Prólogo
Suspiré.
Ahí estaba el Bakasta, brincando de un lado a otro como un mono desquiciado. De Magna a Luck, de Luck a Magna. De Gauche a Gordon. ¿Qué no se cansa nunca?
Yo estaba cómoda leyendo un libro, pero para ser... honesta, mis ojos llevaban rato sin despegarse de él. Del librito en mi regazo ya ni me acordaba el título ¡Pero no me malinterpreten! No es que me interesara particularmente lo que hiciera ese enano revoltoso.
Es solo que ese día... se supone que sería especial.
Sí, especial para él. Después de todo, era su gran ascenso a caballero mágico superior de rango uno –Vicecapitán–. Ya era hora de que se hiciera justicia y se reconocieran todas las hazañas que hizo. Pensar que esos idiotas de los nobles y los malditos Kira se atrevieron a inculparlo injustamente... Como si Asta pudiera hacer algo malo.
Me mordí el labio, pasando una página disimuladamente. Asta ahora estaba parloteando con Vanessa, gesticulando exageradamente con esos brazos musculosos que... «¡Concéntrate, Noelle!».
— Ke, ke, ke ¿Espiando a tu princeso?
Pegué un brinco en el sillón. ¡Liebe! ¿En qué momento se había materializado en el respaldar? Sentí el calor inundar mis mejillas.
— ¡Claro que no, bicho feo y adorable! —le espeté en un furioso susurro—. Yo solo estaba, ya sabes, leyendo.
El diablillo me miró con sorna, arqueando una ceja.
— Ajá, con el libro al revés. Muy convincente, Alteza.
Bajé la vista y, efectivamente, tenía el condenado libro de cabeza. ¡Mierda! Con las mejillas ardiendo, lo enderecé de un manotazo.
— ¡Cállate! No te metas en lo que no te importa —mascullé entre dientes.
El diablillo no se aminaló y se acercó de nuevo, con un brillo malicioso en sus ojos.
— Oh, pero a mí me importa mucho el bienestar de mi socio, ¿sabes? —ronroneó con falsa inocencia—. Y últimamente he notado cómo lo espías en nuestros entrenamientos. Prácticamente te lo comes con la mirada.
Mi corazón se saltó un latido. No, no, no. ¿Tan obvia era? Pero... ¿cómo?
— Dame dinero para comprar galletas y no le revelaré tu secretito a tu prínceso —soltó Liebe de repente, extendiendo su patita con una sonrisa codiciosa—. Ke, ke, ke.
Apreté los puños, debatiéndome entre la vergüenza y la indignación. ¿Este enano del demonio me estaba chantajeando? Increíble. Pero... no podía arriesgarme. Si Asta se enteraba de lo que yo... No, ni pensarlo. Primero muerta.
— Bien —accedí de mala gana, sacando unas de monedas de mi portagrimorios y depositándolas en su patita—. Pero más te vale mantener la boca cerrada, ¿me oíste? O te juro que te ahogaré en una burbuja.
Liebe dejó escapar una risita triunfal y guardó el dinero enviándolo a través de una bruma negra, supongo que es el medio por el cual se materializa el chibi ese.
— Un placer hacer negocios contigo, Alteza —canturreó por lo bajo, el muy desgraciado—. Bueno, pues tu princeso parece que al fin se dignó a dejar de dar brincos y creo que viene hacia acá. Suerte, Alteza. Ke, ke, ke.
Y con eso, desapareció. Levanté la vista justo a tiempo para ver a Asta acercándose con esa sonrisa radiante que... «¡No, no, no! Rápido, finge demencia». Volví a hundir la nariz en el libro, aunque podía sentir su presencia cada vez más cerca, haciendo que mi pulso se acelerara.
Lo miraba de reojo acercándose, levantando mi vista del librito que iba leyendo entre ratos. Bueno, "leyendo". Ya a estas alturas ni siquiera podía recordar si estaba al derecho o al revés «¿Vendrá hacia mi?». ¡Aghh! ¿Por qué este idiota me pone tan nerviosa?
«¡Hay no, si viene hacia mí!, ¿¡qué, acaso no ve que estoy leyendo un libro!? No me digas que soy tan obvia —pensé, comenzando a alterarme».
