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Amarga renuncia

Luego del mal momento que tuvo que pasar debido a las artimañas del ministro del reino, Zelda se encontraba encerrada en sus aposentos, observando con suma atención su reflejo en el espejo.

Sin poder evitarlo, las lágrimas invadieron su rostro de manera desorbitada, pues de ninguna manera deseaba que su amado saliera lastimado por el hecho de estar relacionado con ella... pero al mismo tiempo, el dolor de la separación era otro tormento que no creía el poder soportar, mucho menos ahora que se había reencontrado con su eterno amor y el único que había logrado terminar con la soledad de su alma.

En esos momentos se preguntó, ¿por qué tuvo que nacer bajo el yugo de la realeza y el qué dirán?, ¿acaso no tenía derecho de amar a quien deseara, sin que las clases sociales interfirieran?, ¿no era suficiente que Link sea el héroe elegido por las Diosas y haya salvado a todo el reino para que sea digno de ella?

Nada de esos detalles importaban para el Consejo y mucho menos para el causante de sus penas, al que desde niña, inexplicablemente, rechazaba con intensidad.

Muy a su pesar, había tomado una decisión, la cual sólo significaba sacrificar lo más hermoso y verdadero que había tenido en su vida...

...

A la llegada de la noche, cuando la luna y las estrellas estaban alumbrando el palacio desde las alturas, el héroe elegido se encontraba subiendo el tan conocido balcón para cobijarse en los brazos de su amada. La joven, como siempre, lo estaba esperando en dicho sitio, fingiendo mostrar una cálida sonrisa para no dar a notar su malestar.

Una vez que el joven logró llegar a su destino, vio a su amada esperándolo completamente hermosa y perfumada para deleitarlo. Esa imagen causó en él una conocida reacción, en la que corría a sus labios para devorarlos con apasionamiento, haciendo que su princesa le corresponda con la misma fiereza.

- Buenas noches, preciosa. Ya estoy aquí para amarte intensamente. – dijo sonriendo, acariciando el rostro de su amada.

La joven no respondió de inmediato, simplemente se abrazó a su amado con fuerza y desesperación, embriagándose con su aroma y sintiéndose protegida entre sus fuertes brazos.

- Link, quiero que esta noche me hagas el amor como nunca antes lo hayas hecho. Tómame sin miramiento alguno, con la fiereza y apasionamiento que te caracterizan... como si fuera la última vez. – pidió, evitando que las lágrimas la delaten.

Al escuchar esas palabras, el capitán se sintió extrañado, pues de alguna manera pudo percibir tristeza y desolación en ellas. Fue en ese momento, que se disponía hablar para salir de sus dudas, pero los labios de su amada impidieron su acción para luego ser llevado al interior de la alcoba mientras las cortinas cubrían todo lo que estuviera a la vista...

...

Una vez más, los besos y las caricias se hicieron presentes en la intimidad de las sábanas, simbolizando la ferviente entrega que se estaba dando entre los amantes.

Con vehemencia y deseo, la princesa recorrió con sus labios y manos cada rincón del cuerpo de su amado, deleitándose con tan fascinante camino y causando en el joven sublimes sensaciones que se reflejaban en los profundos quejidos que nacían de su desesperada boca.

No hubo noche en la que el capitán no disfrutó de los placeres de la mujer que le pertenecía, mas esta era la primera vez que lo hacía de manera tan intensa, donde cada roce o cada palabra de amor y excitación, causaban en él una exaltación de sensaciones en su acelerado corazón.

Sintiéndose satisfecho y con deseos de devolverle los tratos a su princesa, el joven tomó las riendas de la situación y empezó a estremecerla acariciando cada secreto rincón de su tersa y pálida piel. Los sonoros y ensordecedores gemidos por parte de ella eran como música para sus oídos, pues saber que su amada gozaba en sus brazos mientras jadeaba su nombre con apasionamiento, lo volvían completamente loco.

Luego de aquellas sensaciones, en las que el deseo de entrega estaba en su máximo punto, ambos se unieron para saciar la ansiedad de rozarse sus cuerpos y empezar con su violenta danza amatoria.

Compartieron ese íntimo momento deleitándose con la exquisita calidez interior del otro mientras sus labios y lenguas se acariciaban con ardientes besos, demostrándose la necesidad que sentían de devorarse con vehemencia.

Estuvieron en esa agradable acción, hasta que ambos, soltando un último gemido, llegaron a la tan anhelada culminación, donde temblaron debido a los espasmos del clímax que los estaba poseyendo sin misericordia alguna...

...

Acostada encima de la desnudez de su amado y disfrutando de la calidez y protección de estar entre sus brazos, estaba la princesa sin poder evitar que las lágrimas se desbordaran de sus ojos. Luego de aquel encuentro, imaginarse un futuro sin el amor de su vida, era una muerte lenta y dolorosa.

Link, quien se encontraba sumido en inmensa felicidad, pudo sentir las cristalinas lágrimas de su amada caer en su pecho, causando que aquello lo preocupe enormemente y se dirija a hablar con ella.

