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Dos

CAPÍTULO 2

- ¿Viste sus ojos? ¿Acaso los viste? ¡Son espectaculares!

El gritito chillón de Elise le puso los vellos de punta a mitad del almuerzo en la cafetería. Era la única universidad que les otorgaba veinte minutos para comer antes de retomar las clases, y para Aruma, esos minutos eran gloriosos, ya que se podía dar el lujo de comprar comida decente y un poco cara; pero su "amiga" no dejaba de parlotear acerca del chico nuevo. Y se preguntó si tal vez había sido buena idea acercarse más a ella o haberse mantenido al margen de su soledad.

-Sí, Elise, los vi perfectamente—contestó, abatida y le dio un mordisco a su hamburguesa con doble queso.

- ¿Sabes qué es extraño? –siguió hablando la chica con la boca un poco llena después de haberse comido más de la mitad de su burrito de un solo bocado.

- ¿Qué? –la miró con una ceja elevada.

-Parece ser que también sus amigos se mudaron con él para estudiar juntos.

- ¿Amigos de quién? –Aruma se había perdido en su comida que dejó de prestarle atención por un momento.

- ¡De Ashton Baker, el nuevo! Mira—le señaló con la barbilla y ella no tuvo más remedio que seguir con la mirada la dirección a donde le había indicado.

Aruma volvió el rostro hacia atrás y vio que era cierto lo que Elise había dicho. El nuevo estaba sentado en una mesa con cuatro chicos más, igual de atractivos que él, a quienes jamás había visto en el instituto. Eran similares en la vestimenta y todos tenían un aire tranquilo y sereno, sonrisas cálidas y angelicales, lo cual la perturbó. ¿Acaso Ashton Baker se había mudado con sus amigos? ¿O eran sus familiares?

-Todos son guapísimos. Hubiera sido fabuloso que los cinco estuvieran en nuestro salón, ¿verdad?

-Es algo perturbador, Elise. Nadie se trae a sus amigos o familiares a la misma universidad en un mismo día.

-Deberíamos averiguar en qué salón están.

-Paso. Tengo muchas cosas que hacer como para perder el tiempo en investigar a una bola de mortales con cutis de bebé—dijo.

Elise simplemente se encogió de hombros sin despegarles la mirada de encima al nuevo grupito de chicos atractivos, y al parecer, no había sido la única chica que los notó, sino todo el resto de féminas de la universidad; porque comenzaron a acercarse por grupitos o de dos en dos hacia ellos con total coquetería, con el fin de conseguir sus números telefónicos, o bien, una noche candente con alguno de los cinco.

Aruma no se tomó la molestia de mirarlos y optó por terminar su hamburguesa.

Más tarde, casi a la hora de que las clases terminaran, ella y Elise se habían puesto a platicar acerca de lo que harían en cuanto llegaran a Moose Pass y no aburrirse con el protocolo de los profesores, siendo conscientes que, por muy listas que fueran, no tendrían mucha posibilidad de escaparse por el pueblo.

El propósito de la excursión era únicamente para recaudar fondos para la graduación a través de servicios comunitarios a los bosques o lugares turísticos de esa región, a cambio de dinero suficiente. Es decir, iban a ir a prestar sus servicios.

-Tú debes ser Aruma Kirkpatrick, ¿no es así?

La recientemente mencionada alzó la vista por encima de sus gafas de aumento y frunció el ceño. Era el nuevo. Elise ahogó un grito en cuanto lo vio.

-Así es, y tú debes ser el chico nuevo, por supuesto—dijo con un matiz de sarcasmo. Podría ser guapo y su rostro haber sido tallado por los propios ángeles celestiales, pero si se acababa de acercar para molestarla, estaba dispuesta a enviarlo muy lejos.

-El profesor...—hizo una mueca para recordar y asintió en cuanto vino a su mente el apellido—...Marshall, me explicó que tú eras la estudiante mejor calificada para ayudarme a aclimatarme con la universidad y ponerme al corriente.

Se mostró muy educado, y a la vez distante, como si pretendiera evaluarla de pies a cabeza, e inclusos sus palabras y movimientos.

-Disculpa, pero no soy la jefa de grupo.

-Lo sé, pero el profesor...

-De acuerdo—exclamó un tanto desconcertada—permíteme al menos, un minuto de paz y después de clases te atenderé como se debe, ¿está bien...? –se le olvidó su nombre y se estremeció.

-Ashton—le dijo, ella parpadeó—me llamo Ashton—le guiñó el ojo—y me parece perfecto—esbozó una enorme sonrisa y regresó a su asiento como si hubiera ganado algún tipo de trofeo.

