
Revelaciones
Completamente ensimismada, Zelda siguió observando la dulce interacción que se encontraba frente a ella. Se sentía dichosa, pero al mismo tiempo culpable, pues con su silencio les estaba arrebatando el derecho a los seres que más amaba de poder estar juntos, sobre todo quitándole a su bebé la posibilidad de crecer bajo el amor y protección de un padre, cosa que nunca podría reemplazar, por más empeño que pusiera ante ello. Aunque de todas maneras eso no sería posible, pues Link y ella nunca regresarían, ni mucho menos, formarían una familia. Aparte de que existía la posibilidad de que tuviera que esconder a su vástago para siempre, haciéndolo pasar como un niño al que recogió por simple compasión, mas no por ser de su propia sangre.
Sólo le esperaba una vida llena de desdicha y mentiras, todo por proteger a los seres que amaba.
Se secó las lágrimas, decidida a seguir observando la escena. Link no apartaba la mirada del bebé, rozando con sus dedos la suavidad de su piel y maravillándose con el cariño que les transmitía. Su mente le recriminaba lo que estaba haciendo, tener contacto con el hijo del que le había arrebatado a su amada, pero su corazón le decía lo contrario, e incluso le incitaba a sentir afecto por el pequeño. Aquella contradicción le causó una terrible incomodidad, una extrema lucha que lo consumía y lastimaba desde lo más profundo. No lo comprendía.
Deseando huir de sus confusos sentimientos, sin decir palabra alguna, Link colocó al niño en los brazos de su madre, y se marchó del jardín por el mismo lugar por el que entró, dejando impactada a la princesa con su reacción.
- ¡Link!
El joven no escuchó el llamado de su amada, pues se desvaneció rápidamente. Zelda se sintió apenada ante su ida, pues deseaba con toda su alma que se quede con ella y su bebé, a pesar de saber que era una absurda idea.
Sintiendo como las lágrimas resbalaban por sus mejillas, decidió abandonar el jardín e ir donde Impa para encargarle a su hijo, pues en unos minutos debía reunirse con el Consejo para explicar la decisión que había tomado, encargarse del cuidado de la criatura que su mentora supuestamente había encontrado en abandono.
...
Ravio se encontraba en su habitación completamente dormido, pues después del arduo entrenamiento que tuvo a tempranas horas de la madrugada, el cuerpo le exigía un merecido descanso. No es que su nuevo capitán fuera totalmente estricto, pero debido a la autoexigencia que él mismo se adjudicaba, terminaba agotado.
Empezó a abrir los ojos con un dejo de molestia, pues podía escuchar que estaban tocando sonoramente la puerta. Mal humorado, se levantó para abrirla, esperando que el que lo había despertado tenga una muy buena excusa para haberlo hecho, y no por una simple tontería. Se quedó enmudecido a descubrir de quién se trataba.
- Link...
Sin decir nada, el elegido por las Diosas entró a la habitación, mostrando en su rostro la profunda consternación de lo que acababa de ver. Su corazón palpitaba con prisa ante la sensación de haber tomado al hijo de la mujer que amaba entre sus brazos, sin saber que aquella hermosa criatura también había nacido de él.
- Lamento haber venido sin avisar...
- ¿Qué haces aquí, Link? No esperé que alguna vez regresaras al palacio.
- Vine... vine a buscar a Zelda y a su hijo. – dijo, mostrando consternación en sus palabras.
Ante esas palabras, una mueca de desagrado y hastío se apoderó del soldado de Lorule, recriminando de esa manera el actuar de su amigo.
- ¿Te has vuelto loco? ¿Cómo se te ocurre hacer algo como eso? Además ya te dije que ese niño no es su hijo. – expresó Ravio, molesto.
- ¡Ella mismo me lo acaba de confirmar! Yo la vi embarazada hace más de un mes, y ahora lo compruebo con ver a esa criatura en sus brazos. ¿Acaso eso no es una evidencia? – preguntó, mostrándose desesperado.
- Link, no es por cuestionarte, pero estoy seguro que todo lo que viste fue tu imaginación, todo causado por el dolor de tu alma. ¿Tú crees que un hijo es algo fácil de ocultar? Impa lo encontró abandonado y la princesa decidió acogerlo. Ni ella es madre, ni está casada. Por las Diosas, es la soberana del reino, no podría fingir.
- ¿Piensas que te estoy mintiendo? Ella me lo confesó. – dijo Link, molesto de que no se le creyera.
- Talvez te dijo eso por dos motivos. Considera a ese niño como tal por el hecho de haber decidido hacerse cargo de él... o simplemente lo hace para lastimarte, usándolo como prueba de que formó una familia con otra persona. Me voy por lo segundo, pues ella es cruel y despiadada. – expresó el soldado, mordaz.
- ¡Cállate! ¡No hables así de ella! – reclamó, enfurecido.
- ¿Por qué la defiendes tanto? Por su culpa sufres como un condenado, penando por todos lados y clamando su amor y compañía.
- ¡Ya sé! Sé que soy un imbécil por seguir amándola, pero no puedo evitarlo. No puedo verla como una mala mujer, como tú lo haces. Además, no sabes lo que sentí al cargar a esa criatura.
- ¿La cargaste? Link...
- No me reproches por eso, sé que fui un tonto, pero no me arrepiento. No es la primera vez que tengo contacto con bebés, pues vi nacer a todos los niños de Ordon, incluida la pequeña hija de Moy. Sin embargo, con esta criatura sentí algo distinto, me transmitía tanto cariño y deseos de protegerlo. – manifestó el guerrero, esbozando una ligera sonrisa.
