La verdadera cara
A pesar de lo fugaz y pequeña que fue la ceremonia, Link y Zelda sentían la felicidad gobernándolos, pues las emociones que vivieron y los detalles que se empeñaron para que esta pudiera realizarse, fueron hermosos y significativos, y por siempre quedarían grabados en sus corazones. La pareja se encontraba de regreso en la casa preparándose para ir al palacio, decididos a confesarle al Consejo que se habían casado legal y espiritualmente, y por supuesto, llevando a Noah en brazos para presentarlo como su hijo; esta vez nada iba a quedar oculto, y mucho menos iba a separarlos.
Mientras el guerrero terminaba de alistarse, veía a su amada de espaldas a él peinándose, mientras su cuerpo temblaba ligeramente. No le sorprendió verla en ese estado, pues a pesar que ambos tenían el valor de enfrentar lo que sea con tal de defender su relación y a su familia, el miedo por lo que se avecinaba estaba presente; lo que iban a pasar era muy fuerte. Decidido a calmarla, se acercó a ella y la abrazó.
- Tranquila. Yo también tengo miedo, pero mientras los tenga a Noah y a ti puedo enfrentar cualquier cosa. – dijo Link, tratando de calmarla.
- Yo igual...
El joven héroe escuchó que su princesa comenzó a sollozar, mientras algunas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Fue en ese momento que se preocupó y varios pensamientos negativos pasaron por su mente, sus peores miedos. Alarmado, hizo que se volteara para verla a los ojos.
- ¿Qué pasa, Zelda? No me digas que... estás arrepentida de todo esto. – preguntó preocupado.
- No, mi amor... jamás me arrepentiría, estoy muy feliz. – respondió ella, tratando de sonreír.
- ¿Entonces por qué lloras? Sé que estás nerviosa, pero...
- Quiero que regresemos al castillo cuanto antes. Tengo un mal presentimiento. – dijo, asustada.
- ¿Ah?
- Quiero ver a Noah... estoy preocupada por él. Siento que me necesita...
- Mi amor, él está bien con Impa.
- ¡Ya vamos, por favor!
- Tranquila... ya en este momento nos vamos. Te aseguro que nuestro bebé está bien. – expresó, tratando de calmarla.
- ¡No estaré tranquila hasta verlo! ¡Vamos! – exclamó alterada.
Ambos salieron rápidamente de la casa. La ansiedad de la dama terminó por contagiar al guerrero, quien también comenzó a presentir lo peor y deseaba ir a ver a su hijo. Sólo rogaban a las Diosas que ninguno de sus miedos se vuelva realidad.
...
Noah se encontraba entregado al sueño, con su dedo en la boca y derrochando dulzura. Sin embargo, por momentos se inquietaba debido a que percibía el ambiente turbio, sobre todo porque alguien estaba tocando su pequeña mano. Abel se encontraba contemplando la pulsera que esta tenía, mostrando furia e indignación debido a lo ciego que había sido durante todos esos meses, por haberse dejado ver la cara de imbécil por la peor de sus enemigas. Si antes la odiaba, lo que sentía por ella sobrepasaba esos límites, y ahora había trascendido al mocoso que se encontraba frente a él. El horroroso fruto de su pecado.
- Ahora entiendo la obsesión de esta perra por no querer alejarse de ti, por no enviarte a un orfanato. Eres su hijo... su bastardo. – dijo indignado.
Enfurecido, tomó al niño en brazos bruscamente, provocando que se despierte alterado. Al ver que un ser malvado lo miraba feo y sentir dolor en su cuerpo por el agarre, el pequeño comenzó a llorar a gritos, aterrado por la horrible sensación que estaba sintiendo. El ministro lo miraba con furia, con verdadero odio, tanto que deseaba acabarlo en ese mismo momento con sus propias manos. No le importaba que se tratara de una criatura inocente. Poco faltaba para que siga con sus malditas intenciones, pero en ese instante fue detenido por una amenaza.
- ¿¡Pero qué...? ¡Suéltalo, maldito! ¡SUÉLTALO!
Impa llegó en ese momento y se espantó de ver al bebé llorar aterrorizado. Inmediatamente se acercó al nefasto hombre a quitárselo, para después empujarlo con fuerza por medio de una patada. Abel la miró enfurecido por su atrevimiento.