- Zelda, ¿qué te pasa?

- No pasa nada, mi amor. – respondió, fingiendo tranquilidad.

- Sé que estás llorado. ¿No te gusto lo que hicimos? ¿Te lastimé? – preguntó, angustiado.

- Claro que no. Lo que sucedió fue simplemente maravilloso, el encuentro más placentero de todos; me hiciste estremecer como nunca. – dijo, levantándose para observar a su amado con una fingida sonrisa.

- Para mí también fue hermoso. Disculpa mi atrevimiento, pero fuiste muy ardiente en cada momento... me volviste loco. – admitió completamente sonrojado, acariciando con cariño el rostro de su princesa.

- No es ningún atrevimiento, me encanta saber que he provocado todas esas sublimes sensaciones en ti... de la misma manera que lo hiciste conmigo. – contestó, ruborizándose de la misma manera.

- Entonces, no entiendo por qué estás llorando. – dijo, mientras secaba las lágrimas de su princesa.

La joven se quedó callada unos segundos antes de responderle, pues no tenía deseos de lastimarlo y confesarle la verdadera razón de sus penas; eso sólo podía perjudicarlo y por nada del mundo iba a permitirlo.

- Son lágrimas de felicidad, mi amor. Soy muy dichosa estando a tu lado, desde que estoy contigo nunca más me volví a sentir sola y he podido soportar la frialdad y las presiones de esta jaula de oro, la cual es mi hogar. – contestó, poniendo pesar en sus últimas palabras.

Inicialmente, las palabras de su princesa no lo habían convencido. Algo en el fondo de su corazón le indicaba que ella ocultaba algo que la perturbaba, pero luego de sentir como le acariciaba el rostro mientras lo miraba a los ojos con sumo cariño, decidió descartar aquello, pues él conocía a su amada, y a pesar que era fría y seria para muchos asuntos, era delicada y muy sensible para demostrar sus sentimientos por él.

- No me gusta verte llorar, así sea de felicidad. Yo también soy muy dichoso a tu lado y eres lo más valioso e importante que tengo en la vida. Nunca dejaré de amarte, lo haré hasta que mi cuerpo exhale su último aliento.

- Yo tampoco dejaré de amarte, Link, y recuerda que por siempre seré tuya... hasta el fin de mis días.

Después de aquellas palabras, los amantes estrecharon su agarre y se dieron un dulce beso en los labios; luego de aquella acción, se quedaron dormidos bajo la protección de la intimidad de la alcoba, mientras que la joven rogaba a las Diosas con toda su alma que, aunque sea por una vez, el sol se paralice y se demore en asomarse en el firmamento...

...

Antes de la llegada del amanecer, Link estaba vistiéndose para retirarse de los aposentos de su amada. La joven observaba cada uno de sus movimientos, sintiendo como su alma se destrozaba al saber que esta sería la última vez que podría estar junto a él. Delante de su amado, pudo disimular perfectamente su malestar, pues no deseaba que este vuelva a preguntarle el motivo de su entristecido semblante.

- Ya me voy, princesa. ¿Podríamos vernos en el jardín más tarde? – preguntó, tomándola con suavidad del mentón.

- Sí, claro que nos veremos.

- Qué bueno, porque hay algo que quiero dar...

Las palabras del joven fueron interrumpidas al ser abrazado por su amada con fuerza. Esa acción lo sorprendió un poco, sin embargo, decidió corresponderle con el mismo afecto.

- Te amo. – dijo la joven, mirándolo a los ojos.

- Yo también te amo. Nos vemos luego, preciosa.

- Nos vemos, mi amor.

Después de un último beso, el joven se dirigió al balcón para bajar sigilosamente por los mismos, mientras que la princesa se acostó en su cama a llorar desconsolada, sintiendo como su alma de destrozaba de manera tortuosa.

...

Luego de varias horas en las que el palacio inició con su jornada habitual, la princesa se estaba encaminando a su despacho, mostrando la máscara de la frialdad que siempre la caracterizaba, la que ahora le servía como escudo para cubrir las heridas que la estaban consumiendo lenta y dolorosamente.

Cuando ya se encontraba cerca de su lugar de destino, una voz a sus espaldas interrumpió su camino, causando que su tristeza se convierta en odio de manera abrupta.

- Buenos días, alteza. Por lo que veo en su semblante, durmió de maravilla. – dijo Abel, en tono irónico.

Zelda sólo se limitó a mirar al hombre con desprecio, sin siquiera responder a su saludo, pues sentía que si una palabra salía de sus labios, serian insultos para su insoportable persona.

- Por cierto, Zelda, ¿ya tomaste una decisión? Recuerda que el plazo es hasta hoy.

- Lo sé... y ya tomé una decisión al respecto. – contestó la joven, con seriedad.

- Eres tan patética y predecible que se perfectamente qué decisión tomaste.

- ¡Lárgate de mí vista! – ordenó la princesa, enfurecida.