- Sientes eso porque en el fondo aspiras e imaginas que esa criatura sea tuya, pero ya te dije que eso no es posible, ni lo será. Si no crees en mis palabras, puedes preguntarle a los soldados, a los sirvientes, a quien te dé la gana. Todos, sin excepción alguna, te dirán que ese niño es sólo su protegido, mas no su hijo. Ella te miente porque le gusta ver cómo te arrastras de amor por ella.
- No sigas...
El guerrero no podía sentirse más desdichado y desolado, e incluso confundido y avergonzado. Talvez su dolor estaba enloqueciéndolo, hasta el punto de ver y escuchar cosas inexistentes. Primero al ver a su amada embarazada, luego cuando esta le mintió sobre el niño que tenía en sus brazos, haciéndolo pasar por su hijo. ¿Cómo podía ser tan cruel? ¿Por qué tanto gozo con su calvario? No entendía cómo podía amar a una mujer así.
- Ya me voy, Ravio, creo que ya escuché suficiente. Discúlpame por haberte molestado. – dijo, con el corazón lastimado.
- No es ninguna molestia, amigo. Cuando tú me necesites, sólo búscame. – respondió el soldado, empático con su compañero.
- Te lo agradezco, hablamos otro día.
El guerrero se retiró de la habitación del soldado, y por ende del palacio, mostrándose destrozado con todo lo que se había enterado. Definitivamente se había desquiciado con el recuerdo de su amada, viendo y escuchando cosas donde no las había, pero con la presente ilusión de regresar a su lado, mucho más ahora que se encontraba cuidando a un niño, provocando que el sueño de formar una familia con ella regrese con más fuerza. Sin embargo, sabía que aquello siempre sería una estúpida y efímera ilusión.
...
Tal y como Zelda lo había planeado, la reunión con el Consejo salió mejor de lo esperado. Se hablaron de diversos temas relacionados al reino, finalizando con el asunto del infante que Impa había encontrado, y los motivos por los que había decidido hacerse cargo de este. Armándose de valor, la joven reiteró su decisión, usando las mismas palabras que le había dicho al ministro Abel, que deseaba cuidar de la criatura como una manera de expiar los errores que cometió en la oscura invasión, de la cual múltiples veces la habían culpado injustamente. La mayoría de los miembros le refutaron el hecho de acoger a una criatura que no era suya, y que incluso eso alejaría a los pretendientes que la cortejaban, pero ella se defendió al respecto, señalando que no sería ni la primera y última vez que alguien de su rango apadrinada a un niño, y que incluso aquello hablaría bien de su calidad humanitaria, cosa que le vendría muy bien a su imagen y al reino en general. Ante eso, nadie pudo objetar, ni siquiera Abel, a quien la furia lo consumía de ver que la joven había triunfado.
Se sentía satisfecha de haberlos acabado con sus argumentos, mas no dichosa, pues todo, por más que significara proteger a su amado hijo, sólo servía para ocultarlo, negarlo... y eso es algo que le dolía en lo más profundo.
Una vez lejos de todo aquel odioso entorno, la princesa llegó al despacho de Impa, donde le dijeron que se encontraba con la criatura. Al abrir la puerta, se conmovió al escuchar a su bebé llorando, mientras que la Sheikah trataba de calmarlo.
- Qué bueno que llegas, querida. Noah tiene hambre y te necesita. – dijo Impa, aliviada de ver que la princesa había regresado.
- Vamos a mi habitación. Ahí estaremos más tranquilas. – expresó, ansiosa por el llanto de su pequeño.
Sin perder ni un sólo minuto, la princesa tomó a su bebé en brazos para calmarlo hasta que llegaran a su alcoba. Sus cariñosos mimos lo consiguieron, por lo que Noah cesó su llanto y se reconfortó al saber que su mamá iba a contentarlo.
Una vez fuera del despacho, ambas mujeres se dirigieron a los aposentos de la joven. Estuvieron tranquilas, hasta que en el camino se encontraron con Sir Abel, quien hizo ante ellas una forzada reverencia, para luego posar su mirada en el niño, motivo por el que Zelda se sintió incómoda.
- A su majestad se la ve muy bien con ese bebé. Hasta podría jurar que se trata de su hijo. – dijo, usando ironía en el tono de su voz.
- ¿Puedo ayudarlo en algo, Sir? – preguntó la princesa, fastidiada de su presencia.
- Si, se trata del pequeño. ¿No necesita una nodriza? Es que como sabe, los bebés en los primeros meses necesitan alimentarse de leche materna, y usted, por supuesto, no puede ser de mucha ayuda ante ello. ¿O me equivoco? – preguntó con malicia.
- ¿Y qué le hace a usted pensar que no puedo ser de utilidad, Sir Abel?
- No podría... a menos que fuera la madre.
Abel se sentía triunfante al ver que estaba acorralando a la princesa, pues el tema de la alimentación del niño era algo que no podría negar, causando que confiese su inmundo pecado. Zelda ya se imaginaba que aquello iba pasar, por lo que tuvo el mejor argumento para defenderse.
- Creo que usted ha olvidado mis habilidades, Sir Abel. Si para mi es tan sencillo crear pociones de todo tipo, hacer una equivalente a la leche materna no es ningún problema. – dijo la joven con arrogancia.
- Quiere decir que...
- Así es, por medio de un biberón lo estamos alimentando, y no sólo lo hago yo, sino Impa. También pienso pedírselo a las doncellas. Esta fórmula es un perfecto sustituto de la leche, por lo que el niño no va a desnutriste o enfermarse. Muchos hechiceros lo usaron en el pasado para infantes que se quedaron sin madre, incluso la emplean en el orfanato sin problema alguno.
- Pero...
- Así que no tiene de qué preocuparse, pues Noah no morirá de hambre. – espetó la joven, sonriendo con ironía.
- Así que Noah... me recuerda a su padre.
