Capítulo 4: Avance y retroceso.
"Recogeré esas piezas rotas hasta que sangre.
Sí, eso es lo correcto. Porque no habrá rayos de sol si te pierdo..."
It will rain - Bruno Mars.
La noche era preciosa, como el joven que abrió las puertas hacia el jardín de forma estruendosa.
A pesar de la música fuerte del interior, sus pasos llenos de ira resonaban con fuerza.
Bufando como un animal violento, se adentró entre las flores de la mansión. El conde Eugine De La Roche estaba teniendo una noche terrible.
Presionado por su padre y los invitados, lo único que quería era arrancar los corazones de esos bastardos con sus manos o desaparecer.
Como lo primero no era moralmente aceptable, optó por lo segundo. Conteniendo la frustración de ser tratado como un objeto de negociación matrimonial, este joven demonio inmortal sentía náuseas.
Finalmente, llegó a un pequeño sector donde la música ya no se escuchaba y se sentó en un banco frente a una laguna.
Eugine, con una máscara de terciopelo negra adornada con gemas y filigranas de plata, contemplaba el agua en silencio.
En esa soledad, pudo apaciguar un poco su mal humor.
Justo cuando pensaba en descubrirse el rostro, escuchó unos pasos a su espalda.
Al voltear hacia el sonido, vio a un joven que, al cruzar miradas, quedó estático.
No tenía interés en fingir cortesía y al observar al enmascarado detenidamente, estaba seguro de que era de un estatus inferior; incluso el más inferior del inferior que podría existir en ese reino. Emitió sus palabras con una amenaza evidente.
—Debería retirarse. Esta zona no está autorizada para los invitados.
El joven, con una máscara negra sin adornos, tragó saliva nerviosamente.
—Mis disculpas por la intromisión, no fue mi intención.
—Bueno, ahora que lo sabe, márchese.
Pero el desconocido no se fue. Acarició sus manos temblorosas como buscando valor en algún rincón oculto de su ser.
El conde hizo como si el joven no existiera y volvió a mirar hacia adelante. Este demonio no temía a los extraños por muchas razones, pero la más relevante en ese momento era que la persona frente a él era humana. Con un solo movimiento podría desgarrarlo y arrojarlo a la laguna sin que nadie se enterara.
No tenía nada contra ellos; de hecho, Eugine había crecido bajo la fuerte influencia de la leyenda sobre los orígenes de su raza. Eso, en parte, era lo que lo llevaba a rechazar el matrimonio arreglado entre sangres puras.
Quería recorrer el mundo y encontrar a su humano destinado.
Pensando en esto, volvió a sentirse molesto.
—Señor —dijo tembloroso el muchacho—, si me lo permite, me gustaría conversar con usted sobre algo que quizás le interese.
—No creo que usted tenga algo interesante, así que ¿podría retirarse?
El desconocido no obedeció; pensó que había comenzado al revés y debía decir quién era. Tal vez así podría captar algo de la atención de esta persona.
—Permítame presentarme adecuadamente —continuó haciendo una reverencia—, me llamo Miseo. Soy un humilde pintor y...
Sus palabras fueron interrumpidas.
—Oh, ya veo, quieres un mecenas. En verdad, joven, lo siento, pero no me interesa financiar artistas.
—No, no es... yo, en realidad mi interés es otro.
—¿Y cuál es ese...? —Movió la mano con impaciencia. Al no obtener respuesta, el conde se irritó un poco—. Si tiene tiempo como para desperdiciar el mío, por favor, busque a otra persona para hacerlo. Si no va a decirme lo que busca, le pido que me deje solo.
En realidad, el pintor no estaba desperdiciando su tiempo, pero una persona naturalmente tímida no suele dar saltos de esta magnitud.
Pero, la oportunidad que tenía se le estaba yendo. Se quitó la vergüenza y adoptó una actitud más proactiva. Con rubor cubriendo su rostro tras la máscara, tragó saliva y se llenó de coraje.