- Está bien, me retiro, pero te buscaré más tarde para comprobar que hayas cumplido con tu promesa.

Dando una falsa y burlesca reverencia, el ministro se alejó de los pasillos, mientras que la princesa caminó rápidamente a su despacho, dando la orden a los guardias que lo custodiaban que no permitan que nadie entre o la interrumpa.

...

Una vez que el atardecer se había hecho presente y el cielo empezaba a teñirse por las coloraciones del ocaso, Link, completamente entusiasmado, se dirigía a los jardines a encontrarse con su amada.

Desde hace algún tiempo, deseaba darle a su princesa algo muy importante y especial, pero por miedo a lo que ella pudiera pensar, lo postergó en varias ocasiones; pero ahora, ya había decidido no reprimirse más y demostrarle a su amada lo valiosa que era para él por medio de ese gesto.

Cuando el joven llegó a su destino, pudo ver a su princesa de espaldas, jugando con el agua de la fuente; inmediatamente, se acercó a ella para saludarla con un afectuoso beso.

- Hola, preciosa. Por fin nos ve...

Las palabras y acción del capitán fueron abruptamente detenidas, pues la princesa volteó su rostro para evadir el beso, reacción que lo sorprendió en sobremanera.

- ¿Qué pasa, mi amor? – preguntó, preocupado.

Link notó como la princesa lo miraba a los ojos con suma frialdad, una que nunca había demostrado hacia él. Esa acción lo impactó, pues no entendía qué estaba pasando con su amada.

- Zelda...

- Link, tenemos que hablar. – indicó, con seriedad.

- ¿Qué te pasa? ¿Por qué me miras de esa manera?

- Lo que sucede es que... he pensado mejor las cosas sobre nosotros.

- ¿Sobre nosotros? No comprendo. – dijo, sintiéndose confundido.

- He pensado que es mejor que... creo que ya no debemos vernos más.

Ante esas punzantes palabras, el héroe elegido se quedó impactado. Pensaba que había escuchado mal y que todo fue un macabro juego de su mente, pero lamentablemente las cosas no eran como las había imaginado.

- No me hagas esas bromas, Zelda, no me agradan... – pidió, serio.

- No es una broma, Link. Yo... quiero que demos por terminada nuestra relación y no nos veamos nunca más. – afirmó la joven.

La ansiedad y el horror empezaron a apoderarse del alma del joven capitán al escuchar a su princesa hablarle con tan duras palabras. No sabía qué había ocurrido con aquella dulce doncella que sólo tenía para él tratos de amor y afecto, simplemente había desaparecido.

Desesperado, Link agarró de los hombros de la monarca, mirándola con reproche debido al dolor que le estaba causando.

- ¿Qué te pasa, Zelda? No entiendo por qué me dices esas cosas. ¿Acaso hice algo malo? Si es así, dímelo y lo reparo en este momento. – preguntó, al borde de la desesperación.

- No, Link, no hiciste nada malo, sólo que me di cuenta que lo nuestro no puede ser. Eres un buen chico, reconozco tu gran valor al habernos salvado a todos de la oscuridad... pero nuestros mundos son totalmente diferentes y no estoy dispuesta a tolerar eso. No tengo ningún interés ni voluntad en hacerlo.

Link sintió como su corazón se hacía añicos al escuchar esas palabras, y por más que le costó, le hizo a su amada una ansiosa pregunta.

- Zelda... ¿ya no me amas?

La princesa agachó la cabeza evitando la intensa mirada del joven, mientras que Link, desesperado por escuchar su respuesta, la agarró del mentón obligándola a mirarlo de frente.

- ¡Respóndeme! – gritó, fuertemente.

Al escuchar aquel grito, no pudo evitar estremecerse, así que armándose de valor, le contestó.

- No, ya no te amo...

El héroe elegido se quedó impactado al escuchar tan horribles palabras. En ese momento, lo único que deseaba era morirse, pues había perdido todo lo que tenía en el mundo para sentirse vivo y feliz.

- Tú no puedes hacerme esto....

- Ya escuchaste mi respuesta, deja de insistir, por favor. – contestó la joven, con dureza.

- ¿Y los momentos que pasamos juntos? ¿Las noches en las que nos amábamos? ¿Acaso eso no significan nada para ti? – preguntó con ansiedad.

- La pasé muy bien contigo, no lo niego, pero eso no tiene que ser más que un lindo y placentero recuerdo. – respondió, mostrando mordacidad en sus palabras.

Le dolía escuchar semejantes frases, se negaba a creer que la mujer que amaba le restara importancia a los hermosos momentos que pasaron juntos. No había duda que estaba viviendo la peor de sus pesadillas.

- ¿Te has enamorado de otro hombre? – preguntó, con voz entrecortada.

- No es eso, pero esta decisión que he tomado también se debe a mi futuro como reina. Contigo no podría lograr aquello, por ese motivo debo centrarme en conocer algún noble con el que comprometerme y contraer matrimonio; talvez con el tiempo llegue a enamorarme de él y tener una vida plena y feliz... y hasta de formar una familia.

