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El llamado de la sangre

En la soledad de su alcoba, Link seguía sentado en el borde de la cama, esperando tranquilizarse de las fuertes palpitaciones de su corazón. Sin siquiera entenderlo, tenía fuertes deseos de llorar, pero se esforzó por evitarlo. No comprendía los motivos de aquellas sensaciones tan extrañas, sobre todo porque lo levantaron de su profundo sueño.

- Zelda...

Fue el primer nombre que pronunciaron sus labios, como si presintiera que lo que lo aquejaba estuviera relacionado con ella. ¿Hasta cuándo su recuerdo lo seguiría martirizando? ¿Cuánto tiempo tendría que pasar para lograr arrancársela del corazón? ¿Meses? ¿Años? ¿O simplemente nunca podría hacerlo?

Se volvió a acostar en su cama, y como siempre se retorció en su dolor, torturándose con los recuerdos de todos los maravillosos momentos que vivió junto a su amada princesa, la dueña de su corazón, pero que lamentablemente se le había esfumado de su lado como agua entre sus dedos, para no volver a tenerla nunca más. Mucho menos ahora que pertenecía a los brazos de otro, con quien se regocijaba en su lecho todas las noches, y que sobre todo iba a regalarle un hijo, la hermosa familia que muchas veces soñó formar junto a ella.

...

Esa noche, la belleza de las estrellas se había intensificado, brillantes y rebosantes de gracia debido al nuevo alumbramiento que hace poco se había dado. Aquella hermosa vida llegada a los brazos de la princesa, fruto del amor tan grande que existía entre ella y su valiente héroe.

Recostada en su cama, mientras calmaba el hambre de su preciosa criatura, se encontraba la princesa acariciando con dulzura su delicada cabeza, sin siquiera poder quitarle la mirada de encima, maravillada de todo el amor que lograba transmitirle. Al tenerlo entre sus brazos, se dio cuenta que tomó la mejor decisión en haberlo traído al mundo, pues ahora, sin él a su lado, su vida hubiera estado completamente vacía.

Impa la observaba conmovida, analizando toda la vida que su protegida había tenido. Para ella, no hace mucho tiempo había dejado de ser una niña, pero ahora la veía convertida en toda una mujer, y con un hijo en sus brazos.

Siguió analizando aquellos hechos, hasta que la Sheikah notó que la princesa empezó a llorar en silencio, abrazando con fervor a su hijo mientras le daba pequeños besos en su frente, motivo que la hizo sentir preocupada.

- Querida, ¿por qué lloras? – preguntó, mientras se sentaba a su lado.

- Porque no me arrepiento de haber continuado con mi embarazo. Recuerdo el día en que me preguntaste si quería tenerlo, y que si el Consejo se enteraba habría sido capaz de hacerme abortar, lo que hubiera sido el peor error de mi vida. Ahora que lo veo, que lo tengo entre mis brazos, me doy cuenta que jamás hubiera concebido mi existencia sin él. Tan tierna criatura no tiene la culpa de nada, mucho menos de mis errores. – expresó consternada, sin poder contener el llanto.

- No digas eso, Zelda. Nada de lo que ha pasado es tu culpa, pues también eres una víctima, al igual que Link. Simplemente te enamoraste y entregaste todo de ti, sin imaginarte que ibas a concebir.

- De eso es lo único que me siento orgullosa, que mi hijo nació del amor, no del simple deseo carnal o de intereses creados, donde el nacimiento de un niño es sinónimo de enlaces políticos o económicos, mas no una bendición, cosa que es el diario vivir en mi superficial entorno. – contestó, lamentándose en aquella verdad.

- Zelda...

- Y lo que más me preocupa, es qué haré ahora que mi hijo ha nacido. Será imposible ocultarlo como lo hice con mi embarazo. Si el Consejo se entera, sobre todo el detestable de Abel, es capaz de arrebatármelo, o peor...

En ese momento, el pequeño empezó a dar ligeros quejidos de molestia, por lo que su madre, sin perder ni un sólo minuto empezó a darle palmaditas en su espalda, sintiéndose preocupada de que este no calmaba su llanto.

- ¿Ya ves? Por andar hablando de cosas desagradables tu bebé se puso inquieto. Las madres transmiten todo lo que sienten a sus hijos recién nacidos, sobre todo si son emociones negativas. – expresó la Sheikah con seriedad.

