15. Confesiones I
Narra Andrés
Ambos proseguimos comiendo, y la verdad, luego de llegar a eso de la tregua es como si ninguno de los dos supiera como actuar, y terminar con lo que cada uno tiene en el plato se convierte en la siguiente acción más sensata por hacer para ambos. Ni siquiera yo, que fui él que lo propuse en primer lugar esa barbaridad. Quizás actué a la ligera, o simplemente le hice caso a lo que tenía sin usar en mi entrepierna.
¡Mierda! Estoy jodido, ella en verdad me puede.
―Tengo ganas de beber, ¿y tú? ―propongo levantándome de la mesa.
Volviéndome la sensatez, creo que es mejor caminar un poco y tomar un respiro.
―La verdad sí ―dice haciendo lo mismo―. Pero creí que no tomabas. La otra noche en la Calera despreciaste cada trago que te brindaron. Y eso, Andresito, es de mala educación. ―Me acusa cuando empezando a caminar fuera de la plazoleta de comida, luego de dejar la basura y la bandeja en su lugar.
―Puedes dejar de decirme Andresito. Solo me falta el "San" para verme como mercado barato ―replico porque definitivamente saca a mi energúmeno interior―. Y en cuanto a eso, debería recordarte que tú tomaste suficiente por los dos esa noche ―le reposto con mi queja.
―En primer lugar. Nadie te invitó a ir ―rezonga volviendo a relucir su ya conocido genio.
La verdad, lejos de molestarme con esto, quiero reírme. Siento que nos llevamos mejor cuando nos tratamos como perro y gata. Le sigo la corriente.
―Desgraciadamente me invité solito, y a tú amigo le encantó la idea.
―A Pipe le va cualquiera que se una a sus planes de una buena parranda. Es fácil de comprar, créeme... ―explica y sé que quiere seguir amargándome, pero se corta las palabras al toparse de frente con una chica que quizá conoce muy bien, por su expresión, y la que debe ser su madre por el parecido.
Mi teléfono suena en mal momento, así que tengo que disculparme y mientras ella saluda a sus conocidas pido excusas para contestarle a la única mujer de mi vida que se preocupa exageradamente por mí. Mi adoraba madre.
―Andrés, ¿dónde andas metido? ―lanza sin demora la retahíla mi dulce madre.
―Mamá estoy bien. No ando metido en ningún lugar peligroso. No te preocupes, soy un niño grandecito y sé cuidarme muy bien ―le respondo y explico con mucha calma.
Lo cierto es, que desde que cree que soy lo único que le queda en el mundo luego de su disgusto con Daniel, ella sobrepasa su sobreprotección como si aún tuviera diez años. Muchas veces lo maldigo por haberse revelado y hacer lo que le diera la gana. Aunque, ahora también pienso que, si no lo hubiera hecho, yo no estaría aquí. Miro hacia donde se encuentra la chica complicada con la que sin querer me he enredado conversando alegremente y con la que acabo de hacer un trato. No puedo evitar sonreírme como un bobo; pero después me sacudo porque no es como si estuviera haciendo lo mismo que el desalmado de Daniel, pero por primera vez siento que estoy haciendo algo para mí y por mí. Ser libre.
Ella me mira de reojo justo en ese momento en que he vuelto a sonreí como bobo. Su amiga también me mira, y presiento que debo estar metido en su tema de conversación, o por lo menos tener una alusión de mí, en ella.
¿Será imaginación mía, o mis oídos chillan de repente?
―Querido, ¿sigues ahí? ―La voz de mi madre me saca de mis pensamientos recordándome que la que me chilla es ella.
Pensándolo bien, ella jamás aprobaría ese tipo de libertinaje. Luego de lo que hizo Daniel, para nada aprobaría lo que estoy haciendo. Irónico, ¿no? Me redarguyo porque estoy haciendo justo lo que él hacía.
―Si, mamá ―contesto entredientes volviendo a la conversación.
Mentiría si dijera que por primera vez no quiero hablar con mi madre y mandarla a la quinta porra.
―Andas desaparecido, que te pasa que no has venido a verme.
Su reclamo es como un llamado a la realidad.
―Mamá..., lo siento, estoy ocupado ahora mismo. Te llamo después.