- ¡Cállate! ¡No sigas, por favor! ¡Deja de mentir de una maldita vez! – exclamó espantado, tomando a la joven de los hombros.

- ¡No te estoy mintiendo, te estoy diciendo la verdad! ¡Entiende que lo nuestro se acabó, Link! ¡Se acabó! – contestó, empujando al joven para que la suelte.

Sin poder contenerlo, las lágrimas empezaron a invadir el rostro del joven, quien sintió que su corazón se desangraba y se destrozaba al oír tales sentencias, pues había perdido a la mujer que más había amado, hasta el punto de perder la cabeza.

- Como te lo he dicho antes, no he dejado de reconocer tu valor como héroe de nuestra tierra, por eso, estoy dispuesta a darte un reconocimiento económico por tus servicios y tu gran labor.

La indignación de apoderó de Link al escuchar el ofensivo ofrecimiento de la princesa. Se sintió decepcionado al ver que la mujer que tenía en frente, la cual siempre había considerado honesta y ética, estaba prácticamente comprando su dignidad.

- ¿Qué es lo que me crees? ¡No me interesa tener nada que venga de ti! ¡Ni todo el oro del mundo podrá desaparecer el dolor que me has causado! – reclamó, enfurecido.

- Link...

- Eres una mentirosa, dijiste que me amarías por siempre y no cumpliste tu promesa. Que imbécil fui al no haberme dado cuenta que me estabas utilizando, sobre todo por haber creído que ese lazo del destino entre nosotros existía, dándome cuenta ahora que no era más que una simple leyenda de antaño. – afirmó, secándose las lágrimas que había derramado.

Externamente, la monarca se mostraba fría como el hielo, pero por dentro las palabras del joven la estaban devastando por completo.

- Yo una vez aquí, en este mismo jardín, te dije que te protegería hasta que tú me pidieras que me aleje de tu lado. Pienso cumplir mi promesa en este instante.

- Link... – susurró, sintiéndose incómoda.

- Adiós, Zelda... no sé cómo lo haré, pero te arrancaré completamente de mi piel y mi corazón. – decretó, con profundo pesar.

Luego de aquellas palabras, Link se retiró de los jardines sintiendo como su alma caía por el más oscuro de los abismos. Nunca se imaginó que la mujer que significada su vida entera, terminaría apuñalándole el corazón de la manera más desastrosa.

A los pocos minutos que el capitán se había retirado, la princesa se dispuso a hacer lo mismo, pero su paso se vio interrumpido por el causante de su desdicha.

- La felicito por su excelente actuación, digna de toda una artista del drama. – expresó con ironía, mientras aplaudía con entusiasmo.

- ¡Cierra la boca, infeliz! – reclamó, enfurecida.

- Princesa... cuide esa boca, por favor.

- Ahora que cumplí con mi parte, más te vale que hagas lo mismo con la tuya. ¡No te atrevas a acercarte a Link!

- ¡Ay, Zelda, me ofendes! Yo soy un hombre de palabra y pienso cumplirla.

La joven no contestó a semejante hipocresía, simplemente se retiró de camino a su habitación, sintiendo como las fuerzas empezaban a abandonarla.

Observando la lejanía de la princesa, Sir Abel lanzó una ligera carcajada mientras que entre dientes susurró unas terribles palabras.

- No tengo porque hacer nada contra ese infeliz, verte sufrir es más que suficiente, estúpida...

...

Una vez que la monarca llegó a sus aposentos y cerró la puerta, la frialdad que había demostrado hace unos momentos se desvaneció por completo. El dolor y la amargura se apoderaron de su alma, pues se sentía desconsolada debido a lo que había ocurrido con su amado.

La joven lloró como nunca antes lo había hecho mientras sus quejidos de desesperación embargaban la soledad de su alcoba. Jamás se perdonaría el haber lastimado a la persona que más había amado con tan devastadoras palabras, y actuar indiferente ante los ruegos y reacciones del mismo.

- ¡Perdóname, mi amor! ¡Yo... no quise lastimarte!

Los sollozos de la princesa se hicieron más sonoros al pensar en la desesperación de su amado, en la cual tuvo que mostrarse más fría que un tempano de hielo para decepcionarlo. Reconocía que eso era lo mejor para resguardar su vida, pero no sabía hasta qué punto iba a soportarlo.

- Zelda, ¿qué te pasa?, ¿por qué lloras así?

Al escuchar el llamado de su mentora, la cual se alarmó desde afuera al escuchar sus gritos, la princesa trató de serenarse para responderle.

- No pasa nada, Impa.

- ¡Por las Diosas, estás llorando! ¡Déjame entrar! – exclamó, preocupada.

- ¡Por favor, quiero estar sola!

- Lo siento, pero voy a entrar. Nunca te había escuchado de esa manera y me preocupas.