- Lo lamento, no lo sabía. – respondió angustiada y arrepentida.

- Tranquila, es normal que no sepas nada, por algo eres primeriza. Es mejor que no pienses en cosas tristes, aún tenemos un poco de tiempo para pensar en ello. Por ahora, sólo céntrate en ser feliz y conocer a tu pequeño. En lo demás las Diosas nos iluminarán.

- Si, tienes razón.

Se quedaron en silencio un par de minutos, esperando a que el bebé se calme con las atenciones de su madre. Aquello ocurrió en poco tiempo, para luego volver a retomar la placentera actividad en la que se encontraba hace unos momentos, alimentarse. Fue entonces, que Impa empezó analizarlo detenidamente, y entabló un interesante tema de conversación con su protegida.

- Zelda, es una hermosa criatura... y no hay duda de que se parece a Link. – expresó, sorprendida.

Al escuchar aquellas palabras, Zelda observó a su hijo con suma atención, dándose cuenta que lo único que había heredado de ella era el tono pálido de su piel, mas no su castaña melena. El bebé tenía el cabello rubio cenizo como su amado, y por momentos, cuando abría sus pequeños ojos, podía visualizar el mismo azul intenso que este poseía. Definitivamente, era el vivo retrato de su padre.

- Es idéntico... como quisiera que Link lo conozca. – dijo, sin siquiera meditar en sus propias palabras.

- Eso sólo depende de ti, Zelda.

- No... no, Impa, de ninguna manera. No quiero que su vida corra peligro...Hoy lo vi. – confesó con tristeza.

- ¿¡Qué has dicho!? – preguntó Impa, exaltada.

- Esta mañana, a lo que fui a dar un paseo por el bosque, me encontré con él; imagino que estaba regresando de visitar a sus amigos en Ordon. Observé la tristeza y decepción en su mirada cuando me descubrió embarazada. Piensa que me he casado con otro, y que por ende mi hijo es de esa supuesta persona. – relató, entristecida.

- Debiste decirle la verdad, pues no solamente está sufriendo, sino que ha de estar pensando muy mal de ti.

- Lo sé, pero si mi silencio sirve para mantenerlo alejado de mí, que así sea. No importa si es doloroso.

- ¿Y lo que te dijo el soldado Ravio? ¿Está conviviendo con otra mujer?

- No... dice que fue una equivocación de su parte, que él no vive ni se ha enamorado de nadie.

- Te lo dije. Link es un caballero, y estoy segura que aun te ama. Por eso insisto en que debes decirle la verdad. No es algo que puedas ocultar toda la vida.

- No insistas en lo mismo, además no creo que Link se alegre de saber que es padre. – afirmó, seria.

- ¿Por qué piensas algo como eso? – preguntó sorprendida.

- Porque él es un al alma libre, sin ataduras. Un hijo, por más bendición que sea, cambia la vida y se debe dejar de lado muchas cosas, y por eso no creo que Link acepte eso de buena manera.

- Una vez más, pareciera que no conocieras al hombre que amas. Es cierto que la noticia lo impactaría, pero al mismo tiempo le encantaría, pues para él no había atadura más hermosa que lo que sentía por ti, y eso lo pude percibir en nuestro último encuentro, cuando abandonó el palacio.

- Pero...

- Si él te ama, por ende hará lo mismo con su hijo. Yo no creo que vea la paternidad como una pérdida de su libertad, sino todo lo contrario. Con tus palabras, sólo me doy cuenta de que estás buscando excusas para seguir callando.

- Ya basta, Impa, no pienso cambiar de opinión. Por favor, ya no hablemos más de este tema. – pidió con seriedad.

- Está bien, no discutiré contigo del tema, a pesar que tú lo empezaste al mencionarlo; pero sobre todo es mejor no hablar de cosas desagradables delante de la criatura. ¿Ya pensaste que nombre vas a ponerle? – preguntó, cambiando radicalmente el tema.

- Si. Se llamará Noah, en honor a mi padre. – dijo, esbozando una sonrisa.

- Buena elección, es un hermoso nombre. Ya es hora de que lo hagas dormir. ¿Deseas que te ayude?