— ¡Hola, Noelle! —su voz me sobresaltó, provocando que el librito que sostenía saliera volando de mis manos como un pájaro asustado.
Por unos segundos, mis manos se convirtieron en aves que se movían para todos lados, de norte a sur y de este a oeste, buscando lo que hacía pocos segundos estaba en ellas. Asta me miraba con esos ojos verdes llenos de energía y una sonrisa tan linda que podría iluminar toda la base.
— ¡N-No me-me des esos sustos, B-Bakasta! —exclamé, desviando la mirada hacia un punto indefinido en la pared. Podía sentir el calor subiendo por mi cuello hasta mis mejillas.
— ¿Estás bien? —preguntó él, acercándose aún más. ¡Por los Reyes Magos! ¿Acaso no entendía el concepto de espacio personal?
«Respira, Noelle, respira —me ordené mentalmente, obligándome a fijar los ojos en la ventana al fondo de la sala. El paisaje afuera nunca me había parecido tan interesante...».
— Sí, estoy bien... —mascullé mientras recogía el dichoso librito, rogando para que mi voz no delatara el caos que él provocaba en mi interior— ¿Qué querías?
Asta se rascó la nuca, y podría jurar que sus mejillas se tiñeron de un leve rosa. Seguro era solo mi imaginación, ¿verdad?
— Bueno, yo... quería preguntarte algo —comenzó, y ahí estaba de nuevo esa sonrisa que me hace querer derretirme en un charco—. Verás, hoy es mi ascenso y pues, los chicos están ocupados y no podrán venir, a excepción de Vanessa-neesan, Finral-senpai y Nero. Así que me preguntaba si tú... ¿querrías acompañarme?
Mi corazón dio un vuelco. ¿Asta me estaba invitando personalmente a su gran día?, ¡¿como una cita?! No, no, seguro solo lo hacía porque no tenía a nadie más a quién acudir. Sí, eso debía ser. Aun así, una parte de mí no pudo evitar emocionarse ante la perspectiva de estar a su lado en un momento tan importante para él.
Y entonces carraspeé, tratando de recobrar la compostura:
— B-Bueno —me teñí de rojo y fruncí mi seño, lo sentía en mi entrecejo—. No me de-dejas opción. Sería una vergüenza para los Toros Negros que su nuevo Vicecapitán haga algo estúpido frente a todos los nobles.
Apreté el libro contra mi pecho, como si eso pudiera calmar el acelerado latir de mi corazón. Asta ladeó la cabeza con esa expresión de tontito confundido tan típica de él.
— ¿Estúpido? ¡Pero si me van a ascender! ¡Es algo super importante!
— ¡Ya lo sé, Bakasta! —exploté para ocultar mi vergüenza, poniéndome de pie de un salto. El libro cayó nuevamente al suelo con un ruido sordo, le apunte con un dedo de manera acusatoria—. ¡P-Por supuesto que estaré ahí, quieras o no! A-Alguien de la realeza ti-tiene que dar la cara por los Toros Negros en un evento así.
Él sonrió de oreja a oreja, totalmente ajeno a mi bochorno. ¿Cómo podía verse tan radiante? Es tan injusto...
— ¡Genial! No sería lo mismo sin ti, Noelle. Eres mi... quiero decir, ¡eres una compañera invaluable!
Mi corazón estuvo cerca de explotar. ¿Qué estuvo a punto de decir? No, no, seguro lo imaginé. «Este plebeyo cabeza hueca jamás pensaría en mí de esa forma, ¿o sí? Después de todo ¡es un insensible!». Negué con la cabeza, tratando de despejar esas absurdas ilusiones.
— Pfff, po-por supuesto que so-soy invaluable —proferí cruzándome de brazos, en un intento por recobrar el aplomo—. Soy una Silva después de todo —tenía que cambiar el tema antes de que mi cara se pusiera más roja que una cereza—. Como sea, ¿ya terminaste de hacer el ridículo por toda la base? Algunos intentamos leer en paz, ¿sabes? —me agaché para recoger el dichoso libro. Algo tenía que hacer con mis manos convulsadas.
