Capítulo 5: Devoto amante.
"... a un lugar que recuerdo, estuve allí mucho tiempo atrás.
El cielo estaba herido, el vino sangró".
Like a Stone- Audioslave.
Misael sintió cómo su mano era tomada por la de Eugine con fuerza. Los ojos del hombre escudriñaron cada rasgo del rostro del joven, mostrando una mezcla de tristeza y frustración.
Un sentimiento venenoso se agitó en el pecho de Eugine, desatando un dolor creciente que apenas podía manejar. La mirada se posó en la muñeca de Misael y sin poder controlarse, acarició la piel suave con el pulgar.
Los dedos largos ascendieron y descendieron, rozando la vena que latía con ansiedad. Mientras lo hacía, las pestañas del hombre se inclinaron hacia abajo, ocultando temporalmente sus ojos que, al abrirse de nuevo, revelaron un iris teñido de un sutil matiz rojizo.
Misael quedó sin aliento ante esa expresión desconocida. Fueron cuestión de segundos, quizás un minuto.
Eugine dio un paso acortando la distancia.
Frente a este movimiento los labios del joven se entreabrieron por el asombro. Cuando iba a preguntar qué sucedía, de repente su visión se volvió nula.
Eugine le bajó la capucha de la campera hasta la nariz y lo soltó suavemente.
Al levantar lo que cubría sus ojos, todo volvió a la normalidad. La lluvia seguía crepitando con constancia y el rostro del hombre había recuperado la calma. Arrepentido, fingió como mejor pudo. Esbozó una sonrisa y el cuerpo recobró esa ligereza habitual que infundía confianza.
—Está lloviendo demasiado fuerte —dijo mientras retiraba la mochila de su hombro—. Yo vi el pronóstico también y traje uno. Te comparto el mío y te acompaño hasta la parada.
Sacó el paraguas y lo agitó en el aire.
—Si te mojas, te vas a enfermar.
Esos dedos que hace un momento hicieron un movimiento ambiguo sobre su cuerpo, ahora se deslizaban por el objeto. Con un clic, se abrió y el paraguas negro fue acercado despacio.
Él asintió en silencio. Cuando ambos salieron juntos, el joven mantuvo unos centímetros de distancia. Las gotas le mojaban el hombro y caían por el brazo.
Pidiendo al universo que la paciencia de Misael fuese la misma de antaño, extendió la mano y lo acercó hacia su cuerpo. Era consciente de que en esta época, los amigos suelen tener este estrecho contacto. Así que calculó que su viejo amante no se alertaría.
Pero el joven mantuvo el mutismo; su mente estaba en otro lugar. No suele pensar mucho en las reacciones de las personas. Sin embargo, fue tan extraño que no podía quitarse de la cabeza esa mirada llena de tristeza. Este hombre es tan alegre que nunca hubiera imaginado que podría hacer una expresión tan dolorosa.
Ante esto, Eugine comenzó a alarmarse. Lo acercó un poco más e inclinó la cabeza buscando el rostro de Misael que miraba hacia abajo.
—Mañana entonces, ¿eh? ¿Voy por la tarde?
El joven con la cabeza gacha, hizo una pequeña sonrisa y respondió:
—Sí, te espero entonces.
Los labios del hombre se fruncieron. Tragó saliva inquieto. Cuando recogió valor para preguntar qué estaba ocurriendo, Misael salió corriendo.
—¡Hasta mañana! —gritó, mientras hacía un gesto con la mano para que el colectivo que se acercaba se detuviera.
Un ligero "mmm" salió de la boca de Eugine, quien se quedó atrás. De pie, esperó hasta que el colectivo se perdió de su vista. Al no verlo más, se dio la vuelta y comenzó a caminar.
Pensó muchas cosas en el camino; lamentablemente, su cabeza ya lanzaba humo de tantas dudas que tenía. Al llegar al departamento, tomó su celular y no tuvo más alternativa que mandar un mensaje a su único confidente.