Haciendo caso omiso de la petición de Zelda, la Sheikah abrió la puerta con un duplicado de llaves de la habitación. Al entrar, encontró a la joven caída en el suelo y llorando desgarradamente mientras estaba arrimada al borde de su cama. Su rostro estaba tomado por las lágrimas, el maquillaje de sus ojos desvanecido hasta sus mejillas, y su vestido arrugado y desastroso.

Impa se impactó en sobremanera al ver a su pupila llorar de esa manera, era una imagen que no recordaba haber visto nunca. Sin decir nada, se acercó hasta ella para abrazarla, quien correspondió al abrazo mientras se aferraba con fuerza a sus hombros.

- Zelda, necesito saber qué te ocurre. ¿Alguien te hizo daño? – preguntó, alarmada.

- ¡Quiero morirme, Impa! ¡Ya no puedo más! – exclamó, desgarrada.

Impa no preguntó más, prefirió seguirla abrazando y esperar a que la princesa se calme. Sin saber los motivos, le dolía en el alma verla llorar de tan devastadora manera.

...

Aun sumido en el impacto, sentado en el suelo que bordeaba la cama de su alcoba, se encontraba Link, completamente destrozado por lo que había sucedido. Jamás creyó que un momento, el cual creía sería maravilloso debido a lo que había planeado, se terminaría convirtiendo en el peor de sus tormentos.

No podía creer la terrible conversación que había tenido con su amada, donde le manifestó, por medio de duras palabras, que no deseaba continuar a su lado y que lo mejor era separarse y dejar todo lo que habían vivido en el olvido... como si nunca hubiese ocurrido.

Sin poder soportarlo más empezó a llorar desconsoladamente, sintiendo como su pecho se oprimía debido al dolor que lo embargaba. No podía concebir la vida sin su princesa, mucho menos ahora que se había enamorado tanto de ella, un amor que, por más que quisiera negarlo, sabía que existía desde el inicio de los tiempos.

- Zelda... ¿Por qué? – preguntó, mientras los sollozos invadían el ambiente.

La última vez que había llorado de esa manera fue cuando murieron sus padres, hecho que marcó su adolescencia y que hasta ahora estaba presente en su vida. En esos momentos, el sentimiento de pérdida volvía a estar presente, pero la diferencia, es que el motivo de este se debía a la única mujer que había amado con desmedida locura.

- Link, ¿estás bien? – preguntó Ravio, quien escuchó desde afuera los quejidos de su amigo.

Al escuchar el llamado del soldado, Link trató de tranquilizarse para contestarle, sin embargo, su voz delataba su malestar.

- Estoy bien... no me pasa nada. – dijo, fingiendo seguridad.

- Te escucho muy mal...

- Vete, por favor.

- ¡Pero Link!

- ¡Déjame solo, Ravio! ¡Quiero estar solo! – exclamó, exaltado.

- ¡No me iré hasta que me digas qué te pasa! ¡Somos amigos, confía en mí, por favor!

Link conocía lo terco que era Ravio, sabía que no iba a dejar de golpear la puerta hasta que lo deje pasar, y temía que eso llame la atención de los otros soldados, cosa que podía afectar su imagen ante ellos. Se limpió las lágrimas lo mejor que pudo para abrir la puerta, encontrándose con su amigo, quien se mostró preocupado al verlo de esa manera.

- Te vi entrar muy acelerado, ¿qué te ha ocurrido? – preguntó, alarmado.

- No pasa nada, ya te lo dije.

- Por favor, tienes los ojos rojos y humedecidos. ¿Pasó algo malo con Zelda?

Al escuchar esa pregunta, el joven se dio la vuelta debido a que las lágrimas iban a salir de sus ojos sin que pudiera evitarlo, eso causó que su amigo se alarme, y se acerque a hablarle.

- Link...

- Zelda y yo ya no estamos juntos. – dijo, mostrando pena en sus palabras.

- ¿Qué has dicho? – preguntó el soldado, impactado.

- ¡Lo qué has escuchado! Zelda dio por finalizada nuestra relación porque dejó de amarme.

- No... pero eso no es posible, Link, ella te ama y eso me consta mejor que a nadie.

- Todo fue mentira, ella mismo me dijo que reconoce haber pasado buenos momentos conmigo, pero que el amor se había acabado y que era mejor separarnos y no vernos más.

- No puedes estar hablando en serio...

- Es cierto, y todo me lo dijo sin compasión alguna. Cada una de sus palabras fueron como punzantes dagas perforando mi corazón, y por más que le supliqué que lo considerara y le mostré el dolor que me estaba causando, no vi en ella ápice de remordimiento. Lo único que desea es convertirse en reina, y para eso debe casarse con un noble, a quien aspira amar de verdad y formar una familia... conmigo nunca podría lograr eso, pues no soy más que un pobre diablo. – relató con profundo pesar.

- ¡No digas eso! – exclamó Ravio, enfurecido al escuchar a su amigo denigrarse a sí mismo.