- ¿¡Cómo te atreves a semejante atrevimiento, estúpida!? – reclamó, enfurecido.
- ¿Y tú como osas a poner tus asquerosas manos en el niño? ¿Qué le estabas haciendo, infeliz? – cuestionó la Sheikah, irascible y asustada.
- Nada... sólo estaba llorando y quise tranquilizarlo. – respondió, bajando la guardia.
- ¡Eso no es cierto, ahora largo de aquí! Estos son los aposentos de la princesa y tienes terminantemente prohibida la entrada. Nunca más vuelvas a acercarte a este bebé, ¿entiendes? ¡Nunca!
El hombre sin mostrar ningún ápice de molestia se retiró, pero no sin antes dedicarle unas palabras a la sheikah.
- ¿Nunca? Ya veremos...
La mujer se quedó petrificada ante la manera en la que el hombre le respondió, pero de inmediato dejó eso de lado para consolar a Noah, quien se aferraba a su pecho buscando protección. Impa comenzó a abrazarlo y a mecerlo para que se calme, para después darle el biberón, cosa que lo calmó y aprovechó su estado para revisar que todo estuviera bien con él. Se sintió aliviada al ver que no estaba lastimado.
- Gracias a las Diosas... Tranquilo, nada malo va a pasarte. – dijo, besando la frente del bebé.
No se atrevía a mencionarlo, pero la Sheikah temía que Abel hubiera descubierto toda la verdad, pues después de haber presenciado la posible agresión que iba a tener con Noah, ahora si no imaginaba de qué podía ser capaz.
- Zelda, ya ven, por favor.
Una vez que el bebé se calmó, Impa salió de la habitación con él para ir en búsqueda de Ravio. En ese momento, él era el único que podía ayudarla y a quien podía confiarle todo lo sucedido, pues conocía el cariño y admiración que tenía por Link. Como supuso, lo encontró saliendo del campo de entrenamiento, y fue ahí que desde la distancia lo llamó para que vaya a su encuentro. El soldado le extrañó que Impa haya ido a buscarlo, mucho más con Noah en brazos. Algo le indicaba que las cosas no estaban del todo bien.
- Buenos días, Impa. ¿Sucede algo? La noto preocupada. – preguntó el soldado.
- Ravio... necesito que vayas a buscar a Link y a Zelda. – pidió la mujer, nerviosa.
- ¿A Link y a la princesa? No entiendo...
- Mira, es largo de explicar, pero en este momento ellos están juntos en tu casa, y necesito que vayas por ellos para que vengan acá inmediatamente.
El joven quería seguir preguntando, mas con la preocupación de la Sheikah decidió dejarlo para después y proseguir
- No se preocupe, iré inmediatamente.
Ravio salió en búsqueda de los jóvenes, temiendo que la preocupación de Impa tuviera que ver con que el secreto del niño se hubiera descubierto. Si las cosas eran así, las consecuencias podrían ser nefastas.
...
El ministro cerró la puerta de su habitación pausadamente, mirando la pared con atención como si esta tuviera algo interesante. No tenía expresión alguna en su rostro, ni siquiera respiraba agitado mostrando furia, parecía un ser inanimado. Se mantuvo en esa posición unos cuantos minutos hasta que se movilizó al velador al lado de su cama. Abrió el cajón y de ahí sacó un libro con pasta color negra, algo envejecido, pero aun en buen estado. Por unos minutos lo observó con enfermiza fascinación, hasta que se puso de pie y lo llevó a su escritorio. Lo abrió en una página que ya estaba separada y cuyas letras estaban marcadas con tinta roja chorreada; comenzó a leerlas en voz baja mientras su mano estaba colocada encima.
El hombre recitaba frases sin aparente significado, pero cargadas de odio, oscuridad y la malicia. A medida que Abel las narraba su cuerpo temblaba y sudaba en exceso, sus ojos se desorbitaban hasta que poco a poco cambiaban de color a uno rojo como la sangre, mientras su piel se agrietaba pareciendo que estaba a punto de romperse. Poco a poco, la imagen del elegante ministro quedó en el olvido.
- Es momento de terminar lo que quedó a medias...
...