- Precisamente se lo puse por él. Tomé un fragmento de su nombre completo y con ese bauticé al niño. ¿Algún problema?
- No... ninguno.
- Bueno, sino tiene nada más que decir, Impa y yo iremos a alimentar al bebé. Buenas noches.
Sintiéndose triunfantes ante su enemigo, las mujeres se digirieron a su destino, mientras que Abel, enfurecido, se fue a su despacho a reunirse con uno de sus hombres, quien le traía la respuesta que tanto esperaba...
...
Ya más calmada en la comodidad de su alcoba, la princesa empezó a alimentar a su niño, quien se sentía dichoso en los brazos de su madre. La joven no dejaba de dedicarle palabras de amor mientras acaricia su cabeza con dulzura. Una vez que Noah quedó satisfecho, Impa y Zelda lo bañaron y lo hicieron dormir, motivo por el que no tardó en entregarse al mundo de los sueños, reconfortado y feliz por todos los cuidados que le daban.
Zelda, a pesar de contar con la ayuda de Impa y las doncellas, reconocía que el cuidado de un bebé era complicado, pues una criatura tan frágil necesitaba ser atendida durante todo el día, sin restarle atención. Su vida había cambiado drásticamente, ya que ahora no podía dedicarse a ella por completo, pues todo su tiempo debía dárselo a su hijo, sin descuidar sus deberes para con el reino. Se sentía cansada, pero no arrepentida, pues todo valía la pena con tal de ver a su vástago tranquilo. Para ella era un triunfo verlo dormir plácidamente en su cuna, momentos que la enternecían y la llenaban de paz, sensación que estaba casi nula en medio de su desdicha, todo por no tener a su amado junto a ella.
- Te vez muy cansada, Zelda. – dijo Impa, observando a su protegida.
- Si lo estoy, pero no me importa. Cuidar a mi hijo es una dicha para mí, sobre todo cuando lo veo dormir plácidamente. Eso me hace feliz a pesar de todo. – expresó la monarca, conmovida.
- Es cierto, su imagen inspira mucha ternura. Ajeno a todo lo que sucede a su alrededor.
Ambas se quedaron contemplando al bebé mientras dormía, ensimismadas con el encanto que les transmitía, sobre todo a Zelda, quien aún no asimilaba de donde había salido todo el amor que sentía hacia una tan dulce criatura. Inesperadamente, Impa cambió su semblante, pues a su mente vino el recuerdo de las preguntas que Abel había hecho, lo que le hizo ponerse alerta.
- Tenemos que ser cuidadosas con Abel... parece que sospecha sobre el niño. – dijo, preocupada.
- Lo sé, y eso es lo que más me preocupa. Por lo menos me siento tranquila que piensa que alimento a Noah con aquella poción, mas no por mis propios medios.
- Zelda, por lo que más quieras, reconsidera decirle a Link la verdad sobre tu hijo.
- ¿Y qué ganaría con eso? ¿Arriesgar su vida? Eso nunca. Además él piensa que mi bebé es de otro, a pesar que hoy lo conoció. – confesó, entristecida y dolida.
- ¿Qué dices? ¿Lo viste hoy? – preguntó Impa, sorprendida.
- Si, en la mañana. Incluso tomó a mi bebé en sus brazos y... lo acarició.
La voz de la joven se quebró, mientras las lágrimas empezaban a invadirla. Impa fue enseguida a abrazarla al ver el cambio de ánimos que había mostrado, sabiendo que aquello era un rezago del inmenso dolor que siempre la acompañaba.
- Zelda...
- Yo misma lo incentivé a que lo cargue, se lo puse en sus brazos. No debí hacerlo, pero no pude evitarlo. Quería verlos juntos aunque sea una vez. – dijo, cubriendo su rostro con sus manos, llorando desconsolada.
- No sé hasta cuándo podrás mantener esta mentira, pues tarde o temprano saldrá a la luz. Debes decirle la verdad a Link, es mejor que se entere por ti que por otros medios.
- No puedo... no lo haré.
- ¡Por las Diosas, Zelda! Estoy segura que tu hijo estará seguro con él. Corre más peligro aquí en el palacio. – espetó la Sheikah, sin medir la importancia de lo que dijo.
Al escuchar esas palabras, Zelda se separó bruscamente de Impa. No daba crédito a lo que le estaba diciendo.
- ¿Qué estás insinuando? ¿Qué le entregue mi hijo a Link? – preguntó, impactada.
- No te pido que te separes de él, pero me he espantado con la actitud que Abel tuvo hace unas horas. Talvez lo mejor es que Link se haga cargo de Noah hasta que...
- Eso nunca... no voy a separarme de mi bebé. ¿Cómo puedes pedirme eso?
- Zelda...
Zelda se puso de pie y se acercó a la cuna de su hijo, lo tomó en brazos con cuidado y lo abrazó profundamente, sintiendo como el terror la invadía. Ante esa imagen, Impa se acercó hacia donde estaba para abrazarla, arrepentida por lo que había dicho. ¿Cómo pensar en separar a una madre de su hijo recién nacido? Aquello era una crueldad.
- Lo siento... no debí decir eso. Fue una estupidez causada por el miedo y la preocupación. – pidió, profundamente apenada.
- ¿Crees que hoy, luego de lo que pasó, no he pensado en eso? ¿Qué mi bebé estaría más seguro con su padre? Pero no puedo, no quiero separarme de él, no lo soportaría. Si estar sin Link es un suplicio para mí, no quiero imaginarme lo que sería estar sin Noah. Es muy pequeño y me necesita... y yo también. – expresó Zelda, sin dejar de llorar.
- Lo sé, pero sigo pensando que sería mejor que Link lo sepa. Nadie mejor que él para resolver este asunto, pues se enfrentaría al mundo entero contar de defender lo que es suyo. A ustedes, su familia.
