12. Fiasco
Abro mis ojos desenfocada, mi cabeza duele montones, los entrecierro hasta achinarlos arrugando el rostro. No reconozco el lugar en el que me encuentro. Todo es blanco, y huele asquerosamente a antiséptico de hospital. Vuelvo a abrirlos hasta que habituó mi vista y luego de dar un rodeo mis ojos chocan con una mirada gris, que me pareció bonita, después la magia se esfuma al detallar bien de quien se trata. Tiro de mi mano y esta duele. Tengo una intravenosa colocada. ¿Pero qué diablos me pasó?
Sentado en una silla blanca Rimax, Andrés me mira y me mira inclinando su rostro hacia adelante como si intentara verme mejor. Trato de enfocarme y recordar que fue lo pasó para que terminara canalizada y en una cama de hospital, rodeada de otros enfermos.
―¿¡Qué hago aquí!?
Reparo a todos lados exaltada.
―¿No lo recuerdas? ―La duda en su pregunta me saca de base, porque era muy poco lo que recordaba.
Yo en primer lugar saliendo de mi casa muy animada para ver sudar a Andrés cumpliendo nuestro trato. Podía sentir la satisfacción de mi hazaña en la punta de mi lengua. También la decepción de verla desaparecer con su semblante rozagante y calmado... De repente y para mi sorpresa empieza a reír, y no le veía el caso. ¿Acaso se burlaba de mí?
―Me vas a decir que pasó ―espeto molesta ante su falta de tacto.
Él se pasea por el poco espacio que hay entre las divisiones y se acerca.
―Sucede que tienes cero en resistencia física, pero gran estilo para desmayarte.
―¿¡De que hablas!?
―De eso precisamente, o, ¿es que no recuerdas que te dio la pálida en la quinta estación del sendero?
Me llevo las manos a la boca, la realidad me golpea recordándolo. Mi rostro se colorea con mucha vergüenza porque él tiene razón. No sé qué decir, mi treta salió al revés. Un médico llega a donde me encuentro, dándome un respiro.
―Veo que ya despertó ―dice mientras observa algo en una planilla.
―Hace unos minutos ―Andrés explica por mí.
―¿Cuánto tiempo duré dormida?
―Privada, diría yo ―Andrés corrige sarcástico.
―Lo que sea ―replico hacia él rodando los ojos, con lo avergonzada que estaba lo que menos tenía era ánimos de discutir―, ¿Cuánto doctor?
―Tres horas.
―¿¡Tanto!? ―resoplo. El doctor me mira con sorpresa, tengo que calmarme un poco―, nunca antes me... había pasado.
―Bueno, afortunadamente los exámenes salieron bien. El cuadro hemático y el TAC de emergencia. La saturación ya es normal.
―¿Y esto? ―Levanto mi mano.
―Fue necesario, estaba deshidratada.
No me diga eso.
―¿Ya...ya puedo irme?
En realidad, quiero salir corriendo de allí.
―Por supuesto, lo único que esperábamos es que despertara. Lleven el alta a facturación podrán irse ―dice entregándome un papel.
Andrés lo arrebata antes de que lo agarre.
―¿En serio está todo bien? ―insiste mirándome y luego al doctor, recordándome que aún estaba allí.
El médico asiente, y luego de mirarnos a ambos de forma curiosa e indicar que una enfermera vendría a quitarme la intravenosa, se marcha. Me incorporo sobre la camilla y noto que no tengo zapatos, solo mis medias. Andrés se levanta con el papel en la mano.
―¿Qué haces? ¿A dónde vas?
―Me encargaré de esto, mientras alístate para irnos. No soporto este lugar.
―¡Ah sí!, nadie te invitó a quedarte. ―Estaba molesta; sin embargo, cuando me mira a los ojos, luce dolido.
Lo sé, estaba a la defensiva, y no debería portarme tan agresiva viendo la situación; pero no era para menos. Aún me niego a creer que fui yo quien dio el espectáculo mayor.
―Lo sé, es solo que como buen caballero no pude dejarte tirada, allí sola. ―Se agacha y saca algo debajo de la camilla―. Y toma, no podían acostarte con ellos puestos. ―Acerca los tenis y me los entrega, seguido se encamina para salir antes de que pueda decirle algo.
Suspiro hondo, muy hondo. Supongo que se me pasó la mano. Una enfermera llega, evitando que siga sintiéndome más miserable mirando por donde se marchó Andrés.
―Es lindo tú novio ―dice mientras retira la aguja de mi piel causándome un leve picor―. Estuvo muy preocupado por ti ―continúa cuando estoy dispuesta a aclarar que no es nada mío. Nada―. Incluso no se movió de esa silla a esperar a que despertaras ―finaliza dejándome muda.
Hace a un lado el palo metálico donde está colgado el suero y me mira con una sonrisa. No sé qué decir.
―Gracias. —Me limito a contestar.
―Es todo.
Da por terminado su labor y se marcha dejándome pensativa, porque el repudio de Andrés y sus palabras pegan. Esas gracias debo dárselas a él, aunque me cueste un pulmón.
Me colocó los tenis y trato de arreglarme un poco el pelo. Me debo ver espantosa. Me incorporo de pie y tambaleo un poco, supongo que estar tanto tiempo desmayada me dejó debilucha. Andrés regresa en ese momento y sin pedírselo me ayuda a estabilizarme.
―Yo puedo. ―Me rehúso y le escucho lanzar un chasquido exasperado.
―Podrías dejar de ser tan terca.