Hace varios días que no se escribían. La última vez que hablaron, el impertinente primo lo regañó horrorosamente. Eso afectaba su orgullo de una forma deprimente; ese demonio menor que no había tenido una pareja en su vida lo aconsejaba como si sus palabras fueran una verdad sacra.
Sin embargo, es el único en quien se atreve a confiar.
Como aún estaba ofendido con Nathael, no iba a dedicarle sus mejores palabras. Abrió el chat de ambos y de forma cortante escribió:
[Estás 🤔]
Eugine es un demonio que se ha adaptado a la época de una forma deslumbrante. Aunque tenga un poco más de seiscientos años, su comportamiento es de un joven de veintitantos con la energía de un niño.
Nathael, que lo conoce lo suficiente, sabe que aún sigue molesto. Si no, el inicio de la conversación hubiera llegado con miles de stickers pegajosos antes de hablarle. Pero esto significa que si le escribe es porque necesita algo. En cierta forma, ambos son bastante similares.
[Que sea rápido, en diez minutos se abre el telón]
Eugine rechistó, miró la hora y era cierto. Se había olvidado que era viernes.
[Te mando un audio 🧐 escucha con atención]
Había mucho por contar. El inicio fue calmo; luego, cuando mencionó lo de Lucía, la voz escaló en rabia. Con la ropa aún húmeda, caminaba de un lado al otro narrando los horrores que había presenciado. Envió ese audio, tomó aire y continuó con lo último.
Fue un total de veinte minutos. Al finalizar y poder sacar todo lo que venía atravesando estos días, ya no recordaba que estaba enfadado con Nathael.
[Qué opinas😫😔 no sé qué no estoy viendo😭]
Cuando pasó el tiempo y el otro no lo escuchó, regresó el enojo.
Insultando a los cuatro vientos, se desvistió y fue a darse una ducha caliente. Había dejado el teléfono cerca por si acaso; cuando sonó, corrió con el cuerpo apenas cubierto por unos boxers negros.
Al tomarlo, mientras se secaba el cabello, lo abrió.
[🙄 idiota, lo asustas]
Eugine leyó el mensaje y contestó:
[🖕]
Revoleó el celular en la cama, se sentó en el borde y se quedó pensando en ello.
¿Lo asustó? ¿Será posible?
Él sería incapaz de herir a Misael. Solo fue un pequeño momento y recobró la compostura de inmediato. Es cierto que es algo impulsivo y que no suele pensar tanto en sus acciones. Pero de ahí a ser violento es casi imposible.
La única vez que lo fue... él... él tenía un motivo.
Fue una noche fría y tormentosa como esta. Los truenos retumbaban en el cielo, el viento aullaba y las gotas de lluvia golpeaban los vidrios. En el interior de la mansión, las paredes de piedra decoradas con tapices eran testigos de la presencia que las atravesaba. Unas uñas largas y filosas se clavaban y deslizaban, cortando a medida que la figura avanzaba.
El cabello, que una vez fue sedoso y largo hasta la cintura, ahora estaba cortado de forma irregular y lleno de polvo. Una camisa suelta, cubierta de suciedad y llena de roturas, mostraba los cortes y hematomas sobre la piel que alguna vez fue blanca y pura.
Eugine caminaba descalzo a paso lento, dejando tras su espalda los cuerpos de aquellos que le impedían llegar a su objetivo.
Tarareaba una melodía que había escuchado hace un par de años. La mano izquierda, cubierta de sangre, se movía al aire como si bailara con sus dedos delgados al ritmo de una flauta que sonaba en su mente.
—... el dulce amor me hiere, cuando no lo puedo ver; porque no debo amar a nadie, sino a él...
Mientras cantaba, una sonrisa se dibujó en la mitad del labio, recordando a la persona a quien iba dedicada.
—En él debo pensar hasta que pueda verlo de nuevo y no puedo fallar en esto...
En la oscuridad, sus ojos rojos brillaban intensamente.
—... porque el pensamiento amoroso mata mi corazón dolorido...