- No somos, ni seremos nunca una familia, por más que ese sea mi gran anhelo. Link debe olvidarse de mí por completo, y eso no lo logrará sabiendo que tenemos un hijo.
- Él aun te ama... al igual que tú a él, y es por eso que viene a verte a pesar de que lo lastimaste. Y aunque no se haya dado cuenta, el corazón y la sangre lo atan al pequeño. Es por eso que lo tomó en sus brazos sin importarle que supuestamente era de otro.
- Eso no volverá a repetirse, de eso estoy segura. Link no va a regresar y es lo mejor. No quiero imaginar lo que ocurriría si Abel llega a verlo.
- Dejemos el tema de lado, pues tu terquedad te está hiriendo. Ve a tomar un baño para que te acuestes a dormir. Mientras tanto yo vigilo al pequeño. – finalizó Impa, sabiendo que no haría que su pupila cambie de parecer.
Sin decir nada, Zelda se dirigió a bañarse, momento en el que aprovechó para derramar sus lágrimas en silencio, abrazando su cuerpo desnudo mientras el agua se mezclaba con la humedad de sus ojos. Su vida completa era un abismo sin fin, un camino sin salida, un caos que no sabía cómo iba a terminar, y donde no sólo estaba arrastrando al amor de su vida, sino al hijo de ambos, aquella inocente criatura que podría pagar el precio de sus errores.
...
Enfurecido, caminando de un lado mientras la impotencia lo consumía desde lo más profundo, Abel se encontraba en su despacho en compañía de uno de sus hombres más fieles. El ministro le había encomendado una importante tarea, la cual consistía en averiguar todo lo relacionado a la princesa en su estadía en la cabaña del bosque, deseando que las sospechas que tenía resulten verdaderas.
- ¿Seguro que no los encontraste? Tenía conocimiento de que Impa contrató un par de sirvientes. Es imposible que hayan desaparecido. – dijo Abel, ansioso.
- Los busqué por todos lados, mi señor, pero no logré hallarlos. Incluso pregunté por ellos a los habitantes de los alrededores, pero no supieron darme razones. Usted sabe que el bosque es interminable y no es fácil ver personas transitando por ahí. Seguramente se marcharon una vez pagados sus servicios. – contestó el hombre.
- ¡Maldición! – exclamó el ministro, irascible.
- Lamento mucho no haber traído la información deseada, a pesar que no me comentó para qué la necesitaba, pues sólo dijo que averigüe todo lo que hizo la princesa en su ausencia.
- Y eso es todo lo que debías hacer, sin hacer preguntas. Puedes retirarte, y sabes perfectamente que no puedes hablar de esto con nadie.
- Por supuesto, lo tengo muy presente. Con su permiso, me retiro.
Una vez que el hombre se retiró, Abel no pudo evitar dar un fuerte golpe en la mesa debido a lo furioso que se sentía. Algo en su interior le indicaba que aquel niño supuestamente abandonado, no era otro que el bastardo de la princesa, quien concibió debido a su sucio pecado al haberse enredado con el retirado capitán.
Entre todas las cosas que al ministro le desagradaban, había una que no toleraba en lo absoluto, y era que se burlaran de él, que le vieran la cara de tonto, siendo esta la peor de las humillaciones que podría recibir, y que de ninguna manera iba a perdonar. Ofuscado y fuera de sí, se asomó al espejo que se encontraba en su despacho, para luego observar su reflejo en este mientras se mantenía quieto, diciendo unas palabras.
- Voy a descubrir la verdad, infeliz... eso te lo aseguro.
Y fue así, que al finalizar su frase, que de su cuerpo empezó a emanar una oscura y macabra esencia, mientras que sus rasgos faciales se transformaban por completo...
...
Han pasado cuatro meses desde que Noah llegó a la vida de la princesa, y en ese proceso, ha tenido un encantador y sano crecimiento. Ya todos en el palacio se habían acostumbrado a su presencia, incluso las doncellas siempre se peleaban por ser la privilegiada en cuidarlo, puesto que era un bebé adorable y bien portado, sonriéndole a todo el que se le acercaba.
En los pocos ratos que tenía libres, la princesa siempre aprovechaba en salir con él a pasear para sacarlo de las frías paredes del palacio, llevándolo a la pradera del reino para que respire aire puro y aprenda a convivir con la naturaleza; claro está, vestida como una chica común, ocultando su verdadera identidad. Prefería no tener mucho contacto con la cuídela por si alguien la reconocía, pues a pesar que muchos en el pueblo admiraban el supuesto hecho de cuidar de un niño que no era suyo, algunos murmuraban lo evidente, que el bebé en realidad era su hijo bastardo, y que por ello lo escondía. Aquellas frases, si eran hacia su persona, poco o nada le importaban, mas por otra parte le dolían terriblemente por relacionarse a su vástago, pero sobre todo temía que aquellas insidias lleguen a oídos del Consejo, sobre todo de Abel, quien a base de hipocresías trataba de sacarle alguna información sobre ello, fallando en el acto.
En una de esas tardes, donde la brisa danzaba de manera agradable en los terrenos bendecidos por las Diosas, Zelda se encontraba sentaba bajo la sombra de un árbol, con su bebé en brazos. La joven estaba hablándole con cariño mientras le acaricia el rostro, motivos por los que Noah no dejaba de sonreírle, estremeciendo de ternura el corazón de su madre.
En ese momento, la monarca escuchó que unos pasos se aproximaban, descubriendo que se trataba de una familia conformada por tres personas, una pareja con su niño pequeño. Observó como el hombre tomaba a su hijo y lo llenaba de abrazos, para luego acercarse a su esposa y besarla intensamente en los labios. Aunque lo que sucedió después la dejó pasmada, pues el joven se agachó ante su amada para abrazarse a su vientre, demostrando que una nueva vida se estaba formando dentro de ella.