-Eso ha sido excitante. ¡Te ha coqueteado! –chilló Elise.

-Mejor cierra la boca. Es solo un chico idiota más—bufó.

-Desde luego que no. Es muy diferente a cualquier simio de aquí y se te ha acercado especialmente a ti para pedir ayuda, ¿acaso no es romántico?

-Tiene aires de ser como Marlon. El primer día de clases de nuestro primer semestre se mostró agradable y luego de semanas nos dejó ver su verdadera cara—le recordó.

A la siguiente y última clase, luego de anotar la tarea para el otro día, Aruma guardó sus cosas en la mochila y se quedó unos minutos hablando con Elise en los asientos, puesto que se había olvidado rotundamente del trato que había hecho con el chico nuevo.

-Tal parece que definitivamente no nos iremos juntas hoy—Elise le señaló la puerta con la barbilla y Aruma volteó sin disimular.

Ahí mismo, en el umbral de la puerta, con su mochila sobre un hombro, se encontraba el recién transferido de Londres, aparentemente, esperándola. Sus ojos azules la observaban con timidez.

Aruma respiró hondo antes de levantarse de la silla con su amiga pisándole los talones.

-Hola, ¿ahora sí puedes atenderme? –le preguntó él.

-Por supuesto—asintió y miró a su amiga.

-Te veo mañana a las seis cuarenta y cinco, Aruma—se despidió la adorable rubia y le envió una mirada indecente al nuevo.

El chico soltó una breve carcajada celestial que la dejó helada. ¿Quién podría reírse de esa manera tan extraña y a la vez, tan hermosa? O, mejor dicho, ¿Qué clase de chico era él?

-Bien, yo sé que no es bueno aprovecharse de la amabilidad de las personas, pero me encantaría que, aparte de enseñarme todo lo que respecta la universidad, también me dieras un pequeño tour por la ciudad, tanto a mis amigos como a mí—dijo.

Aruma arqueó una ceja y lo miró con cara de pocos amigos.

-Agradezco al cielo que sepas que estás abusando de mi solidaridad. Pero no creo poder ayudarte afuera de la universidad, tengo cosas que hacer en casa.

-Podría ser este fin de semana, antes de esa excursión—insistió y de pronto, cuando ella se vino a dar cuenta, notó que él se había inclinado demasiado a su persona, por lo que dio un paso atrás y el chico se enderezó—de mis amigos, solo iré yo a la excursión, ellos se quedarán porque sus padres no les otorgaron el permiso.

-Deben ser tan buenos amigos como para haberse transferido—acotó.

-Algo así, lo que pasa es que nuestras familias son amigos desde años y ya sabes...—se mostró incómodo, pero una sonrisa de su parte hizo esfumar aquella inquietud—además, tendrás una recompensa por ayudarnos.

-No soy una arribista, ¿está bien? –lo miró a los ojos con petulancia—les daré la ayuda que necesitan, pero solo hasta ahí. No me interesa entablar alguna relación de amistad con ninguno de ustedes.

-Eso es más de lo que buscaba, muchas gracias, Aruma.

Mirándolo desde otra perspectiva, le pareció un tanto inofensivo, puesto que no comenzó a insinuársele con palabras en doble sentido o halagarla con piropos pasados de moda. Simplemente le dio las gracias como cualquier persona. No obstante, no podía dejarse llevar por la apariencia.

Se quedaron unos segundos en silencio, mirándose fijamente. Ella aferraba con la mano la correa de su mochila sobre el hombro y él se pasaba la lengua por el labio inferior de manera sutil. Un encuentro extraño. Aruma habría empujado a Marlon si se hubieran quedado de esa manera, pero con este chico no fue así; incluso sintió paz interior.

Los últimos pasos de algunos alumnos que abandonaban la universidad hicieron eco en los pasillos y ahí fue donde Aruma salió del ensimismamiento y reaccionó.

- ¿Necesitas algo más?

-El horario de clases—parpadeó y palpó sus bolsillos, sacando un teléfono—con una fotografía me doy por satisfecho.

Aruma sacó la hoja del horario y él le sacó tres fotos antes de entregárselo.

-Muchas gracias.

-Me has agradecido muchas veces y ni si quiera te he ayudado en serio—le dijo y a continuación, le pinchó el pecho—si quieres ver la universidad, será mejor que te muevas. No quiero regresar tarde a casa.