El relincho de Epona se escuchó en la entrada del palacio anunciando su llegada. Los soldados que custodiaban la entrada se sorprendieron de ver a la princesa llegar en compañía del ex capitán de la guardia, e incluso usando una ropa totalmente ajena a ella, tanto que por un momento no la iban a dejar pasar pensando que se trataba de una joven común, pero cuando la escucharon hablar y ordenarles que le permitan la entrada a ella y a Link, las cosas cambiaron por completo, y no tuvieron más opción que acatar su pedido.
Justo en el momento en que Ravio estaba a punto de salir del castillo, vio a Link y Zelda bajarse de la yegua. La urgencia de la princesa por ir al encuentro con su bebé era tan grande que pasó al lado del soldado sin siquiera mirarlo, hasta había dejado a su esposo atrás. El joven tuvo enseguida un terrible presentimiento.
- ¡Ravio!
El guerrero fue al encuentro con su amigo, al que se sorprendió de ver de nuevo en el palacio, aunque por la premura de la situación no había tiempo para indagar en eso, habían cosas más importantes. Los jóvenes se reunieron y de inmediato empezaron a hablar.
- ¡Link! ¿Qué haces aquí? – preguntó Ravio.
- No hay tiempo de explicar, Ravio. Mi hijo... creo que mi bebé está en peligro. – dijo Link, angustiado.
- Tranquilízate, por favor. Yo hace un rato lo vi con Impa y estaba bien.
- ¡Ni mi esposa no yo estaremos tranquilos hasta verlo! – exclamó alarmado.
Y sin darle mayor explicación, Link fue al alcance de su princesa, dejando a su amigo completamente impactado. ¿Acaso había escuchado mal lo último que le dijo? No podía creerlo.
- ¿Su esposa?
Dejó de lado su intriga y fue detrás de su amigo para ayudarlo, pues de alguna manera presentía que lo iba a necesitar.
...
Con sólo ver la puerta de sus aposentos, la princesa aceleró el paso para llegar; sino veía a su hijo sano y salvo su corazón iba a estallar, sin embargo, cuando tocó la manija de la puerta se lentificó, sintiendo como el pánico se apoderaba de su pecho. No comprendía el motivo de ese repentino cambio.
La joven abrió lentamente la puerta y de la misma manera la cerró, encontrándose con su cuarto a oscuras; más que disgustarle esa imagen, le espantó el ambiente turbio que la rodeaba, provocándole una sensación que estaba segura había vivido antes, pero no recordaba dónde. Hastiada de tanta oscuridad, se dirigió a encender la lámpara más cercana que tenía, y fue ahí que se encontró con lo peor que pudo haberse imaginado.
Abel se encontraba sentado en uno de los muebles y contemplando a Noah en su cuna, quien dormía plácidamente, pero parte de asustarle eso, vio a Impa desmayada en el suelo. Sintió que desfallecía con lo que estaba observado.
- ¡Impa! – gritó, asustada.
- Shhh... Silencio, princesa. ¿No ve que este hermoso bebé duerme? – dijo Abel, fingiendo amabilidad.
- ¿Qué... Qué es lo que le hiciste a Impa? – preguntó enfurecida.
- Sólo está descansando. Se puso un poco agitada cuando vio que me acerqué al niño, pero pude calmarla.
Zelda estaba espantada, sin saber qué decir o cómo actuar. Inmediatamente se disponía a abrir la puerta para llamar a los guardias y que encarcelen a Abel por sus perturbadas acciones, pero se llevó la sorpresa de encontrarla cerrada, sin ninguna llave. Se dio la vuelta sin entender nada, y sin pensarlo se dirigió a la cuna de su bebé para tomarlo en sus brazos, para protegerlo del despreciable hombre que no dejaba de observarlo, sin embargo, este se levantó y la tomó del cabello, para después abofetearla con todas sus fuerzas. La princesa cayó al suelo por la brutalidad del impacto, mientras un hilo de sangre resbalaba por sus labios.
- ¡Maldita ramera! ¿Qué? ¿Pensaste que no me iba a dar cuenta? – reclamó, furioso.
- ¿¡Cómo te atreves!?
Irascible hasta la médula por el trato recibido, la princesa se puso de pie y preparó un orbe de energía para lanzárselo directo a Abel, sin importarle el daño que pudiera causarle o peor, sin embargo, se aterró al sentir como su cuerpo se había quedado paralizado, mientras el hombre la miraba de una manera mordaz y sonriendo con una malicia que nunca antes lo había visto... o al menos eso creía.
