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Infraganti

El manto oscuro del cielo empezaba a aclarar sus tonalidades, anunciando que en pocas horas el amanecer llegaría para cubrir los vastos terrenos de la tierra sagrada de Hyrule.

En la habitación principal del palacio, bajo la protección de las finas mantas de seda, se encontraban los amantes sumidos en un plácido sueño mientras sus cuerpos se enlazaban con los brazos del otro.

El héroe elegido abrió los ojos, sorprendiéndose por un instante al notar que se encontraba en un lugar diferente a su habitación, pero luego que su memoria despertó por completo y se vio despojado de ropa alguna, una cálida sonrisa se le dibujó en el rostro.

Giró despacio y vio a su amada profundamente dormida, poniéndole a la vista su suave y pálida espalda. El joven recordó con detalle la maravillosa noche que pasaron juntos, en donde por primera vez se entregaron al amor y la pasión que les quemaba el alma debido a los fervientes deseos que sentían el uno por el otro.

Sin poder evitarlo, acarició con sus dedos la piel de esa característica zona, deleitándose con la suavidad a medida que su cuerpo se estremecía, recordando, una vez más, que en la intensa pasada noche había tocado ese sitio y muchos más que le hicieron perder la completa razón.

Debido a los tocamientos, la princesa empezó a despertarse a medida que volteaba su cuerpo, impactando al joven al dar a notar otra de sus atractivas y encantadoras zonas; cuando se dio cuenta de ello, se cubrió con las mantas, completamente sonrojada y se sentó a buscar los labios de su adorado para besarlos con sutileza.

- Buenos días, mi amor. – dijo, luego de finalizar su afectuoso acto.

- Buenos días, princesa. – contestó, completamente hipnotizado mientras la observaba.

- ¿Cómo te sientes? – preguntó la joven, ansiosa por saber la respuesta.

- No hay palabras para describir lo que siento en mi corazón. Soy inmensamente feliz a tu lado y ahora más que nunca que consumamos nuestro amor. La noche fue increíble, disfruté de cada beso y caricia que nos dábamos... fueron sensaciones indescriptibles.

La princesa se ruborizó al oír las palabras de su amado, sintiéndose contenta de saber que el íntimo momento que habían compartido significó mucho para él.

- Para mí también fue un momento maravilloso, entregarme a ti en cuerpo y alma fue la decisión más importante que tomé en mi vida, pues no hay nada más sublime que pertenecer por completo al ser amado.

- Me alegra saber que disfrutaste tanto como yo, pero no pude evitar preocuparme al ver que sentiste dolor, por más delicado que traté de ser contigo. Lo lamento. – comentó, sintiéndose apenado.

- No te voy a negar que al inicio si fue un poco incómodo y doloroso, pero luego todo fue disipado por las intensas sensaciones que me provocaste en todo el acto.

- ¿De verdad?

- Fue... fascinante y excitante. – contestó la joven, mirándolo a su amado a los ojos intensamente mientras se acercaba a su cuerpo.

Luego de esas aclaraciones, la pareja se besó apasionadamente, provocando que ambos caigan en la cama y Link recorra con su boca el cuerpo de su amada y haciendo que vuelva a gemir debido a las caricias. Luego de un momento ambos detuvieron su agradable actividad.

- Falta poco para el amanecer, debo irme antes de que los soldados se despierten. Además no quiero que me vean bajando de tu balcón, pues no deseo que hablen mal de ti. – dijo con seriedad.

- Ahora que estoy contigo, poco me importa lo que piensen los demás.

- A mí tampoco me importa, pero de ninguna manera pienso permitir que atenten contra tu honor y prestigio. Tú eres una dama y nadie debe atreverse a dudar lo contrario. – aclaró el capitán, mientras le acariciaba el rostro.

- Tienes razón, ambos tenemos que ser cuidadosos. Gracias por preocuparte. – contestó, conmovida.

- No tienes nada que agradecer, mi deber es cuidarte siempre. ¿Quieres que venga a verte esta noche? – preguntó, mientras juntaba su frente con la de su princesa.