Aquella imagen, causó que Zelda derrame algunas lágrimas, mientras sentía como el dolor y la sutil envidia la embargaban. Hubiera deseado vivir la hermosa realidad de aquella joven en su embarazo, donde su amado héroe la llenara de mimos y le acariciara el vientre, trasladando aquel afecto a la criatura que estaba esperando, fruto del amor de los dos. La otra situación también la añoraba, lo dos tomando la mano de su pequeño, cuidándolo y guiándolo en sus primeros pasos, demostrándose el amor que sentían por él, y también por ellos mismos, enseñando sin reparo y delante de su hijo lo mucho que se amaban, simbolizando así la perfecta unión de una familia feliz.
¿Una familia? Al parecer eso es algo que la princesa jamás tendría. Su futuro era quedarse completamente sola, pues lucharía sin descanso alguno para no tener que casarse con nadie, además de que bajo ningún concepto le podría un padrastro a su hijo, aquello era impensable. Además, nunca sería capaz de renunciar a Noah por la unión con otro hombre, pues a aquel también tendría que mentirle sobre el hecho que es su vástago, y eso no iba a aceptarlo jamás, por más que se retrasara su coronación, y en el peor de los casos, que no llegara a realizarse.
Decidida a no torturarse con aquellos pensamientos y deseos que nunca se harían realidad, la joven abandonó la sombra del árbol que la estaba protegiendo, y regresó al palacio junto con su bebé, quien empezaba a incomodarse debido a la tristeza de su madre, pues a pesar de no comprender los motivos de ello, la percibía profundamente.
Sin embargo, lo que la princesa no sabía, es que desde la lejanía estaba siendo observada...
Desde hace tiempo, exactamente el número de meses que tenía el pequeño, Link siempre observaba a escondidas a su amada, sobre todo en los momentos en los que salía con el pequeño a caminar por la pradera, deseando con toda su alma compartir esos hermosos sucesos junto a ella, y con un niño que no tenía nada que ver con él, según lo que creía. No lo entendía, no lo concebía, pero desde que tuvo la oportunidad de tomar en sus brazos a tan dulce criatura, encantarse cuando este tomó su dedo con su diminuta mano, simplemente lo había desequilibrado, provocando en él un hermoso y cálido sentimiento de origen desconocido.
En su propia percepción, Link había asumido que había caído en el profundo desquicio, pues a pesar que Ravio le había dicho que Noah no era el hijo de la princesa, él seguía creyendo que sí, el cual había tenido con otro hombre. Sin embargo, había decidido ya no hablar más del asunto, y dejarse arrastrar por la locura que supuestamente lo estaba invadiendo, llevándolo al peor y más tortuoso de los dolores.
- Zelda...
Cada vez que la veía desde la lejanía, sólo esa palabra pronunciaba sus labios, repitiéndola todas las noches entre sueños. Sin embargo, desde que había conocido a Noah, desconocía que también repetía su nombre, seguido del de su amada, lo que sólo simbolizaba el hermoso lazo que los unía, y que él aun desconocía por completo, sobre todo porque el dolor y la rabia lo cegaban al pensar que su princesa compartía la dicha de una familia con otro que no era él.
...
Mientras la princesa se encontraba ausente del palacio, el ministro fue a hablar con Impa sobre el único tema que lo fastidiaba desde hace meses... Noah. Estaba dispuesto a exigirle a la Sheikah que se deshaga del niño, que lo envíe a un orfanato, o que lo dé en adopción a los primeros con los que se cruce en el camino; que haga lo que quiera, pero que se lo lleve para siempre. Le enfurecía ver, que desde que la princesa lo cuidaba, era feliz, pensando que ese no era el serio comportamiento que debía llevar una joven de su nivel, ya que oscuros motivos lo inducían a evitar que la monarca se sienta tranquila, pues quería que por siempre se encuentre invadida por la ansiedad y la desesperación.
- Han pasado cuatro meses desde que ese mocoso llegó en el palacio, y sigo pensando que no debe formar parte del mismo. Debe irse cuanto antes. – expresó, furioso.
- Y según tú, ¿a dónde sugieres que lo enviemos? – preguntó Impa, irónica.
- ¡A donde te dé la gana! A un orfanato, regálalo, véndelo. No me importa lo que hagas, pero quiero que se vaya. ¿Por qué tantas consideraciones con ese mocoso? La princesa lo llena de atenciones, lo tiene bien alimentado, bien vestido. Aquello la desorienta, le impide cumplir con sus deberes como es debido. – se quejó, perdiendo los estribos.
- ¡Un momento! La princesa ha cumplido perfectamente con todos sus deberes, y el hecho de cuidar a un niño que tomó bajo su protección, no le ha impedido aquello. El Consejo no se ha quejado, incluso por ese noble acto se ha ganado la admiración de todos... ¿Dónde quedo tu sentido de caridad, honorable Sir? No sé por qué te molestas tanto, el pequeño ni siquiera te causa problemas. Es muy tranquilo y bien portado.
- Sinceramente, ese niño no me da buena espina. Siento que su presencia esconde un gran secreto, y ustedes deben conocer muy bien de qué se trata.
Impa, tratando de ocultar los nervios que la mortificaban, se mantuvo altiva ante el ministro, para luego refutar a sus palabras.
- ¿Te has vuelto loco? ¿Cómo puedes pensar que una criatura tiene secretos? Es sólo un bebé.
- Esas ideas no se me han metido en la cabeza por gusto, sino que han sido provocadas por el actuar tanto tuyo como de la princesa. Ustedes andan en algo, de eso estoy seguro, y todo eso se relaciona al mocoso. Tarde o temprano lo voy a descubrir... eso no lo dudes. – aseguró, mostrando odio en su mirada.
