Confesiones
Varias semanas transcurrieron desde la conversación que se dio entre el héroe y la princesa en los jardines del palacio, y fue a partir de aquella situación que ambos se volvieron más cercanos.
Cada noche, luego de finalizadas sus actividades, se reunían en el mismo sitio a conversar sobre diversos temas; ya sea sobre la recuperación del reino, como las vivencias que tuvo Link durante todo su periplo junto a Midna, asunto por el que no pudieron evitar dejarse llevar por la melancolía debido a su abrupta decisión de destruir el Espejo del Crepúsculo. Sin embargo, reconocían que sus acciones fueron las más acertadas para evitar una futura catástrofe entre los dos mundos.
En algunas ocasiones tuvieron que asistir juntos a reuniones de consejo, pues los temas que se tocaban tenían que ver con la maximización de la seguridad del reino por temor a futuras invasiones o guerras. No había duda que mucho de los miembros estaban contentos con la participación de Link en la preparación de los soldados, pues a pesar que se encontraban en tiempos de paz, el joven los seguía preparando arduamente para que ninguna situación los tome por sorpresa. Estaban orgullosos que el Héroe de la Luz sea el encargado de la protección del pueblo.
Por otro lado, Link notaba la actitud de los consejeros hacia la princesa, sobre todo la del principal ministro del palacio, Sir Abel, el que no había tenido la oportunidad de tratar directamente; pero sólo con verlo le traía desconfianza. A pesar que la trataban con sumo respeto, las exigencias que tenían para con ella eran desorbitadas. Le sorprendía que la joven no refutara en lo absoluto, sólo las aceptaba con la seriedad y solemnidad que la caracterizaban, sin mostrar ápice de incomodidad. Le desagradaba la desconsideración que tenían con su propia soberana, sin embargo, no intervenía al respecto, pues no quería entrometerse en asuntos que no le competían.
Cada vez que dichas reuniones terminaban, Link se sentía preocupado de ver que su amiga no se distraía como cualquier joven de su edad. Era consciente de que la vida en el palacio era difícil, mucho más para ella que era la futura reina de la nación, pero deseaba que aunque sea un día sea un poco egoísta y piense en sí misma.
El joven la entendía a la perfección, pues él tuvo que cambiar su vida de manera abrupta cuando fue reconocido públicamente como héroe. Siempre estuvo acostumbrado a llevar una vida tranquila en Ordon, y desde que había empezado a trabajar en el palacio, tuvo que someterse a sus reglas y mandatos, cosas que se le habían tornado asfixiantes en múltiples ocasiones. Sin embargo, su honor hacia el deber y su convicción de estar cerca de la monarca para protegerla eran mayores a todo sentimiento de incomodidad.
Cada noche pensaba en alguna manera en la que podría lograr que la princesa se distraiga un poco de tantos deberes. Sin embargo, no sabía cómo proponérselo sin que suene atrevido de su parte.
...
Como todas las noches, para despejarse de los pesados días, los jóvenes se encontraban conversando en el jardín principal del palacio, el único sitio que les permitía sentirse a gusto y sin las miradas curiosas. Ambos no lo admitían, pero se sentían felices de estar el uno con el otro. Ya tenían algunos meses de ser amigos, pero su cercanía se vio más estrecha desde que empezaron a reunirse en aquel tranquilo lugar.
Zelda estaba en silencio, metiendo su mano en el agua de una pequeña fuente, tan distraída que no notaba que el capitán la estaba observando de manera atenta y ensimismada. Fue entonces, que Link decidió hablarle del tema que lo mortificaba todas las noches.
- Zelda, hay un tema que me gustaría tocar contigo. – dijo, nervioso.
La joven dejó de lado lo que se encontraba haciendo y le dirigió una mirada de calidez a su compañero.
- ¿De qué deseas hablar?
- ¿No te incomodan las presiones del consejo?
- Ya estoy acostumbrada a ellas. Han ido creciendo a medida que mi edad ha aumentado, algo muy normal. – respondió, con suma tranquilidad.
- Pienso que deberías relajarte un poco. – comentó preocupado.