- Esta y las que siguen. Después de todo lo que ha pasado entre nosotros, no creo que pueda volver a dormir sola. Sé que no siempre podrá ser así, pero cada vez que haya oportunidad, ven a verme.

- Eso no tienes ni que decírmelo, siempre que pueda vendré a tus brazos. Bueno, ha llegado el momento de retirarme. Como aún falta tiempo para que amanezca, te recomiendo que descanses hasta que tengas que realizar tus labores.

- Espero podamos vernos esta noche. Hasta pronto, mi amor.

- Hasta pronto, princesa.

Los enamorados salieron al balcón y se despidieron, besándose apasionadamente mientras se abrazaban con suma vehemencia. Estuvieron en esa acción hasta que el joven, muy a su pesar, se separó de su amada y descendió rápidamente de regreso a su habitación.

No se imaginó que desde la lejanía estaba siendo observado...

...

El joven caminó sigilosamente por los pasillos, sintiéndose tranquilo de que los soldados aún seguían dormidos.

Una vez que llegó a la puerta de su habitación, tomó la manija para abrirla, pero su acción fue detenida al haber escuchado una conocida voz llamándolo.

- Link...

- Ravio... buenos días. – saludó impresionado.

- Buenos días. ¿Cómo así estás despierto tan temprano? Aún falta un poco de tiempo para el entrenamiento.

- Yo... ya no pude dormir más y fui a entrenar por mi cuenta.

- ¿En serio? Pues es extraño, pues no te noto nada agitado ni con una gota de sudor. – aclaró Ravio, con tono irónico.

El héroe se quedó en silencio ante la aclaración de su amigo, sintiendo como los nervios empezaban a invadirlo, pues no sabía qué excusa iba a poner ante eso.

- Lo que pasa es que...

- Link... te vi.

- ¿Ah?

- Te vi con la princesa en el balcón de sus aposentos.

El rostro del joven se tornó pálido al haber sido descubierto; pero de ninguna manera iba a demostrar su malestar.

- ¿Qué cosa? ¿De qué estás...?

- ¡Por favor, ya deja de mentir! ¡Te vi besándote con ella antes de bajar por las enredaderas! – exclamó Ravio, molesto.

Rápidamente, Link tapó la boca de amigo y con fuerza lo adentró a su habitación junto a él.

- ¡Cállate, Ravio!

- ¿Vas a negarlo? ¿Desde cuando eres su amante?

- ¡Ella no es mi amante! – aclaró Link, enfurecido.

- Anoche vine a buscarte para preguntarte unos asuntos del entrenamiento, pero no te encontré. Hoy, precisamente antes del amanecer, me levanto a caminar un poco debido a que no podía conciliar el sueño y fue en ese instante que te vi con la princesa en su balcón. ¿Con esa imagen pretendes que piense lo contrario?

Ravio notó la incomodidad de su amigo, causando en él una profunda preocupación ante eso.

- Somos amigos y sabes que jamás te juzgaría. Por esa razón te pido que me digas la verdad para poder entenderte. – dijo, mientras colocaba una mano en el hombro del héroe.

Luego de escuchar la petición del soldado, Link decidió sincerarse con él.

- Todo lo que viste es cierto. La princesa y yo estamos juntos desde hace unos meses. – confesó, completamente avergonzado.

Tal y como el soldado lo imaginaba. Desde hace tiempo sospechaba que entre Link y la monarca ocurría algo, pero con lo que vio hace unos momentos y la revelación de su amigo, había despejado sus dudas.

- ¿Link, te das cuenta de la situación? ¡Eres el amante de la soberana de este reino! – exclamó, alarmado.

- ¡Ella no es mi amante, es la mujer que amo!

- No confundas el amor con lo físico y el placer. ¿Cómo sabes que no te está utilizando?

- Lo nuestro no se basa sólo en lo físico. Ella y yo nos amamos intensamente y somos una pareja. Puede ser que llevemos nuestra relación en secreto, pero lo nuestro es sólido y verdadero.