- Te lo agradezco, pero quiero hacerlo por mí misma. Así nos conoceremos un poco más. – expresó, acariciando la nariz de su bebé.

- Muy bien, yo me retiro a descansar, pero de todas maneras sabes que estoy al lado, por cualquier cosa que necesites. Buenas noches.

- Buenas noches, Impa. Gracias por todo tu apoyo en este día tan especial para mí. – dijo, dándole una sonrisa a su protectora.

- No hay nada que agradecer, pues siempre contarás conmigo.

La Sheikah le dio un abrazo a su protegida, para después acariciar la cabeza del niño, luego de eso se despidió. En ese momento, Zelda empezó a cantarle a su bebé la nana que desde siempre la había representado, y la que su madre, y luego Impa, le habían entonado antes de dormir cuando era pequeña. En poco tiempo, Noah ya se había dormido, así que con mucho cuidado lo llevó a su cuna para que esté más cómodo.

Al regresar a su cama, la princesa empezó a rememorar todos los hechos que ocurrieron en el día, tanto el nacimiento de su hijo, como el encuentro con su amado, a quien vio más apuesto que nunca. Recordó la hermosa época en la que estuvieron juntos, las intensas noches de amor y placer que él le brindaba, en las cuales se sentía sumamente protegida y deseada. Aquellos pensamientos, provocaron que sienta inmensas ganas de llorar, pero prefirió hacerlo en silencio para que su bebé no se despierte.

Como lo había decretado, el amor había muerto para ella, y su única prioridad sería cuidar a su bebé con todo su corazón, sobre todo protegerlo de todo mal, el cual, inexplicablemente, se relacionaba con el infeliz ministro que desde niña detestaba.

...

Un mes transcurrió desde el nacimiento del fruto del amor de los elegidos por las Diosas, y con ello, momento de enfrentar la cruda realidad. En todo ese tiempo, Zelda e Impa planearon como iban a manejar el asunto de Noah, lo cual, sin lugar a dudas, era arriesgado, pero lamentablemente el único recurso que tenían a la mano para que el Consejo no sospeche ni descubra nada.

La princesa ya tenía todo listo para marcharse. Impa había despedido a los sirvientes que temporalmente había contratado, e incluso les otorgó mucho más de la paga que les correspondía para que mantengan la boca cerrada, pues a pesar que estos no sabían que Zelda era la princesa de Hyrule, algo en su corazón le indicaba que hacer aquello era lo correcto. Todo por el bien de su protegida y su hijo.

Al llegar la carroza real, Zelda se embarcó en ella con el corazón destrozado, sintiendo como sus brazos se quedaban vacíos al no llevar a su bebé consigo, mientras le rogaba a las Diosas que la decisión que se había tomado sea la adecuada, pues de ella dependía la seguridad de su hijo, y la vida del gran amor de su vida.

...

Lentamente, el tornasol cielo del ocaso se hizo presente en la tierra sagrada de las Diosas, iluminando con gracia las murallas del palacio que la representaba, incluyendo a sus habitantes.

A las afueras del palacio, Sir Abel, en compañía de algunos guardias, se encontraba esperando el regreso de la princesa, lo cual sin lugar a dudas, lo hacía por puro protocolo, porque muy en el fondo deseaba que la joven no regrese nunca, pues no le gustaba en lo absoluto los ideales que la regían, cosa que él no estaba dispuesto a tolerar por tanto tiempo, y eso lo había demostrado hace muchos años con cierto asunto... el que no dudaría en repetir cuando la regente menos se lo espere.

Luego de largos minutos de espera, la carroza real se hizo presente, momento en el que la princesa se bajó de la misma. Inmediatamente, al estar ante la presencia del culpable de sus penas, se revistió con el manto del desagrado, pues no podía mostrar otro semblante al hombre que tanto daño le había hecho, y a quien rechazaba desde siempre.

Completamente hipócrita y fingiendo emociones sin fin, el ministro se acercó a la princesa y la saludó con una pronunciada reverencia, a la cual la joven sólo respondió con un forzado gesto de afirmación.

- ¡Bienvenida, princesa! No tiene idea la alegría que siento al ver que ha regresado a su hogar después de tantos meses, los cuales para todos han sido eternos. – expresó, fingiendo alegría.