- En estos momentos me encuentro relajada. Conversar contigo es agradable.
- Para mí también lo es... pero a lo que me refiero es que pienso que deberías salir del palacio de vez en cuando.
- ¿Ah?
- Te haría muy bien recorrer la vasta pradera, el aire puro te permitiría despejarte de los problemas. A mí me sirvió mucho, incluso en los momentos en los que tenía que viajar de un lado a otro durante la invasión.
- Estoy de acuerdo contigo, pero eso es un lujo que no puedo darme. Todas las miradas estarían encima de mí, y mi salida podría llegar a oídos del Consejo. No deseo que ellos se quejen en lo absoluto, pues eso podría perjudicar mi nombramiento como reina. – respondió, demostrando malestar.
Link había por escuchado por los pasillos del palacio que Zelda sólo podría convertirse en reina si contraía matrimonio con un noble de alguna nación próspera. Sin duda alguna ese era un asunto que lo consternaba enormemente.
Luego de dejar a un lado la imagen de su amiga con otra persona, se armó de valor y le propuso hacer lo que tanto deseaba.
- Me gustaría que saliéramos juntos a respirar el aire puro de la pradera. – ofreció con una sonrisa, a pesar que sentía nervios.
La joven se sorprendió por la propuesta del capitán. Muchos hombres le habían propuesto cosas parecidas cuando la cortejaban, pero ninguna le llamó tanto la atención como la que había escuchado en esos momentos.
- Disculpa si te parece atrevido mi ofrecimiento, pero es que...
- Me encantaría salir contigo. – afirmó Zelda, con seguridad.
- ¿De verdad? – preguntó, sintiéndose contento.
- Claro que sí, pero lo que me preocupa es ser descubierta.
- Ese no es problema, mientras salgas con una ropa menos llamativa y sin tantas joyas, nadie va a descubrirte.
La opción que el joven ofrecía tranquilizó el temor de la princesa por ser descubierta. Ya no había nada que le impida aceptar.
- Mañana, a la media tarde, tengo que firmar unos tratados especiales, luego de eso podemos salir. Claro, si es que no hay ningún inconveniente para ti.
- Claro que no, pues una hora antes terminaré de entrenar con los soldados.
- Bien, entonces reunámonos en las caballerizas a esa hora.
- Ahí estaré esperándote, Zelda.
Luego de aquella conversación, los jóvenes se despidieron y se dirigieron a sus respectivas habitaciones, sintiendo en sus corazones la inmensa alegría de saber que al día siguiente pasarían juntos un atardecer agradable.
...
Llegado el momento acordado, Link esperó impaciente a Zelda en las caballerizas. Estaba ansioso por salir con ella y librarse del encierro del palacio así sea por unas horas, sobre todo porque eso le haría muy bien a la joven.
Luego de unos minutos de espera, la princesa llegó tal y como lo había prometido. Y fue entonces, que Link que se quedó completamente pasmado al verla.
Ya no se encontraba usando su ostentoso vestido, pues este había sido reemplazado por uno color rosa pastel de estilo imperio hasta las rodillas; no poseía mangas, sino que se sostenía en sus pálidos hombros por unas delicadas tiras, mientras que su cabello estaba totalmente suelto, sin ninguna tiara ni trenza que lo decore.
El joven no pudo evitar sonrojarse al a ver a su soberana de esa manera, y demostrarle su admiración en unas cuantas palabras.
- Estás hermosa... – dijo, completamente impactado.
- Muchas gracias, Link. Tú también te ves muy apuesto. – contestó tímida y ruborizada, observando que su compañero se encontraba vestido de diferente manera.
- Gracias. ¿Lista para irnos? – preguntó, intimidado por el halago recibido.
- Claro que sí. Te sugiero que salgamos de prisa, pues Impa no sabe la pequeña escapada que haré. – indicó, sonriendo ligeramente.
- ¡Entonces salgamos de aquí cuanto antes! – exclamó preocupado.
