
4 • El regreso de Hugo
Hugo no dijo nada más. Solo esperó, quieto, como si tuviera todo el derecho de estar allí, como si los meses de silencio no significaran nada. Mandy sintió el calor del sol sobre su nuca, pero el verdadero ardor estaba en su pecho.
— ¿Volver? —repitió ella, avanzando un paso con la mandíbula tensa— ¿después de desaparecer todo el verano y ni siquiera contestar un maldito mensaje?
Hugo: No era tan fácil como suena —dijo él, bajando un poco la mirada.
— No. Claro que no —respondió Mandy, con una risa seca— besas a alguien en su graduación, haces que crea que por fin hay algo entre los dos, y luego te esfumas como si nada hubiera pasado. Súper fácil.
Hugo respiró hondo. Ramiro, Isabella y Patrick fingían ocuparse en lo suyo, pero escuchaban atentos. Matheo ya no estaba a la vista.
Hugo: Mandy... no lo hice con intención de lastimarte —dijo Hugo, más bajo— solo... no sabía cómo manejarlo. Todo cambió tan rápido. Mi tio me obligó a irme a vivir con él, y yo no quería involucrarte en ese caos. Fue egoísta, lo sé.
— No es egoísmo, Hugo, es cobardía —dijo ella, firme, cruzándose de brazos— ni una explicación, ni un 'me voy', ni un 'lo siento'. Solo vacío. ¿Y ahora apareces como si nada, como si estuviéramos esperando por ti?
Los ojos de Hugo bajaron. Por primera vez, parecía sin defensas.
Hugo: No esperaba que me perdones —admitió— Solo quería verte. Saber que estás bien. Trabajar aquí fue solo una excusa.
— No soy alguien a quien puedas usar de excusa —espetó ella— si querías saber cómo estoy, bastaba con un mensaje. Un solo mensaje, Hugo. No somos niños.
Hugo alzó la mirada otra vez. Había en sus ojos algo parecido al remordimiento. Pero también había algo más. Algo que Mandy odiaba reconocer: el mismo magnetismo de siempre.
Hugo: Te ves diferente —dijo él, con voz casi inaudible— más fuerte.
— Lo soy.
Él asintió, como si eso le doliera. Dio un paso hacia atrás.
Hugo: No quiero arruinar más las cosas —dijo— si necesitas que me vaya, me iré. Solo... tenía que intentarlo.
Mandy lo miró en silencio. Cada fibra de su cuerpo quería gritarle. O abrazarlo. O ambas cosas. Pero en vez de eso, solo dijo:
— Tú sabrás qué hacer esta vez. Pero no voy a rogarle a nadie que se quede.
Y se dio media vuelta.
Mientras se alejaba, pudo sentir su mirada clavada en su espalda, como una deuda pendiente. Como una herida que aún sangraba sin permiso.
El ambiente se tensó aún más cuando Mandy se alejó. Hugo permanecía de pie, sin moverse, como si la tierra se lo hubiera tragado emocionalmente pero no físicamente. Isabella había contenido las palabras hasta ese momento, pero sus nudillos se pusieron blancos al apretar con fuerza la esponja que tenía en la mano.
Isabella: ¿Qué clase de broma es esta? —espetó al fin, caminando hacia él con pasos firmes— ¿Después de tres meses sin saber nada de ti, sin decirle nada a mamá, a mí, ni siquiera a tus estúpidos amigos, simplemente apareces aquí con cara de "hola, volví"?
Hugo: Isa... —intentó decir Hugo, pero ella levantó una mano, frenándolo.
Isabella: No, ni siquiera lo intentes. ¿Tienes idea de lo que mamá lloró por no saber si estabas bien? ¿De lo que fue para mí tener que fingir que no me importaba cuando te defendían diciendo que "seguro necesitaba espacio"? —Su voz se quebró un poco, pero se mantuvo firme— ¿Y ahora qué? ¿Vuelves al carwash como si todo estuviera perdonado?
Él la miró, como si hubiera envejecido de golpe desde la última vez. Su voz salió baja, casi dolida:
Hugo: No esperaba que me perdones, solo quería arreglarlo.
Isabella: ¿Arreglarlo? ¿arreglar qué, Hugo? no somos tu sala de espera emocional. Mandy no lo es. Yo no lo soy.