―¡Andrés David Alcántara Echavarría! ―chilla mi nombre completo con apellidos dejándome casi sordo―, no me vayas a... ―No la dejo terminar e in-creí-ble-men-te le cuelgo.
Mis ojos se abren como platos, ni yo me creo lo que hice; y aunque quiero sentir culpabilidad, mi yo interior parece estar saltando de alegría; suficiente tengo con que haya recitado mi nombre, segundo nombre y apellidos completos como si se tratara de llenar una fórmula. Meto el teléfono en mi bolsillo trasero y deshaciéndome de la culpa por colgarle a mi apreciada madre, me dirijo hacia el grupo de mujeres que sonríen y solo paran hasta que yo me acerco.
―Entonces que dices, ¿te nos unes? ―dice la chica más joven y al ver la cara de Camila, esta parece dudar.
La miro con recelo, perdido en la luna y la muy muérgana me rueda los ojos.
―Disculpen, él es Andrés, un amigo ―me presenta a regañadientes.
Intento no parecer un tonto frustrado por caer en el nivel de amigo. Pero viendo a la señora, que me recuerda a mi madre, muy seguramente se escandalizaría si en vez de ello dijera algo cómo "es mi amigo con derechos". Me sacudo y mejor saludo a las dos mujeres de beso en la mejilla con mucha formalidad. Primero a la señora mayor la cual se presenta como Berta de Ramírez, y a la que debe ser su hija, Tatiana, la cual dice que fue amiguísima y compañera de universidad de Camila.
―¡Vamos, di que sí! ―insiste la chica y yo sigo perdido―, va a ser divertido, y también puedes invitar a Andrés ―prosigue con mi nombre ya aprendido, en algo que parece una rogativa.
Camila parece dudar de nuevo y es cuando yo me apresuro en intervenir. Y muy seguro no le va a gustar. Lo que equivale a que eso si me va a gustar a mí.
―No hay problema, me encantaría ir. ―Termino con su divague y ella parece querer estrangularme y de paso fulminarme.
―¡Súper! ―la chica levanta sus pulgares alegremente, y apurada por su madre se despide de nosotros para que Camila no tenga tiempo de negarse a sea lo que sea hayan planeado.
Muy astuta ella, y mal para Cami. ¡Si, Cami!
―¡Qué!, acaso no puedes quedarte callado ―me espeta una vez las mujeres se pierden hacia las escaleras eléctricas, seguido empieza a caminar apresurada hacia el lado contrario.
―¿Por qué?, ¿pasa algo? Si no querías ir, simplemente lo hubieras dicho que no y no te hubieras puesto a dudar. Y a propósito, ¿a dónde irán?
Ella se detiene y me mira con esa expresión fulminante que parece haberme robado.
―Bueno, pasa que su invitación es para el próximo viernes. Y se supone que ese día debo ir a casa de tío Edilberto, es su aniversario de bodas y no puedo fallar...
―Y cuál es el problema. Puedes ir a su reunión, y luego vas a la otra ―expongo y ella me mira como si quisiera estrangularme de nuevo; y ya no hallara razones para hacerlo, podría decirle que se ve linda enojada; pero seguramente le sacaría más la piedra―. O si prefieres, puedo acompañarte a casa de tu tío y luego con tus amigos, si se puede, claro ―añado y ella abre grande sus ojos marrones.
―¿Y a ti que bicho te picó? ―me reclama.
―No sé, seguro uno muy malo desde que empecé a juntarme demasiado contigo.
―¡No me digas, niño bonito!
―Pues si te digo ―me encojo de hombros. Y cuando pienso que va a explotar e insultarme de nuevo, su semblante se suaviza mágicamente adquiriendo un leve tono de malicia.
―¡Pues bien! ―resopla―. Ya que te ofreciste tendrás que hacerlo. Igual, a Tatiana solo le interesaba que fueras tú ―espeta molesta y la miro estupefacto porque se ha ruborizado al decir eso―. ¡Sabes qué!, ahora sí quiero beberme una barraca ―continúa y su tono es un tanto furibundo.
Sin embargo, aunque seguro debo verme irresistible para su amiguita, me ha hecho gracia que se haya sonrojado por eso.