- Pero, Link...

- Hablas así porque no conoces a Zelda, ella no es la mujer fría que muchos piensan. Su corazón es bondadoso y me ha demostrado que me ama profundamente; sería incapaz de utilizarme como piensas.

La vehemencia del héroe elegido al defender el amor que sentía por su amada terminó conmoviendo a Ravio, quien vio sinceridad en la mirada de su amigo y pudo ver que su relación con la princesa se basaba en algo más allá de la atracción carnal.

- Ahora que sabes toda la verdad, te pido que no digas nada. Si alguien llega a descubrir lo que tenemos se armaría un escándalo y no quiero que Zelda sea deshonrada, pues eso la haría sufrir enormemente. – pidió, demostrándose angustiado.

- Sabes perfectamente que no diré nada, mas no estoy de acuerdo que lleves una relación con ella. ¡No es correcto, es la monarca de este reino! ¡Será mejor que termines esto de una buena vez!

- ¡No puedo, ni quiero dejarla! ¡Tú no tienes idea de cómo la amo, jamás lo entenderías!

Al oír esas palabras, la furia del soldado creció de manera inmisericorde en su interior, y fue en ese momento que se acercó a Link y lo tomó de los hombros bruscamente.

- ¿Qué has dicho, imbécil? ¿Crees que yo no sé lo que es amar a una mujer prohibida apasionadamente? Porque lo he vivido es que te sugiero te separes de la princesa, sino... vas a terminar en el peor de los infiernos.

El capitán se impactó con las palabras del soldado, sobre todo se cuando vio que los ojos del mismo se habían humedecido ligeramente.

- Ravio...

- ¿Sabes por qué me fui de Lorule?

- Te lo pregunté una vez, pero al ver tu evasiva actitud al hablar del tema, decidí no volver a cuestionarte.

- Bueno, la razón por la que me fui se debe a que... fui el amante de la princesa del reino.

- ¿Qué? – preguntó, impactado.

- Como lo oyes... al igual que tú, me enamoré de mi monarca hasta el punto de perder la cabeza. Lo que sentía por ella era tan fuerte que era capaz de entregar mi vida por verla feliz.

- ¿Qué sucedió? ¿Por qué no estás con ella? – preguntó Link.

- Luego de mucho tiempo de llevar nuestra relación en secreto, el rey, su padre, nos descubrió. A ella la encerró en sus aposentos, alejándola de mi lado y aislándola completamente del mundo, y a mí me echó del palacio sin ninguna consideración. De no haber sido porque deseó evitar el escándalo, me hubiera enviado a la horca por haber puesto mis ojos sobre su hija.

- Ravio, yo...

- Ahí no acaba todo. Yo no me iba a dar por vencido, de ninguna manera iba a alejarme de la mujer que amaba, pues ella era todo lo que tenía en el mundo... pero un día me llegó una carta escrita con su puño y letra, indicándome que no me amaba, que todo lo que vivimos fue simplemente un juego y que estaba próxima a casarse con un hombre de abolengo que le daría la vida y el prestigio que ella merecía, la que yo no podría darle en lo absoluto debido a mi origen humilde. Al inicio me costó aceptarlo, traté muchas veces de entrar al palacio y exigirle que me diga en la cara que no sentía nada por mí, pero viendo que me era imposible llegar a ella y que no volvió a escribirme después de aquello, decidí irme de mi tierra con el corazón destrozado.

El relato del soldado entristeció enormemente al capitán, pues jamás se imaginó que su historia de amor hubiera llegado a su fin de la peor manera.

- Ravio, no sé qué decir. En serio, lo lamento mucho. – expresó, apenado.

- Precisamente porque yo sé lo que es amar como tú lo haces, es que te pido que me hagas caso. Zelda es una soberana y como tal debe mezclarse con los de su propia clase. Ese mundo es así de superficial, Link, la apariencia y el poder siempre estarán por sobre el amor. Además que si se llega a descubrir que te relacionas con la princesa del reino, podrían castigarte severamente. Por más héroe o capitán que seas, el Consejo no te aceptará al lado de ella.