Caminaron por los pasillos. Aruma era buena explicando cosas que manejaba a la perfección, pero como el chico se la pasó mirándola con fijeza, tartamudeó algunas veces en cuanto lo pilló. Le relató acerca de la fundación del instituto y los logros que los ex alumnos le dieron para ser prestigiada. Le enseñó la cafetería, la biblioteca, las aulas de audiovisual, los casilleros, que extrañamente a él le había tocado justamente junto al suyo. Pero cuando llegaron al campus de entrenamiento para los que no eran cerebritos y que únicamente les iba a bien en los deportes, el chico bostezó. Y a ella le agradó un poco más.

-Y este es el estacionamiento—concluyó, limpiándose un poco el sudor de la frente— ¿Qué te pareció?

-Me gusta—respondió, admirando a su alrededor. Su cabello rubio estaba despeinado y sus mejillas brevemente teñidas de rojo—tiene todo lo que necesito—susurró.

- ¿Disculpa?

-No es nada. Me refiero a que cumple con mis expectativas—se llevó una mano a la barbilla, inspeccionando el cielo—va a llover pronto.

-No veo ninguna nube...

Aruma miró el cielo, que segundos atrás había estado despejado y ahora ya había innumerables nubes oscuras, cargadas de agua y amenazando con dejarse caer sin miramientos.

-Demonios, debo irme antes de que me moje—dijo y un segundo después, echó a correr hacia la salida del estacionamiento.

Se detuvo en la esquina de la universidad, mirando si pasaba algún taxi o autobús que pudiera acercarla hasta su departamento.

Y en ese instante deseó no haberle prestado ayuda al nuevo, porque pudo haberse largado a casa con Elise y no estaría lamentándose. Reprimió el impulso de volver y exigirle al nuevo de que la llevara a casa, pero eso sería ser una idiota. Había aprendido a no necesitar ayuda de nadie y a resolver sus problemas sola.

Avanzó calle abajo, procurando echar un vistazo a los coches que pasaban junto a ella en busca de su medio de transporte.

Sin embargo, diez minutos después, los rayos y relámpagos la sobresaltaron. Miró al cielo y divisó una nube cargada sobre su cabeza; y no había ningún sitio donde resguardarse. Afianzó su mochila contra el pecho y aceleró el paso. Recordó que tenía años que le había pasado exactamente lo mismo y que de no ser por una señora de rostro amable que pasó a su lado y se ofreció a llevarla a casa de su tía, ese día probablemente se hubiera mojado completamente y muerto de un resfriado; pero ahora sabía que nadie se apiadaría de una joven universitaria de aspecto extraño en la calle.

Metida en sus pensamientos, ni si quiera escuchó el sonido de una bocina proveniente de un coche que iba lentamente andando a su lado de la acera.

-Sube.

Paró en seco y miró a su costado izquierdo.

Unos ojos azules como el cielo de la mañana la observaban a través del cristal de la ventana de un coche deportivo negro. Tragó saliva y se acercó lo suficiente para cerciorarse de que se trataba del chico nuevo.

-Sube—repitió él, de manera suave—o vas a mojarte.

-Tengo todavía tiempo antes de que comience a llover, gracias—replicó. Su orgullo era más grande al igual que su ego.

Y como si el cielo hubiese querido burlarse en su cara, soltó otro rayo estruendoso acompañado de un relámpago, y, por consiguiente, unas gotas furiosas cayeron en su cabeza con demasiada fuerza.

-Mi oferta sigue en pie—le gritó por encima del ruido que hacía la lluvia.

Aruma se mordió el labio inferior, siendo consciente de que ya estaba empapada hasta las pestañas.

-Mojaré tu coche.

-Súbete. El tapiz es resistente—subió el vidrio de la ventana y del otro lado se abrió la puerta.

Aruma cerró los ojos y corrió hacia aquella puerta del coche de un completo desconocido.

Abordó con éxito y cerró. En cuanto estuvo sana y salva en el interior, la lluvia se intensificó. Era una tormenta. A su lado, él sonreía burlonamente.

-No le veo la gracia.

-Debes dejar a un lado ese orgullo revuelto con ego. No es sano—le aconsejó antes de echar a andar el coche de lujo—debes amar al prójimo.

- ¿Me vas a dar clases de catecismo? ¿En serio? –añadió con ironía. Él negó con la cabeza.

-Un simple consejo a un amigo—se encogió de hombros y encendió la calefacción—ponte el cinturón.

Mientras tanto, Aruma se concentró en ponerse el cinturón y observar a su nuevo compañero de clase. En su mano derecha, en el dedo anular, tenía un anillo de plata con alas de ángel.

