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Capítulo 2. Segundo paso: Ingresar a su vida

—Misael, tengo una oferta que hacerte —dijo Eugine con una voz suave, mientras sus ojos cristalinos como cuentas doradas brillaban con intensidad.

Abriendo la puerta del vehículo, el hombre explicó solo una parte de sus intenciones, ya que lo otro no podía gritarlo a los cuatro vientos. Misael recibiría dinero por su trabajo y él pasaría tiempo a su lado.

Crear oportunidades.

La pantalla de Eugine era que había comenzado el nuevo cuatrimestre con retraso debido a unos problemas administrativos, una desventaja para cualquiera, era un mes completo de inasistencia, pero ¿sería suficiente para interesar a su viejo amante?

La mente de Misael trabajaba a toda velocidad, no había una razón válida para rechazar la propuesta, era solo que le parecía demasiado buena. Sabía que sus calificaciones no eran destacables, y siempre tenía un peso extra cargando con algunas actividades que Lucia no llegaba a completar. Existiendo dinero de por medio, no podía tomar la responsabilidad a la ligera.

Notando la incertidumbre en los ojos del joven, Eugine no lo presionó directamente. Estaba demasiado emocionado por esta cita, empezó a preguntar esto o lo otro, gustos, intereses, de qué trabajaba, y así en cuestión de minutos lanzó una oleada de preguntas más.

Por suerte, para Misael, el hombre se detuvo a beber un poco de gaseosa, pero él no sabía por dónde empezar a responder.

Ordenó sus pensamientos, comentó por arriba algunos de sus intereses, algunas comidas que le gustaban y luego contó que trabajaba medio tiempo en un supermercado.

Mientras el joven cenaba con la cabeza inclinada hacia abajo y hablaba con calma, el hombre no lo interrumpió, se quedó en silencio, con la mano en la barbilla, admirándolo.

Habían pasado varias horas juntos. Ya eran cerca de las once de la noche cuando cada uno se disponía a volver a su hogar. Aunque Eugine lo intentó, Misael no aceptó que le pidiera un vehículo, ya era suficiente el hecho de no pagar la parte de su cena. Ahora que lo pensaba, aún no había respondido a la oferta que le habían hecho. Viendo cómo se llevaron bien en este tiempo, al final optó por aceptar.

Intercambiaron los números de teléfono, y al día siguiente empezarían con las tutorías de Eugine.

•❥❥❥•

Alguna vez te has despertado por la mañana con la sensación de que el día, la vida y el universo entero se alinearon en una perfecta armonía. Así fue como despertó aquel hombre, con los primeros rayos del sol acariciando su rostro a través del amplio ventanal de su lujoso departamento. La vista de la grisácea y monótona capital de Buenos Aires usualmente resultaba aburrida e insípida, pero en ese momento en particular, el panorama se transformó en algo cálido y precioso.

El hombre se quedó allí, en silencio, absorbiendo cada rayo de luz y cada destello de belleza que le ofrecía el nuevo día. En ese momento, todo parecía perfecto, y se permitió aferrarse a esa sensación de plenitud y felicidad, sabiendo que en unas horas vería a su amado.

Giró en la cama aferrado a su almohada varias veces; en el corazón de Eugine, esto contaba como una segunda cita. Tomó el celular, y luego de escribir varias veces, y borrar otras tantas más, frunció el ceño un poco fastidioso. Solo se limitó a escribir "Buenos días, nos vemos más tarde, gracias por ayudarme". Un segundo después, con un poco de sudor en su frente, envió un sticker de un gatito tierno.

No hay arrepentimientos, se repitió varias veces, lamentablemente el mensaje nunca fue respondido.

Pero lejos de desanimarlo, calculó que Misael estaba trabajando demasiado. Si estaba tan ocupado, y sabiendo que volvería luego del mediodía, se le ocurrió una brillante idea.

Saltó de la cama, se tropezó con la frazada, pero no le importó; corrió para llegar a tiempo.

Rebosante de felicidad, sintió la necesidad de hablar con su primo Nathael. Gracias a esto hay algo que Eugine acababa de aprender: no cuentes tu felicidad a otros, solo se encargarán de arruinarla.

El joven, que tenía un par de décadas menos, lo regaño como si él fuera un niño. Con una nube de malhumor en la cabeza, Eugine se detuvo frente a la puerta del departamento de Misael. Crujieron sus muelas y se agachó, aferrándose a su cabeza. Nathael tenía razón. No podía entrar a la casa del joven si este no estaba presente; eso sería realizar un allanamiento, ¿verdad? Sería ilegal.

Pero Misael era su esposo, bueno no, lo sería en el futuro. ¿Cómo podría no verificar la situación en la que vivía su amado? ¿Qué tipo de pareja sería si no se preocupara por él?

Si el instinto decía que lo hiciera, él debía hacerlo; al menos eso le daba la bandera verde para no sentirse culpable.

Eugine hizo crecer la uña de su dedo índice hasta alcanzar una longitud de seis centímetros. Esta uña, ahora negra y filosa como una cuchilla, se había convertido en una herramienta. La introdujo en el ojo de la cerradura y con unos movimientos suaves la puerta cedió, permitiéndole acceder a la pequeña habitación.