Los jóvenes se subieron a Epona y salieron del castillo por un atajo secreto que Link conocía, de esa manera se ahorrarían las molestas explicaciones a los guardias que se encontraban en la entrada.
Cuando pasaron por la ciudadela, por cómo estaban vestidos, no fueron reconocidos. La princesa, quien iba sentada detrás de su amigo, se sintió dichosa de estar rodeando con sus brazos la espalda del héroe, momento que aprovechó para deleitarse con el perfume de su piel, y la volvía loca. Lo que ella no sabía es que Link estaba sintiendo la misma oleada de sensaciones que ella al tenerla tan cerca de su cuerpo y embriagarse con su hechizante aroma.
Ambos se sentían encantados por el acercamiento que tenían el uno con el otro.
...
Una vez en la pradera, llegaron a un lugar que ninguno de los dos había explorado antes. El sitio estaba conformado por un pequeño lago y un jardín cubierto por flores de múltiples colores.
Por primera vez en mucho tiempo, la princesa se sintió como una niña pequeña al ver semejante espectáculo, pues no pudo evitar salir corriendo hacia el campo de flores para poder verlas con más cercanía.
- ¡Zelda, ten cuidado cuando corres, puedes caerte! – gritó Link, riéndose con la situación.
La joven hizo caso omiso a la petición de su amigo, simplemente se sentó en el pequeño jardín y se puso a palpar las flores. Esa reacción causó en Link una agradable sorpresa, pues era la primera vez que veía a la princesa reírse de manera tan desinhibida.
Decidió acercarse para acompañarla, pero cuando estuvo más cerca de ella, no se dio cuenta que en el suelo se encontraba una piedra que provocó que se tropiece y caiga encima de la joven.
Asustada, trató de impedir su caída, pero cuando menos se dio cuenta ya se encontraba abrazando al joven, el cual estaba encima de ella.
- ¡Perdóname, no me fije por donde pisaba! – dijo Link, sintiéndose completamente avergonzado.
- No te preocupes. – manifestó, sonrojada por la cercanía.
Ambos se quedaron acostados en el suelo mientras sus miradas se entrelazaban la una a la otra, a medida que sus alientos chocaban en sus bocas entreabiertas debido a la sorpresa.
- Tus ojos... son lindos. – expresó el joven sin pensar, hipnotizado con la mirada de su monarca.
- Link... – dijo, deleitándose con la intensa mirada del hombre que la tenía aprisionada.
El capitán sintió nacer desde su interior enormes deseos de besar a la princesa. Anhelaba demostrarle de esa forma lo que sentía por ella; sin embargo, haciendo acopio de su fuerza de voluntad, se contuvo, pues no quería faltarle el respeto. Simplemente se puso de pie y la ayudó a incorporarse.
El joven desconocía los pensamientos de su soberana, pero ella también deseaba ser poseía por los labios de él, a pesar que muy en el fondo y para su pesar, esto no era más que una simple fantasía.
Luego del incidente, se sentaron a conversar en la orilla de la laguna sobre temas triviales relacionados al lugar en el que se encontraban. Estuvieron en esa agradable acción, hasta que el ocaso se hizo presente en el firmamento.
- Lamento decirte que es hora de regresar. – avisó Link, apenado.
- Está bien. Muchas gracias por este hermoso día. De no ser por ti seguiría encerrada en el palacio. Me he divertido mucho conversando contigo. – contestó, demostrando lo bien que se sentía.
- Mientras tú lo desees, seguiremos haciendo esto, Zelda.
- Gracias. Sé que contigo las cosas siempre serán así, Link.
Luego de su última charla, se subieron a la yegua y regresaron al palacio, sintiéndose felices de haber pasado un maravilloso día en compañía del otro.
...
Una vez de regreso, Zelda se encontraba en su habitación y vistiéndose con una de sus ropas habituales para no levantar sospechas. Cuando estuvo lista, escuchó a su consejera tocar la puerta, por lo que fue a abrirle inmediatamente.
- Hola, Impa. – saludó nerviosa.
- Hola, Zelda. ¿Dónde estabas? Te he buscado por todas partes. – preguntó preocupada.
