9. Trato
Luego de ese revolcón decidimos que era hora de tomar una larga ducha, y separados. Nada de compartir baño, ni que estuviéramos casados. Él se apodera del baño primero mientras yo busco mi ropa que yace regada en el piso de la sala. Descubro que me ha dejado sin calzones. Están hechos trizas.
¡Es un animal! Sí, que lo es, mmm.
Maldito subconsciente.
De vuelta a la habitación, rememoro sus últimas palabras y me da la impresión de que quizás hace mucho no él estaba con una... mujer, y eso muy extraño. Pensándolo bien, no es un hombre feo, y no está nada... mal. Eso tengo que reconocerlo. Como diría Paula, está hecho un churro; solo que tiene un maldito defecto el muy condenado. Es un prepotente que se cree la última Coca-Cola del desierto, el rey del universo, aunque yo prefiero llamarlo agua de caño y catalogarlo como el rey de las bestias. Literalmente.
―Pagaré por ellos ―dice entrando en la habitación de nuevo, con una toalla enrollada en la cadera y otra secándose el pelo.
Me toma por sorpresa, me he demorado pensando tanto, que me ve cuando sostengo mis calzones rotos en el aire.
―Más te vale ―resoplo, y es solo para molestarle, tampoco son mis favoritos.
―Solo dime la marca y haré que te los compren.
¿Qué ha dicho este menso?
―Y que importa la marca. Y mejor no me los compres, yo puedo reemplazarlos.
No me suena su idea, a quien va a poner a cómprame calzones, ¿su madre o su abuela? Porque no lo imagino entrando a una tienda de lencería femenina.
―Sí, importa; así sabré que almacén la vende.
―Dejémoslo ahí. Pierdes tú tiempo. Son importados de San Victorino.
―¡Qué! ―resopla con sorna―, no puedes comprar en un lugar mejor.
En serio quiero partirle la cara de un golpe.
―Cuál es tu problema con mi ropa íntima. Y no, no despilfarro con marcas, lo hago por economía.
―Eres pobre, ¿o qué? Tu tío no parece tener problemas de dinero...
―¡Sabes que! No te metas conmigo ―bramo con rabia, esta conversación sobre mis pobres calzones ya me está sacando de quicio. Aún con la sabana enrollada en mi cuerpo tomo mi ropa y me meto al baño dejándolo con la palabra en la boca.
¡Qué imbécil!
Soy pobre o qué. Maldito gomelo elitista. Ni siquiera vio mi hoja de vida, no tiene idea de mí. Tengo tanta rabia, que me tomo más tiempo del esperado en el baño. Cuando salgo de la habitación vestida con mi ropa y con un calzoncillo que saqué de un cajón ropa interior. Lo encuentro poniendo la mesa del comedor que debe ser del desayuno porque hay otro más.
―Toma asiento, y desayuna ―ordena y yo alzo mis cejas haciéndome resoplar.
―Gracias, no tienes por qué molestarte. Me compraré una papa rellena en la calle. Es todo, me voy.
Me apresuro en buscar la puerta para salir de allí. Lo mejor es que haga como si nada hubiera pasado. Es tan pesado que lo arruina todo.
―Alguna vez te han dicho que eres una ordinaria.
―No, ¿por? ―respondo indiferente encogiéndome de hombros.
―Porque lo eres, ahora siéntate de una buena vez, y come. No preparé el desayuno para botarlo.
Vaya, vaya este mandón.
―Te preocupas por eso ―bufo en su cara―. Creí que eso se lo pasaban por la galleta. Además, debe estar hecho con veneno, no quiero morir.
―Que graciosa. En todo caso, moriríamos juntos, no te agrada la idea ―objeta con sobrado sarcasmo que le hace ver cómico.
Pero, ¡Quieto Romeo!
―¿Y de cuando acá, cocinas? Niño bonito
Me cruzo de brazos desafiante y él ríe lo más de socarrón con la titulación que le doy. Bueno, no es niño, maldición, bonito si es. Me crecería la nariz si pensara lo contrario.
―Siempre lo he hecho. No soy tan consentido como piensas. Niña malcriada.
―Y yo tampoco. Lagarto prepotente.
―Siéntate, maleducada ―ordena indulgente.
―Como ordene señor Urbanidad de Carreño.
¡dios! En serio deje eso, me contengo para no reír con el tira que jala entre los dos. Y para evitar que se dé cuenta pongo mi mejor cara de disgusto y lo hago de mala gana. Mientras lo hago medito en que algo si es cierto y más real de lo que espero, compartimos la cama, pero eso no nos hace amantes eternos. Seguimos siendo agua y aceite. Empiezo a comer ante su inspección, y para colmo sabe bien e inconscientemente saboreo sus huevos estrellados, él muy condenado cocina delicioso. Me contengo de seguir saboreándolos frente a él, no quiero darle una razón más para molestarme y se siga creyendo la gran cosa.