— ¡Oh, cierto! Perdón por interrumpir tu lectura —dijo rascándose la nuca con una sonrisa avergonzada que me derritió por dentro—. ¡Te veo más tarde entonces!
Y con eso, se fue corriendo y gritando como el tonto enérgico que es. Suspiré, dejándome caer de nuevo en el sillón.
¡Qué lugar tan... decepcionante!
Miré a mi alrededor con ojo crítico, evaluando la decoración de la sala donde se llevaría a cabo la ceremonia de ascenso de Asta. ¿En serio? ¿Unas cuantas flores simplonas y unos banderines descoloridos? ¡Por favor! ¿Cómo podían ser tan tacaños estos idiotas? ¡Era el gran día de Asta, por el amor de la magia! Se merecía algo mucho mejor que estas porquerías.
¡De haberlo sabido, hubiera comprado una mansión entera para su ceremonia!, anónimamente, claro esta.
Resoplé indignada y me crucé de brazos, paseando mi mirada por la multitud que ya comenzaba a llenar el recinto. Rostros familiares y desconocidos se mezclaban en un mar de murmullos y risitas. Logré distinguir a la familia adoptiva de Asta, esas adorables personas de la iglesia de Hage. Se veían tan orgullosos y emocionados que no pude evitar sonreír. Al menos ellos sí valoran a ese Bakasta.
De pronto, una figura familiar captó mi atención. Cabello naranja, ojos amables y una sonrisa que podría derretir el corazón de cualquiera. Mimosa Vermillion, mi prima y... bueno, ¿para qué negarlo? Mi rival en el amor.
— ¡Prima! —me saludó con entusiasmo, acercándose a mí con un revoloteo—. ¡Cuánto tiempo sin verte!
Forcé una sonrisa antes de responderle.
— Hola, Mimosa. Sí, ha pasado un tiempo —respondí con fingida naturalidad—. ¿Cómo has estado?
— ¡Oh, de maravilla! He estado perfeccionando mis hechizos de curación y aprendiendo a cocinar platos nuevos. Ya sabes, para sorprender a... bueno, a todos —soltó una risita, y juro que vi sus mejillas sonrojarse.
«Para sorprender a Asta, querrás decir —pensé con amargura. Pero no podía quedarme atrás, claro que no».
— Pues qué bien —articulé, alzando la barbilla con orgullo, mientras comenzaba a gesticular con mis manos—. Yo también he estado ocupada, ¿sabes? Aprendí algunos hechizos nuevos y... y también a cocinar. Sí, eso.
Mimosa parpadeó sorprendida.
— ¿En serio? No sabía que te interesara la cocina, Noelle.
— Bueno, ya sabes lo que dicen. Siempre hay que estar expandiendo los horizontes y eso —le expliqué aun con mi mentón en alto, aunque, la última vez que cociné terminé explotando la cocina.
Pero antes de que Mimosa pudiera responder, un súbito silencio cayó sobre la sala. Todos los ojos se volvieron hacia la entrada y... Oh, por toda la magia.
Ahí estaba él. Asta, caminando por el pasillo central con la cabeza en alto y una sonrisa que podría iluminar toda la maldita capital. Su pelo en puntas ondeaba ligeramente tras él con cada paso, y juro que podía oír los suspiros embelesados de todas las chicas presentes. Incluyendo el mío.
No podía despegar mis ojos de él mientras avanzaba hacia el estrado, donde los capitanes lo esperaban con expresiones solemnes. Mi corazón latía como un loco y sentía mis mejillas arder. ¿Cómo podía verse tan condenadamente bien? «¡Es perfecto!».
Entre todos los capitanes, Fuegoleon dio un paso al frente y habló:
— Asta, del reino del trébol —comenzó alzando la voz—, te concedemos el título de caballero mágico superior de rango uno —declaró y aunque no pude verlo, apuesto lo que sea que la sonrisa de Asta se ensancho aun más—. Estás a solo unos pasos de lograr tu sueño.
Una sonrisa se dibujó en mis labios sin mi permiso. Estaba tan orgullosa de él, de todo lo que había logrado. De cómo había superado cada obstáculo con esa voluntad inquebrantable que tanto admiro... y amo.
Quería correr hacia él, abrazarlo, apapacharlo y decirle lo feliz que estaba. Pero mis pies parecían clavados al suelo. ¿Cómo podría acercarme así porque sí? –Si lo hiciera, de seguro me meterían a un manicomio–. Solo de pensarlo me daba una vergüenza terrible. Había pasado más de un año desde la última vez que habíamos hablado de forma casual, sin la presión de una misión o un entrenamiento. ¿Y si me trababa y terminaba haciendo el ridículo? ¿Y si le decía alguna estupidez?
Suspiré derrotada, observando cómo Asta charlaba animadamente con mi hermano Nozel y Fuegoleon. ¿De qué estarían hablando? Parecían tan cómodos, tan naturales, ¿estaría hablando de mí?
Y luego estaba Nero, posada sobre la cabeza de Asta en su forma de pájaro como si fuera su maldito trono personal. ¿Quién se creía esa pajarraca? Ya bastante tenía con Mimosa y ahora... ¡Aghhh!
Pero por más que intentaba calmarme, el nudo en mi estómago no hacía más que crecer. La ceremonia estaba llegando a su fin y la gente comenzaba a dispersarse para felicitar al nuevo vicecapitán. Y yo seguía aquí, paralizada como una estatua de mármol.
«Me da mucha vergüenza acercarme y tener una conversación casual —cavilé con frustración—. ¿¡Qué debería hacer!? En este año y tres meses apenas le he hablado fuera de las misiones».
— Asta va a revelar sus sentimientos —susurró Nero en mi oído, apareciendo de la nada como un jodido fantasma.
— ¿¡QUÉEEEE!? —grité sin poder contenerme, sintiendo cómo mi corazón saltaba en varios latidos frenéticos, al punto que los escuchaba.
A mi lado, Mimosa parecía estar en las mismas condiciones. Tenía los ojos abiertos como platos y las mejillas más rojas que los ojos de Nero. Un momento... ¿Mimosa? ¿¡Y si era ella!? ¿¡Y si Asta iba a confesarse a mi prima!?
«Y si soy yo... —pensé, hiperventilándome. La sola idea hacía que mi pulso se acelerara a diez mil por hora—. No, no, no. Imposible. Pero... ¿y si...?».
— No puede ser, no puede ser —farfullé, dando vueltas en círculos como una loca.
Estaba tan metida en mi espiral de pánico, que ni siquiera noté cuando mi hermano Nozel se acercó a mí con su expresión seria de siempre.
— Noelle, ¿tienes un momento? —me preguntó, pero yo estaba demasiado alterada para lidiar con él ahora.
— ¡Ahora no! —le grité, sin siquiera mirarlo.
Mis ojos estaban fijos en Asta, que comenzaba a moverse entre la multitud con paso decidido. Oh, por la magia. ¿A dónde iba? ¿A buscar a la afortunada? Sentí que mi corazón se detenía por un segundo cuando pasó junto a mí sin siquiera mirarme.... En ese momento supe que su destino era otro.
Tragando saliva, lo seguí a una distancia prudente. Podía sentir la presencia de Mimosa a mis espaldas, igual de nerviosa que yo. Vimos a Asta salir a un balcón y... no, no, no. Esto no podía estar pasando.
Ahí, iluminada por la luz del sol, estaba la hermana Lily. La mujer que Asta había perseguido desde que tenía memoria. La que siempre rechazaba sus propuestas de matrimonio con una sonrisa amable. ¿Acaso...?
Palidecí, sintiendo cómo mi estómago se retorcía de miedo. Con el corazón en la garganta, me asomé por la ventana para escuchar mejor, con Mimosa pegada a mi hombro.
— Te lo diré por última vez —comenzó Asta, con una seriedad que nunca antes le había visto—. ¡Cásate conmigo, hermana!
Esas palabras fueron como un puñal directo a mi pecho, uno que me apuñaló varias y repetidas veces, sin piedad. Sentí que me faltaba el aire, mis latidos dolían, cada latido era más doloroso que el anterior. «No, Asta... por favor, no...».
— Lo siento, no puedo hacerlo, Asta —respondió la hermana Lily con suavidad—. Yo no te veo de esa forma. Te veo como parte de mi familia.
Ante ese rechazo, abrí mucho los ojos. «¿Qué? ¿Entonces...?».
— Lo sé —admitió Asta con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Una sonrisa falsa que yo le conocía demasiado bien—. Solo no quería darme por vencido —se detuvo un momento, parecía inhalar—. Pero mantengo mi voto inquebrantable de convertirme en el Rey Mago. ¡Te lo juro que lo conseguiré!
Ella pareció sorprenderse ante esas palabras.
— Nunca te lo dije, discúlpame —murmuró la hermana Lily, poniendo una mano en su hombro—. Pero sé que lo lograrás, Asta.
No tuve tiempo de procesar lo que acababa de presenciar cuando unos aplausos resonaron en el balcón.
¡Plaf, plaf, plaf!
Me giré, confundida, solo para encontrarme con...
— ¿El Rey Mago? —solté, sin poder creer lo que veían mis ojos.
Julius Novachrono, el mismísimo Rey Mago, estaba de pie frente a nosotros con una sonrisa extraña en sus labios.
— Me sorprendes, Asta. Has llegado muy lejos —declaró con un tono que me puso la piel de gallina—. Pero hasta aquí llegaste.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Algo no estaba bien. Podía sentirlo en mis huesos, como un mal presagio que se cernía sobre nosotros.
¿Qué estaba pasando?
¿Por qué el Rey Mago decía esas cosas?
¿Y por qué, de repente, tenía tanto miedo por Asta?
Y por desgracia, mis preguntas se contestaron de la peor manera posible...
Parpadeé y Asta junto al Rey Mago... ya no estaban. ¿Qué demonios? Era como si me hubieran congelado en el tiempo, arrancándome esos preciosos segundos en los que podría haber reaccionado. Miré a Mimosa, buscando respuestas, solo para encontrar su rostro tan confundido como el mío. La opresión en mi pecho, ese dolor sordo y pulsante, no se desvanecía. Algo andaba mal, muy mal.
Una necesidad imperiosa nació en mí entonces, un instinto visceral de proteger, de luchar, de encontrarlo. Pero antes de que pudiera moverme, un maná abrumador me golpeó como una bofetada. Era inmenso, oscuro y asfixiante. Hacía que el de Lucifero pareciera un juego de niños en comparación. «¿Qué mierda esta pasando?».
Gritos desgarradores llenaron el aire, mezclándose con el estruendo ensordecedor de estructuras desmoronándose. El caos reinaba a nuestro alrededor y yo seguía allí, paralizada como una estatua. ¿¡Qué estaba pasando!?
La hermana Lily también había desaparecido, dejando un vacío inquietante en el balcón. Con el corazón en la garganta, me acerqué al borde y enfoqué mi vista en la distancia. Fue entonces cuando lo vi. Un destello negro que se movía cual mariposa cabrioleando, esquivando y atacando a una velocidad cegadora.
«Asta...».
Pero entonces, lo impensable ocurrió ante mis ojos: Asta... cayendo. Dejando tras de sí un rastro carmesí que teñía el cielo como una estela sanguinolenta. Su cuerpo se estrelló violentamente contra un tejado. Aunque estaba lejos, lo vi claramente desde donde me encontraba.
No, no, no.
Los segundos pasaron como una eternidad, mi mente se negaba a procesar lo que acababa de presenciar. Esto no podía estar pasando. No a él, no a mi Asta.
«¡MUÉVETE, MALDITA SEA! ¡ÉL TE NECESITA! —me rugió una voz en mi interior, sacándome bruscamente de mi estupor».
Con un grito desgarrador, activé mi atavío de valquiria y salté al vacío sin pensarlo dos veces. El viento me azotaba el rostro mientras volaba a toda velocidad hacia él, con Mimosa firmemente sujeta a mi mano –la había tomado sin previo aviso–. Un plan desesperado tomaba forma en mi mente: yo lo distraería, le daría tiempo a Mimosa para curarlo. Tenía que funcionar, tenía que...