- ¡Sólo digo la verdad! Fui un estúpido al haber pensado que una mujer como ella podría amarme, querer estar conmigo a pesar de nuestras diferencias sociales.

- Estoy completamente impactado con lo que me has contado, no puedo creer que la princesa te haya mentido de esa manera tan desalmada. Sé que no es el momento de decírtelo, amigo, pero yo te advertí que eso podría pasar. Mujeres como ella son frías e inescrupulosas, no saben lo que es el amor de verdad. – dijo el soldado, recordando con dolor sus vivencias pasadas.

- Quisiera contradecirte en tus palabras, pues mi corazón aún se aferra a la imagen de la mujer pura y bondadosa de la que me enamoré... pero lo que dices es cierto, Zelda no es más que una despiadada y sólo jugó conmigo.

Sin poder soportarlo más, el capitán liberó todas las lágrimas que estaba reteniendo. Creía que al lado de la princesa había encontrado un hermoso y verdadero motivo para ser feliz, por eso le dolía en el alma darse cuenta que las cosas resultaron completamente desastrosas. Jamás se imaginó que entregarse al amor le causaría tanto sufrimiento.

Sin decir palabra alguna, Ravio se acercó a su amigo para abrazarlo, siendo inmediatamente correspondido por este. Percibir como el joven lloraba en su hombro lo hizo sentir terriblemente mal, pues no sólo le dolía la situación por la que estaba pasando, sino que recordó cuando, hace unos años, él estuvo de la misma manera por aquella princesa a la que tanto amó y seguía amando, sin embargo, a diferencia de Link, él estuvo solo en ese entonces, sin nadie que lo apoye o lo sostenga.

...

A la llegada del ocaso, la princesa aún seguía encerrada en su habitación. Se encontraba acostada en su cama, mientras que la Sheikah estaba sentada a su lado, acariciándole el cabello.

En todo ese tiempo, la joven le contó a Impa todo lo ocurrido entre Link y ella en los últimos meses, omitiendo, por supuesto, los detalles de sus momentos íntimos, pues por más confianza que le tenía a su mentora, sabía muy bien que debido a su estrictez no iba a admitir aquellos actos, sin embargo, el haberle rebelado sobre su secreta relación, y los chantajes del indeseable ministro, le ayudaron a sentirse más aliviada.

- Perdóname por no haberte contado nada, Impa, pero tenía miedo que te enojaras conmigo. – dijo, sumamente apenada.

- Es cierto que no hubiera estado de acuerdo, pero sea como sea, te entiendo, Zelda. Es normal que ustedes se hayan enamorado, pues su destino los une desde siempre, pero lamentablemente las diferencias sociales los separan, y por ese motivo, no en todas sus vidas pudieron terminar juntos. – contestó la Sheikah, con sinceridad.

- Pero en otras eras también terminamos juntos, por eso me aferré a que las cosas serían iguales en esta época... de no haber sido por ese maldito. – afirmó, con profundo desprecio.

- Abel se ha pasado de la raya, no puedo creer que te haya chantajeado de esa manera. No tenía ningún derecho. – comentó, indignada.

- Ese hombre me detesta, Impa, no sé por qué siente tanto odio por mí.

- Él es así con todo el mundo, es más, a ti te respeta un poco debido a que, sea como sea, eres la soberana, sin embargo, con otros miembros del palacio es sumamente displicente, pero eso sí, para las obras sociales se muestra abierto y humilde para ganar popularidad con el pueblo.

- Si fuera reina lo hubiera exiliado hace tiempo...

- Así es, pero mientras eso no ocurra, todas las decisiones las toma el Consejo. No sé por qué no lo separan, es como si los tuviera manipulados. – dijo Impa, extrañada.

- No puedo creer que mi padre haya confiado tanto en él.

- Los reyes, que en paz descansen, lo estimaban mucho, pero eso no quiere decir que permitiré que te haga daño. Sea como sea, yo siempre te defenderé. – afirmó con seguridad.

La Sheikah se quedó al lado de Zelda hasta que se quedó dormida, a pesar que no lo demostraba, estaba sumamente apenada por la tristeza que embargaba a su pupila, decidiendo que enfrentaría al mal hombre que la chantajeó como un infeliz.

...

Esa noche, Sir Abel ya había terminado con su trabajo. En esos momentos, se disponía a salir de su despacho, pero al abrir la puerta se encontró con Impa, quien lo obligó a entrar de nuevo para enfrentarlo.

- Eres una maldita basura...

- ¿¡Cómo osas a dirigirte a mí de esa manera, Impa!? – preguntó, indignado.

- ¿Por qué chantajeaste a la princesa sobre su relación con el capitán de la guardia? ¡No tenías ningun derecho! – reclamó, enfurecida.

- ¿Qué te pasa? ¿Acaso apoyas esa relación?

- Si la apoyo o no, eso no es asunto tuyo, pero no tenías por qué haberte metido en la vida privada de nuestra soberana. Lo que haga con ella no es tu problema.