―Necesito pedirte algo ―interrumpe el silencioso desayuno.
―¿Qué? ―pregunto con la boca llena de pan, sacándole una buena rodada de ojos. Río por dentro.
―Te daré otra entrevista.
―Paso. Creí que tenías que pedirme algo. No que yo te lo estuviera pidiendo. No soy masoquista para volver por ahí, tengo vergüenza, y mucha dignidad.
―Eso se nota, lo de la vergüenza. Vi mucha de ella cuando estábamos en la cama ―repone el muy maldito y hace que me atore con el pan. Me ofrece el jugo de naranja, y de paso me hace callar con su mano. Se lo arranco de mala gana y lo tomo porque estoy atorada―. Tienes razón, soy yo quien tiene que pedirte que aceptes una nueva entrevista.
Me tomo todo el vaso de jugo y respiro antes de intervenir otra vez.
―Así está mejor. Igual, paso ―sentencio para él.
―Estoy siendo, amable ―me revira la respuesta.
Será tonto este hombre, de seguro lo dejaron caer de la cuna.
―Me importa un bledo. Junto con un soberano pepino ―asesto en su cara.
―Estás siendo, grosera.
―¡Grosera yo! ―resoplo como una dama constipada―. Quien me catalogó de prostituta recomendada. Ni siquiera te estaba mostrando las tetas.
Hace un gesto de culpa con su cara. Deja los cubiertos sobre el plato y se reclina sobre el respaldo de la silla cruzándose de brazos.
―Eso fue un error de apreciación, que quiero remediar.
¿En serio?
―No te castigues. No tienes por qué hacerlo. Deja que todo siga su curso. Y has de cuenta que todo esto es solo una confusión.
Lo dejo tieso con mi ingenio. Tanto que lo hago exhalar inquieto.
―Está bien, no lo hagas por mí, solo te pido que reconsideres el trabajar con nosotros.
Vaya, eso sí me saca de base.
―¿Me estás ofreciendo trabajo? ¡Pero miren nada más! ―me mofo divertida.
Al parecer ahora la sartén está en mi mano.
―Adrián necesita un ayudante, urgente. Y él estaría feliz de que fueras tú...
―¿Y tú? ―le corto; pero, ¿porque quiero saber eso?
Que lo parta un rayo.
―Conforme con la decisión; pero en serio él estaría feliz de que aceptaras.
―Estás usando a Adrián para chantajearme y que acepte trabajar para ti.
―No. Te estoy pidiendo que aceptes trabajar en la agencia, simplemente.
¡Oh! Vaya, esto se pone interesante. Antes no tenía ninguna posibilidad y ahora parece que él es quien ruega para que tenga una. ¡Quién lo diría!
―¿Y por qué es tan importante que lo haga? No soy nada del otro mundo; y aunque pienses que mi tío Edilberto me recomendó; no es así, solo acepté que me señalara un sitio, no que me dieran el trabajo. Quiero que me tomen en cuenta por lo que puedo hacer, no por mi linda cara o culo como pensaste ayer en la entrevista. ¿Está claro para ti?
―Sí, lo está. Está bien, tú ganas. Adrián quiere que seas tú y haré lo que me pidas para conseguirlo ―suspira profundo, bien profundo.
Esto se pone candente, porque definitivamente ahora soy yo quien tiene el sartén por el mango.
¡Chúpate esa, niño bonito!
Sin embargo, también noto que está empeñado en complacer a su primo, ¿por qué será?
―Subirías Monserrate caminando por el sendero, si te lo pongo como condición ―comento nada disimulada y él entorna los ojos.
Me da la impresión de que quiere explotar; pero se contiene.
―Lo haré ―responde seco y sin ni siquiera meditarlo.
―Que sobrado... ni siquiera lo meditas ―lo molesto cizañera.
―Si lo pones como una condición, lo haré. No hay nada que meditar.
―Hecho. Entonces solo así asistiré a tu nueva entrevista. ¿Cuándo es?
―El lunes, a la misma hora.
―Bien, ahí estaré el lunes, y tu subirás Monserrate caminando como una manda, el sábado muy temprano.
Estiro mi mano para sellar el trato.
―Hecho ―dice sin titubear, mirándome fijamente, seguido atrapa mi mano y la apresa más tiempo del que debería, pero la calidez de su palma, no se siente nada mal.
°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro