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Yoshino Junpei - Jujutsu Kaisen

Promesas inconexas

—¿No vas a ir a...? —El chico apretó los labios y agitó la cabeza—. No te preocupes, sé que está fuera de tus manos tener que irte a otra prefectura.

—En serio quería terminar la preparatoria contigo —musitó, apenas aguantándose las ganas de llorar—. Pero ya ves que a mis padres los asignaron a otra sede. Ni siquiera debería sorprenderme, ¿sabes? Siempre ha sido así.

—Bueno, estuvimos juntos por tres años —agregó para subirle el ánimo—. Quizás por eso creímos que ya no los transferirían más.

—Sí... —Bajó la cabeza, pero curvó los labios—. Pero, Junpei, ¡podemos seguir hablando por el correo! ¡Necesito a alguien para criticar películas!

—¿Solo para eso? —Curvó una ceja, esgrimiendo una sonrisa maliciosa.

—Y para quejarme. Eres el único que me soporta.

—No es cierto. —Apenas rio—. Si tú eres la que me soporta a mí... —Desvió la mirada, intentando ocultar que ella realmente lo había ayudado a soportar la desesperanza de no tener amigos en su nueva escuela; ella era todo lo que consideraba correcto.

Se quedaron callados, soltando un suspiro sincronizado para luego sonreírse con la confidencialidad que se construyó en su relación. Junpei enrojeció cuando ella tomó su mano para jugar con sus dedos sobre su regazo, midiendo sus tamaños y probando sus articulaciones. Sin embargo, ella volvió a hablar con la voz calmada:

—Si pasa algo, ¡definitivamente tienes que decírmelo!

—¿Algo? No creo que vaya a pasarme nada malo en preparatoria. Ya sabes que la mayoría de las personas pasa de largo mi existencia.

—Eres un pez luna por excelencia —rio y el curvó una ceja, siendo que no era demasiado ducho en biología—, pero a alguien podría aprovecharse de tu actitud dócil... Eso me preocupa. A veces, de un tiempo para acá, cuando te veo, siento que vas a desaparecer, que no eres más que una milagro efímero en mi vida. Y eso me aterra. Así que tienes que prometerlo, Junpei, promete que hablarás conmigo.

El chico parpadeó, estupefacto por la expresión casi desesperada de su rostro. Asintió porque no sabía que más hacer, porque en su mente no podía dilucidar sus catastróficas palabras, ni siquiera vaticinaba el desastre en el que se convertiría su vida. Y, aun así, cuando ella besó su mejilla después de que él aceptara la promesa, se permitió ahogar en el cálido sentimiento de un incipiente y cándido amor.

Por supuesto, Junpei no tenía forma de saber que la preparatoria sería un infierno desatado en la tierra en una persona inocente. A veces, cuando quería echarse a llorar luego de una paliza, terminaba agostándose en carcajadas porque no podía creer que ella hubiera tenido razón, ni siquiera estaba seguro de si su amiga hubiera podido frenar el acoso que sufría. Después de todo, cuando los acusó, las cosas se pusieron aún peores.

A veces, muy en el fondo de su alma, quería morirse, porque no era justo, pero entonces recordaba las sonrisas de su madre y a su amiga y el sentimiento de completa desolación amainaba. Pero eso no evitaba que se cuestionara qué placer hallaba una persona en abusar de otra, y por qué la justicia condonaba sus actos. En serio, empezaba a creer que eso de la justicia siendo ciega era demasiado literal.

A pesar de prometerlo, no pudo contarle a nadie sobre el acoso escolar del que era víctima casi todos los días. No supo si fueron por cosas de orgullo, pero no quería que ella se diera cuenta de lo débil que era, no quería que dejara de mirarlo con la admiración con la que siempre lo hacía.

Entonces, dejó de ir a la escuela, y en su frente se exhibían varias cicatrices que ocultaba con el cabello porque, cada vez que las veía en el espejo, se sentía vomitar de miedo y de rabia, más de lo último. El mundo no era justo, era la cruel realidad y él solo estaba allí para ser devorado y escupido por una cadena alimenticia sin sentido.

Autocompadecerse era patético. Quejarse del mundo en sus pensamientos no solucionaba nada. ¿Pero valía la pena si quiera intentarlo?

No, no, no...

Y luego aparecieron Mahito e Itadori. Ambos con color esperanza.

:-:

Los mensajes de Junpei disminuyeron gradualmente hasta convertirse en escuetas respuestas. Habría que ser tonto para no percatarse de que algo le ocurría. Así que, en cuanto tuvo tiempo, puso marcha a Tokio, prometiendo regresar en la noche.

Encontrar a Junpei no fue difícil. Después de todo, conocía su cine favorito y también su costumbre de rondar por el área cuando se sentía mal. Pero tuvo que clavar los talones al suelo cuando lo vio acompañado.

Era un hombre extraño cuyos bordes se difuminaban con la multitud. Sus manierismos eran excéntricos y tuvo que bajar la cabeza cuando pareció verla. Había algo en él, en su esencia, que la aterrorizó hasta lo más profundo de su cuerpo. ¿Por qué Junpei estaría con una persona así? Quizás era él el que lo tenía de mal humor, quizás...

—¡(T/N)! —Junpei la llamó, sorprendido.

No supo en qué momento había reemprendido su camino, pasándole por al lado sin siquiera alzar la mirada. Pero cuando la mano de Junpei se cerró delicadamente alrededor de su muñeca, se tuvo que obligar a verlo y, por ende, al otro hombre apenas de reojo.

—Por un momento pensé que no eras tú —comentó Junpei con una sonrisa que extinguía la luz que alguna vez llegó a emitir—. Pasaste como una flecha.

—Te estaba buscando, y cuando ya no te encontré, me di por vencida —dijo, deslizando la mano para tomar la de él. Quizás si se echaban a correr...

—Veo que estás ocupado —habló su peculiar acompañante, helándole la piel a la chica—. Si quieres, puedes ir a visitarme. Ya sabes dónde estoy.

Junpei apenas asintió, sin siquiera dirigirle una mirada, y tiró de la mano de su amiga para caminar en dirección opuesto. Notó cómo había lividecido.

—¿Ocurre algo?

—Ese... —La voz se le rompió y agitó la cabeza—. No deberías andar con una persona así...

—¿Disculpa? —preguntó, confundido.

—¡Junpei! ¡Te estoy hablando de ese hombre! —Se giró para señalarlo entre la multitud, pero se sorprendió al no hallar rastros de su existencia.

—¿Puedes verlo? —apenas susurró, impresionado, para luego agitar la cabeza, recordando que ella a veces veía cosas que terminaba aludiendo a algún trastorno ocular—. Es un amigo.

—¿Un amigo? —repitió, recreando el brillo torvo al fondo de sus pupilas—. No deberías... —Meneó la cabeza cuando la sola idea de insistir en el tema le oprimió el pecho—. ¿Cómo está tu mamá?

—Bien. —Curvó los labios—. Siempre está trabajando duro, así que me gustaría ayudarla con lo que pueda.

—Me alegra escuchar eso. —Asintió, mordiéndose los labios mientras descendían por una cuesta, aún asidos de la mano—. Uhm... ¿Pasó algo?

—¿Algo como qué?

—No sé. Últimamente no estás respondiendo mis mensajes como antes.

—Los estoy respondiendo igual.

—No, antes podía sentir tu entusiasmo. Ahora... Jun, puedes confiar en mí.

—Si no he estado respondiendo como antes, es por estoy ocupado, ¿sí? No es que no quiera, es solo... Es solo eso. Estoy ocupado.

—¡Entonces dímelo! —reclamó, apretando la mandíbula—. Y... ¿Y en qué estás ocupado si ni siquiera estás yendo a clases?

—¿Fuiste...?

—Te busqué primero en la escuela, y el profesor Sotomura me lo dijo.

—Eso no... —La voz se le cortó y soltó su mano, entrando en pánico—. ¡Eso no es de tu incumbencia!

—¡Somos amigos, claro que lo es!

—¡No! No tenías por qué enterarte —negó mientras los ojos se le anegaban.

—Jun, déjame ayudarte.

—¡No! Puedo solucionarlo solo. ¡No seré la carga de alguien más! La vida no es como tú crees, (T/N), no todo es bueno.

—No lo es, pero no tiene por qué ser todo malo.

Junpei bufó y ella creyó ver en sus ojos exasperación, su expresión trastocándose de un modo que no había visto jamás.

—Deberías madurar de una vez. El supuesto sendero de luz por el que te afanas tanto por caminar no es más que una ilusión. Esta sociedad se basa en pisotearnos los unos a los otros hasta que prevalece el más cruel.

—Junpei...

—No. Es mejor que yo te abra los ojos a que te choques con la cruel realidad tú sola.

—¡Eso no es cierto! No todo es blanco y negro, no seas extremista. Vienes con ínfulas de madurez cuando ni siquiera tienes las cosas claras.

—... —Junpei fijó sus pupilas en las de ella, y dijo—. No sabes nada, no conoces ni una pizca de lo que he tenido que vivir.

—¡Entonces, dímelo!

—No. —Se alejó un paso, y luego otro, y otro más, hasta que la distancia entre ambos se convirtió en una brecha gigantesca—. Creo que será mejor que no vuelvas.

—No me hagas esto, Jun —pidió, sintiendo como el corazón se desplomaba a sus pies.

—No. ¿Sabes qué? Mejor olvídate de mí —dijo con la voz afectada—. Somos diferentes y, está bien, no quiero mancillarte con el desastre que soy.

Se echó a correr y, entre nubarrones de lágrimas, (T/N) no volvió a saber de él.

:-:

El último mensaje que recibió fue a su celular. Una escueta disculpa que, más que enervarla, la sumió en la más profunda tristeza. De algún modo, Junpei fue su primer mejor amigo y, quizás, también su primer amor. No importó cuantas veces le escribió o lo llamó, nunca obtuvo respuesta. Así que no tuvo más que recurrir al colegio y preguntarle al profesor Sotomura, quien alegó que Junpei fue transferido. A pesar de preguntar en el supuesto sitio al que se había marchado, no encontró rastro de Junpei.

Poco después se enteró, gracias a una chica que la interceptó en una de sus visitas al profesor Sotomura, que Junpei sufría de acoso escolar y por eso dejó de atender a clases y se mudó. La verdad le cayó como un balde de agua helada que la regresó a casa con la culpa de no haberse dado cuenta.

Planeó cuanto pudo cómo reunir pistas que la llevaran hacia su amigo, y, de nuevo, se halló a la salida del instituto Satozakura. No necesitó demasiado para conseguirse de frente con Ito.

—Eres Ito, ¿cierto? —le preguntó al chico, cuyo brazo izquierdo permanecía flácido a su lado.

—Me advirtieron sobre ti. —Asintió—. Estás buscando a Yoshino, ¿no?

—Al parecer eres mucho más inteligente de lo que pensé —puntualizó.

—No tengo nada que decirte. Él arruinó mi vida, por mi puede pudrirse en el infierno.

(T/N) suspiró y alargó el brazo hasta tomarlo por el cuello de la camisa y llevarlo a su altura, apretando la tela para sofocarlo.

—Quiero que quede claro que no estoy buscando tu consentimiento en este interrogatorio. Vas a responder cada una de mis preguntas si no quieres que te deje el otro brazo igual.

Ito pasó saliva, apenas capaz de sostenerle la mirada. Dejó caer los hombros y dijo:

—No es que sepa demasiado, de todos modos...

Antes de que pudiera preguntarle por más detalles, el profesor Sotomura ahogó un chillido al ver toda la escena. Quizás fue la culpa de no haber leído los signos de alarma de Yoshino, o la búsqueda por redimirse de su mayor pecado, que ambos, estudiante y maestro, le relataron cuanto sabían.