- Fui a caminar un poco... – mintió, para no revelar que había salido del palacio sin avisarle.
- El ministro Abel te espera en su despacho, quiere hablar contigo sobre...
- Imagino lo que quiere conversar. Iré a verlo inmediatamente. – contestó seria.
La princesa se vio en el espejo por última vez, para luego dirigirse a la reunión con el ministro.
...
En uno de los despachos del palacio, se encontraban frente a frente y sentados en un escritorio, la princesa y un elegante caballero.
El hombre se caracterizaba por su buen parecido; mediana edad, estatura promedio, piel blanca, larga cabellera negra recogida por una cola y ojos carmesí. Sin embargo, internamente, era déspota y manipulador. Esos rasgos de personalidad no eran nada agradables para Zelda, sin embargo, por alguna desconocida razón, que no se relacionaban mucho a ese asunto, sentía hacia él un terrible rechazo. Desde niña acogía esos sentimientos hacia su persona y le costaba tener una conversación con él sin sentirse incómoda.
- Buenas noches, princesa.
- Buenas noches, Sir Abel.
Luego de unos segundos de silencio, el ministro se decidió a hablar sobre el asunto por el que la citó, uno que la princesa conocía perfectamente y le desagradaba.
- No creo que sea una novedad para usted la razón por la que la cité. – dijo, observándola con seriedad.
- La conozco perfectamente y mi respuesta sigue siendo la misma. – respondió, sin demostrar intimidación.
- Princesa, recuerde que usted debe dejar de lado todo conflicto personal, pues usted se debe a su reino por sobre todas las cosas.
- En eso estamos de acuerdo, mi vida entera le pertenece a Hyrule.
- Me alegra que lo sepa, pues ese fue el juramento que le dio a su difunto padre.
- El juramento que le hice a mi padre en su lecho de muerte es algo sumamente importante para mí y me siento en la capacidad de velar por el reino por mis propios medios, sin ayuda de nadie. Por eso no estoy de acuerdo que para cumplir con mi deber, deba matrimoniarme por simple protocolo.
- Tarde o temprano tendrá que contraer matrimonio, pues de eso depende que usted sea coronada como reina. Una vez más, le digo que debe dejar de pensar en sentimentalismos, pues el bien del pueblo a nivel económico y político depende de su unión con algún poderoso monarca. Más pronto de lo que imagina tendrá que recibir nuevos pretendientes.
Luego de aquellas palabras, la joven decidió dar por finalizada la conversación.
- ¿Eso es todo? – preguntó seria.
- Es todo, princesa.
Tragándose el desprecio que sentía por aquel hombre, la Zelda se despidió y salió de su despacho camino a sus aposentos; sin saber que el objeto de su malestar disfrutaba enormemente verla consternada.
...
La joven se encontraba acostada en su cama, completamente encolerizada por la reunión que tuvo con el ministro Abel. De ninguna manera quería casarse con un completo desconocido que sólo deseaba crecer en el poder por medio de la corona de su reino, sobre todo ahora, que su corazón ya pertenecía a otra persona.
Referente a su padre, reconoce que lo amó y respetó muchísimo, pero a la vez sentía hacia él un poco de resentimiento por la promesa que le hizo hacer. Era tan sólo una niña que no tenía idea de las cosas que tendría que afrontar, como dejar de lado su propia vida por el bien de su reino.
Sin poder aguantar más su encierro, se dirigió a su armario y se vistió de la manera más sencilla posible; se cubrió con una capucha negra y salió de su habitación, cuidando de no ser vista.
Tenía inmensos deseos de aspirar el aire puro de la pradera y sentirse tan dichosa como en el atardecer que pasó junto a la única persona que la hacía sentir viva y completa.
...
Por otro lado, el capitán tampoco podía mantenerse tranquilo en la comodidad de su alcoba. De alguna manera, la cercanía que había tenido con su monarca había impresionado y alborotado cada uno de sus sentidos.