La canción cesó cuando vislumbró una puerta de dos hojas, alta y finamente decorada.
Al abrirla, sus orejas, ahora con una terminación en punta, se movieron. Al escuchar la respiración de lo que estaba buscando, una risa juguetona salió de su boca partida, haciendo eco en esa habitación.
La espalda se puso recta y la barbilla se elevó. En ese momento, no había cambiado por completo y no era agradable para ninguno de estos demonios completar su transformación a su estado primitivo.
Tenían una apariencia, a los ojos de alguien como Eugine, desagradable. Sin embargo, ese joven demonio había cambiado demasiado en esos años de encierro.
La nariz y el oído estaban alertas, buscando la ubicación exacta. Las venas de brazos y cuello se volvieron negras y gruesas. Y cuando el olfato halló a su presa, la lengua se extendió hacia afuera y lamió la mitad de la boca, que ahora era una apertura que se extendía hasta la oreja. La punta relamió los dientes afilados.
Caminó hacia ese hombre. Al verlo, su boca siseó y una expresión retorcida se adueñó de su rostro.
Ladeó la cabeza y elevó la mano cubierta de sangre.
—Papá, ¿me extrañaste?
Ese viejo demonio volteó a verlo y sonrió.
Tras recordar esto, Eugine cerró los ojos y los abrió. Su cuerpo se había vuelto frío. Se acostó en la cama y se arropó.
Es mejor no pensar en cuánto daño puede ejercer sobre alguien, porque eso nunca volverá a suceder.
Nunca lastimaría a Misael.
•❥❥❥•
El joven, que dio vueltas toda la noche en la cama, estaba agotado físicamente. Cuando logró dormirse, ya era de madrugada y esta vez solo tuvo un fragmento de sueño.
Era diferente, más legible.
Necesitaba sacarlo de su cabeza.
Pidió unos minutos en el trabajo y corrió hacia una librería que estaba a unas cinco cuadras. En serio quería sacarlo de su mente; si no, a este paso no podría caminar erguido en su vida de vuelta.
Al finalizar en el supermercado y regresar a su habitación, buscó lo necesario para comenzar. Tenía algo de tiempo antes de que Eugine viniera. Le hubiera gustado preguntar a qué hora sería, pero anoche, al bajar del colectivo, el celular se mojó. El agua ingresó por las fisuras del vidrio de la pantalla y no volvió a encender.
Haciendo un altar de arroz, rezó un par de oraciones para que esos granos recuperaran su teléfono.
Si bien la paga por las tutorías excede lo que cualquiera cobraría, aun así, no podía comprarse uno nuevo.
Con amor y paciencia, corrió el plato donde estaba enterrado el dispositivo, superpuso unos libros en vertical y sobre ellos apoyo unos cuadrados. No le alcanzaba para un soporte de tela, así que eligió un bastidor de madera que, cuando hizo unas horas extras hace unos meses, se llenó de coraje y compró dos.
Se alejó de la mesa y observó; ambos ya estaban encolados y listos para usarse. Recordando la imagen de su sueño, optó por escoger el más grande.
Bueno, medía un metro por un metro. En términos de costos, era lo más grande a lo que podía acceder. Había guardado esto para una ocasión especial y luego de debatirlo toda la mañana, decidió que esto lo era.
Necesitaba sacar esa figura que por las noches lo seduce y no lo deja descansar.
Faltaba algo más, salió y fue a lo de su vecina, una anciana amable a la que siempre le realizaba algunos trabajos de albañilería. Por supuesto, nunca le cobraba a la señora jubilada. Ella, al igual que él, estaban solos, sin familia a quienes les importaran. Volviendo con un viejo reproductor de música que ella le prestó, sopló un CD que le gustaba bastante.
Vaso, plato, pinceles, acrílicos y música de fondo. Es momento de iniciar.
Mientras sonaba Audioslave, Misael balanceaba la cabeza al ritmo de la música, dejando que los colores comenzaran a recrear la figura que lo visitaba en sus sueños.