Con la descripción del profesor sobre el chico con cabello de un castaño tan tenue que semejaba las flores de cerezo, no tardó en dar con el nombre de Itadori Yuji, nombre que estaba involucrado en los casos más extraños que leyó en artículos de periódicos en físico y por internet. El chico parecía haberse esfumado de la tierra, a pesar de que, en ocasiones, algunas personas lo reconocían cuando les mostraba una foto. No era por nada, pero tantas muertes a su alrededor solo la hicieron pensar que al joven lo rodeaba la desgracia.

No fue hasta una noche en vacaciones de verano, caminando por las calles de Tokio en busca de más pistas que no la llevaran a otro callejón sin salida, que algo llamó su atención.

—Salmón —dijo una voz.

—¿En serio? ¿No crees que una nueva combinación esté mejor?

—¡Atún!

—Pero, pero, Inumaki-senpai... ¡Siempre comes onigiris con atún y mayonesa! ¿No te can...? ¡Wah! —su interlocutor gritó y (T/N) no pudo evitar ir a ver qué había ocurrido con semejante alboroto.

—¿Mostaza?

—¡Estoy bien! —El chico de cabello castaño se puso en pie cual resorte, obviando la sangre escurriéndole de la frente después de caerse misteriosamente, aunque ella juró ver una cosa reptando por el suelo hasta perderse entre los arbustos.

Inumaki parpadeó, buscándose un pañuelo entre los bolsillos del uniforme, notando como una mano se extendía a su lado.

—Toma. —La chica dijo, mirándolo de arriba abajo hasta decir—: ¿Eres Itadori Yuji?

—¿Eh? Sí. ¿Por qué preguntas? ¡¿Estoy en problemas?! —cuestionó Itadori, entrando en pánico de forma cómica.

—Ah... —La chica se fijó en el otro joven y le sonrió a modo de disculpa, queriendo obviar que se comunicaba mediante comida—. Lo siento, soy (T/N).

—Huevas de salmón —saludó Inumaki y ella curvó una ceja.

—¡Es Inumaki-senpai! —explicó Itadori—. Quería que lo acompañara a un nuevo local de onigiris, pero... —Sintió la mirada de su senpai y se mordió la lengua—. Pero eso no te debe importar, ¿cierto? Lo siento, ¿qué necesitas de mí?

La chica sonrió apenas, aliviada porque el tal Itadori no parecía ser un mal chico. Si Junpei se llevaba bien con él, seguro estaría a salvo.

—¿Conoces a Yoshino Junpei?

La expresión de Itadori, sonriente, se descompuso hasta convertirse en un ligero mohín. Bajó la mirada y apretó los puños tan solo para asentir.

—Sí. ¿Eres...?

—¡Soy una amiga! Es un alivio por fin dar contigo, pensé que quizás sabrías algo de él. Llevo algunas semanas buscándolo y parece haberse esfumado de la faz de la tierra.

—Inumaki-senpai —dijo Yuji con la voz más calmada—, ¿puedes buscar a Gojo-sensei, por favor?

—Salmón. —Asintió, para luego inclinar la cabeza en dirección a la chica para despedirse.

Ella estrujó sus dedos al notar el secretismo entre ambos. Itadori apenas le sonrió y la invitó a poner rumbo por el mismo sendero por el que Inumaki se había ido. Dobló el pañuelo y se lo guardo en el bolsillo.

—Te lo devolveré cuando lo lave —aseguró, ignorante del corazón acelerado de la joven, esperando una respuesta—. Sí conocí a Yoshino.

—¡¿Entonces...?!

Itadori negó y ella ladeó el rostro, sin entender nada. Antes de que Yuji hablara, ella dijo:

—Estaba con un tipo raro la última vez que lo vi, ¿acaso tiene que ver con eso?

—¿Un tipo raro? ¿Con cicatrices?

