su habitación, en la que había empezado a dormir luego de su llegada. (T/N) se dejó guiar, aunque la ponía nerviosa que algún guardia de patrulla o algún sirviente los viera. En algunas ocasiones, no se sentía digna de Zuko, de cómo había crecido ni de su estatus. Mientras Zuko había madurado, ella creía que seguía igual, quizás más egoísta que antes.

Soltó su mano cuando se encontraron frente a la enorme puerta. Zuko entró, pero no cerró.

—Buenas no...

—Duerme conmigo —pidió, sin atreverse a verla para no revelar el violento sonrojo en sus mejillas.

—No sería apropiado.

—No me importa. —Agitó la cabeza y se quitó el ornamento de cinco puntas para colocarlo en una mesa baja de forma enfática—. Si eso es lo que te molesta...

—No... Bueno, sí. Eres el Señor del Fuego. No puedes... No podemos.

—¿Enamorarme de la mejor maestra fuego?

—Azula es mejor que yo, por mucho.

—Bien, la mejor maestra fuego que no es mi hermana... Y está cuerda.

—Azula lo ha tenido difícil.

Zuko puso los ojos en blanco, suspirando.

—Te estás yendo por las ramas solo para distraerme, pero no vas a lograrlo. Si alguien no es digno, soy yo.

—¡Eso no es cierto!

—Repite eso para ti misma cuando pienses que no podríamos estar juntos solo porque dirijo una Nación —espetó, ladeando el rostro el dirección a ella—. Te quiero, y no hay nada que impida que me sienta así por ti.

—Eres tan testarudo —masculló, dejándose tirar por su mano y cerró los ojos cuando la puerta azotó el dintel firmemente.

—El que tenga algo que decir, que lo diga y lo pondré en su lugar.

—Tienes que casarte con alguien de casta más alta...

—Tú eres mi más grande aspiración. En las leyes no dice nada al respecto y las tradiciones no nos permitirán avanzar hacia la nueva era que quiero crear.

Por fin sus miradas se encontraron, luego de divagar en la inmensidad de la habitación, eternizaron en un fragmento de sus memorias la apariencia del otro. No era por efecto de la cálida luz de las velas, ni de las antorchas afuera, sino por exponer sus sentimientos y recibirlos y experimentar los propios.

—A-aun así, deberías ir a dormir.

Zuko sonrió, victorioso. Sabía que cuando ella no se negaba claramente, había más probabilidades de que aceptara. Aunque, de todos modos, él no tenía planeado dimitir en sus intenciones ni un poco. La haló por los dedos hasta que ambos estuvieron sentados en la cama. Sin esperar ningún comentario, Zuko acomodó la cabeza en su regazo, mirándola con sus orbes dorados que simulaban el sol.

El sol al que los maestros fuegos veneraban; ese que era indispensable para sentirse completos.

—Pareces un niño —susurró, a lo que él arrugó el entrecejo, aplanándolo de nuevo cuando ella empezó a acariciar su cabello—. ¿Qué voy a hacer contigo?

—Nada. —Le sonrió—. Soy tuyo, pero no te sientas obligada a hacer algo al respecto.

(T/N) puso los ojos en blanco y Zuko se sintió un poquito orgulloso de haberle pegado ese gesto. Sin embargo, pronto empezó a perder la consciencia bajo su agradable tacto y la certeza de que estaría junto a él, el cansancio de todo el día, del sinfín de papeleo y de documentos pendientes que había dejado su padre, de lidiar con situaciones políticas, de solucionar los conflictos sociales y del entrenamiento luego de tantas semanas, hacía mella en su cuerpo al fin.

Cuando lo vio profundamente dormido, (T/N) intentó acostarlo correctamente, al menos quitarle los zapatos, que logró hacerlo solo con uno, pero fue en vano. Acarició las sinuosidades de sus facciones y se permitió perderse en las texturas de su piel. No supo cuánto tiempo transcurrió cuando los párpados empezaron a pesarle. Murmuró su nombre para poder levantarse y espabilarse, sin efecto alguno.

A la mañana siguiente, cuando Zuko despertó, sonrió al verla aún junto a él. Estaban en una posición extraña en la que ella estaba tumbada sobre la mitad de la cama y él se encontraba enredado en sus piernas, con los pies colgando del colchón. Dormía profundamente, cansada por el horario al que la había sometido desde que regresó.

Sin embargo, seguía ahí. A su lado. Y se permitió, por esa ocasión especial, acurrucarse más contra su abdomen y regresar al dulce mundo onírico, deseando que sus sueños hallaran el camino hacia los de ella.

¡Muchas gracias por leer!

N/A: Por si se lo preguntaban, sí, tengo una historia más larga de esto, pero aún no la termino y no sé si algún día vea la luz.

Zuko es ese personaje que amo más con cada vez que repito la serie, así que tenía que escribir algo para él. Creo que, junto a Naruto y HunterxHunter, Avatar es la serie que me he repetido más veces, y de la que, paradójicamente, más nerviosa me pone escribir.

Espero que les haya gustado. En lo personal, me divertí mucho escribiendo este OS.

¡Tengan un gran inicio de semana! >.<

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