- Soy consciente de lo que dices, mas reitero mis anteriores palabras... no puedo alejarme de ella, Ravio. Esto que siento es más fuerte que mi voluntad. – afirmó Link, haciendo respetar su decisión.

- Bueno, siendo así, haz las cosas con mucha cautela. No sería justo para ninguno de los dos que este amor prohibido los condene.

- Agradezco tanto la confianza que me has dado al haberme contado tu desdicha, sobre todo el que hayas prometido no revelar mi relación con Zelda.

- No tienes nada que agradecer, somos amigos y estamos para apoyarnos en lo que sea.

Los hombres se abrazaron fraternalmente, demostrándose que se apoyarían sin importar lo que suceda más adelante, pero Link aún seguía preocupado por el estado de ánimo del soldado al haber recordado un hecho tan doloroso.

- Ravio... ¿aún la amas?

- Para mí desdicha... sí. Sin embargo, con el tiempo he aprendido a sobrellevar la tristeza. – contestó, secándose las pocas lágrimas que salieron de sus ojos.

- Si es así, talvez las cosas no son como piensas. Si luchas...

- Desde que me fui de mi tierra no volví a saber de ella, pues me aislé de todo lo que tiene que ver con Lorule para poder olvidarla. Además ya todo es parte del pasado, pues con el tiempo que ha transcurrido ya ni se ha de acordar de mí y ha de estar muy felizmente casada.

Link ya no supo que más decir para reconfortar a su amigo, por más que deseara ayudarlo, estos eran temas que eran muy difíciles de resolver, sobre todo porque tenían que ver con las penas del corazón.

- Voy a prepararme para el entrenamiento, nos vemos en un momento. – dijo Ravio.

- Está bien... y una vez más, gracias por tu discreción.

Con esas palabras, el soldado le ofreció a su amigo una sonrisa reconfortante, luego se retiró camino a su habitación.

...

Tal y como se lo había sugerido el héroe elegido, la princesa se quedó profundamente dormida en la calidez de su cama, pues el intenso encuentro que había tenido con él la había dejado muy agotada.

Aun adormilada, le pareció escuchar el sonido de la puerta, cosa que evadió el mayor tiempo que pudo debido al desgano de levantarse o dar la orden para que pasen. Sin embargo, el sonar no cedió en lo absoluto.

- Zelda, llevo más de media hora tocando la puerta. Ábreme, por favor.

La princesa descubrió que la voz que la llamaba pertenecía a su consejera, así que muy a su pesar, se sentó en la cama para dar la orden de que pase.

- Pasa, Impa.

Aliviada al haber escuchado la voz de su pupila, la Sheikah entró a la habitación para encontrarse con ella, sorprendiéndose en sobremanera al verla con un semblante opacado.

- Buenos días, Impa. – saludó, luchando por despertarse.

- Buenos días. ¿Qué te pasa? ¿Te sientes enferma? – preguntó preocupada.

- No te preocupes, aún tengo un poco de sueño.

- ¿Qué estuviste haciendo toda la noche para que estés tan cansada?

Ante esa pregunta, la joven se sintió sumamente nerviosa. Sólo de pensar que su mentora descubriera que Link y ella pasaron la noche juntos, en su propia cama, la llenaba de profundo temor.

- Sólo me desvelé, me costó dormir en la noche. Iré a tomar un baño y bajo a desayunar con los consejeros, pues sé que el día de hoy tenemos asuntos que tratar. – contestó, nerviosa

- Está bien, Zelda. Te espero abajo.

La consejera se retiró para darle espacio a su pupila, sintiendo en el fondo de su alma que algo extraño estaba pasando con ella.

...