—Y un aura totalmente inquietante, sí.

Itadori pestañeó, un poco sorprendido, pero asintió.

—Sí... Tiene que ver con él y conmigo. Quizás nunca debimos conocernos... Tal vez hubiera sido mejor —susurró, y ella se dio cuenta de la culpa que cargaba el joven—. Sé dónde está, pero...

—¿No puedes decirme?

—No sé si deba —admitió.

Ella clavó la mirada en las piedras adosadas en el camino. La brisa agitaba las ramas de los árboles y traía consigo el agradable aroma de la naturaleza. Pronto, el sendero se convirtió en unas escaleras flanqueadas por un torii.

Aún en silencio, con el corazón inquieto, reaccionó a tiempo para frenar cuando unos zapatos entraron en su disminuido campo de visión. Alzó la mirada y se encontró con un hombre con los ojos vendados, y no pudo evitar pensar que ese día había conocido a las personas más raras que tendría la oportunidad de toparse en toda una vida.

—¿Estás buscando a Yoshino Junpei? —preguntó como si quisiera confirmarlo.

—Sí. ¿Acaso...? No me digan que pertenecen a alguna clase de secta en la que deben perder algún sentido o habilidad para unirse —preguntó, casi esperanzada, porque el ánimo de Itadori la hacía tener una idea del nefasto destino de su amigo, pero aún quería creer que no era cierto, que no había forma en la que...

El hombre se echó a reír.

—¿Así que eso parecemos? —Se carcajeó, divertidísimo y meneó la cabeza—. Pero no, nada de eso. Aunque debo advertirte que quizás no te guste descubrir la verdad.

—Puede —contestó de inmediato—. Pero no soy de vivir en mentiras felices.

Itadori la vio de reojo, sorprendido por su valor a pesar de que la voz le temblaba al igual que sus manos. Él podía hablar de que no quería volver a perder, pero, quizás, necesitaba un poco del valor de ella para superar la impotencia que lo carcomía.

Gojo asintió y la guio por las escaleras, charlando sobre trivialidades como para aligerar el ambiente. Antes de llegar al segundo torii, tomaron un sendero contiguo entre los árboles, apenas delineado por una fila de piedras decorativas.

(T/N) ni siquiera se sorprendió cuando vio las lápidas alineadas una tras otra en organizadas columnas. Aún tenía la esperanza de que Junpei saliera para saludarla, pero tuvo que apartar la pueril fantasía cuando Itadori tomó la delantera. El profesor se quedó atrás, volteándose para darles un poco de privacidad.

Cuando terminaron frente a una tumba, nueva y bien limpiada, antes de que siquiera pudiera leer el epitafio, Yuji dijo:

—Lo siento.

La vista se le nubló y ni siquiera supo cuando las lágrimas empezaron a brotar, una tras otras, en gruesas esferas rodantes que convergían en su mentón y se perdían en el suelo y en su ropa. Las piernas le fallaron y se desplomó en el frío suelo de piedra. El nombre de Junpei permanecía finamente grabado, con la fecha de su nacimiento y la de su muerte. Lo había visto dos días antes de que muriera y se preguntó qué hubiera pasado si hubiera ido tras él. Itadori decía que era su culpa —no sabía por qué—, pero quién era ella para juzgarlo cuando la primera que lo abandonó fue ella.

Itadori se apresuró a enjugarse los ojos con la manga de su suéter, obligándose a ver la figura encogida y escuchar los sollozos que le destrozaban el alma. Al final del día, sus acciones afectaban a los demás, y si sus palabras que no se correspondían con estas, jamás podría perdonarse por las vidas que manchaban sus manos y atormentaban su corazón.

—Lo siento, Jun... —susurró, apenas acariciando su nombre—. Si tan solo hubiera...

—Alto ahí. —La voz de Gojo los interrumpió.

—Sensei...

—Culparse por lo que pasó no los ayudará a seguir adelante —le dijo, apoyando las palmas de las manos en sus cabezas—. Lo que lo hará es no olvidar, e impulsar un cambio en sus actitudes.