- Buenas tardes, Sir Abel. – contestó con frialdad.

- Me da gusto verla recuperada, al parecer la lejanía mejoró por completo su salud.

- Así es, ya me siento mejor gracias a las recomendaciones del doctor.

- ¿Dónde está Lady Impa? Se supone que debería estar con usted.

Al escuchar la pregunta del ministro, la princesa sintió una fuerte opresión en el pecho. Rogaba a las Diosas que todo lo que había planeado salga bien, y que bajo ninguna circunstancia demuestre ápice de nervios delante de su enemigo.

- Ella tuvo que ir a otro lado...

- ¿A dónde fue? – preguntó con curiosidad.

- Fue al Poblado Olvidado a resolver un asunto, pues como usted sabe, Impaz es su único familiar más cercano y debía reunirse con ella.

- Bueno, esperemos que no tarde mucho en...

En ese momento, otra carroza se hizo presente en el palacio, sólo que esta no pertenecía al mismo, sino de algún sitio exterior. De ella se bajó Impa, pero en sus manos llevaba un pequeño bulto, el cual no era más que un bebé que se encontraba profundamente dormido.

Sin poder evitarlo, Zelda empezó a ponerse nerviosa, pero se esforzó con toda su alma para no demostrarlo, pues en esos pocos segundos dependía que todo lo que deseaba salga a la perfección, sin levantar ninguna sospecha que la perjudique.

- Buenas tardes, Lady Impa... pero... pero... ¿¡Qué es eso!? – preguntó el ministro, impactado.

- Buenas noches, Sir Abel. ¿Acaso no lo nota? Es una criatura, un niño con tan sólo pocos días de nacido. – expresó Impa, mostrando tranquilidad en sus palabras.

- ¡Eso ya lo sé! ¿Acaso me crees ciego? A lo que me refiero es que por qué lo tienes contigo.

- Tuve que embarcarme al Poblado Olvidado a ver a mi tía Impaz, pues como usted sabe, las reparaciones para devolverle la vida al pueblo aún continúan, por lo que decidí ayudarla en algunas cuestiones. En mi camino de regreso, escuché un sonoro y desesperado llanto, por lo que buscando descubrí a este bebé que parece fue abandonado por su madre.

- Bueno, en ese caso debes reportarlo a las autoridades, talvez sus padres lo estén buscando. – dijo Abel.

- Precisamente de ahí vengo, pero no hay ningún reporte de un niño perdido.

- ¡Entonces anda a tirarlo al orfanato, alguna persona se ha de encargar de él!

- ¡No! – exclamó Zelda.

Al escuchar la sonora objeción de la princesa, Abel, impresionado, se dio la vuelta para observarla. Inmediatamente la joven se serenó, maldiciéndose por haberse puesto en evidencia.

- ¿Dónde está su sentido de caridad, Sir Abel? ¿Enviar a una inocente criatura al orfanato? – preguntó la joven con severidad.

- ¿Y a dónde más podemos enviarlo, princesa? No creo que pretenda que se quede en el palacio.

- Pues ahora que he presenciado esta situación... eso mismo pretendo.

- ¿Qué cosa?

- Como usted sabe, desde la invasión, los huérfanos en nuestro pueblo fueron en aumento, pues muchos niños perdieron a sus padres, lo que es un hecho desgarrador y lamentable. Por ende, estamos haciendo todo lo posible para aumentar el espacio en el orfanato y que no haya sobrepoblación.

- ¡Lo entiendo, pero no creo que pase nada malo por la entrada de un niño más! – exclamó, desesperado.

- Ministro, es un bebé recién nacido, necesita otra clase de cuidados que en ese sitio no podrán darle. En el registro del orfanato, el infante más pequeño tiene dos años, por lo que dudo que las personas encargadas estén capacitadas en cuidar a esta criatura.

- ¡De ninguna manera pienso tolerar este asunto! ¿Quién sabe de donde habrá salido este mocoso? Además, si fue abandonado es seguro que su madre sea una cualquiera. En pocas palabras, es un indigno bastardo. – decretó enfurecido, sin siquiera imaginar el impacto de sus palabras.

Inmediatamente, la Sheikah se puso al lado de su protegida para calmarla, pues pudo percibir que esta estaba punto de perder el juicio por las palabras del ministro, quien, sin saberlo, los había insultado a ella y a su hijo de la peor manera.