―De acuerdo ―concuerdo con su idea―, pero ni creas que voy a ir solo. Iremos juntos ―esbozo negando, muy complacido por las tonterías que estoy diciendo y haciendo.
Salimos del Centro Andino y antes de llegar a su casa nos detenemos en un supermercado Carulla. Yo compro una botella grande de Buchanans, me apetece un poco de wiski, y ella escoge y paga un six pack de póker, supongo que le apetece más la cerveza común. Salimos del súper mercado directo a su casa.
―¿Y bien, cual es el propósito? ―inquiere al entrar en su casa y tirar sus cosas a un lado de la puerta.
Ignoro la sensación que bulle dentro de mí por poner cada cosa en su sitio; y supongo que ser adiestrado por mi madre me enseñó a ser un poco obseso compulsivo con el orden.
Ella tiene razón, duermo y vivo como un rey.
―No lo sé, celebrar, ¿tal vez? ―digo esparciendo mis pensamientos sobre mi excesiva limpieza.
―Y que vamos a celebrar, ¿según tú? Yo solo quiero bajarme la furia ―sigue inquiriendo o cacareando como si necesitara una excusa para cabrearse.
―Nuestro acuerdo, ¿tal vez? Pero aún nos queda algo por hacer.
―¿Qué? ―espeta llevando el pack de latas en sus manos y sentándose en el extremo del sofá.
Hago lo mismo y tomo mi botella. Me siento en el otro extremo quedando frente a ella.
―Conocernos un poco, ¿no te parece lo correcto? ―respondo volviéndome también esta parte de la sensatez.
Me tira un destapador al ver que no sé cómo quitar la tapa y luego de hacerlo tomo un trago largo a palo seco, directo de la botella. Ella me mira espantada. Y hace lo propio con una de sus latas, luego de quitarse y patear su tenis lejos.
No miro hacia allá. Es malo que haga eso. es un mal síntoma de que me interesa todo lo que haga ella...
―No. Es más, no tiene sentido. No es como si esto fuera a ser algo más ―expone con indiferencia, o eso trata de aparentar.
―Quizás no ―la contradigo―, pero no tiene nada de malo saber un poco del otro, empezando porque te juzgué a la ligera...
―¡En eso si tienes razón! ―me corta las palabras levantando la cerveza hacia mí y le da otro gran sorbo a la lata―. Mira que pensar que intentaba seducirte en la entrevista con la pinta de señora que llevaba. ―Aprovecha y me restriega a la cara con descaro.
Arrugo el ceño, pero recordar eso me hace sonreír, y reconocer a la vez que solo fui un poco prejuicioso. Pero si no hubiera ocurrido de ese modo no me habría obligado a buscarla después, nada hubiera pasado, y a lo mejor ni estaríamos aquí.
¿Me pregunto por qué siempre estoy recordando eso?
Tal vez porque ese tropiezo sirvió para sacudirme un poco de mi acartonada vida.
―Salud ―brindo con ella levantando la mía―, porque tienes razón. Y no quiero imaginar la cantidad de insultos que debiste conjurar en tu mente para mí mientras esperaste en la sala. ―Bebo otro largo sorbo para sellar mi arrepentimiento―. Quisiera culpar a mi madre por mi comportamiento, pero no todo es culpa de ella. Yo decidí hacerle caso en todo ―finalizo con una revelación sincera.
No sé si ella lo tome en serio; pero lo estoy intentando. Ser honesto.
―¿A tu madre? ¿Y eso por qué? ―Se reacomoda en su puesto y me mira con curiosidad, como si de verdad le interesara saberlo.
Eso llama mi atención, aunque me crea una dilación. ¿Lo tomará en serio de verdad?
Me arriesgo.
―Bueno, mi madre es un poco chapada a la antigua.
Eso es muy cierto y lo reconozco, y no porque me lo recuerde Adrián, mi madre proviene de esas familias retradicionales de la capital.
―Conozco a las de su clase ―comenta y noto un deje de resquemor en su tono.
―No creo que conozcas a mi madre ―le porfío.
―Y te aseguro que no quiero conocerla. Debe ser igualita a la estirada madre de Eduardo ―dice o revela más bien porque abre sus ojos como si hubiera dicho algo que no debía.