Isabella se cruzó de brazos, con los ojos brillando, no por tristeza, sino por rabia contenida.
Isabella: Tú y tus malditas huidas. Siempre corres cuando algo te supera. Cuando papá nos abandono, cuando mamá te exigía, cuando sentiste algo por Mandy. ¿Y ahora? ¿Te fuiste porque el beso te asustó? ¿Porque sentir algo real te hizo mierda la cabeza?
Hugo agachó la cabeza. No se atrevía a responder.
Isabella: dilo, al menos ten los huevos de decirlo.
Él levantó la vista, por fin.
Hugo: Sí me asusté. Sentí algo. Mucho y me asusté.
Isabella rió, amarga.
Isabella: Pues qué bien, Hugo. Pero el problema es que el mundo no se detiene porque tú estés asustado. Aquí la gente sigue. Sufre. Trabaja. Saca fuerza de donde no tiene. Como Mandy. Como yo.
Se quedó viéndolo, el rostro endurecido, como si cada palabra fuera un ladrillo en un muro que ya no quería derribar.
Isabella: Si de verdad quieres arreglar algo —dijo al fin— empieza por no esperar que el mundo te reciba con los brazos abiertos. Te toca ganártelo. Como todos.
Y sin decir más, volvió a tomar la manguera, poniéndose de espaldas a él.
Hugo no dijo nada. Solo se quedó ahí, parado, como si de pronto el regreso no hubiera sido tan fácil como había planeado.
El cielo se había teñido de azul oscuro, casi negro. Las luces del carwash parpadeaban, solitarias, mientras Mandy arrastraba con esfuerzo una cubeta vacía hasta la bodega. El sonido del agua cesando, de los últimos coches alejándose, y de Isabella gritando un "¡nos vemos mañana!" desde su moto marcaban el fin de otro día largo. Solo quedaba ella.
O eso pensaba.
Hugo: No sabía si aún estabas aquí.
La voz la tomó por sorpresa. Se giró bruscamente, el corazón agitándosele en el pecho, para encontrarse con Hugo de pie bajo la tenue luz del poste, las manos metidas en los bolsillos y una expresión que oscilaba entre la culpa y la necesidad.
— ¿Otra vez tú? —preguntó Mandy, sin intención de sonar amable.
Hugo: no te estoy siguiendo, lo juro. Solo... no quise que terminara así —dijo él, dando un par de pasos hacia ella.
— ¿Así cómo? ¿Con la verdad en la cara? —replicó ella, dejando la cubeta a un lado y limpiándose las manos con un trapo sucio.
Hugo tragó saliva. El silencio entre ambos fue denso, cargado de todo lo no dicho.
Hugo: Sé que merezco todo el odio que me lanzaste hoy —dijo al fin— Y el que Isa también me soltó. Pero no podía irme sin decirte algo más.
Mandy cruzó los brazos, sin apartar la mirada.
— Entonces dilo pero hazlo rápido. No tengo toda la noche.
Él asintió y respiró hondo.
Hugo: No fue solo miedo, Mandy. Fue... sentir que si me quedaba, si me atrevía a estar contigo de verdad, tendría que enfrentar todo lo que siempre evité y lo peor es que te besé sabiendo que no estaba listo. Pero aún así... no he dejado de pensar en ti. Ni un solo día.
Sus palabras le calaron más profundo de lo que esperaba. Mandy bajó un poco la mirada, su mandíbula tensa.
— Entonces ¿por qué volver ahora?
Hugo: Porque estoy listo para dejar de correr.
Ella lo miró de nuevo. Más vulnerable de lo que quisiera.
— No soy la misma chica de hace tres meses, Hugo. Ya no me rompo tan fácil.
Hugo: Lo sé. Por eso estoy aquí —murmuró, acercándose más. Ya estaba a menos de medio metro de ella, lo suficiente para oler su shampoo, para ver la mancha de grasa en su mejilla que no había notado hasta ahora.
— A veces me pregunto —dijo Mandy, bajando la voz sin querer— si ese beso fue real... o solo un error de alguien que iba a desaparecer.
Hugo levantó una mano, con cuidado. Sus dedos rozaron la mancha en su rostro, limpiándola con dulzura.
Hugo: Fue real. Tan real que me asustó.