- ¡Sir Abel, le exijo que mida sus palabras! Usted no es nadie para juzgar los hechos de la situación de este niño, y mucho menos sin conocerlos a fondo. Mi decisión está tomada, el pequeño se quedará y estará bajo mi tutela... pues de cierta manera me siento responsable por su situación.

- ¿Bajo su tutela?

- Este niño es sólo una víctima más de la cruenta invasión a la que fuimos sometidos. Es vez de juzgar con dureza a la madre que lo abandonó, debería pensar que talvez ella tomó esa dolorosa decisión porque no tenía como cuidarlo o alimentarlo, todo causado por estos tiempos de crisis que estamos viviendo, de los que soy la única responsable, pues mi deber es velar por mi pueblo, incluso por sobre mi misma. Sé que no puedo devolverles la vida a las personas que murieron, ni tampoco arreglar los problemas de los sobrevivientes de manera inmediata, por eso es que he decidido amparar a este bebé, por lo menos hasta saber qué decidiremos sobre su futuro.

- ¿Qué sucede, Abel? Tú no eres así, pues se supone que todos en el pueblo te consideran por tu gran bondad y compasión. ¿Qué pensarían tus seguidores al saber que has dejado a una criatura a su suerte? Sin mencionar que no estás acatando una orden de nuestra monarca, quien en un gesto de solidaridad quiere encargarse del pequeño. – dijo Impa, mostrando intenciones de molestar al ministro.

Ante las palabras de Impa, Abel se enfureció en sus adentros, pues de ninguna manera le gustaba que un mocoso insignificante se quede en el palacio, y menos protegido por la princesa. ¿Por qué tanto interés en aquella criatura? ¿O acaso el motivo de su ausencia por tantos meses se debía a...? No, aquello era imposible. A un hombre tan inteligente y superior como él jamás le pudieron haber visto la cara de tonto. Simplemente se trataba de una absurda coincidencia.

- Es cierto, y por eso pido disculpas, no quiero que mi buen y caritativo corazón se transforme sólo por dejarme llevar por leyes absurdas. No tengo nada que contradecir, la criatura es más que bienvenida. Pediré a los sirvientes que la acomoden con alguna de las doncellas.

- El niño se quedará conmigo, y las doncellas me ayudarán en lo que se necesite. – dijo la princesa.

- ¿También desea que duerma en su habitación? Vaya, al parecer se va a tomar muy en serio su cuidado. – expresó, irónico.

- Por supuesto que sí, y no se preocupe que yo me encargo de organizar todo. Ahora con su permiso, me retiro.

Ante la intensa mirada del ministro, Zelda e Impa se retiraron con el niño en brazos. En ese momento, Abel empezó a recrear insanas ideas, pensando que aquel bastardo no era más que el fruto del pecado de la futura reina, aquel que cometió con un don nadie que puso sus ojos en ella. No podía asegurarlo por falta de pruebas, pero tampoco iba a quedarse tranquilo al respecto.

- Si resulta que me has mentido, maldita, prepárate para lo que te espera, donde no solamente tu honra quedará manchada por la inmundicia, sino que seré yo quien se encargue de que presencies la sangre de tu bastardo derramada en el suelo... – pensó para sí mismo el mal intencionado hombre.

Decidido a empezar con la investigación, Abel se retiró a sus aposentos, sin siquiera haberse dado cuenta que alguien más había observado toda la situación que se había dado hace pocos minutos...

...

Antes de que anocheciera, Impa había pedido a las doncellas que coloquen en la habitación de la princesa la cuna que había sido de ella cuando era bebé. A decir verdad, muchas de ellas admiraban el gesto de solidaridad de la monarca al tomar la tutela del recién nacido, pero otras, mostrando malas intenciones, murmuraban que el pequeño era el hijo escondido de la regente que había tenido durante su lejanía del palacio, y para poder tenerlo cerca de ella inventó semejante mentira. Aunque al mismo tiempo dudaban que así fuera, pues en todos los años que la conocían jamás le habían visto algún hombre que la pretendiera o que a ella le interese, por lo que en seguida descartaban aquellas ideas, cosa que Zelda agradecía a las Diosas, ya que con ello, Noah y Link no estarían involucrados en nada.