¿Pero Eduardo?
―¿Y quién es Eduardo? ―pregunto con mucha curiosidad.
―No..., no es alguien que te importe ―rebuzna acabando con su lata de cerveza.
―Y si te dijera que sí.
El puente entre sus cejas se arruga con extrañeza.
―¿Y por qué tendría que importarte?
Si, ¿¡por qué carajos tendría que importarme!? Pero ya qué.
―Bueno, porque eso incluye lo de conocernos. ―Mi tangencia no parece convencerle mucho. Signo de eso, es que me mira rayado, achinando mucho sus ojos.
―Bien, tampoco es como si fuera la gran cosa que contar. ―Rueda los ojos y habla con indiferencia después de tomarse su tiempo―. Eduardo Fonnegra fue mi primer y único novio formal. Y todo apuntaba en que terminaríamos casados, por lo menos ese era el propósito mientras mis padres estaban vivos ―dice y yo me quedo lelo.
Tengo que golpearme mentalmente, y enfocarme. Me está hablando del tal Eduardo.
―¿Por qué? Muertos tus padres aún seguías siendo tú, ¿en que cambiaba eso?
Espero no verme tan desconsiderado con esa respuesta. Sus padres están muertos.
―¡Para nada! ―resopla―. Antes de eso, yo era una niña de familia, y después de eso..., pasé a ser una huérfana. Ya... no era lo mismo.
―¿Ese Eduardo te dejó por eso?
―No. Él ni siquiera tuvo el valor de cortar conmigo. Todo lo hizo su querida y recatada madre. Fue ella quien se encargó de que él me dejara; porque según ella, yo ya no estaba a su altura, y no significaba ningún futuro estable para él y sus millonarios planes―su voz sube de tono―. Nunca le conté esas cosas a Eduardo, a pesar de todo yo confiaba en él y en el supuesto amor que nos teníamos.
Increíblemente eso último termina casi en un murmullo. Vaya, conflicto.
―¿Qué edad tenías cuando murieron tus padres? ―pregunto para que siga hablando. La verdad, me interesa saber más cosas de esta chica.
―Catorce. Y cómo era menor de edad debía quedar en custodia de un familiar. Tío Edi pidió mi custodia y al parecer debido a que mis padres habían estipulado de que en caso que algo les pasase, él debía hacerse cargo de mí hasta que fuera adulta. Lo preferí, hubiera odiado quedar en manos de mi abuela. Pero cuando cumplí dieciocho y fui una adulta no dudé en sacar mi cédula de ciudadanía e independizarme. Para todos fue un gran escándalo, pero no podían impedírmelo, la ley estaba de mi lado. Y aunque tío Edi se portó como un padre, no iba a ser una carga para nadie. Ya era mayor de edad, tenía que hacerlo.
―Vaya ―digo realmente sorprendido con lo que dice―; ¿y qué hiciste? ―pregunto impregnándole interés a mi tono.
―Consulté al abogado de mi padre ―responde sin complicaciones―, afortunadamente me habían dejado un seguro a mi nombre, y la casa escriturada. Vendí la casa, era muy grande para mi sola, y compré este lugar. Me quedé con el auto de mamá hasta que ya no pude mantenerlo, y con lo que sobró de la venta y lo del seguro pagué toda mi carrera. Papá hubiera querido que estudiara Negocios en Los Andes como él lo hizo. Era su gran sueño; pero como ya no estaban, decidí hacer lo que más me gustaba. Estudié Diseño Gráfico en La Tadeo Lozano, y no me arrepiento.
―Adrián estudió Diseño industrial allí, es muy buena.
―Lo es, pero no era para los estándares de Marina Fonnegra.
―¿Y cómo logró que Eduardo terminara contigo? ¿Acaso que hizo él?
No pude evitar mostrarme todavía más interesado y ella abrió los ojos. Pensé que no hablaría, me sorprendió lo contrario. Y no sé si es por la tercera cerveza que está tomándose, ella realmente está hablándome de su vida, y es muy interesante. Exceptuando a ese menso de Eduardo Fonnegra.