Miro a mí alrededor y tampoco quiero estar allí más. Cedo un poco y ambos caminamos para salir de la zona de urgencias.
―Te pagaré lo de la factura.
―Lo hablaremos después.
―No. Pienso pagarte.
―Bien. Pero salgamos de aquí.
Salimos del lugar y él me lleva hasta su carro. Ante la puerta del pasajero y con un gesto impaciente me indica que entre. En otras circunstancias me habría negado; pero hoy, también era diferente. Lo tomaría como una tregua para no sentirme mal. Lo hago y al mirar el puesto de atrás veo que está mi chaqueta y la tula de deporte que había llevado en la mañana al salir. Se había asegurado de guardar mis cosas. Todas.
―¿Qué hora es? ―pregunto para aligerar el ambiente.
―Son las tres de la tarde ―informa y eso me hace sentir aún peor.
Hago silencio, la única manera de interpretar todo esto es que mi pobre intento de venganza salió como un tiro por la culata. Ahora solo quiero ir a casa. Le da reversa al carro y por fin salimos del parqueadero del hospital.
―Gracias ―digo después de un largo intento de morderme la lengua., pero no dice ni pio, sigue conduciendo haciéndome sentir más avergonzada―. Sabes que eso me acaba de costar mi dignidad, ¿acaso no piensas decir nada? ―Increpo molesta por su silencio.
Luego de lo que parece una eternidad, se gira hacia mí. Una sonrisa altanera tira de sus comisuras, triunfante, como si su afán por salir de ese lugar ya se hubiera desvanecido, abochornándome todavía más.
―Es lo justo ―dice haciendo un gesto engreído con su boca.
―Eres increíble, ¿sabes?
―Lo sé ―se ufana.
―Cretino ―mascullo.
―Ese es nuevo ―repone divertido.
Me giro hacia la ventana para evitar reír. De alguna forma se siente como si intentara no hacerme sentir mal por lo que dije. La verdad me siento como la mierda. Es la segunda vez que me socorre; aunque la primera vez fue mi culpa y terminamos...
―Eres un petardo ―mascullo para borrar el pensamiento.
Lo escucho reír, y se siente como si estuviéramos como antes. De alguna extraña forma me he acostumbrado a nuestra mutua hostilidad. Exhalo hondo. Nos detenemos en un semáforo.
―Lo disfrutaste, ¿cierto? Ver que fui yo la que perdió la apuesta.
―Un poco.
―Pedante.
―Estoy tentado a averiguar hasta dónde llega tu lista de los lindos adjetivos que tienes para mí.
―Te sorprenderías, mi repertorio es amplio. Muy amplio. ―Es mi turno de ufanarme.
La sonrisa no abandona su boca y negando con su cabeza prosigue la marcha luego de que el semáforo cambia a verde. Me fijo en que toma la calle once y reconozco que estamos cerca de mi casa.
―Esto no quedara así, sabes. Aún debes cumplir tu parte.
―Tú no escarmientas, ¿cierto? ―niego volviendo mi mirada a él, retándole―, bien, tú ganas; pero lo discutiremos en tú casa.
―¿En mi casa? ―Alzo mi ceja petulante―, nadie te ha invitado.
―Me lo debes por socorrerte y no dejarte botada.
―En serio eres un petardo ―le riño.
―Y tu una malhablada.
―Viene de cuna ―afirmo alzando las comisuras de mis labios de forma jocosa. ―Él niega nuevamente con su cabeza y sonríe―. Tengo algunas ideas nuevas en mente ―continúo y él enarca sus cejas.
―Yo también tengo algunas, pero por el momento debes descansar.
Eso me hace enrojecer. Me sacudo porque realmente no me entiendo.
―¿¡Y si te cruzas a nado, el río Bogotá!? —Suelto a la ligera, para que no note que mentalmente me estoy abanicando las mejillas.
―¡No jodas! Camila —resopla una grosería por mi brillante idea.
Seguro me veo infantil por la forma en que me mira. Un gruñido sale de su boca mientras apaga el motor, y sé que hemos llegado.
—Gracias por traerme —digo mientras estiro mi mano para tomar mis cosas de la parte de atrás.
—Hay lugar donde pueda guardar el carro. —Lo miro como si estuviera viendo un extraterrestre—. No pienso irme hasta asegurarme que estés bien ―añade.
—Eso... eso no es necesario, ya has hecho demasiado.
Intento quitarle la idea de quedarse en mi casa. Y es bueno que le esté dando la espalda o vería mi cara de tonta. ¿Por qué tenía que recordar lo que dijo la enfermera? Suspiro fuerte al intentar abrir la puerta, está asegurada.
—¿¡Es en serio, Andrés!? ―chillo volteándole a mirar.
Su gesto de niño malcriado y feliz de hacer una travesura me hizo negar apretando los labios para no reír.
—Está bien. ―Me doy por vencida―. Solo pita para que abran portón.
Saco mi cara por la ventanilla para indicarle por la cámara al señor de portería que era yo y sin más retrasos abre el portón del parqueadero y nos deja entrar. Andrés estaciona en mi parqueadero y luego de sacar mis cosas y él un maletín deportivo, fuimos a mi apartamento.
Debía estar loca para aceptar que entrara; sin embargo, en el fondo no quería estar sola y un poco de compañía, aunque no la considerara amena, no estaba mal. Tampoco quería llamar a nadie, y menos a mi tío. Era suficiente con que él ya lo supiera. Y era irremediable.
Tomo una inspiración profunda antes de abrir la puerta de par en par para que él pase.
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