—Quiero que sea mi modelo.
Eugine parpadeó tres veces, inclinó la cabeza y se negó, volviendo la vista al paisaje para ignorarlo por completo.
—¿Cómo puedes rehusarte si desconoces lo que mis manos pueden hacer? ¿Por qué no te tomas un momento para pensarlo? Te garantizo que mi técnica es excelente. Aunque aún no soy reconocido, créeme, el resultado de la obra será de tu completo agrado.
—He dicho que no.
El joven pintor se sintió inquieto; deseaba pintarlo, deseaba ver más allá de la máscara y quería inmortalizar esa figura en un lienzo. Tomando una valentía que desconocía poseer, habló con firmeza.
—No acepto la negativa a mi propuesta. Dame la oportunidad.
—¡No, es un no!
El conde giró para encontrarse con una mirada llena de pesar y una postura temblorosa. Las palabras que salían de aquel pintor eran firmes y seguras, pero su cuerpo evidenciaba todo lo contrario.
—Te lo repito, si te tomas un momento y ves mi trabajo, estoy seguro de que aceptarás.
—Tienes mucha confianza —dijo con un tono burlón—. ¿Sabes cuántos dicen lo mismo? Ni siquiera has visto mi rostro. ¿Y si tras esta máscara solo hay un hombre horrible, cicatrices, un rostro tan espantoso que hasta los monstruos se esconden al verlo?
El muchacho ni siquiera lo había considerado, pero no era algo que le importara.
—Eso no cambia mi interés en ti.
Eugine resopló.
—Es irresponsable hacer suposiciones así. Puedes hacerme creer que, por más deforme que fuera mi rostro, aún te atreverías a inmortalizarlo.
—Sé que parecen palabras vanas, pero no es tu rostro lo que captó mi atención en primer lugar.
Cuando dijo esto, sintió cómo sus orejas se encendían y la vergüenza aumentaba. Temió que pudiera parecer que era un pervertido, que solo quería ver el cuerpo del hombre. De inmediato aclaró:
—Te vi bailar, tu postura, tu gracia; eso es lo que me llamó la atención. Comprende que un artista siempre desea plasmar en sus trazos la belleza y las emociones transmitidas. No me malinterpretes; considero que esa es una imagen que otros admirarían.
Este pintor era realmente descarado. Eugine soltó una carcajada.
—Eso significa que no solo me siguió hasta aquí, sino que estuvo observándome toda la noche. Joven, en serio, usted no conoce la vergüenza.
Apoyó la mano en la barbilla y se quedó en silencio un momento. Con una sonrisa miró a la figura frente a él. Este, que se había hundido en la autocompasión, estaba quieto. Avergonzado y todo, se rehusaba a marcharse sin una respuesta positiva.
El conde se levantó, caminó hacia el pintor y lo miró directamente a los ojos. Miseo solo le llevaba dos dedos de altura; ni siquiera en estatura era intimidante.
—Hagamos esto —dijo Eugine con una voz juguetona—. Veamos tu desempeño; si me sigues el paso, consideraré tu propuesta.
El pintor no comprendió. El conde extendió la mano, sus delgados y largos dedos suspendidos en el aire con elegancia.
—¿Quieres o no? —amenazó.
—Cla-claro.
Miseo tomó la mano. Se preguntaba qué tipo de pieza elegiría. No tuvo tiempo de responderse a sí mismo, porque fue tomado por la cintura.
—La mano en mi hombro —ordenó.
El pintor quedó boquiabierto. Apenas las yemas de sus dedos rozaron el hombro del conde, este comenzó a maniobrarlo como una muñeca de práctica.
El tacto era delicado, pero fuerte. Y la silueta de Miseo fue desplazada como un pétalo de rosa llevado por un cálido viento.