Su caminata lo llevó hasta las caballerizas, donde se acercó a su fiel Epona y la acarició con cariño para cerciorarse de que se encontrara bien. Ya una vez acabada su visita, se disponía a regresar a su habitación, pero se sorprendió al ver a un ser cubierto saliendo del palacio por el pasadizo secreto...
...
Como se lo había propuesto, la princesa ya se encontraba sentada encima de una roca, aspirando la frescura del viento de la noche. A lo lejos podía visualizar el palacio, lugar que cada día que pasaba le tomaba más rechazo, pues en ninguno de sus lujos u ostentosidades encontraba la paz que tanto necesitaba, sobre todo por las presiones de aquel hombre que despreciaba.
Sabiendo que el momento de regresar a su jaula de oro había llegado, se levantó dispuesta a tomar el camino de regreso, pero su paso fue detenido por una mano que la tomó del hombro con suma brusquedad.
- Hola, lindura. ¿Cómo así tan solita?
La joven se dio cuenta que la voz que le habló fue la de un hombre, y por el tono de la misma y el peculiar aroma de su aliento, percibió que estaba en estado de ebriedad.
No prestando atención, la joven se soltó del agarre y se dispuso a continuar su camino, mas no se esperó que el hombre la volvería a acorralar.
- ¡Aléjese! – grito enojada.
- ¿Me estás rechazando? – preguntó indignado.
- ¿Acaso no sabe con quién está tratando?
- Claro, con una arisca y hermosa mujer.
Fue entonces que la joven recordó cómo estaba físicamente. El no estar revestida con la elegancia que siempre la caracterizaba, había cubierto por completo su verdadera identidad, haciendo que el hombre que se encontraba frente a ella no la reconozca.
Sin dar más respuesta, mientras los nervios la invadían, se disponía a irse, pero el hombre la agarró de la cintura y la atrajo hacia él.
- ¿A dónde crees que vas? – preguntó agresivo.
- ¡Déjeme ir o no respondo! – exclamó enfurecida.
Debido a los nervios y al fuerte agarre que el hombre la tenía, no podía formar en sus manos una esfera de energía para noquearlo. Ahora si estaba completamente asustada y no sabía cómo podría librarse de aquel delincuente.
- Esta noche me siento muy solito, por eso razón vas a hacerme compañía. No tengas miedo, te aseguro que te gustará.
El pánico se apoderó de ella con sólo imaginarse lo que el hombre podría hacerle. Su cuerpo se había paralizado a tal medida que el malhechor la tumbó en el suelo y empezó a desgarrarla de lo que la cubría.
- ¡Suéltame! – gritó desesperada.
- ¡Cállate! ¡Te aseguro que pasaremos una velada excitante! – exclamó enfurecido, mientras la tomaba de rostro.
Nunca se había sentido tan invadida por el miedo. Varias lágrimas empezaron a salir de sus ojos a medida que el hombre la manoseaba. Los gritos de desesperación salidos de sus labios parecían no ser escuchados por nadie.
- ¡Te dije que te callaras! Estamos tú y yo solos, así que nadie va a...
Una fuerza misteriosa separó al hombre de la princesa, y cuando se dio cuenta vio a un joven impactándolo de lleno en la cara.
Zelda, que se tardó unos segundos en salir del horror, se sorprendió enormemente al ver a su salvador.
- ¡Link!
El capitán, quien no escuchó el llamado de la princesa, estaba completamente enfurecido con el hombre que tenía agarrado.
- ¡Maldito imbécil! ¿¡Cómo te atreves a tocarla!?
El hombre, quien se dio cuenta que no tenía ninguna oportunidad de luchar contra el joven debido a que lo superaba en fuerza, intentó zafarse de su agarre, así que rápidamente sacó una daga de su bolsillo, la que incrustó al capitán cerca del pecho.
Debido al dolor, Link libró al delincuente de sus manos, el que salió corriendo para no ser alcanzado.
El héroe desvainó su espada para perseguirlo, pero los gritos de la princesa llamándolo lo detuvieron; y más pudieron sus deseos de ir a verla.
Cuando estuvo cerca de ella, la abrazó con fuerza para que se calme, a medida que la cubría con su capa debido a las ropas que el agresor le había rasgado.