A pesar que delante de ella se cuidaban mucho, la princesa percibía perfectamente lo que se pensaba de ella, pero poco o nada le importaba, pues su única prioridad era tener a su amado bebé a su lado, y que nada ni nadie se atreva a separarlos. Aunque muy en el fondo de su alma se sentía con el corazón destrozado, pues por más justificadas que eran sus razones, no le gustaba ocultar a su hijo, como si este fuera una vergüenza o deshonra para su vida, cuando al contrario era una bendición.

Una vez que las doncellas se fueron, la princesa colocó a su bebé en la cuna para que duerma, disfrutando con todo su ser de la felicidad de verlo descansar plácidamente. Sin poder evitarlo, la joven empezó a llorar a mares, pero tratando de guardar silencio para no despertar a su retoño. Impa sólo se acercó a abrazarla, pues sabía que aparte de sus penas, estaba pasando por aquella depresión a las que son sometidas las madres al poco tiempo de dar a luz, y lo único que podía hacer por ella era consolarla.

- Estás tan sensible, querida, pero debes estar feliz de que gracias a las Diosas todo salió bien. Pudiste traer a tu bebé contigo. – dijo la Sheikah en tono apacible.

- Lo sé, y me siento aliviada por eso... pero me duele tanto ocultarlo, como si fuera algo vergonzoso y sucio. Me hace sentir una pésima madre. – expresó, desconsolada.

- No te juzgues con tanta dureza, simplemente no tenías otra opción. O hacías eso, o tu hijo y tú sufrían las consecuencias.

- Pero no por eso deja de ser duro.

- Trata de descansar, ha sido un día sumamente pesado. Cualquier cosa que necesites no dudes en llamarme.

- Gracias, Impa. Que descanses.

La Sheikah se retiró para dejar descansar a la princesa, momento en el que está aprovechó para tomar un baño, el cual trató de realizar lo más rápido posible para no dejar solo a su hijo por mucho tiempo.

...

A la llegada del amanecer en Villa Kakariko, Link ya estaba listo para empezar con su entrenamiento, y como todos los días, con la amargura presente en su alma. Desde hace un mes, donde se reencontró con su amada princesa, su estado de ánimo había empeorado, pues el sólo hecho de pensar que la mujer de su vida estaba embarazada de otro lo devastaba por completo, sobre todo por el supuesto hombre que tenía a su lado, quien tenía el privilegio de compartir la cama con ella y recibir el amanecer juntos.

En ese momento se disponía a irse, esforzándose para no derrumbarse más de lo que ya estaba, pero de repente la puerta sonó, por lo que enseguida fue a abrirla para encontrarse con la persona que tanto lo había apoyado en todo ese doloroso tiempo.

- Buenos días, Link. – saludó el soldado.

- Buenos días, Ravio. Que sorpresa que hayas venido. – dijo, tratando de sonreír.

- Lo sé, y lamento interrumpirte en tu salida, pero tengo algo importante que contarte.

- No te preocupes. ¿De qué se trata?

- La princesa regresó ayer al palacio.

Sin poder evitarlo, la angustia empezó a invadirlo al saber que su amada había regresado y que seguramente no lo hizo sola, sino en compañía de su marido.

- No entiendo por qué me tienes que contar eso. – cuestionó con un dejo de molestia.

- Porque ella no está, ni casada ni embarazada. No entiendo de donde sacaste algo como eso. – expresó el soldado a su amigo, con seriedad.

- ¿Qué cosa? Eso es imposible, yo la vi embarazada y ella me lo confirmó. – refutó el guerrero.

- Pues te estoy diciendo que no, y mucho menos vino con un hombre.

Link se sintió terriblemente confundido ante aquello. ¿Acaso había soñado el encuentro con su amada? No... eso no era posible. Él la vio, de eso estaba seguro.

- ¿Acaso ella te dijo que se había casado? – preguntó Ravio.

- Bueno... no me dijo nada, pero era de intuirlo por lo que estaba embarazada.

- Talvez te confundiste. Es cierto que ella está a cargo de un bebé, pero no es suyo.

- ¿Ah? ¿Un bebé? Entonces ahí tienes la respuesta. Es su hijo.