Por el rabillo del ojo, vi a Nero siguiéndonos en su forma de pájaro. Pero mi atención estaba fija en el cuerpo inmóvil de Asta, en la sangre que manchaba su piel, en el miedo atroz que me devoraba las entrañas.
— ¡¡ASTAAA!! —el grito desgarrador que brotó de mi garganta pareció rasgar el aire, siendo el eco de la desesperación que me carcomía por dentro.
En el instante en que solté la mano de Mimosa para dar inicio a nuestro improvisado plan de rescate, mis ojos se posaron en una visión sacada de la más retorcida de mis pesadillas. El Rey Mago, se erguía ante nosotras con un aspecto irreconocible: Ropajes blancos envolvían su figura, cuernos de alce coronaban su cabeza y seis alas se desplegaban en su espalda, enmarcadas por una aureola gigantesca que irradiaba un maná abrumador y pesado.
Pero lo que me heló la sangre en las venas fue su mano... ensangrentada hasta el codo con un carmesí que yo sabía, con una certeza que me destrozaba el alma, no le pertenecía.
La confusión y el horror se arremolinaban en mi mente, nublando mis sentidos. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Cómo era posible que el hombre al que todos admirábamos, el símbolo mismo de la justicia y la esperanza, pudiera ser capaz de algo así?
Pero no había tiempo para cuestionamientos, no cuando la vida de Asta pendía de un hilo. Con un grito de guerra que nacía desde lo más profundo de mi ser, empuñé mi lanza y reuní hasta la última gota de maná en mi cuerpo, invocando el Rugido del Dragón del Mar más potente que jamás hubiera conjurado, toda mi rabia, mi miedo, mi desesperación y mi angustia... todo se canalizó en ese ataque devastador.
El ataque rugió hacia su objetivo con una fuerza impresionante, capaz de arrasar ciudades enteras... solo para desintegrarse en la nada misma antes de siquiera rozar a su objetivo.
Me quedé paralizada, mi mente luchaba por comprender lo que acababa de presenciar. «¿Cómo...?». Pero entonces, la responsable de frenar mi ataque se hizo visible. La hermana Lily, la mujer que Asta había amado desde que tenía uso de razón, flotaba junto al Rey Mago con una apariencia igual de impactante: Alas de ángel se desplegaban a su espalda y cuernos –diferentes a los de Julius– adornaban su cabeza. La incredulidad y la traición se clavaron en mi pecho cuales clavos en la madera.
— Tú eres... ¿¡Por qué!? —las palabras se atascaron en mi garganta, apenas audibles por encima del caos que nos rodeaba.
El Rey Mago comenzó a hablar entonces, con una voz cargada de una calma escalofriante que contrastaba grotescamente con la cruel escena que se desarrollaba a nuestro alrededor.
Nos habló de una magia de alma, de cómo había encarnado y purificado a los demonios, tomando control de los más poderosos que quedaban en el Qlifot.
— ¿¡Qué significa eso!? ¿¡Cómo es eso posible!? —mi voz se elevó varias octavas, rota por la conmoción y el pavor que me inundaban.
Julius continuó su explicación, imperturbable ante mi angustia. Señaló a la hermana Lily, revelando que ella y otros como ella serían Paladines, seres que surgían tras purificar el alma de un demonio e insertarla en un ser humano. Guerreros que, según él, lucharían por el "bien del mundo".
Y entonces, las palabras que sellarían nuestro destino cayeron de sus labios como una sentencia de muerte.
— Y entonces gobernaré este mundo, y seré "El Emperador Mago".
Un escalofrío recorrió mi espalda. Esto no podía estar pasando, tenía que ser una pesadilla, una broma cruel del destino...
— ¡Yo te salvaré, Asta-san! —el grito de Mimosa me sacó bruscamente de mi aturdimiento, trayéndome de vuelta a la cruda realidad.
Pero antes de que pudiéramos hacer nuestro movimiento, lo peor que podría haber imaginado se hizo realidad: Un cubo de magia espacial se materializó a nuestro alrededor, atrapándonos en su interior como insectos indefensos. Y fue entonces cuando lo vi, la imagen que quedaría grabada a fuego en mis retinas por el resto de mis días.