- ¡Sólo cumplí con mi deber! Yo le prometí al fallecido rey de Hyrule, y por supuesto, a la reina, que educaría a su hija de la manera correcta. Por eso, no pienso permitir que nuestra soberana tenga una relación impura y vergonzosa con un indigno plebeyo. – afirmó, demostrando desagrado.

- ¡Ese indigno plebeyo, como tú lo llamas, el héroe que nos salvó a todos!

- Su título no desaparece sus orígenes, no es digno para estar con la princesa.

- Es cierto que la princesa debe ser cortejada con alguien de su nivel para poder casarse, pero, ¿acaso con ese muchacho no podría hacerse una excepción?

- ¡De ninguna manera! No pienso permitir que nuestro reino sea la vergüenza de los otros porque nuestra soberana se ha enredado con un insignificante campesino. ¿Imaginas los hijos que tendrían? La semilla de ese sujeto no puede mezclarse con una mujer como la princesa.

- ¡Eres despreciable! ¡No puedo creer que seas una persona!

Ante esas palabras, el hombre sólo soltó una ligera e irónica carcajada, haciendo que la Sheikah se sienta incómoda por unos segundos.

- Doy por terminada esta conversación. Si me lo permites, voy a cerrar mi despacho.

Sin siquiera despedirse, Impa se retiró del despacho, sintiendo como el enojo la embargaba por completo al no haber golpeado al indeseable ministro por sus bajezas, mientras que el hombre, simplemente sonrió con satisfacción al ver que su planes estaban saliendo a la perfección...

...

Al día siguiente, cuando los rayos del sol iluminaban de manera tenue los terrenos del palacio de Hyrule, Impa se estaba dirigiendo a su despacho para realizar su trabajo. Al llegar a la puerta, se disponía a abrirla, pero de repente, una conocida voz le habló.

- Buenos días, Impa.

- Link... buenos días. ¿Qué haces aquí? Ya mismo empiezan el...

- ¿Podemos hablar? – preguntó, serio.

- Claro... pasa, por favor.

La Sheikah invitó a sentarse al joven en una de las sillas de su escritorio, y cuando ella se sentó en la suya, vio como Link le entregaba un sobre cerrado.

- ¿Qué es esto? – preguntó, extrañada

- Es mi carta de dimisión, ya no voy a seguir sirviendo al palacio.

Impa, a pesar que de conocer todo lo ocurrido entre su pupila y el capitán, no se esperó que este último hiciera semejante cosa, sin embargo, decidió no quedarse callada al respecto.

- Es por la princesa, ¿verdad?

El joven se sorprendió al escuchar esa pregunta, provocando que las palabras que tenía atrapadas en sus labios, se anulen.

- Zelda me contó todo lo ocurrido entre ustedes, no tienes por qué ocultarlo. Ahora, respóndeme lo que te pregunte, por favor. – indicó, seria.

Al saberse descubierto, Link decidió no seguir guardando silencio y contestar.

- Si... es por ella. – afirmó, mostrando pesar.

Esa era la respuesta que la Sheikah tenía deseos de escuchar, sin embargo, por más que lo deseara, no podía contarle toda la verdad por fidelidad a su pupila; al igual que le ocurrió con ella, le dolía ver tristeza en la mirada del joven.

- No deberías mezclar lo personal con el trabajo. Tú has hecho una labor magnífica al entrenar a los solados, has sido el mejor capitán que hemos tenido en años. Si te ofrezco un aumento de sueldo, ¿te quedarías?

- Se lo agradezco, pero no estoy descontento con lo que se me paga, son motivos personales los que me incitan a irme. Estoy de acuerdo con usted en que no debo mezclar las cosas, pero no deseo pasar ni un minuto más aquí. No soportaría ver a la princesa después de todo lo que ha ocurrido entre nosotros, aparte de que ella ha sido muy clara en indicar que no desea verme más. – contestó, conteniendo el dolor que sentía.

- Créeme que las cosas no son como te las imaginas, y lo único que te puedo pedir es que no la odies.

- Yo jamás podría odiar a Zelda. Ella es y siempre será el amor de mi vida, y por ese motivo me alejo para que pueda ser feliz sin mi presencia.

Impa no pudo evitar conmoverse al escuchar esas palabras, percibió por medio de ellas que el amor del héroe elegido por su pupila era más fuerte de lo que pensaba. Hubiera deseado tanto que las cosas entre ellos puedan realizarse, pues sabía que ningún hombre la iba a amar como lo hacia él.

- Viendo que no hay manera de hacerte cambiar de idea, no pienso impedir que te vayas, Link, pues entiendo que estás herido por todo lo que ha ocurrido. – dijo con pena.

- Me voy de aquí sumamente agradecido con usted por la oportunidad que se me brindó. Ser el Capitán de la Guardia Real fue un cargo del que me sentí muy honrado de manejar. Le pido, por favor, que me despida de los soldados, no tengo ánimos de verlos, pues me pedirían explicaciones de mi renuncia y no estoy en la capacidad de responder nada.