- ¡No lo es! Impa vino con ese bebé por su lado, mucho después de que Zelda llegara al palacio. Dijo que lo había encontrado abandonado y por eso lo trajo con ella, por lo que la princesa decidió cuidarlo por compasión.

- ¡Todo lo que me dices es imposible! ¡Yo sé lo que vi! ¿Me tomas por loco? – preguntó, indignado.

- ¡Claro que no, pero talvez te confundiste! Estás demasiado alterado. Nadie ha mencionado que la princesa se haya casado y menos tenido un hijo. ¿Tú crees que semejante noticia hubiera pasado desapercibida? No estamos hablando de una muchacha de pueblo, sino de la princesa, la persona más importante y pública de este reino. – dijo el soldado, mostrando firmeza en sus palabras.

Ravio tenía razón, todo era demasiado extraño. ¿Y si en realidad había sido su imaginación? Tenía que salir de dudas, debía buscar la manera de averiguar qué estaba ocurriendo con la princesa. Su mente le decía que mejor debía dejar las cosas ahí, que no valía la pena... pero su corazón le dictaba lo contrario.

...

La frescura de la brisa deleitaba con sus roces a las flores que se encontraban adornando el sitio, mientras que las aves, entonando sus delicados cánticos, se deleitaban con aquella agradable sensación.

La princesa se encontraba sentada en el jardín más especial para ella, llevando consigo a su bebé en brazos, quien estaba despierto y disfrutando de la brisa matinal a pesar que aún era muy pequeño para asimilarla.

La joven no podía negar que se sentía tranquila en esos momentos, sólo teniendo la compañía de su hijo y sin las presiones del Consejo por lo menos por ese día, sobre todo porque estos le iban a pedir explicaciones de su decisión al encargarse de un niño de origen desconocido, momento en que iba a responder a la altura, de la misma manera que lo hizo con el ministro Abel. No era la primera vez que un noble tomaba la tutela de alguna criatura por compasión, así que con ese argumento iba a ampararse.

Zelda siguió perdida en sus pensamientos, hasta que a su mente regresaron, una vez más, los recuerdos de su amado héroe, con quien se sentiría inmensamente feliz de compartir la dicha de tener a su bebé en sus brazos, el fruto del amor de ellos. No pudo evitar derramar algunas lágrimas ante aquello, cuidando de que ninguna de ellas caiga en el rostro de su pequeño, mas el dolor que sentía era desgarrador y tortuoso, pasmado como dolorosas llagas en lo más profundo de su corazón y el que le hacía saber que nunca más volvería a ser amada y deseada como antes, y que su hijo no crecería con la dicha del amor paterno.

Mientras la monarca se mantenía encerrada en sus tristezas, ni si quiera se imaginaba que cierto joven se había adentrado al palacio. Link no pudo aguantar la curiosidad de corroborar lo que su amigo Ravio le había dicho, por eso, arriesgándose por completo, fue a buscarla para comprobar si lo que había visto en el bosque era verdad, o fue un simple delirio causado por su perturbada alma.

Por suerte, el retirado capitán conocía a la perfección los pasadizos secretos del palacio, por los que tuvo que pasar cuando rescató a su amada princesa de las garras del Rey del Mal, aquella época donde jamás se hubiera imaginado que se enamoraría de ella desenfrenadamente, para al final sufrir como un condenado por su implacable rechazo.

Luego de indagar por algunos pasadizos, Link llegó hacia el jardín donde siempre se reunía con su amada, lo que causó que ni siquiera tenga la oportunidad de ponerse nostálgico, pues frente a él apareció la mujer que nunca se esperó encontrar, sobre todo porque esta tenía un pequeño bulto en los brazos, a quien le hablaba con inmensa ternura.

- ¿Te gusta este lugar, mi amor? Este es nuestro hogar, donde siempre estarás cuidado entre mis brazos. Con tu madre que tanto te ama. – dijo la princesa a su hijo, con suma dulzura mientras lo acariciaba.

Impactado, Link escuchó que Zelda efectivamente era la madre del niño, motivo por el que se sintió desgarrado al saber que todo lo que había visto no había sido una ilusión, sino una cruenta realidad. Sin embargo, al observar a la criatura desde la lejanía, volvió a sentir aquella punzada en el corazón de hace un mes, la misma opresión que sintió la noche que se despertó sobresaltado, como si algo increíble hubiera ocurrido en su vida y se relacionaba con la princesa.