Una vez que la princesa se reunió con los consejeros durante el desayuno, todos notaron en ella algo poco común. Se dirigía a ellos con suma cordialidad, pero mostrándoles una cálida sonrisa. Esto fue una sorpresa para todos, en especial para el ministro Abel, quien se le hizo sumamente extraña esa actitud, pues todo rezago de frialdad y seriedad parecía haber desaparecido de su rostro.

Una vez acabada la reunión, los consejeros se retiraron a continuar con sus labores, y antes de que la princesa haga lo mismo, el ministro la interceptó en el camino.

- ¿Princesa, a qué se debe ese cambio en usted? – preguntó con tono airado.

- ¿Cambio? No entiendo a qué se refiere. – respondió, seria.

- Usted nunca sonríe y hoy estuvo de lo más risueña con todo los consejeros.

- ¿Piensa que le he faltado el respeto a los consejeros por eso?

- No pienso eso, sólo que se me hace extraño que...

- Opino que usar ese tipo de cordialidad no tiene nada de impropio. Si no tiene nada más que decirme, me retiro. Con su permiso.

- Es propio, princesa.

A medida que la joven se retiraba, Abel pudo escuchar cómo tarareaba en voz baja una peculiar canción de amor, una que entendió a la perfección a pesar que estaba en idioma hyliano antiguo. Si su inexplicable felicidad ya le había parecido fuera de sitio, esa nueva actitud adquirida lo había confundido totalmente, haciendo que el recelo y malicia crezcan en su interior.

- Voy a descubrir en que andas metida, maldita mocosa. – afirmó, sintiendo como el odio se apoderaba de él.

...

Una vez que el ocaso empezaba a teñir el cielo con su peculiar tonalidad, los soldados habían finalizado su entrenamiento.

Link se disponía a retirarse a su habitación a descansar un poco, pero sus intenciones fueron detenidas al escuchar como una voz lo llamaba desde una oscura esquina. Dejándose llevar por la curiosidad, se dirigió a ese sitio para averiguar quién lo aclamaba... se sorprendió al ver que su amada se encontraba escondida ahí y se abalanzó a sus brazos para darle un dulce beso.

- ¡Zelda! ¿Qué...?

- Sé que no debí venir hasta acá, pero tenía muchas ganas de verte. – dijo, sonriendo cálidamente.

El capitán abrazó a su princesa con fuerza, sintiéndose dichoso de tenerla en sus brazos, mientras cerraba sus ojos para deleitarse con su aroma.

Lentamente, el joven abrió los ojos y se dio cuenta que a lo lejos su amigo Ravio se estaba retirando; fue en ese momento, que supo que tenía que informarle algo muy importante a su amada.

- Zelda, espérame aquí. Ya regreso.

Extrañada, la monarca vio cómo su héroe se acercaba al soldado de Lorule a decirle una cuantas palabras que no lograba escuchar. Notaba como el joven de cabello purpura al inicio movía la cabeza negativamente, pero luego de que Link le siguió hablando, pareció haber cesado esa acción y dirigirse a la dirección donde ella se encontraba escondida.

- Pero... ¿qué haces, Link? – preguntó, alarmada.

Impactada, trató de esconderse para no ser descubierta, peguntándose en sus adentros la razón de la actitud de su amado, pero al ver que no tenía escapatoria, observó con terror como ambos jóvenes se acercaban a ella.

- Buenas tardes, alteza. – saludó Ravio, dando una reverencia.

- Soldado Ravio... yo. – dijo, sintiéndose acorralada.

- Tranquila, mi amor, Ravio sabe todo sobre lo nuestro. – dijo Link, sonriéndole a su princesa para que se calme.

- ¿Qué...?

- Esta mañana nos vio juntos, pero no tienes nada de qué preocuparte. Él es mi mejor amigo y me juró no decir absolutamente nada.

- Así es, su majestad, pierda cuidado – dijo Ravio, cordialmente

La tranquilidad empezó a invadir el corazón de la joven, al mismo tiempo que analizaba la mirada de soldado, pues su juramento de no decir nada sobre ella y Link le pareció sumamente sincero.

- Gracias por guardar nuestro secreto, Ravio.