Cuando Eugine bailaba, se olvidaba de los problemas, del entorno e incluso de la compañía. Era solo él y el movimiento de sus pies. Sin embargo, hubo un problema. El pintor fue girado y posicionado hacia abajo como una doncella. Los rostros de ambos casi rozándose. El aliento húmedo con restos de vino se abrió camino hacia los labios de Miseo. Lamentablemente, las palabras que brotaron del conde no eran las esperadas.
—Eres terrible, lo siento. Pero no cumpliste mi expectativa.
«Oh, bastardo», pensó Miseo mientras Eugine enderezaba la postura de ambos y lo soltaba.
Acomodándose la chaqueta, el conde hizo un gesto con la mano y lo despidió.
—Quizás en otra oportunidad lo reconsidere. Gracias por el entretenimiento —dijo, mientras se dirigía de vuelta al banco.
El pintor se sintió humillado. En un impulso, tomó la muñeca del hombre y lo hizo mirarlo.
—Probemos una vez más.
—¿Eh?
—Baila conmigo.
Con fuerza, Miseo invirtió los roles, llevando a Eugine bajo la dirección de sus pasos. Lo tomó firmemente de la cintura y la mano, haciéndolo girar y dar vueltas sobre el húmedo pasto.
El conde se fastidió, movió la mano para zafarse, pero el otro la retomó y continuó la danza.
En un momento, el dulce vals se convirtió en un duelo de palmas, con ambos soltando y agarrando brazos, cada uno intentando imponer su control.
Furioso, el hombre pateó al pintor en las piernas y este cayó.
El pecho de Miseo subía y bajaba agitado. Aún en el suelo, levantó la cabeza y lo miró directamente.
—Vuelve a la fiesta —dijo el conde sin mirarlo.
—No.
El conde lo observó en silencio durante unos segundos que parecieron eternos. Sin decir una palabra, comenzó a caminar hacia el joven.
Las botas negras de Eugine pisaron el pecho de Miseo.
—Eres molesto.
Bajo el manto nocturno, los ojos del demonio brillaban de una forma hipnótica. Se inclinó hacia adelante, ejerciendo un poco de presión.
Desde abajo, el joven observó cómo la luna desde lo alto proyectaba su luz, bañando a ese hombre arrogante con un halo seductor.
—Le dije que me diera una oportunidad y bailé con usted. Debe corresponder. No descansaré hasta que acepte.
—¿Por qué tanto interés en mí? —espetó Eugine, su voz cargada de desprecio—. ¿Qué es lo que realmente quieres?
La punta de la bota ascendió por la garganta, pasó por la barbilla y en un movimiento, levantó la máscara que cubría el rostro del pintor.
Las gotas de sudor caían por la frente del joven en el suelo. Los ojos de Eugine recorrieron cada milímetro de piel sonrojada.
Con la máscara retirada, pudo vislumbrar lo hermoso...lo hermoso que eran esos ojos grises que lo admiraban con ensoñación.
Era una mirada dulce, sin intereses complicados, una que hizo que el corazón del conde latiera desbocado. Como si hubiera descubierto hilos que lo unían a ese humano.
Este humano... Eugine comprendió todo al solo ver su reflejo en la mirada del joven Miseo.
•❥❥❥•
Tan pronto como se despertó de ese sueño, el hombre se sintió algo deprimido. Hacía varias décadas que los recuerdos no venían de golpe por las noches. Se levantó de la cama y se frotó los ojos con las palmas.
Descalzo, caminó hacia la ventana. Corrió la cortina y miró el cielo grisáceo que anunciaba una tormenta. Hoy, al final, vería a Misael en la universidad.
Llevaban tres días en constante conversación por celular. Lamentablemente, para Eugine, el joven tuvo que cubrir a un compañero enfermo en el trabajo, así que las tutorías fueron suspendidas temporalmente.
Sin embargo, no fue algo malo.
De a poco, logró que el otro se soltara y aunque respondía esporádicamente, contestaba a cada uno de sus mensajes.