Sintiendo como la ansiedad estaba a punto de traicionarla, impactándose terriblemente por las palabras de Abel, Impa se retiró de su despacho, dejando solo al causante de su malestar. Se sentía aterrada, no lo iba a negar, pues no sabía cuánto iba a durar todo el secreto que guardaba con su protegida, el cual se encontraba al borde de írsele de las manos.
...
A la llegada del atardecer, Ravio se encontraba regresando a su habitación para descansar. Había sido un día pesado, no lo iba a negar, pero no se comparaban a los entrenamientos que tenía con el retirado capitán, su mejor amigo. En ese momento, empezó a reflexionar en lo fuerte que se había vuelto en los últimos años, recordando que todo ese proceso inició con un sólo propósito... agradarle y ser digno para la única mujer que había amado, y a la que lamentablemente había perdido para siempre, pues esta lo había alejado de su vida. El joven soltó un suspiro, esforzándose para no hundirse en sus penas, las que había escondido en lo más profundo de su alma, cubriéndose con la careta de la indiferencia y dureza.
Decidió dejar de lado aquellos recuerdos y seguir con su recorrido, cuando de pronto se detuvo, pues vio a la princesa llegar al palacio con su protegido en brazos, quien al parecer se encontraba dormido. Fue entonces, que vio como Impa se acercaba a la joven, y con prisa la llevó hacia los jardines que siempre solía frecuentar.
Inicialmente, el soldado decidió ignorar aquellas acciones que no eran de su incumbencia, pero la curiosidad terminó por dominarlo, provocando que las siga. Se preguntó el motivo de la preocupación en los ojos de la Sheikah.
...
Pudo llegar hasta los jardines sin que nadie lo viera. Descubrió a Impa y a la princesa sentadas en una banca, mostrando un semblante sumamente preocupado. Al parecer, el tema de conversación era algo serio...
- Zelda, las cosas se están saliendo de control. Abel insiste en que tú y yo escondemos cosas relacionadas al niño, y todo debido a tu negativa de enviarlo a un orfanato, lo que según él, sería normal de hacer en estos casos. Ya no sé qué más excusas poner, me estoy desesperando. Observa cada paso que damos, y alguno en falso puede delatarnos ante él. – dijo la mujer, al borde del desespero.
- Impa...
- ¿Ahora te das cuenta de lo serio de este asunto? Debes resolverlo cuanto antes.
- ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué le diga que Noah es mi hijo? Sabes que no puedo hacer eso. – dijo Zelda, sumamente mortificada.
El soldado de Lorule se quedó estático ante la confesión de la soberana, dándose cuenta que lo que Link le dijo no había sido producto de su imaginación y dolor.
- ¿Su hijo...? Eso no puede ser, pero ella...
- Impa, por favor, aguantemos hasta nuestro último aliento si es necesario. No quiero el Consejo me separe de Noah, sabes que no lo soportaría. – dijo la princesa, devastada.
- ¿Aguantar? Zelda, lo que debes hacer es acabar con esta mentira. Tienes que hablar con Link. – dijo con firmeza.
- No insistas en lo mismo, no pienso decirle nada.
- ¿Qué es lo que te ha pasado? Siempre has sido una mujer fuerte y valiente. Venciste grandes obstáculos cuando Zant y Ganondorf invadieron nuestro reino, entregando, literalmente, tu propia vida, sacrificándote. Te veo ahora, y no puedo creer que ahora seas tan cobarde. – expresó la Sheikah, decepcionada.
- ¡Tú no entiendes nada! No es justo que me juzgues tan duramente sin estar en mi situación. – reclamó la princesa, adolorida y resentida.
- ¡Basta, Zelda! No te estoy juzgando, te estoy apoyando para que te deshagas de este enorme peso sobre tus hombros, el cual se ha vuelto doloroso, implacable, y te está consumiendo cada segundo; y para eso, debes hablar con Link. Él tiene derecho a saber que Noah es su hijo... hijo de los dos.
Simplemente se sintió impactado con lo que acababa de escuchar, pensando que sus oídos le habían hecho una mala pasada. Aquel niño que tanto cuidaba la princesa, a quien protegía como una fiera de las maldades de todo el que quisiera perjudicarlo, era el hijo de su mejor amigo. Ravio estaba incrédulo, no daba cabida de lo que se había enterado.
Fue tanto que lo incapacitó aquella noticia, que el joven no se percató que una de las ramas a las que estaba arrimado se rompió, causando un gran ruido en el ambiente. Zelda, asustada, se puso de pie para buscar el origen del perturbador sonido, aterrándose al descubrir que alguien había escuchado su más escondido secreto, viendo que se trataba del soldado.
- ¡Ravio! ¿Qué... qué haces aquí? - pregunto la princesa, rogando a las Diosas que el joven no hubiera escuchado nada.
Sabiendo que de nada le serviría mentir, Ravio decidió responder a su pregunta.
- Lo lamento... pero he escuchado todo lo que le estaba diciendo a Lady Impa. Ese niño... ese niño... es hijo de Link.
La princesa empalideció al escuchar lo que salía de los labios del joven, sintió que moriría. Impa estaba de la misma manera, sin saber qué decir.
Ravio, poco a poco, se fue acercando a Zelda, hasta que estuvo lo suficientemente cerca para verle el rostro al bebé, lo que sin duda alguna lo estremeció por completo. Sus ojos casi se salen de las órbitas al darse cuenta que Noah era el vivo retrato de Link, demostrando sin duda alguna que se trataba de su hijo. Las pocas veces que lo vio había sido de lejos.
Después de ver al pequeño y convencerse del todo, Ravio se fue corriendo del jardín, causando que la princesa trate de detenerlo e impida que cometa lo que tanto temía.