- No te preocupes, yo me encargaré de guardarte las espaldas con ellos. Deseo que las Diosas te protejan en cada paso que des de ahora en adelante.

- Muchas gracias... y por favor, cuide mucho de Zelda.

- Así lo haré, no te preocupes.

Dando una reverencia para despedirse, Link se retiró del despacho de la Sheikah, dándose cuenta al cerrar la puerta, que su amigo Ravio lo estaba esperando.

- Link...

- Ya le entregué a Impa mi carta de dimisión, ha llegado el momento de irme.

- Antes de que te vayas, quisiera darte esto...

El joven le entregó al retirado capitán unas llaves, causando que este se extrañe al ver que se le daba un objeto como ese.

- ¿Por qué me das esto?

- Tengo una casa en Villa Kakariko, no es muy grande, pero si es acogedora. Quédate en ese sitio, ahí podrás descansar y sanar las heridas de tu alma, pues imagino que no querrás regresar a Ordon. – explicó el soldado, mostrando una sonrisa a su amigo.

- Es cierto que no deseo regresar a Ordon para evitar las preguntas de todos mis amigos... pero no puedo aceptar tu ofrecimiento, es tu casa. – indicó, incómodo.

- Por favor, acéptalo, lo hago con la mejor intención.

- Sólo lo aceptaré si me dejas pagarte un arriendo.

- ¡De ninguna manera! Tú y yo somos amigos, además si te quedas ahí tendré un lugar en donde visitarte.

Lugo de meditarlo por unos segundos Link terminó aceptando el ofrecimiento.

- Está bien, lo acepto. Muchas gracias, eres un gran amigo. – dijo con una ligera sonrisa.

- No tienes nada que agradecer, lo hago con gusto. Sólo espero que poco a poco te mejores de tus penas... y talvez con el tiempo te enamores de otra mujer.

- ¡Eso nunca pasará! – exclamó, exaltado.

- Link...

- Yo jamás dejaré de amar a Zelda, mi corazón late sólo por ella, y así será hasta el día en que me muera. Cuando un amor es verdadero, es fiel para toda la vida... y eso tú lo deberías saber mejor que nadie.

- Es cierto, tienes razón. Sólo te dije eso porque deseo que estés mejor. – contestó Ravio, apenado.

- Y te lo agradezco, pero aprenderé a vivir con este dolor en soledad. Ahora me retiro, espero que nos volvamos a ver pronto.

- Claro que sí, estaré yendo a visitarte, amigo.

Los jóvenes se despidieron con un cálido abrazo, luego de eso, Link fue a su habitación a tomar sus cosas e ir donde Epona para alejarse del palacio.

...

En el balcón de sus aposentos, observando los terrenos de su palacio desde las alturas, se encontraba la princesa completamente consumida por la tristeza. Desde la lejanía, podía ver como su amado héroe se alejaba, con el alma destrozada debido a la puñalada que le habían clavado en el corazón.

Los únicos deseos que tenía la joven en ese momento eran de bajar a toda prisa a impedir que su amado se vaya, de decirle que todo lo que le había dicho era mentira y que se quede a su lado para siempre, sin embargo, no podía hacerlo, pues por sobre el amor que sentía por él, estaba su seguridad, ya que de ninguna manera soportaría que la vida de este se esfume.

- Adiós, mi amado héroe... te amaré por toda la eternidad.

Lugo de aquello, entró a su habitación a llorar desconsoladamente, sabiendo que nunca más se volvería a sentir tan amada y deseada como en esos meses, lo cuales fueron los más hermosos que había tenido en toda la vida...

...

Un mes ha trascurrido desde que el joven héroe se retiró del palacio, y desde entonces, la monarca no volvió a sonreír. Una vez más, la máscara de la frialdad y la indiferencia habían regresado con mayor fuerza, camuflando de esa manera las dolorosas heridas que llevaba en el corazón.

Esa mañana, como todos los días, bajó al comedor a desayunar, encontrándose con Impa quien la esperaba en el mismo sitio. Al sentarse en la mesa, la joven casi no tocó bocado, demostrando, muy sutilmente, que la comida no era de su agrado; ese hecho no fue ignorado por la Sheikah, quien desde hace algunos días notaba que la princesa actuaba de una manera muy extraña, y aparte de eso, su semblante parecía más pálido de lo normal

- ¿Qué sucede, Zelda? ¿Acaso no tienes hambre? – pregunto, extrañada.

- No tengo ganas de comer nada, esta comida me provoca nauseas. – contestó con desagrado.

- Desde hace días no comes por la misma razón, si sigues así puedes enfermarte.

- Lo siento, Impa, pero no tolero alimento a estas horas de la mañana... siento como una especie de asco con sólo olerla. Me retiro a descansar, pues no me siento nada bien.

Al ponerse de pie para retirarse, la princesa sintió un intenso mareo invadirla, luego, sin que pueda evitarlo, cayó al suelo, quedando completamente inconsciente y alarmando a la Sheikah debido a lo ocurrido...

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