- Tranquila, ya pasó todo. Por suerte ese tipo no pudo lastimarte. – dijo, mostrándole una sonrisa.
- Gracias, Link. De no haber sido por ti, él me hubiera...
- Shh... nada de eso pasó. ¿Qué haces aquí a esta hora de la noche? Es peligroso para ti.
- Sólo quería salir a tomar un poco de aire, no creí que alguien se me acercaría.
- Zelda, ¿por qué no te defendiste? Tú eres una gran hechicera, pudiste haberlo noqueado.
- Tuve miedo, nunca me había visto en una situación así. Lo siento. – dijo, sintiéndose avergonzada con ella misma.
Con esas actitud, el joven se dio cuenta que la princesa estaba pasando por una etapa de inseguridad, la que debido a la máscara que siempre debía usar debido a su cargo, la había camuflado a la perfección. Al parecer, la reciente invasión que causó caos y terror en el reino, más las atrocidades que cometió Ganondorf contra su vida, la habían afectado más de lo que se imaginaba, incluso mucho más que a él mismo.
Deseaba ayudarla a que supere esa dolorosa etapa poco a poco.
- No te disculpes, pronto recuperarás la seguridad en ti misma. Recuerda que todo lo que ocurrió con Ganondorf sirvió para fortalecernos como personas. No te pregunté el motivo de no haberte defendido porque me haya enojado o desconfié de tu fortaleza, lo hice porque me preocupé por ti y me sentí mal de no haber llegado más rápido para protegerte, pues yo vivo solamente para ti y nadie más.
Esas profundas palabras causaron que su lastimado corazón se sienta aliviado, pues aparte de Impa, nadie más se había preocupado por los rezagos que habían dejado Zant y Ganondorf en su vida. Qué tranquilidad para ella el saber que Link la entendía en vez de juzgarla como muchos lo habían hecho.
Sin saber qué decir, la joven siguió aferrada al pecho de su salvador, agradeciéndole en silencio a las Diosas por haberlo puesto en su camino... pero fue entonces que se dio cuenta de algo sumamente terrible.
- ¡Link, tu pecho está sangrando! – exclamó aterrada.
- No es nada, tranquila.
- De ninguna manera, vamos a curarte.
La pareja se puso de pie y regresó rápidamente al palacio. Zelda estaba muy preocupada por la herida que su amigo tenía.
...
Una vez en el palacio, se dirigieron a la habitación del héroe. A esa hora todos dormían, por lo que nadie se dio cuenta de su llegada.
- Link, quítate la camisa.
- ¿Ah? Zelda, no creo que eso sea...
- ¡Necesito curarte! ¡Quítatela de una vez!
Sin tiempo que perder, la joven le sacó la camisa a la fuerza para encontrarse con la herida, la que por suerte no era muy profunda, pero si se veía dolorosa.
Con cuidado, tomó un algodón con alcohol y empezó a desinfectarla, provocando que el joven se queje ligeramente debido al ardor.
- Perdóname, sé que duele, pero debo sanártela. – indicó, sintiéndose triste.
- Gracias por lo que estás haciendo por mí. – dijo Link, sonrojado.
- No... no es nada. – contestó la joven, sonrojada.
A pesar de no demostrarlo, la princesa estaba muy nerviosa. Por primera vez estaba experimentando lo que era ver y tocar a un hombre semidesnudo. Se maravilló con la firmeza de sus músculos y entristeció por algunas cicatrices que el capitán adquirió a lo largo de su aventura.
Por otra parte, Link tenía una sensación parecida. Era la primera vez que se encontraba en esas condiciones frente a una mujer, y más si esta se trataba de la princesa. Ser tocado por ella, a pesar de dolor de la herida, era una sensación sumamente agradable.
Una vez curada la herida, la joven se disponía a retirar la mano del pecho de su amigo, pero se sorprendió al ver que sus intenciones no pudieron darse, pues el capitán tomó sus dedos en un firme agarre, mientras la miraba a los ojos con fiereza e intensidad.
- Link...