Al entrar, una sensación de tristeza lo invadió; el espacio era diminuto. Revisó la heladera, la alacena y el pequeño mueble. Mientras sus ojos exploraban cada rincón, se dio cuenta de que la noche anterior no se había equivocado.

En ese momento solo lo había presentido, pero ahora estaba seguro de ello. Aún era temprano; salió del lugar y lo volvió a cerrar. Necesitaba hacer algo antes de encontrarse con Misael.

•❥❥❥•

El joven, exhausto y con la espalda encorvada por el peso de las cajas que había cargado incorrectamente en el trabajo, arrastró sus pies fatigados por el camino de regreso a casa. La jornada laboral había sido agotadora, y su cuerpo resentía cada movimiento.

Anoche, su mente estaba plagada de sueños extraños y difusos. Se despertó con aquella situación entre sus piernas de nuevo, maldijo a lo que sea que lo estaba molestando en las horas de descanso.

Subió las escaleras de su edificio y al llegar al tercer piso, se detuvo un momento al ver la figura que estaba al lado de la puerta.

De pie, apoyado en la pared, lo esperaba un hombre con bolsas en los brazos, en una postura tranquila. Su cabello ondulado, teñido de un rosado claro que parecía suave y natural, resaltaba sobre la palidez de su piel y los labios ligeramente carnosos.

Al verlo, las comisuras de Eugine se curvaron en una media luna, y su mirada irradiaba alegría.

—¡Llegaste!

El joven, sorprendido, lo miró fijamente durante unos segundos, asombrado por la belleza del otro. Aunque había conocido personas atractivas, nunca antes había visto a alguien tan hermoso. Por alguna razón, desvió la mirada y se sintió un poco nervioso.

—¿Por qué estás acá? Habíamos acordado que vendrías después de las seis.

Eugine inclinó la cabeza y lo observó de arriba hacia abajo, luego de abajo hacia arriba. Cambió su expresión a una de lástima y se justificó.

—Lo siento, es que estaba aburrido y pensé que no sería mala idea almorzar juntos, ¿eh? Traje todo para cocinar, ya estoy acá, deberías aprovechar.

El joven se acarició la nuca y, sin darle muchas vueltas al asunto, suspiró.

—De acuerdo, cuanto antes empecemos, antes terminaremos.

Abrió la puerta y se detuvo un instante. Esta era la primera persona que ingresaba a su hogar, y en cierta forma, le pesaba un poco su austeridad. Al entrar, agradeció ser una persona ordenada y limpia. Aunque no había planeado que llegaran antes, así que aún no había ordenado por completo, pero se dio palmaditas de consuelo mentalmente. No había mucho desorden.

—Sé que es pequeño, pero siéntete cómodo.

—Seguro —dijo sonriente, alzando las bolsas y mirando alrededor—. Decime dónde acomodo todo esto.

Él no miró la casa con desprecio, ni hizo comentarios despectivos, simplemente mantuvo una conversación alegre mientras sacaba los alimentos y los colocaba en la pequeña mesa. Había comprado de más: carne, lácteos, verduras, postres.

Misael quedó boquiabierto. Era suficiente para preparar diversos platos para varios días. Entrecerró los ojos intentando comprender, solo para encontrarse con el rostro del atractivo joven y su explicación ligera.

—Ah, no sabía qué te gustaba. Compré varias cosas, es mejor prevenir. Ya a esta hora está todo cerrado, mira si compraba algo que no te gustaba. Es mejor así.

—Claro.

Sonaba lógico.

Mientras el hombre se lavaba las manos, su conciencia le recordaba su propia condición. Observó los delicados dedos sin callosidades y suaves, y luego los comparó con los suyos. Aunque similares en forma, quizás un poco más largos, estaban lejos de la suavidad; eran ásperos y marcados por antiguas heridas. Incluso el hombre que trabajaba en silencio cortando las verduras despedía una fragancia fresca, como el rocío de la mañana. Sin querer incomodar al otro, se apartó inconscientemente, agarrando el cuello del suéter que había llevado todo el día en el trabajo, lo acercó hacia su nariz.

Optó por un baño rápido, al fin y al cabo, este era ahora su trabajo.

Tener que estudiar junto alguien como él, debe ser desagradable para alguien como Eugine.

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Nota de la autora:

Mini teatro.

Manual del demonio inmortal

(Edición limitada by Eugine)

Habilidad 2: Hacer Crecer tus Extremidades

Como demonio inmortal, debes asegurarte de que tus extremidades estén siempre en plena forma para la batalla. Haz crecer esas extremidades de las que te enorgulleces y no dudes en entrenarlas. Recuerda, el largo y el ancho es acorde a tu contrincante, no olvides de practicar la transformación, para que siempre se mantenga firme.

¡Sigue estos consejos y estarás en el camino hacia la perfección demoníaca!

Anotación.

Esta habilidad es útil.

Tip: Sorprende a tu amante mortal con tu... ehm... "gran extremidad".

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