- Tranquila, su alteza, ¿no ve que su hijo puede asustarse con su alteración?
- ¿Qué...?
Abel dio unos pasos adelante y tomó el rostro de la princesa bruscamente, mientras la miraba con extremo odio. Por su parte, Zelda luchaba para mostrarse altiva, pero en el fondo se sentía aterrorizaba, sobre todo porque no podía tomar a su hijo, el que aún estaba ajeno a todo lo que sucedía.
- Qué sorpresa, ¿no? Tú, la respetable regente de la sagrada tierra de las Diosas, cual perra en celo revolcándose con el ex capitán de la guardia, con el "gran" héroe de todos, dando como consecuencia el fruto de tu pecado, ese maldito mocoso. – habló el hombre en susurros.
- ¡Cállate! ¡No te permito que hables así de Noah! Es cierto, él es mi hijo, y fuiste tan estúpido que te diste cuenta después de mucho tiempo. No eres tan listo como pensaba. – expresó, soltando una carcajada.
- Ahora entiendo esa enfermiza devoción que sientes por ese bastardo. De haber sabido que el motivo de tu "enfermedad" se trataba de ocultar tu vergüenza, te hubiera hecho abortar con mis propias manos, hasta verte muerta... pero aún estoy a tiempo.
- Sobre mi cadáver te acercas a mi hijo, maldito infeliz. Nunca más volverás a chantajearme ni a burlarte de mí, sobre todo ahora que tengo a Link a mi lado... sobre todo ahora que soy su esposa. – dijo, soltando una carcajada.
El hombre quedó enmudecido ante las palabras de la joven, mientras corroboró lo que dijo al ver el anillo colocado en su dedo. A pesar del miedo, Zelda sólo lo miraba irónica, burlándose al saber que sus bajezas no pudieron impedir que ella se una a su hombre amado, que su amor termine por romper las barreras de su maldad. Una vez más, fue abofeteada por su enemigo. En ese momento, a la mente de ella vino una pregunta que hace tiempo no se planteaba, y de la que hasta ahora no había encontrado respuesta. ¿Por qué el ministro la odiaba tanto? Lo conocía desde niña y siempre sintió hacia él un rechazo inexplicable, el cual se había acrecentado después de todo lo que la hizo sufrir. Poco después de haberse recuperado de la agresión, volvió a mirarlo de frente, encontrándose que su físico se estaba transformando, que su mirada se volvía rojiza como la sangre y que su piel se agrietaba. Frente a ella se estaba formando un monstruo peor que el que había visto siempre.
- ¡ZELDA!
Link y Ravio tumbaron la puerta de la habitación, encontrando a Zelda en el suelo y sin poder moverse, y a Impa inconsciente. El guerrero se espantó de ver a su esposa en ese estado, y sobre todo a su hijo despertándose en llanto por el ruido. Sin perder ni un sólo minuto se acercó a ellos, pero Abel, al igual que con la princesa, lo inmovilizó, haciendo lo mismo con el soldado de cabello purpura.
- Me alegra que hayan asistido a esta amena reunión, donde toda la familia y los amigos están reunidos. ¿No es maravilloso? – dijo, fingiendo cortesía.
Por más que Link intentó moverse, le fue imposible, se sentía impotente y no entendía lo que estaba pasando. Sin embargo, observó la mirada de Zelda totalmente perturbada, y en poco tiempo entendió el por qué. El hombre que estaba frente a ellos era muy diferente al que conocían... parecía un ser de otro planeta.
- Por las Diosas. – expresó Ravio, impactado.
- ¿Quién diablos eres...? – cuestionó el héroe, enfurecido.
- Eso... el mismo diablo. – respondió Abel.
Y después de esas palabras, una humareda negra cubrió por completo el cuerpo de Abel, llevándolo hasta la cúspide de su transformación. Frente a los jóvenes se presentó un ser abominable, con la piel blanquecina y la mirada teñida de sangre. Había aumentado un poco en tamaño, por lo que la ropa con la que vestía se había destrozado. Su cabello le llegaba hasta los codos y sonreía tan macabramente que parecía que los labios se le salían de las mejillas. Toda su imagen era terrorífica. Zelda sintió nauseas al verlo, mientras los jóvenes lo observaban espantados.