Dicen que el primer paso es crear una amistad y que, si la vida te sonríe, puede evolucionar a algo más profundo.
Este demonio estaba ansioso, pero no podía apresurar a su amado. Con calma, recobraría el corazón de este humano que siempre fue suyo.
Esos eran los pensamientos de un Eugine positivo apenas se levantaba.
Por la tarde, ya sentado en la mesa de trabajo, junto a Misael y Lucía, este hombre irradiaba un aura diferente.
Así como tronaba el cielo en el exterior, en el pecho de Eugine crujía su corazón.
No comprendía la relación que llevaban estas dos personas. Ella era indiferente, con el celular en las manos; el que hacía todo el trabajo era Misael. Y no solo eso, el joven tenía un rostro demacrado y se veía devastado.
Aunque por mensajes había confirmado que estaba bien de salud, a los ojos de Eugine esa mentira se cayó como barro seco. Los movimientos de Misael eran lentos; arrastraba algunas palabras y cuando sentía que nadie lo veía, bostezaba y se frotaba los hombros.
El solo hecho de verlo hacía que el hombre sintiera dolor por todo el cuerpo.
La clase terminó una hora antes; el granizo cayó profusamente y cuando se detuvo, la lluvia golpeaba con fuerza.
Los tres bajaban juntos por las escaleras. Lucía miró de paso por una ventana y guardó el celular. Recordando que tenía un novio a su lado, lo tomó del brazo.
—Amor, ¿trajiste paraguas? —consultó la rubia con una sonrisa afectuosa.
Misael detuvo la conversación que tenía con Eugine y volteó a verla.
—Sí, traje. No te preocupes, te acompaño a la parada del colectivo igual.
—Ah, pero no voy a casa. Y tengo que caminar un par de cuadras cuando baje del colectivo. ¿Podrías prestarme el tuyo? No quiero enfermarme de nuevo.
Lejos de preguntar, él solo sonrió y asintió.
Eugine, que avistó esa extraña escena, estaba verde de indignación. ¿Qué clase de mujer desconsiderada era esta? ¡¿Acaso no ve cómo está su novio?! ¡Si el cuerpo de Misael hablara, pediría ser exterminado para acabar con el suplicio!
Ella dio un beso insignificante en los labios y dejó en la puerta a estas dos personas. El hombre tenía una expresión tan horrible que asustaría a cualquiera.
El joven observó el cielo un momento y sonrió con cansancio.
—En verdad, lamento haber cancelado. —La mirada seguía admirando la lluvia, pero sus manos ascendieron para ponerse la capucha de la campera—. Mañana solo trabajo por la mañana. Si quieres, puedes venir por la tarde y así seguimos con lo de las clases.
—No.
La voz era fría y distante. Para este demonio orgulloso de sí mismo, era demasiado doloroso descubrir que amaba a alguien que había decidido entregar su corazón a otra persona. Pero lo que más aborrecía era que la persona elegida era alguien que solo lo usaba.
Misael se sorprendió. Cuando volteó hacia Eugine, se encontró con un rostro gélido y una expresión dura.
—¿Cómo? —respondió por inercia. Al darse cuenta de una obviedad, volvió a hablar con una sonrisa nerviosa—. Lo siento, debes estar ocupado. Mándame un mensaje cuando tengas tiempo, no hay problema.
Sin embargo, el hombre enérgico que no detenía sus palabras seguía en silencio. Esto solo acrecentó la inquietud de Misael. ¿Se había equivocado en algo? Intentó calmarse por dentro y prefirió no ahondar en el asunto. Viendo cómo es, seguro que si sucedió algo, Eugine se lo dirá, ¿cierto?
Tragó saliva y retomó la vista hacia adelante.
—Bueno, cuídate.
Cuando levantó el pie para salir hacia la tormenta, lo tomaron con fuerza y lo jalaron hacia atrás.
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