(T/N) apenas asintió y se secó las lágrimas, asintiendo, aunque aún tenía los ojos anegados y el corazón herido. Por su parte, Itadori aceptó sus palabras y se acuclilló junto a la chica para dedicarle una oración a Junpei, imaginándose un futuro que no pudo ser. La joven se mordió la mejilla cuando, al lado, vio la tumba de la madre de Junpei, hallando consuelo apenas en el hecho de que ambos estarían juntos en lo que había más allá de la vida. Imitó a Itadori, controlando sus emociones desbordándose hasta que pasó suficiente tiempo para aceptarlo todo.

No sabía qué había pasado, pero se sentía conforme con saber que al menos Yuji estuvo a su lado esos últimos días. Le pidió perdón del mismo modo que él lo hizo y, cuando se puso en pie, la noche había caído. Itadori y Gojo la esperaban pacientemente, hablando en voz baja como, pensó, un par de ancianas chismosas.

—¿Ya estás mejor? —preguntó Itadori, un poco tímido.

—Sí, gracias por preguntar. ¿Tú? Imagino que Junpei fue importante para ti también, ¿no?

—Sí... —Bajo la mirada y luego sonrió—. ¡Estoy mucho mejor! Creo que necesitaba conocerte para poder estar más tranquilo.

—Lo mismo digo de ti. —Curvó los labios—. Ahora... Si no es mucha molestia, ¿puedes acompañarme a la estación? Debo regresar a casa antes de que mis padres se preocupen más por mí. Les he estado dando mucho problemas estas últimas semanas... Y he estado viendo cosas raras, claro que siempre las he visto, pero esta vez son más grotescas, así que...

—Ya que lo mencionas —interrumpió Gojo con una sonrisa traviesa—. Yuji me dijo que pudiste ver a Mahito.

—¿Ese es el nombre de ese sujeto? —Entornó los ojos, controlando el pavor erizándole la piel.

—Sí. —Asintió, evaluándola de arriba abajo, aunque ella no lo notó por la venda sobre sus ojos—. Quizás te interese matricularte en nuestra escuela.

—¿Eh?

—¡¿En serio?! ¡Eso sería genial! —saltó Itadori, contentísimo.

—Solo si quieres —agregó Gojo, notando el escepticismo pintado en el rostro de la chica—. Por supuesto, primero debo explicarte de qué va todo esto.

—¿Y mis padres?

—Podemos hacerlos desaparecer —dijo tenebrosamente.

—Está bromeando —añadió Yuji cuando ella retrocedió—, ¿verdad?

—¡Por supuesto! —Giró, divertidísimo, porque lo cierto era que la mayoría de los estudiantes no tenía familiares fuera del ámbito de la hechicería—. Podemos convencerlos solo si tú quieres.

—De hecho, le ofrecí a Junpei unirse, pero... —Itadori suspiró y le sonrió—. Creo que te gustará.

Ella pasó su mirada del uno al otro y asintió. Tenía la opción de dejar en la ambigüedad las circunstancias de la muerte de Junpei, pero quería saberlo y extinguir la inquietud morando en su pecho desde el último día que lo vio.

Gojo sonrió y, con voz apacible, se dispuso a explicarle todo.

¡Muchas gracias por leer!

N/A: Uff... Pero miren el potencial para que esto se haga una historia larga xD

Confieso que yo soy de las que se creyó la más grande mentira del 2020 en el opening de Jujutsu... Cómo lloré xD De hecho, esto lo escribí para cuando salió el capítulo 12, más o menos, pero aún no lo editaba.

Tengo algo de Inumaki escrito a medias, así que quizás él sea el próximo personaje de Jujutsu del que publique. Por lo pronto, tengo algo más guardado, pero aún no me decido a publicarlo jajaja

Hasta eso, tengan una gran semana y disculpen la desaparición ^^

¡Cuídense mucho! >.<

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