- Tú...
- ¿Sorprendida, princesa? Hace tiempo que no nos encontramos de esta manera, ¿no?
Ante la pregunta del villano, Zelda volvió a silenciarse, mientras Link y Ravio la miraban sorprendidos, esperando a que ella dijera algo. Con sólo ver el rostro de terror de su amada, Link se sintió impotente y deseoso de liberarla de ese trance tan espantoso, sin imaginarse que algo ocultaba esa miraba de pánico que expresaba, algo que hasta hace poco se encontraba latente.
Por otra parte, Impa comenzó a abrir los ojos lentamente, para después sentarse e intentar ponerse de pie, sin embargo, no pudo hacerlo debido a que también fue inmovilizada, y fue ahí que se encontró con un nuevo ser que nunca había visto, pero que se le hacía conocido.
- ¿Abel?
- Vaya, hasta que despertaste de tu dulce sueño, Impa. Bueno, ahora que el grupo está completo, ha llegado el momento de contarles sobre mí.
El hombre se sentó cómodamente en una de los muebles de la princesa, sin dejarse inmutar por el llanto del bebé, el cual se había convertido en un verdadero infierno para Link y Zelda, pues lo que le pasara a ellos nada les importaba, pero con su hijo sí.
- Termina con esto de una buena vez, maldito. ¿Qué es lo que quieres de nosotros? ¿Por qué tanto odio hacia mí? ¡HABLA! – vociferó la princesa.
- ¿Odio? Esa palabra es muy corta para lo que en verdad siento, aunque contigo no fue el comienzo.
- ¿Ah?
- Todo comenzó cuando tu padre y yo éramos niños. Desde la cuna siempre tuvo lo mejor, mientras que yo me tenía que conformar por tener las migajas de lo que le sobraban por ser el hijo del ministro. – narró Abel.
- Eso es mentira... el abuelo de Zelda apreciaba mucho a tu padre, y es por eso que nunca hizo diferencias entre ustedes, tanto tu como el rey, que en ese tiempo era el príncipe, recibían todo por igual. Ahora corroboro que tú nunca fuiste su verdadero amigo. – dijo Impa.
- A pesar que era el príncipe, yo no podía ser amigo de alguien tan inferior. Yo fui más inteligente y preparado, mientras que él siempre fue la prioridad. ¡Todo era para él! Las atenciones, la admiración, los reconocimientos...
- Y hasta la mujer que te gustaba...
El villano enfureció al escuchar las palabras de Impa, motivo por el que con un movimiento de su mano, y sin siquiera tocarla, empezó a asfixiarla. Todos se alarmaron ante lo que él estaba haciendo, pero se sorprendieron al ver que Impa logró zafarse de ese agarre gracias a sus habilidades de las sombras, poderes que sólo reservaba para momentos como ese. Nunca creyó que los volvería a utilizar.
- Lo que digo es cierto y lo sabes... tanto tú como el rey pretendían a la misma mujer, y ella sólo escogió a quien más le convenía, a quien amaba de verdad. – continuó la Sheikah, recuperando el aliento.
- Ella sólo lo tomó en cuenta por su título y posesiones... como toda ramera interesada.
- ¡Cállate, no hables así de mi madre! – reclamó Zelda.
- Es la verdad, princesa, ahora ves a quien saliste. Conoció a tu padre y no dudó en casarse con él. No voy a negar que era hermosa, sí... pero sólo para pasar el rato.
- Miserable...
- Tiempo después se casaron, y a los pocos años naciste tú. Y fue ahí que ambos fueron coronados como reyes.
El hombre detuvo su relato por unos segundos, mientras su semblante se endurecía más de lo que ya estaba. Zelda no podía dejar de observarlo cada vez más aterrorizada, pues su mente y corazón no dejaban de decirle que la sensación que sentía no era desconocida, sino que la había vivido antes. Abel notó el terror emanado de la joven, y esta vez se dirigió directamente a ella.
- Tu padre siempre fue tan imbécil, y cuando fue coronado mucho más. Su estúpida ideología de servir a su pueblo, en vez de él servirse del mismo, me parecía tan patética y estúpida. El verdadero poder radica en tener a tus pies todo lo que se te antoje, sin importar por sobre quién tengas que pasar para conseguirlo, y no a ayudar y a cumplir con los caprichos de un pueblucho de muertos de hambre.
- ¡Te equivocas! Mi padre fue un verdadero líder y lo demostró con creces al velar por el bienestar de su pueblo. Es por eso que siempre fue respetado y admirado; en cambio a ti te rechazan, por más que quieras tapar tus bajezas con supuestas buenas intenciones. Nadie cree en ti y es por eso que me buscan. – dijo la dama, mostrando altivez.
- Estúpida. Eres idéntica a tu padre, ¿ahora entiendes por qué tanto odio?
- Envidioso. Ni naciendo ni reencarnando mil veces serás igual a él. No eres nadie.
- ¿Por qué no haces silencio, princesa? ¿Acaso has olvidado que... calladita te ves más bonita?
Escuchar esa última frase terminó por desequilibrarla, por dejarla más impactada de lo que se encontraba. Zelda sintió que su corazón se había detenido por varios segundos, hasta que comenzó a latir aceleradamente al visualizar ciertas imágenes en su mente habían permanecido dormidas, y que sin entenderlo la atormentaban...
*.*.*.*.*
La mente de la princesa se trasladó a una época bastante lejana de su vida, sus diez años. En aquel tiempo sólo existía felicidad para ella, pues sus padres, a pesar de sus múltiples ocupaciones con el reino, siempre la tenían a ella como prioridad, y nunca le faltó ni amor ni atenciones de parte de ellos. En ese sentido la pequeña no tenía nada que envidiarle a otros niños de su edad. Mamá y papá eran el centro de su vida, junto con Impa.
Comenzó a recordar ese verano en el que se encontraban de viaje, y en ese trayecto terminaron por llegar a la cabaña que su padre tenía en Farone; siempre había amado ir a ese lugar, deleitarse con la frescura de la brisa, a pesar del calor que hacía, y del olor de las hojas perfumar el ambiente.
Una de esas mañanas de su estadía en el bosque, Zelda se estaba dirigiendo al estudio del rey, sitio en donde sabía lo iba a encontrar como todos los días. Habían quedado que juntos irían a mojarse los pies al manantial, cosa que a ella desde siempre le había encantado y era infaltable cada vez que visitaban el Bosque de Farone. La pequeña llegó hasta la puerta de la habitación, y con una sonrisa en los labios se disponía a abrirla, pero de repente se detuvo al escuchar una discusión.
La niña reconoció las voces de su padre y Abel, y ambos se encontraban discutiendo. Al parecer el rey se había dado cuenta de ciertas cosas que el ministro había hecho y que no le agradaron en nada. Se escuchó el sonido de unos papeles caer encima del escritorio, y fue ahí que el monarca tomó la palabra.
- Estos rumores me habían llegado desde hace tiempo... pero por la amistad de nuestros difuntos padres y la nuestra, me costaba creerlo. – dijo el monarca, serio y dolido,
- No comprendo de qué hablas. – respondió Abel.
- ¿Ah no? Falsificaste mi firma para robar los fondos del palacio, los que estaban destinados para las obras sociales de la ciudadela. ¡Todo este tiempo tuve encima al consejo con sus indirectas de que yo era un ladrón, cuando todo este tiempo fuiste tú! – reclamó, enfurecido.
El hombre empezó a reírse con los reclamos del monarca; primero comenzó con voz baja, para después incrementarla hasta los gritos. El rey de ninguna manera bajó la guardia ante esa reacción, pero si sintió miedo, pues nunca lo había visto de esa manera. Le daba escalofríos.
- ¿Y se puede saber cuál es el motivo de la risa, imbécil? ¡Cállate! – ordenó, enfurecido.
- El único que siempre ha sido un imbécil eres tú, Daphnes. Tan blandengue y bonachón para gobernar, teniendo un pueblo a tus pies para que te sirva y eras tú el que lo complacía. Patético. Tanto poder y desperdiciándose en tus manos. – dijo el ministro.
- El como yo gobierne el reino es problema mío. ¿Tanto te duele?
- Siempre tuviste lo mejor sin merecerlo, a pesar que nuestros padres siempre se jactaron de decir que lo recibíamos por partes iguales, a pesar que éramos grandes "amigos". Has tenido tanta suerte sin merecerla, incluso te dejaron casarte con la mujer que a mí me gustaba. – expresó Abel, irascible.
- Ambos cortejamos a Celine limpiamente, que ella me haya elegido no es culpa mía. Así son las cosas... ¡pero de todas maneras ese no es el asunto! ¡Has faltado a este reino y debes pagarlo!
- ¿Y qué piensas hacer al respecto? ¿Acaso pretendes encarcelarme o ejecutarme? ¡Nada de lo que hagas va a impedir que cumpla con mis objetivos!
- ¡Maldito traidor! ¿Cómo pudiste cometer semejante afrenta? Te abrí las puertas de mi hogar, te involucré en mi familia. ¿Cómo es posible que nos pagues de esta manera? ¡Vete de aquí! ¡Fuera de mi casa!
- Tú a mí no me das órdenes...
Y en ese momento, el cuerpo del rey se paralizó mientras observó cómo su enemigo lo miraba muerto de la risa. Ahora si comenzó a sentir terror.
- Mi querido Daphnes, siempre has estado en el lugar equivocado. Ha llegado el momento que vayas donde te corresponde. Al mismísimo infierno.
El cuello del rey crujió fuertemente, escuchándose por toda la sala. Su inerte cuerpo yacía en el suelo mientras un hilo de sangre se le reflejaba en la boca, y Abel observaba esa imagen con completa satisfacción. Su mayor estorbo había sido sacado del camino, y ahora sólo le quedaban dos más.
- ¿Mi amor, qué fue ese rui...? ¡Daphnes!
La reina entró en el estudio de su esposo utilizando la puerta del jardín, y sintió que su alma de iba al piso al encontrar a su esposo tirado en el suelo, muerto. Inmediatamente corrió a su auxilio, pero Abel la paralizó con sus poderes y la hizo levitar para ponerla frente a él. La mujer lo miraba aterrorizada, pero al mismo tiempo con rabia.
- ¿Qué haces...? ¿Qué le has hecho a mi esposo? – preguntó espantada.
- Simplemente pasó a mejor vida, y en este momento lo vas a acompañar.
- No... no... suéltame.
- ¡Mamá!
Zelda observó todo lo que había sucedido sin que ni Abel ni el rey se dieran cuenta, y al ver a su madre en el mismo estado no pudo callar más, aunque su pequeña y asustada mente no comprendía nada. La reina observó a su niña con inmenso miedo, y entre lágrimas miró suplicante al ministro para que no la lastimara, que no permitiera que viera esa imagen tan terrorífica.
- No... no, a Zelda no...
- ¿A Zelda no? Ella es la última pieza que me falta, pues antes vas tú. Lástima que no te decidiste por mí, mi preciosa Celine... maldita zorra.
La soberana cayó al suelo de la misma manera que su marido, sin vida. Abel le había arrebatado el último de sus alientos, y la pequeña niña había presenciado todo. El villano se dio la vuelta y se movilizó hasta donde estaba Zelda, quien aterrorizada lo miraba, sin saber qué hacer o a dónde huir, pues en su mente se había pasmado la imagen de sus amados padres siendo asesinados por el abominable ser que se le estaba acercando, quien lentamente se estaba transformando en algo más asqueroso y bizarro, aumentando en tamaño.
- Calma, princesa... ¿Extrañas a tus queridos padres? No te preocupes, ellos te esperan.
La princesa estaba petrificada, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas, no sabía lo que el hombre iba a hacerle, pero presentía que iba a ser terrible. Con su mirada rojiza y rebosante en sangre, tomó el cuello de la niña con el mismo fin del de los reyes, pero sus intenciones se vieron detenidas por algo totalmente inesperado.
Una luz cegadora y cálida tumbó al asesino hacia la pared del fondo, hiriéndolo ligeramente. Abel no podía creer lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. Un poder desconocido lo alejaba sin poder entenderlo, repelía todo signo de su presencia, hasta el punto que había recuperado su forma anterior. Del espíritu de la princesa emanaba una fuerza ancestral que desde siempre había deseado, pero que al mismo tiempo le huía por ser opuesta a él. Poco después, la pequeña cayó al suelo desmayada, con algunas lágrimas aun presentes en sus ojos.