Dejando de lado toda cordura, el joven tomó a la princesa en sus brazos y atrapó sus labios con los suyos en un cálido beso, provocando que Zelda se impacte ante tal acción. Sin embargo, en tan sólo segundos le correspondió, sintiendo como los brazos y las piernas le temblaban con descontrol.
Inicialmente, la caricia se dio con timidez e inocencia, pero luego se fue tornando apasionada e intensa, deleitando a los jóvenes con el significado del primer beso de amor.
Ambos se abrazaron con desesperación a medida que el beso continuaba, rozando con sus manos la espalda del otro, sintiendo como el calor empezaba a invadirlos, hasta que por la falta de oxígeno tuvieron que detenerse, haciendo que sus miradas se encuentren y se expresen todo lo que en ese momento sentían.
- Te amo... – dijo el joven, mientras recuperaba el aliento.
- Yo también te amo. – respondió la princesa, sintiendo como sus ojos se humedecían debido a las emociones.
La pareja se quedó en silencio, asimilando la declaración que se habían hecho, sintiendo poco a poco como el miedo empezaba a invadirlos, pues a pesar que sabían que la ley de las Diosas los unía, la terrenal de ninguna manera iba bendecir lo que para ellos sería un inmundo pecado, ya que una reina nunca podría mezclase con un simple mundano.
Sintiendo como la conciencia lo carcomía, el joven se separó de su amada sin mirarla a los ojos, causando que esta se acerque hacia él y lo abrace por la espalda con fuerza.
- Link...
- Perdóname, nunca debí haberme atrevido a semejante cosa. – dijo, mientras su voz se quebraba terriblemente.
- Lo hiciste porque me amas, lo acabas de decir. ¿O acaso todo es mentira? – preguntó, con un dejo de temor.
El héroe se dio la vuelta para encontrarse cara a cara con su princesa, pues deseaba demostrarte todo lo que su mente y corazón sentían.
- Nada de lo que dije es mentira, pues mi amor por ti ha existido desde el inicio de los tiempos. – dijo Link, mientras acariciaba el rostro de su amada.
- Lo sé perfectamente, pues las almas de la Princesa del Destino y el Héroe Elegido por las Diosas, siempre han estado enlazadas. – contestó, acariciándolo de igual manera.
- Eso es válido para las Diosas, mas los hombres nunca aceptarán nuestra unión por las diferencias sociales.
- No me importa. Nuestro amor estuvo dormido por años y sólo se reconoció una vez que nos reencontramos. Puede ser que hayamos olvidado todo lo que ocurrió en nuestras pasadas vidas, pero el amor es la única fuerza que trasciende con el tiempo.
- Algún día tendrás que contraer matrimonio, pues de eso depende que seas coronada como reina. – indicó, mientras el dolor y la rabia lo carcomían.
- Yo no lo voy a permitir. Nunca me casaré con alguien a quien no amo, mucho menos ahora que te he vuelto a ver. No sé cómo, pero demostraré por mí misma que puedo gobernar sin tener a un hombre indeseado a mi lado.
Luego de aquella manifestación, la joven se armó de valor para decirle al héroe unas ansiosas palabras.
- Nadie debe enterarse de lo nuestro, eso sólo nos corresponde a ti y a mí. No sé, ni me interesa lo que ocurra en el futuro, pues lo único que deseo es estar junto a ti, como siempre... como antes.
Las tranquilizadoras palabras de la monarca calmaron el lastimado corazón del joven, provocando que este se acerque a ella y la estreche en sus brazos con ternura.
- Será nuestro secreto, mi amada princesa. – susurró, mientras juntaba su frente con la de ella.
- Nuestro y de nadie más.
Sellaron sus palabras con un delicado beso, demostrando el pacto de silencio que habían hecho, pues sea como sea, deseaban mantener su unión por siempre.
Luego de su afectuoso acto, la joven se retiró a sus aposentos antes de que descubran su ausencia, sintiéndose dichosa, al igual que él, de saber que a partir de ese momento vivirían en secreto el amor que desde siempre estuvo escondido en el fondo de sus almas.
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