- No tiene nada que agradecer, princesa. Yo aprecio mucho a Link y por ese motivo lo apoyo en las decisiones que tome.

- Sólo por eso te pido que dejes de hablarme con formalidad. Llámame por mi nombre.

- ¡De ninguna manera! ¡No puedo faltarle el respeto de esa forma!

- Los amigos de Link son mis amigos. Haz lo que te pido, por favor. Puedes hacerlo cuando nadie nos vea para que estés más tranquilo. – dijo la princesa, tomando las manos del soldado.

Luego de pensarlo detenidamente, más la afirmación en la mirada de su amigo, el joven terminó aceptando.

- Está bien, prin... digo, Zelda. Voy a llamarte de esa manera cuando nadie nos vea. – contestó, sonriendo.

- Muchas gracias, Ravio.

- Ha llegado el momento de retirarme.

- Tú adelántate, yo me quedaré un momento con la princesa. – indicó Link.

- Está bien, nos vemos pronto.

Cuando Ravio se alejó de la pareja, observó a la lejanía como Link miraba amorosamente a su princesa, para luego besarla en los labios. Se sentía feliz de ver a su amigo enamorado, pero a la vez esa imagen lo llenó de profunda nostalgia, pues le hizo recordar uno de los momentos más felices de su vida, pero que se habían esfumado para siempre. causándole un inmenso dolor en su corazón.

...

Con el paso de los meses, las reparaciones del palacio y del reino habían evolucionado satisfactoriamente, y con ello el amor del héroe y la princesa se hacía cada vez más profundo.

Concentrándose en sus labores y manejando su relación con estricta confidencialidad, todas las noches se encontraban en su lecho de amor para disfrutarse mutuamente. Unirse en cuerpo y alma se había convertido en una adicción y necesidad para ellos, donde las palabras de amor, el placer y los intensos gemidos se hacían presentes en la habitación hasta la llegada del amanecer, la hora más indeseada para los amantes, pues eso significaba que el momento de separarse había llegado.

Impa había notado, con el paso del tiempo, el cambio de humor en su pupila, sintiéndose feliz de ver que cada día demostraba sentirse animada hasta en la realización de sus labores, por más complejas o desagradables que estas fueran. Sin embargo, existía alguien que no compartía la tranquilidad que ella sentía.

El ministro Abel percibía terriblemente sospechoso el comportamiento de la joven, tratando de averiguar una y otra vez los motivos del mismo. En ese tiempo no pudo descubrir nada, pero de ninguna manera iba a darse por vencido, pues sea como sea iba a enterarse que estaba pasando con la princesa.

Muy pronto, la felicidad de los amantes se vería perturbada de una manera devastadora...

...

Una noche, Link y Zelda estaban deleitándose con sus afectos en los escondidos rincones del jardín del palacio, demostrándose de esa manera lo ansiosos que se sentían por tenerse cerca.

- Esta noche llegaré un poco tarde a verte, pues reuní a los soldados en la sala de juntas para hablar de unos asuntos relacionados al entrenamiento. – indicó Link, mientras acariciaba el rostro de su princesa.

- No te preocupes, mi amor. Esperaré ansiosa que vengas a verme.

Luego de aquel corto dialogo, volvieron a unir sus bocas para seguir disfrutando del sabor de sus besos, sin imaginarse que algo indeseado estaba a punto de ocurrir.

El ministro Abel había seguido a la princesa sin que esta se dé cuenta. La vio entrar por el portón del jardín y como se escondía en uno de los rincones del mismo.

Acercándose con sigilo, sus ojos se impactaron por lo que vieron... ahí estaba la princesa besándose apasionadamente con el Capitán de la Guardia Real del palacio, quien al mismo tiempo se trataba del Héroe Elegido por las Diosas.

Como lo había sospechado, la monarca se encontraba en amoríos con alguien desconocido, pero jamás se hubiera imaginado que se trataba de alguien del palacio, y mucho menos de Link.