Sin siquiera meditarlo y dejándose llevar por sus impulsos, el guerrero salió de su escondite, aprovechando que la joven estaba obnubilada haciéndole cariños a su bebé.

Al sentir que alguien se había puesto cerca de ella, la joven subió la vista, lo que causó que su corazón se paralice por completo al ver que el hombre de su vida estaba ante sus ojos, quien la observaba con aquella intensa mirada que tanto le encantaba, que la estremecía hasta calarle los huesos y la piel. Sin que el otro lo sepa, el deseo por devorarse los labios mutuamente era inmenso, necesidad que sentían con fuerza debido a la soledad que los embargaba, y que por culpa de la crueldad del destino tenían que afrontar.

- Link... – expresó la monarca, impactada.

- Hola, Zelda. – saludó, serio.

El joven siguió observando a su amada, reprimiendo los deseos de acariciar su rostro con delicadeza, para luego abrazarla y pedirle que no se vaya de su lado nunca. Sin embargo, debía tragarse sus anhelos, sabiendo que esta lo lastimaría con su cruel y desgarrador rechazo. En ese momento, posó su mirada en el pequeño que tenía en sus brazos, sintiendo como, una vez más, aquella punzada regresaba con mayor fuerza a su corazón.

- ¿Ese es tu hijo? – preguntó Link.

Al escuchar aquella pregunta, supo que de ninguna manera podía mentirle, por lo que decidió contestar con suma honestidad.

- Si... es mi hijo. – contestó, evadiendo la mirada del guerrero.

- Te felicito, está muy hermoso... tan bello como la mamá. – expresó de manera impulsiva.

Zelda no pudo evitar ruborizarse al escuchar el halago de su amado, mientras que Link, una vez más, dejándose llevar por sus impulsos, acarició la cabeza del bebé con ternura, provocando que la princesa sienta inmensas ganas de llorar ante tan dulce escena, la que siempre visualizaba en sus más anhelados sueños.

- Gracias, se llama Noah.

- Noah... me gusta mucho ese nombre. Es perfecto para él. – dijo Link, sin poder evitar sonreír.

No lo concebía ni lo entendía, pero aquella criatura le había enternecido el corazón, incluso se había olvidado que supuestamente era el hijo de otro hombre con su amada. El encantamiento se había apoderado del guerrero, provocando en su alma un sentimiento que nunca antes había experimentado, pero que lo estremecía por completo. Fue entonces que Zelda, dejándose llevar por sus deseos, le hizo una pregunta a Link, una que le costó plantear debido a las fuertes emociones que la embargaban.

- ¿Quieres cargarlo?

Al escuchar aquella pregunta, Link se quedó petrificado mientras su corazón intensificó sus latidos. Tenía enormes deseos de tomar a la hermosa criatura frente a él entre sus brazos, pero al mismo tiempo un profundo miedo de hacerlo, como si fuera a explorar de manera más adentrada aquellos sentimientos que lo embargaban.

- Zelda, yo no...

Sin embargo, la ansiedad de la princesa no se hizo esperar, pues con prisa, colocó al bebé en los brazos de Link, quien en ese instante y por inercia lo recibió, para luego fijar su intensa mirada en este. Fue entonces, que sintió una calidez en su corazón simplemente estremecedora, no lo podía explicar, pero tenerlo consigo lo llenaba de satisfacción, de orgullo, y al mismo tiempo de inmenso cariño. Maravillado, tomó la manito del pequeño y este de inmediato le agarró uno de sus dedos, lo que causó que el guerrero no pueda contener las lágrimas por las emociones desconocidas que lo invadían. La futura reina tampoco pudo evitar que las cristalinas gotas resbalaran por sus mejillas, pues aquella imagen simbolizaba el más hermoso de sus anhelos.

A pesar que el retirado capitán no tenía idea del origen de aquellos sentimientos que llenaban su corazón, la princesa los entendía a la perfección. El llamado de la sangre era el lazo más fuerte que podía existir en dos almas afines, el único capaz de traspasar las barreras de la distancia y el egoísmo, pues no hay sentimiento más sublime y puro que el amor al ser a quien se le otorgó la vida...

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