- ¡Ravio, espera no te vayas!
Sus palabras no detuvieron al soldado, lo que causó que Zelda se adentre a la desesperación.
- ¡Impa, detenlo, por favor! ¡Va a contarle todo a Link! – pidió, angustiada
Impa ni siquiera se molestó en moverse, mostrándose indiferente a la petición de su protegida.
- No pienso hacer nada, Zelda. Sea como sea, agradezco a las Diosas que las cosas se hayan dado de esta manera. Es mejor que la verdad salga a la luz de una buena vez.
Zelda, derramando lágrimas y sin decir nada más, se fue del jardín con su hijo. Varios sentimientos dolorosos y negativos la invadían. La vergüenza por no saber cómo iba a enfrentar las consecuencias de su propia mentira, el terror de imaginar lo que su amado sería capaz una vez que se enterara del secreto que le había ocultado por tanto tiempo, pero sobre todo, temía que todo lo sucedido atente contra la vida de él y de su bebé, perdiéndolos para siempre.
...
El ocaso ya estaba llegando a su fin, hora en la que Link se encontraba regresando a Villa Kakariko, luego de haber espiado a su amada desde la lejanía, mientras esta llenaba de cariño al bebé que tenía en sus brazos. Aquella imagen lo enternecía, sacando lo mejor que guardaba de su alma, mas el dolor de saber que la mujer que amaba nunca volvería a su lado, lo desgarraba desde lo más profundo, demostrando que las llagas de su corazón nunca iban a ser sanadas, y que por siempre viviría penando bajo el recuerdo de los hermosos momentos que vivieron juntos, sobre todos en las apasionadas noches en las que se entregaban al placer y desenfreno, hasta que se quedaban dormidos, abrazados el uno al otro, deseando que el amanecer desaparezca por completo.
El joven, sin haberse dado cuenta, no se había dirigido a su casa, sino que lo había hecho a la orilla de la fuente de Eldin, sitio en el que alguna vez conversó con el espíritu que resguardaba las tierras de su mismo nombre, lo que hizo que recuerde sus aventuras. ¿Cuánto había cambiado su vida desde el inicio de todo? Pasó de ser un simple muchacho de pueblo, a un reconocido héroe por todos, para luego ser beneficiado con un título nobiliario debido a sus hazañas, e instruir por medio de sus habilidades a los soldados del palacio como el capitán de los mismos... sin imaginarse que al final de camino estaba ella, su soberana, con quien nunca imaginó conocería el ferviente y fuerte sentimiento del amor, perdiendo la cabeza por ella, desesperándose, hasta que finalmente ella lo alejó y le rompió el corazón.
- Zelda...
Ya había perdido la cuenta de cuentas veces había mencionado ese nombre, el que siempre le devolvía la vida, pero al mismo tiempo se la quitaba. No comprendía cómo una mujer pudo haberse adentrado tanto a su corazón, hasta el punto de arrebatárselo y rompérselo en mil pedazos. Pero a pesar de todo eso, la amaba, y se odiaba a sí mismo por hacerlo, mas no podía luchar por aquel fuerte y trascendental sentir, el cual sabía venía desde el inicio de los tiempos.
Siguió meditando, recordando todo lo relacionado a su princesa, en especial sobre el bebé que ella cuidaba, quien sólo le causaba el nacimiento de un hermoso y desconocido sentimiento, indescriptible e inentendible... hasta que escuchó a la lejanía que alguien lo estaba llamando, mostrándose ansioso en sus acciones.
- ¡Link!
Descubrió que se trataba de su amigo Ravio, quien se veía alterado y no parecía traerle buenas noticias. ¿Había pasado algo malo en el palacio?
- Ravio, ¿qué sucede? Se te ve muy alterado.
El joven se bajó del caballo con cara de consternación, pero estaba decidido a confesarle a Link lo que había descubierto. Su amigo tenía derecho a saberlo.
- Link... vengo a decirte algo muy importante... algo que debes saber cuanto antes.
- ¿Qué pasa? ¿Pasó algo en palacio? ¿Zelda está bien?... ¿Y Noah? – preguntó, angustiado.
Ravio se quedó unos segundos callado, pues estaba pensando cómo decirle a su amigo la noticia de la que se había enterado. Ante esa paralizada reacción, Link empezó a desesperarse, por lo que lo jaloneó con fuerza para que le responda, mientras sentía que los nervios lo torturaban.
- ¡Habla, maldita sea! ¿Le pasó algo a Zelda y al bebé? – cuestionó, alterado.
Sintiendo que su pecho estaba a punto de explotar, soltó la noticia sin anestesia alguna, liberando por fin el terrible peso que lo incomodaba.
- Noah... es tu hijo.
El retirado capitán creyó que sus oídos lo estaban engañando... otro delirio causado por el dolor que su corazón experimentaba diariamente por la lejanía con su amada. Sin embargo, en los ojos de su amigo no veía mentira alguna, mas ante eso le costaba creerle.
- ¿Qué has dicho? – preguntó, completamente impactado.
- Lo que escuchaste, Noah es tu hijo... hijo de Zelda y tuyo.
- ¡Ya basta! ¡Deja de mentir, Ravio! – reclamó, sintiendo que en cualquier momento iba a desvanecerse, mientras apretaba con fuerza el cuello de la camisa del soldado.
Ravio empujó las manos de su amigo con violencia, enfurecido de ver la reacción de este y que no le creyera.
- ¡Lo que te digo es cierto! Hace unas horas escuché como Impa y ella hablaban de ese tema, donde la princesa dijo que no podía mencionarle a nadie que Noah era su hijo, sobre todo tuyo. Desconozco los verdaderos motivos, pero imagino que estos se deben por la prohibida relación que tuvieron, mucho más si ella no está casada. El bebé que ella tanto ha cuidado es tuyo, Link... te juro por las Diosas que te estoy diciendo la verdad.
