01
En el majestuoso Reino de Solaria, donde los juegos de poder se libran en salones de mármol y bajo lámparas de cristal, la princesa Jennie Kim fue interrumpida en medio de una lección sobre estrategia militar. Un hombre de imponente presencia, vestido con un jubón negro impecable y botas de cuero relucientes, se inclinó al entrar en la sala.
—Disculpe la intromisión, maestre, pero el Rey Roger solicita la presencia inmediata de la princesa Jennie —anunció con firmeza.
El maestro, sin titubear, asintió y señaló a Jennie con un leve gesto de cabeza. En el salón, nadie parecía sorprendido; era bien sabido que la princesa Jennie, conocida por su inteligencia y porte imponente, era constantemente requerida para asuntos importantes del reino.
Mientras caminaba al lado del emisario real hacia las caballerizas, Jennie no pudo evitar fruncir el ceño.
—¿De qué se trata, Namjoon? —preguntó, ajustando la capa carmesí que le cubría los hombros.
—El rey os espera en la sala del consejo, alteza. Es un asunto de gran urgencia. —La voz del hombre era neutra, pero la mirada furtiva le indicó a Jennie que algo no estaba bien.
Cuando llegaron al castillo principal, los criados y soldados se inclinaron profundamente a su paso. Sin embargo, lo que verdaderamente capturó la atención de Jennie fue la fila de caballos con estandartes enemigos estacionados en el patio. El blasón de la Casa Manoban ondeaba con descaro en su territorio.
—¿Qué demonios está tramando ahora? —murmuró para sí misma mientras subía las escaleras hacia la sala del consejo.
Namjoon golpeó la gran puerta de roble y la abrió. Dentro, el Rey Roger estaba sentado a la cabecera de la mesa, acompañado por Lord Marco Manoban, líder del reino vecino. La tensión en el aire era palpable, pero lo que realmente descolocó a Jennie fue ver a ambos hombres sonreír al verla entrar.
—Hija mía, siempre un placer verte. —El rey se puso de pie con entusiasmo—. Gracias por venir tan rápido.
—¿De qué se trata todo esto? —preguntó Jennie, cortante, sin molestarse en disimular su desagrado.
—Estoy seguro de que ya conoces a Lord Marco Manoban.
—Claro que sí. Es tu principal adversario político. —Jennie miró al hombre con ojos entrecerrados antes de dirigirse a su padre—. ¿Por qué está aquí?
—Para formar una alianza —respondió el rey con una sonrisa.
Jennie sintió que su paciencia empezaba a agotarse.
—Habla claro, padre. No tengo tiempo para tus juegos.
Roger suspiró, señalando a Marco para que se pusiera de pie. Antes de que pudiera hablar, la puerta se abrió de golpe. Una joven irrumpió con el cabello algo despeinado y vestida con una simple túnica negra, un atuendo inusual para alguien que parecía pertenecer a la nobleza. En sus manos llevaba un pequeño paquete de pan recién horneado, y sus labios aún estaban manchados de migajas.
—¡Padre! Perdón por la demora. El mercado estaba lleno, y estas hogazas de pan eran irresistibles. —La joven se inclinó ante el rey Roger con una sonrisa despreocupada.
—Lalisa, hija, llegas en el momento justo. —Marco la presentó con orgullo—. Roger, esta es mi hija.
Jennie observó a la recién llegada con incredulidad.
—¿Esta es tu gran estrategia? —preguntó, mirando a su padre con una mezcla de desdén y frustración—. Si piensas que voy a participar en cualquier alianza que involucre a ella...
—Jennie, por favor, escucha. —Roger levantó una mano para calmarla—. Sabes que mi reputación está en juego. Si no resolvemos esto, toda nuestra dinastía podría caer.
—¿Y qué tiene que ver ella conmigo? —preguntó Jennie, señalando a Lalisa, quien simplemente le devolvió la mirada con una sonrisa casual.
—La alianza requiere que vosotras dos finjáis estar comprometidas —respondió el rey Marco con tranquilidad.
El silencio que siguió fue casi ensordecedor. Jennie sintió cómo la ira comenzaba a arder en su pecho, mientras Lalisa parecía divertirse con la situación.
—¿Es una broma? —dijo Jennie finalmente, levantándose de su asiento con brusquedad—. No pienso prestarme para esta farsa.
—Hija, si no aceptas, el escándalo no solo me destruirá a mí, sino también a tu madre y a ti. —Roger intentó razonar con ella.
—¡Es mi vida, Roger! No soy una herramienta política. —Jennie salió de la sala furiosa, sin dar oportunidad a que nadie más hablara.
Cuando la puerta se cerró de golpe, Marco se volvió hacia Roger con una ceja levantada.
—¿Es así siempre?
—Sí, tiene el carácter de su abuela. Pero no te preocupes, aceptará. Conozco a mi hija.
—¿Y si no lo hace? —preguntó Marco.
—Lo hará. Jennie puede ser terca, pero nunca permitirá que el honor de nuestra familia se hunda.
Lalisa se levantó de su asiento con una sonrisa tranquila.
—No os preocupéis, me encargaré de que acepte. Si algo he aprendido en el mercado, es que la paciencia y el ingenio siempre ganan.
—Mañana mismo, te transferirás al Palacio Real de Solaria y comenzarás a asistir a las mismas lecciones que Jennie —dijo Roger—. Necesitamos que os acerquéis.
—Será un placer —respondió Lalisa, sonriendo de lado—. Esto será interesante.
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