Era una silueta masculina, con líneas rectas que contrastaban con curvas sutiles y sensuales, reposando en un diván con el rostro perfilado hacia un lado.
Se esforzó por combinar todas las imágenes difusas que tenía en su mente para dar vida a esta persona única. Al comenzar a delinear la barbilla, observó una sonrisa en el rostro pálido del hombre, una que mezclaba picardía y devoción.
El pincel se detuvo en el aire por un momento.
Alejándose un poco, Misael sintió como si la imagen, aun un bosquejo de trazos yuxtapuestos, intentara escapar del lienzo.
En su sueño, antes de que terminara completamente, la silueta se levantó y caminó hacia él, hablándole en palabras que Misael no lograba escuchar, pero que resonaban en su pecho, provocando un ligero cosquilleo.
Aunque le había respondido, no logró discernir sus propias palabras. Solo percibía la calidez que invadía sus mejillas mientras el otro se acercaba, jugueteando con el broche que adornaba un pañuelo en su cuello. A medida que se aproximaba, se retiraba el saco con una mirada profunda y sugerente.
El corazón del joven comenzó a palpitar con fuerza cuando el hombre empezó a desabrochar uno a uno los botones de su camisa, revelando un fragmento de piel tersa.
Misael tragó saliva incómodo, cuestionándose si todo había sucedido de esa manera. Admiró el cuadro con confusión, entrecerrando los ojos mientras analizaba lo que había pintado. La vergüenza comenzó a invadirlo al darse cuenta de que había llenado los vacíos de la silueta con otra persona.
Lamentablemente, ese individuo llamaba a su puerta.
Misael, aún perplejo, se acercó automáticamente y abrió sin pensarlo.
Allí estaba Eugine, con una sonrisa amplia, unas cajas de pizza en una mano y en la otra una bolsa llena de bebidas.
La mandíbula del joven parecía desprenderse de su rostro. ¿Cómo no lo intuyó?
El hombre estaba nervioso, aunque intentando no mostrarlo. Esa mañana le había escrito a Misael sin recibir respuesta, temiendo que el joven hubiera huido por miedo, llegó más temprano.
—¿Hola? —preguntó con una sonrisa tensa.
Misael, devolviendo la mandíbula a su lugar, lo saludó como si nada hubiera pasado y lo hizo ingresar.
Eugine, curioso, miró la mesa donde había señales de que Misael estuvo trabajando. Aunque se perdió de verlo en pleno proceso creativo, quería examinar en qué había estado ocupado como para no contestarle. Dejó las cosas que traía en la pequeña mesada y cuando se giró, el cuadro ya estaba cubierto.
«¿Qué estás ocultando? ¿A quién pintaste? », pensó, sintiendo cómo la bilis le subía a la garganta y su rostro se volvía sombrío.
El joven, tratando de ocultar los restos de su atrevimiento, guardó todo mientras hablaba.
—Pensé que llegarías más tarde, lo siento, no tuve tiempo de ordenar. ¿Te mojaste? Supuestamente, va a estar así hasta mañana.
Al voltear, se encontró con el cuerpo del hombre. Este elevó el rostro y lo contempló de forma penetrante e incisiva. Levantó la mano y tomó la mejilla del joven.
El cuerpo de Misael se petrificó.
Los ojos entrecerrados miraban la nariz y los labios del otro sin vergüenza alguna. El pulgar se frotó suavemente en la piel de Misael y al contacto, la comisura de los labios de Eugine se arqueó en una media luna.
A esa distancia, podían sentir el calor de las respiraciones del otro.
—Misael...—dijo con suavidad.
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Nota de autora:
Lo que canta Eugine es la Trova: "Quant je sui mis au retour" de Thibaut de Champagne.
Pd: Hola, espero que estés disfrutando esta historia.
Como auto lectora solo quiero decir: Yaaaaaaa bésense xD
No te olvides de dejarme tu opinión y si gustas compartirla, eso puede ayudar a que más personitas conozcan a estos niños.
Sin más, me despido.
Abrazo a la distancia.
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