―Lo envió a estudiar a los Estados Unidos, como era la moda de los ricos ―continúa contándome―, y él ni corto ni perezoso no dudó en aceptar. Así que nuestra relación pasó a ser a distancia. Y lo acepté porque lo quería; pero al mes de haberse ido esa mujer fue a buscarme al café donde empecé a trabajar.
―¿En la cafetería de la otra noche?
―Ajá. ―Asiente terminándose la lata―, la muy bruja me dijo sin mucho disimulo lo feliz que era Eduardo porque había entrado a Harvard. Tenía una nueva vida, amigas y nuevos proyectos y yo no cabía en ninguno de ellos. Básicamente me estaba diciendo que lo dejara en paz y me olvidara de su hijo.
―¿Y le hiciste caso?
―¡Claro que no! ―bufa haciéndome sentir tonto por desear lo contrario, porque ese estúpido era claro que no le convenía―, Eduardo y yo seguíamos en contacto, cada vez menos, pero lo hacíamos y yo como tonta me aferraba a ello... ―Toma una pausa, la miro apretando la botella con mis dos manos, bebo un poco mientras ella finalmente se decide y sigue―. Hasta que vi que nuestra relación había desaparecido de su estado en Facebook, y dos meses después publicó una foto con su nueva novia gringa. Y eso sí partió mi corazón ―dice con amargura, y toma un gran sorbo de su cuarta cerveza hasta vaciarla toda.
Me quedo callado, muy dentro de mí estallo en maldiciones contra ese imbécil. Porque solo un imbécil, hace eso. Después de escuchar todo eso me siento pésimo.
―Después de enterarme hice lo más tonto que se me ocurrió desde que vi la foto.
―¿La denunciaste?
Yo lo habría hecho.
―No. Le di un me encorazona ―responde y mi mandíbula casi se cae por su vengativa astucia―, y tres días después él muy estúpido me llamó, y seguramente para darme su gran explicación. Pero no le di tiempo a que lo hiciera. Me di el gusto de mandarlo al diablo y a al mismo infierno. ―Calla y toma otra de sus cervezas, bebe de ella y me mira como si no me hubiera contado una gran historia―, y así acabó mi gran historia de amor. Patético, ¿no?
Parece burlarse de sí misma; no obstante, a mí no me hace gracia. Lo único que puedo concluir es que ese Eduardo es un estúpido y me alegro que lo haya mandado a la porra y ya no esté con él.
―No me atrevería a afirmar eso. Por el contrario, pienso que eres muy valiente ―digo mirándola con mucha seriedad.
Siento que se lo merece después de increíblemente contarme parte de su vida. Mi deducción parece hacerle gracia porque arranca a reír. Eso me disgusta, porque, aunque ella no lo crea, lo digo con mucha más sinceridad de la que esperaba tener.
―¿Y qué hay de ti? ¿Algún amor frustrado del que quieras hablar? Vamos, ya yo hablé, es tu turno, y no me digas que jamás te ha pasado nada ―cambia la conversación y supongo que es para que no le diga nada más. Puedo notar orgullo desbordado en esa reacción.
―¿Y por qué no podría ser cierto? ―me defiendo.
―¡No me digas! ―resopla volviéndole la diversión―, aunque me muerda la lengua tengo que reconocer que no eres nada feo ―añade y yo abro mis ojos.
―Creí que solo me llamas niño bonito para molestarme.
―También ―se jacta―, pero sin duda tienes tu pegue.
―Y por eso crees que todas las mujeres se tiran en bandada sobre mí ―la alebresto.
―Puede ser ―arguye meneando su cabeza con humor.
―Bien, tú ganas ―decido hacer mi parte en esta conversación para conocernos un poco más―. Acepto que, si hubo alguien, y al igual que tú, ella también era el gran amor de mi vida ―confieso sintiéndome tonto, pero no lo puedo decir de otro modo.
―Que cursi. ―Se mofa en mi cara empujándose el resto de su quinta cerveza.
Levanto mi botella y luego de brindar bebo un gran sorbo, incapaz de evitar que el rostro angelical de Laura, aflore con melancolía en mi cabeza. ¿Qué pensará si supiera que al igual que ella se fijó en Adrián, yo sigo sin poder sacarme a su novia de la cabeza?
Ironías de la vida, ¿no?
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