- ¡Qué escondidito que lo tenías, princesita! A partir de ahora, estarás completamente en mis manos...

...

Luego de haber abandonado los jardines, la princesa se dirigía camino a sus aposentos. Tenía deseos de darse un relajante baño y embellecerse para la llegada de su amado, ritual que realizaba todas las noches antes de cada esperado encuentro con él.

Una vez más, una hermosa sonrisa se dibujó en sus labios, pero esta fue abruptamente borrada al sentir que alguien la había tomado de brazo de manera brusca, provocándole dolor en el acto.

- Buenas noches, princesa...

- ¿Qué le ocurre, Sir Abel? ¿¡Cómo se atreve a tomarme de esa manera!? ¡Le exijo que me suelte! – exclamó, enfurecida.

El hombre empezó a reírse a carcajadas debido a la actitud de la joven, luego empezó con un impactante interrogatorio hacia ella.

- ¿Cómo se siente? Imagino que el capitán de la guardia es muy amoroso con usted, ¿verdad? – preguntó irónico.

El rostro de la princesa palideció al escuchar esas palabras, pero cubriéndose con la máscara de la frialdad, contestó.

- ¿Qué cosa?

- ¡No me quieras ver la cara de estúpido! – exclamó, mientras la tomaba del rostro con poca delicadeza.

- ¡No entiendo de que está hablando!

- Te vi besándote con Link, como toda una cualquiera.

- Yo no...

- ¡Debería darte vergüenza! Tú, la princesa de este reino, cometiendo semejante inmoralidad. Sabes perfectamente cómo es la ley en este reino y no te imaginas cómo sufrirá tu amado al haberse metido en amoríos contigo. Esas serán las consecuencias por haber puesto sus ojos en ti.

Zelda se aterrorizó al escuchar las palabras del ministro. De ninguna manera deseaba que el hombre que amaba sea castigado. Fue en ese momento, que supo que no podía ocultarlo más.

- ¡No, Sir Abel! ¡No lo lastime, por favor! – rogó, sintiendo como su corazón latía con fuerza debido al pánico, mientras sus ojos se humedecían.

- ¡Me da tanto placer ver cómo me suplicas! Podrás ser la máxima autoridad de este reino, pero tu difunto padre me encargó que vayas por el camino correcto. El pobre se ha de estar revolcando en su tumba al ver en lo inmoral que se ha convertido su amada hija.

Lágrimas de rabia y de dolor empezaron a invadir a la joven al haber escuchado esas palabras, así que dejándose llevar por la furia, se disponía a abofetear al ministro por su atrevimiento, pero la mano de este la detuvo.

- Ni se te ocurra, Zelda. ¿Acaso deseas que la oportunidad de salvar a tu amado de una lenta y dolorosa muerte se esfume? Y no intentes siquiera reportarme con el Consejo o meterme en el calabozo, pues a pesar que eso aparentemente te resultaría, todo el honor de tu amado héroe se iría por los suelos, pues desde la distancia haría su vida un infierno, y la tuya también. ¿Quieres que peligre? – preguntó Abel, en tono amenazante.

El hombre se colocó detrás de la princesa y empezó a hablarle en el oído de manera estremecedora.

- Hay tantas maneras en las que podría morir. En la horca, envenenado, torturado lentamente...

- No te atrevas... – dijo, sintiéndose devastada.

Al notar el terror que el cuerpo de la joven emanaba, el Sir dictó su condición.

- Voy a demostrarte lo benevolente que soy. Tienes dos opciones... o le rompes el corazón a tu amado y te alejas de él para siempre o recibirá la muerte más cruel y dolorosa que te puedas imaginar. Tú sabes que eso es posible y hasta puedo hacer que parezca un triste y lamentable accidente. Tienes un día para pensarlo. Tú decides.

El ministro se retiró de los pasillos, dejando a la princesa completamente impactada. De ninguna manera quería separarse de Link, el sólo hecho de pensarlo le destrozaba el corazón... pero tampoco quería que él muera, eso es algo que no podría soportar.

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