Sin poder soportarlo más, Link cayó de rodillas al suelo, quedándose en silencio por varios segundos debido a la noticia que había recibido. Sus ojos empezaron a humedecerse, hasta que las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas. Le costaba creer que su amada princesa, la mujer por la que estaba dispuesto a dar su vida entera, no sólo lo había rechazado de la manera más cruel y despiadada, sino que le hubiera ocultado un hecho tan importante, tener un hijo en común. ¿Qué mal le había hecho para merecer semejante trato? Sólo la amó intensamente, poniéndola por sobre todas las cosas, incluso por encima de él mismo.
- Noah...
Sin perder ni un minuto más, el joven se recuperó de su impacto y se dirigió a buscar a Epona, dispuesto a recuperar lo que por derecho le pertenecía.
- ¡Espera, Link! ¡No seas impulsivo!
El joven no escuchó al llamado de su amigo, simplemente se subió a su yegua y se encaminó en dirección al palacio de Hyrule. La rabia y el resentimiento lo invadían, y aquello estaba dedicado directamente para la princesa, quien lo había destrozado por completo desde el fondo de su alma, sobre todo con haberle ocultado que tenía un hijo suyo.
...
El retirado capitán había llegado a su destino a avanzadas horas de la noche, mientras su corazón latía acelerado y la ansiedad lo dominaba. Sacó de la alforja su zarpa y la direccionó a donde estaba el balcón de los aposentos de la princesa, sitio en el que seguramente se encontraba su hijo, durmiendo con su madre. A medida que escalaba las paredes, empezó a recordar las múltiples veces que hizo lo mismo, desesperado por llegar a los brazos de su dama para hacerla suya, estremecerla con sus besos y sus caricias, volverla loca con cada parte de su cuerpo que devoraba con frenesí. No iba a negar que su amor por ella era inmenso, pero perderse entre el néctar de sus apetecibles labios, encantadores pechos y exquisitas piernas, lo hacían perder el completo raciocinio... ya se había convertido en una necesidad fundirse con ella en el íntimo acto, donde juntos llegaban a más estremecedor de los éxtasis.
Una vez que llegó al balcón, lo abrió con suma facilidad, como las muchas veces que lo hizo cuando le urgía reunirse con su amada, quien lo esperaba en su cama completamente desnuda y dispuesta a complacerlo en lo que le pidiera, seduciéndolo como a él le encantaba, teniéndolo en sus manos.
Entró a la habitación, viendo que la oscuridad invadía el sitio, estando sólo una vela iluminándolo todo. Ahí estaba su amada, dormida plácidamente mientras abrazaba a su bebé, demostrando que debido al cansancio se había olvidado de ponerlo en su cuna, mas Noah no estaba inseguro, pues una almohada protegía los bordes del lecho para evitar que se caiga. Link la vio hermosa, mucho más que antes, luciendo aquellas prendas que tanto lo encendían, y las que no se demoraba ni un segundo en retirar, y en algunas ocasiones destrozar por el hambre de poseerla, de hacerla su mujer. Se veía atractiva, mas aquello se entremezclaba con la ternura, pues demostraba la imagen de una dulce madre que amaba a su hijo, rodeándolo con sus brazos como el más valioso de sus tesoros.
El joven se quedó admirando aquella imagen, embelesado hasta los huesos, pero en un segundo disipó aquel sentir, reemplazándolo por el dolor y la amargura, pues aquella mujer le había mentido, le había escondido una parte muy importante de su vida, un retazo de su corazón, agrandando de esa manera las terribles llagas de su alma.
Unos segundos más la estuvo observando, hasta que vio que el bebé empezó a mostrar signos de inquietud, provocando que de su diminuta boca salgan ligeros quejidos. No queriendo que su pequeño llore, Link se acercó y lo cargó, para luego dirigirse a un mueble que se encontraba cerca para sentarse y tratar de calmarlo. En ese momento, mientras acariciaba la frente de su bebé, quien parecía tranquilizarse con los tratos, el joven empezó a derramar lágrimas, sintiendo que su corazón iba a explotar de la dicha de tener una diminuta parte de sí mismo entre sus brazos. Lo amaba, de eso no tenía ninguna duda, descubriendo por primera vez lo maravilloso y puro que era el amor paternal, aquel sentir que jamás se imaginó experimentar, pero que lo llenaba por completo. En medio de su tormento, era feliz de ser invadido por ese sentimiento.
Link se quedó embelesado con su hijo, tocándole el rostro con delicadeza para que calme su llanto, motivo por el que no se dio cuenta que la princesa estaba empezando a despertarse.
A medida que iba abriendo los ojos, lo primero que hizo Zelda fue querer acercar más a su bebé, mas al sentir que este no se encontraba a su lado, provocó que su corazón se paralice mientras el terror se apoderaba de ella.
- ¡Noah! – grito, completamente exaltada.
Al levantarse por completo de su cama, sus ojos se sobresaltaron con la imagen que estaba en la esquina de la habitación, específicamente en uno de los muebles. Ahí se encontraba su amado, quien mecía con delicadeza a su bebé entre sus brazos, quien segundos después se dio la vuelta para encontrarse con la mirada de ella.
- Link...
A diferencia de otras veces, esta vez el joven no la estaba observando con tristeza y ruego, pues aquello había sido reemplazado por la rabia, nefastos sentimientos que el guerrero demostraba por haber sido vilmente engañado. Sin cambiar su endurecido semblante, se puso de pie con su niño en brazos, y se acercó hasta donde se encontraba la princesa, dispuesto a no guardar ni un minuto más todo lo que deseaba manifestarle.
- Esto es algo que nunca te voy a perdonar...
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