Asta yacía en el tejado, con su cuerpo maltrecho, destrozado y ensangrentado. Una herida espantosa le atravesaba el torso en diagonal, desde el vientre hasta el hombro, pasando peligrosamente por su pectoral izquierdo, justo donde está el corazón. La sangre manaba a borbotones, formando un cruento charco escarlata a su alrededor que crecía a cada segundo.
Un grito inhumano brotó de mis labios mientras golpeaba frenéticamente las paredes de nuestra prisión, desesperada por llegar a él, por salvarlo. Pero era inútil, estábamos atrapadas, condenadas a presenciar cómo la vida se le escapaba sin poder hacer nada.
Y entonces, para mi horror absoluto, la hermana Lily habló:
— No temas —me enunció con una suavidad que me revolvió las entrañas—. Pronto lo verán con sus propios ojos. Lucius-sama es una persona justa.
¿Justa? ¿¡JUSTA!? ¡¿Cómo mierdas podía atreverse a pronunciar esa palabra cuando Asta se desangraba frente a nuestros ojos por su culpa?! La furia y la impotencia me consumían, nublando mi visión con un velo rojo.
— ¡¡DETENTE!! ¡TÚ ERES A QUIEN ASTA...! —pero mis palabras murieron en mi garganta cuando un destello cegador emanó de mi grimorio. Un nuevo hechizo se escribía en sus páginas, alimentado por la desesperación y el amor que ardían en mi pecho.
La hermana Lily extendió su brazo hacia Asta, y el tiempo pareció detenerse.
— Lo siento, Asta. No te preocupes, tu muerte... traerá la verdadera paz a este mundo.
El hechizo se completó con un destello cegador, y sin pensarlo dos veces, alcé la voz en un grito desgarrador:
— ¡NEXOS MARINOS! —el grito brotó de mis labios con una fuerza que no sabía que poseía.
Al instante, esferas de agua de gran tamaño se materializaron a mi alrededor, dentro y fuera del cubo. Sin pensarlo, me lancé hacia una de ellas, emergiendo al otro lado junto a Asta. Me coloqué frente a él, extendiendo los brazos en un gesto de protección mientras encaraba a nuestros enemigos con una determinación que ardía más fuerte que el sol mismo. Estaba dispuesta a enfrentarme al mismísimo Rey Mago, a desafiar al destino mismo con tal de salvarlo.
— ¡MIMOSA, RÁPIDO, SAL DE AHÍ Y...!
Oscuridad.
Mis palabras se ahogaron en un jadeo estrangulado cuando la mano de la hermana Lily se iluminó con un poder blanquecino. Y entonces, todo se volvió negro. Una oscuridad absoluta me envolvió, robándome el aliento y la razón.
Unos segundos después, caí de culo sobre... ¿arena? Parpadeé, desorientada, mientras el rumor de las olas y la brisa marina llenaban mis sentidos. «¿Qué?, ¿cómo?».
¿Dónde estaba? ¿Qué había...?
Pero entonces, mis ojos se posaron en el cuerpo inerte de Asta a mi lado, y el mundo entero se derrumbó a mi alrededor.
— ¡ASTA! —su nombre desgarró mi garganta en un alarido que no parecía mío. Me lancé hacia él, presionando mis manos contra la herida que amenazaba con arrebatármelo para siempre—. ¡Resiste, Asta, por favor! ¡No te atrevas a dejarme, ¿me oyes?! ¡¡¡NO TE ATREVAS!!!
Las lágrimas se mezclaban con la sangre que teñía mis dedos mientras rogaba, suplicaba e imploraba a cualquier deidad que quisiera escucharme que no me lo arrebataran. No a él, no a mi Asta, no al hombre que había llenado mi vida de luz y esperanza cuando yo no era más que una sombra solitaria.
— Quédate conmigo, Asta... —mi voz se quebró en un sollozo desgarrador, mientras mis lagrimas no paraban de salir, empañando mis ojos—. Te lo ruego... no me dejes. No puedo... no puedo hacer esto sin ti...
Espero les guste este fic.
¿Qué te pareció el prólogo?
Que tengan un bonito día. ✌
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