El ministro se acercó hasta donde ella estaba para cerciorarse que ya no era ningún peligro, y aunque pudo comprobar que no lo era, podía percibir aquella fuerza latiendo en su interior, y con eso se le haría imposible matarla. No tenía mucho tiempo para ocultar sus bajezas, pues Impa llegaría pronto, así que decidió mover las fichas a su entera conveniencia. Aprovechando que la niña estaba aún dormida, colocó una mano en su frente para sellar todos sus recuerdos y reemplazarlos pos unos nuevos.
- Cuando llegue Impa te acercarás a ella muy triste porque papi y mami murieron en un accidente de carroza. Una lástima, ¿no? Tú no viste ni escuchaste nada, y el escenario estará casi listo. No lo olvides, preciosa... calladita te ves más bonita. – susurró en el oído de la niña.
Y fue aquella imagen que se quedó por siempre en la mente de la princesa, o al menos hasta que su inconsciente decidió salir a flote.
*.*.*.*.*
Las lágrimas resbalaban por las mejillas de la princesa mientras tan dolorosas imágenes se pasaban por su cabeza. Toda una vida llena de engaños, pensando que sus padres habían muerto por causas aparentemente normales dentro de un accidente, pero todo había sido una falacia, una canallada creada por su peor enemigo. Link, Impa y Ravio permanecían estáticos ante tal confesión, impactados hasta la medula.
- Tú... ¿los asesinaste? – preguntó Zelda, incrédula.
- Así es. Y créeme que de no haber sido por tu esencia, por el fragmento de la Trifuerza que te protege, te hubiera fulminado y todo hubiera pasado a mis manos, el reino entero estaría bajo mi poder. Sin embargo... ¿para qué conformarme con un pueblo insignificante cuando frente a mi tengo mucho más? – dijo Abel, soltando una carcajada.
- ¿Qué quieres decir, mal nacido? – preguntó Link, enfurecido.
- ¿Crees que estos poderes los heredé por gusto, héroe de pacotilla? Las fuerzas del mal siempre han estado de mi lado, y es por eso que he logrado esta forma, la oscuridad y yo tenemos un pacto; pero para mí no es suficiente. Por el momento, me será muy fácil obtener lo que al inútil de Ganondorf le quedó grande... y que ahora ha regresado dentro de lo que más aman tu vagabunda y tú.
La mirada de Abel se dirigió a la criatura que se encontraba en la cuna, mientras Link y Zelda sentían que sus corazones se destrozaban en mil pedazos.
...
Comentarios finales:
Hola, chicos, espero se encuentren bien. Demorado, pero por fin he actualizado esta historia. Ya creo que todos conocen el motivo de mi tardanza (el trabajo, la vida personal, etc.), por lo que me disculpo como siempre, pero sea como sea tienen la garantía de que no he abandonado, mucho menos ahora que ya el clímax se encuentra en la cúspide.
La historia original, es decir, la que escribí en el 2014, constaba de 18 capítulos, pero en este remake no será el caso, porque he decidido extenderlo hasta que sean 20, pues con las ideas que tengo pensadas para el final ese espacio es más que suficiente. Este capítulo es el # 17, por lo que pueden ver, así que sólo faltan 3 para el gran final. Aun no me decido si hacer que el último sea un capítulo normal o el epílogo, pero creo que eso es lo de menos, lo que importa es que les guste :)
Bueno, como podrá haberse dado cuenta, Abel por fin sacó su verdadera cara. Desde siempre él tuvo un pacto con las fuerzas malignas. ¿Cuáles? Pues las de siempre, el mal es uno sólo y puede representarse con varias formas, una de ellas es Ganondorf, la otra Zant, y los demás villanos del juego. El ministro se entregó a esas fuerzas oscuras para continuar con su macabro plan, pues con los reyes ya lo comenzó. Ahora ha descubierto algo bastante interesante en Noah, ¿qué será? Eso lo sabrán en el siguiente capítulo.
Bueno, espero que este capítulo haya sido de su agrado, y muchas gracias a todos los que me han comentado y puesto en favoritos. Trataré de responderles a la brevedad posible a todos.
La siguiente actualización que se viene es "Pasión entre las sombras", aunque en medio de esto puede venirse algún one-shot sorpresa.
Saluditos ^^
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