El gesto la desarmó. Sus ojos buscaron los de él. Y durante un segundo, el tiempo se detuvo. Hugo alzó su mano y rozó con la yema de sus dedos la curva de su mejilla, luego bajó lentamente por su cuello, como si le costara respirar, como si el contacto fuera una forma de recordar lo que dejó atrás.
— No me toques si vas a irte otra vez —susurró ella.
Hugo negó con la cabeza, con un suspiro apenas audible.
Hugo: No planeo irme. No esta vez.
Ambos se quedaron en silencio, la brisa nocturna rozándolos, las luces del carwash proyectando sus sombras en el pavimento húmedo. La tensión era un hilo fino, tenso, a punto de romperse.
— Dame una razón para creerte —murmuró ella, con la voz quebrada.
Hugo: Esta vez, voy a quedarme a darte todas las razones que necesites —dijo él, su voz temblorosa pero firme— Una por una. Cada noche, si me dejas.
El corazón de Mandy latía con fuerza. Sabía que el peligro de caer estaba allí, latente, pero también sabía que había algo en su voz que no había escuchado antes: verdad.
El silencio entre ellos era espeso. Casi eléctrico. Las palabras de Hugo aún vibraban en el aire, mientras la brisa nocturna acariciaba sus rostros con una suavidad engañosa. Mandy no se había apartado, y Hugo apenas había bajado la mano de su mejilla. El momento era íntimo, frágil, suspendido en el filo de algo más.
Pero entonces, el chirrido de una bicicleta rompiendo la tranquilidad del lugar y unas voces conocidas irrumpieron como un trueno:
Patrick: ¡Mandy! —gritó Patrick desde la entrada del carwash— ¿¡Dónde estás!? ¡Isabella ya se fue y Matheo no deja de decir que tú te ibas con nosotros!
Mandy se separó de golpe de Hugo, como si despertara de un trance. Su expresión cambió, poniéndose firme, tensa. Hugo bajó la mirada, mordiéndose el labio. Matheo apareció justo detrás de Patrick, con las manos en los bolsillos de su sudadera gris y una ceja alzada en cuanto vio a Hugo junto a ella.
Matheo: Vaya, vaya... —murmuró Matheo, deteniéndose— Mírenlos nada más. ¿Nos interrumpimos?
Patrick frunció el ceño, sin captar del todo el ambiente cargado de tensión que lo rodeaba.
Patrick: ¿Qué hace él aquí? —preguntó señalando a Hugo, directo, como si la simple presencia de su excompañero fuera un crimen.
Hugo: Solo venía a hablar —dijo Hugo, dando un paso atrás— Ya me iba.
Matheo lo observó con desconfianza, pero no dijo nada. Miró a Mandy, buscándole los ojos.
Matheo: ¿Estás bien?
Ella asintió, algo rápido.
— Sí. Ya voy.
Patrick bufó y se cruzó de brazos.
Patrick: Bueno, pues apúrate, porque tengo hambre y no pienso esperarte toda la noche.
Mandy lo miró con ternura resignada, como siempre lo hacía cuando su hermano menor la necesitaba más de lo que decía. Se volvió hacia Hugo, que parecía debatirse entre quedarse o desaparecer.
— Vete —le dijo en voz baja, sin dureza— Esto... no termina aquí. Pero no ahora.
Hugo asintió, entendiendo. Se quedó un instante más, observándola como si intentara grabar su rostro bajo esa luz tenue. Luego se giró y se perdió entre las sombras de la calle.
Mandy respiró hondo y caminó hacia los chicos.
— ¿Vieron mi bolso? Lo dejé en la oficina.
Matheo: Yo lo agarré —dijo Matheo, levantándolo como si fuera un trofeo— Sabía que ibas a perderlo entre tanto... drama.
Ella soltó una risa suave y le dio un leve empujón.
— Gracias, idiota.
Matheo: De nada, tragedia griega —respondió él con una media sonrisa.
Patrick los miró a ambos, todavía confundido por todo el ambiente.
Patrick: ¿Alguien me explica por qué siempre que Hugo aparece, todo el mundo se pone raro?
Mandy lo miró de reojo, con una mezcla de tristeza y algo más indefinido.
— Porque algunas personas, Pat... no pueden aparecer sin removerlo todo.
Y sin añadir más, caminó con ellos hacia la salida, dejando atrás las luces apagadas del carwash... y el eco de un corazón que aún no decide si volver a confiar.
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