Capítulo 12
Una semana después...
Depresiva y sin fuerzas, solo pensaba en Layne, en que ya no estaba y el corazón se me hacía añicos a cada instante.
No podía respirar, ya no tenía deseos de hacerlo y maldije mi puta vida.
<< ¿Cómo pudiste hacerme esto? >>
<< ¿Cómo te atreviste a dejarme, Layne? >>
Se me llenaron los ojos de lágrimas y sin dejar de pensar en él, lo extrañé con todo mi corazón, y de pronto, me vinieron unos deseos incontrolables por vomitarlo todo y corrí al baño.
Sin fuerzas, me vi frente al espejo, me vi ojeras y lo pálida que me encontraba y volví a pensar en Layne. Recordé cuando me dijo que me había encontrado pálida y me puse otra vez a llorar.
—No puedo. Te extraño tanto, mi Layne. Amor mío, Layne mío.
Con mis ojos llenos de lágrimas, pensé que ya para esa fecha él debía de estar en el cementerio y gemí de dolor, y llorando, caí sin fuerzas al suelo.
Por más que trataba de asimilarlo, no podía. Algo en mi corazón me decía que Layne estaba vivo, pero eso era imposible. Ese infeliz desgraciado le había dado dos disparos en su estómago y Layne cayó gravemente herido al suelo y comenzó a desangrarse.
Aquella imagen no podía desvanecerla de mi mente y arrancarla de mi corazón.
Mi amado Layne, estaba muerto y no volvería a mí nunca más.
—Mi vida, lo que tanto anhelábamos, ya no podremos hacerlo, ni continuarlo...
Pensé en ir al cementerio y sin importarme como me sintiese, lo que pudiese pasar, me enderecé decidida del suelo, y a punto de salir, Pedro entró a mi dormitorio.
Yo desecha, lo miré en seco y con rencor. Pedro frunció el ceño.
—¿Por qué me miras de esa fría manera? Desde lo sucedido con "tu esposo" no has dejado de verme con esos ojos fríos y llenos de rencor.
—... Te odio — le dije con resentimiento, lo que quebrantó a Pedro y apretó los puños de ira y pensó en Layne con odio.
Se me acercó intimidante, lo que yo no vi venir.
—¡Pues veremos si me sigues odiando después de todo lo que te voy a hacer! — me gritó y se me tiró encima.
—¡NO! ¡SUÉLTAME! ¡SUÉLTAME!
Pedro sobre mí, intentó besarme a la fuerza y yo negándome, traté de sacármelo de encima.
—¡DÉJAME! ¡NO!
—Te haré olvidar a ese infeliz drogadicto de una buena vez.
—¡NO!
Besándome a la fuerza, Pedro se desabrochó los pantalones, y yo desesperada, traté de zafarme de él, de sus asquerosos labios y ambos forcejeando, yo le di una fuerte patada en su entrepierna y Pedro gritó de dolor y cayó a mi lado de la cama.
Me alejé rápido de él.
—¡Hija de puta!
En eso, justo entró mi madre y se sobresaltó al ver la escena de Pedro tirado en mi cama.
—¡¿Qué está pasando aquí?!
—¡Esa hija tuya es una desgraciada!
Yo lo miré en seco y solo pensé en Layne.
—Te vas a arrepentir de esto, perro infeliz...
Salí de mi habitación y me alejé de ellos. Mi madre sin entender nada, Pedro, sin dejar de abrazarle la entrepierna, la miró con exaspero.
—¡Detenla, Lucía! ¡Que no se vaya!
Ella sin contradecirle corrió a seguirme y él aún sin poder reponerse de la fuerte patada que yo le di en la entrepierna, golpeó con ira uno de los cojines.
—Puta infeliz...
Caminando acelerada por el pasillo, me vino de pronto un fuerte dolor en el vientre, el que hizo detenerme en seco y me lo toqué.
<< Oh no, mi amor. >>
Mi madre me tomó del brazo.
—¿Qué es lo que sucede, Margarita? ¿Por qué encontré a Pedro tirado en tu cama?
—¿Por qué no le preguntas tú directamente? — pretendía irme, pero mi madre me jaló del brazo.
—¿A dónde rayos vas? — la miré aborreciéndola y me solté brusco y con fuerza de su mano, lo que a ella le desconcertó.
—Escucha esto, no pienso seguir ningún puto instante en esta jodida casa, cerca de ti y mucho menos de ese depravado.
—No puedes irte, así como así.
—Claro que puedo y cuando me vaya, ambos pagaran muy caro lo que me hicieron.
—... ¿De qué estás hablando, hija? — la encontré tan cínica, que no me pude contener y la miré con odio y dolor.
—¡Deja de fingir! ¡Sé que los dos tuvieron que ver con lo que le pasó a mi esposo!
—¡¿Qué?! ¡¿Qué estás diciendo, hija?!
—¡Lo sé! ¡Así que deja de sobreactuar y di la puta verdad alguna vez en tu vida!
—... — se me llenaron los ojos de lágrimas frente a su inminente silencio.
—Ustedes son los culpables de que Layne ahora esté muerto y eso les va a pesar, a ambos.
—...
—No sé cómo, pero les haré pagar muy caro la muerte de mi esposo.
A mi madre se le llenaron los ojos de lágrimas y yo fuerte y decidida, salí al fin de esa jodida casa y del lado de aquellos dos individuos, que se hacían llamar mis padres, bueno, solo mi sometida madre...
Desecha, corrí a la delegación e hice la denuncia en contra del depravado de Pedro y de mi madre, además del desgraciado de Maciel, por la muerte de mi amado esposo, Layne.
También hice la denuncia por el intento de abuso sexual, que el mal parido de Pedro me hizo.
Ya nada sería igual sin él, mi vida había cambiado de manera tan injusta por su inesperada partida, pero tenía que continuar y seguir adelante.
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