-Bonito anillo—observó cómo quien no quiere la cosa.

-Gracias—sonrió y frotó distraídamente el anillo con los otros dedos.

El camino fue en silencio. Solo el sonido de la lluvia, de la calefacción, de sus respiraciones y nada más.

El cielo parecía querer caerse, como si estuviera de luto o preparándose para algo que no estaba en sus manos detener. Muy extraño, ya que en septiembre no era época de lluvia. Al menos no que supiera. Pero lo que más la impactó fue como ese chico la estaba llevando exactamente a su departamento sin habérselo dicho antes. Pretendía confrontarlo en cuanto aparcara en la acera.

-Es aquí, ¿no? –le preguntó él.

-Sí, pero, ¿Cómo sabes mi dirección? –inquirió, a la defensiva.

-Sabelotodo, se te cayó esto cuando te echaste a correr—rio y le entregó la credencial escolar donde decía la dirección.

Con aquella explicación, sus latidos errantes fueron volviendo a la normalidad.

-Para ser nuevo en la ciudad, conoces bien las calles—cogió su credencial y se dispuso a salir del coche.

-Mi casa está cerca de aquí, fue por eso que se me hizo prudente traerte—estiró el brazo y encendió la radio—nos vemos, Aruma. Fue agradable conocerte.

-Gracias, igualmente...

-Ashton—sonrió—puedes llamarme Ash, para que no se te complique.

-Bien, muchas gracias, Ash.

Descendió el vehículo y subió al porche. Abrió la puerta y se percató que el chico no pretendía marcharse hasta que entrara. Pensó en darse la vuelta, pero negó con la cabeza. Él no era más que un nuevo compañero que se había ofrecido a llevarla a casa luego de que por su culpa la lluvia la había empapado. Entró dando traspiés y subió las escaleras, en donde notó que el coche seguía ahí. Abrió la puerta de su departamento y escuchó el motor encenderse. Segundos después, se fue. Y ella pudo respirar con normalidad.

Se dio una ducha caliente durante treinta minutos en lo que su ropa mojada se secaba y pensaba seriamente en lo que acababa de suceder. El día de ayer se sintió acechada por algo o alguien, pero conoció a un perrito que la acompañó hasta casa y la hizo sentir segura. Hoy un nuevo estudiante transferido desde Londres intentó ser amigable con ella, aparentemente sin ninguna intención negativa de por medio, e incluso la trajo hasta casa.

-Estoy siendo demasiado suave—gruñó para sí—Aruma, tú no eres así. De seguro es porque no fuiste maquillada. Mañana irás como siempre, a ver si ese tal Ashton se te acerca de nuevo.

En la tarde, libre de deberes, se acurrucó en el sofá con una taza de café caliente frente a la televisión sin volumen, mientras escuchaba el repiqueteo de las gotas de lluvia a través de las ventanas. Continuaba lloviendo a cántaros, haciendo que su cerebro le trajera imágenes del pasado, cuando su padre fue asesinado y su madre enviada al hospital psiquiátrico. La habría ido a visitar cada semana, pero ella dejó de reconocerla a los pocos meses y solo estaba tranquila sabiendo que todavía tenía una madre a muchos kilómetros de distancia. A veces temía levantarse a media noche a causa de una llamada telefónica en donde le avisaran sobre la muerte de su madre. Y claro, si eso ocurría, en serio iba a quedar completamente sola en ese mundo.

Bebió un sorbo de café y alejó esos pensamientos negativos de su mente. Si continuaba pensando en ello, se volvería como su madre; y no quería llegar a esos extremos.

A las siete de la noche, su tía Helen la llamó por quinta vez esa tarde. A regañadientes le contestó, porque no quería apagar su teléfono por culpa de ella.

-Sigo en espera de mi dinero, mal agradecida.

-Te di un maldito cheque hace unos meses con dinero suficiente, no tengo más—le espetó. Y era cierto. En las vacaciones de verano buscó un trabajo para darle dinero a su tía y no malgastar sus ahorros.

-Te di techo y comida durante diez años. Me hiciste gastar mucho dinero y con esa miseria no cubre ni un año de lo que tuve que pasar contigo.

-Si de verdad deseas tener dinero, busca un empleo.

-Voy a encontrarte, Aruma, juro que lo haré, y en cuanto lo haga, te quitaré lo que posees.

-Escucha, la universidad me debilita porque tengo que usar el cerebro, ¿sabías? Deberías usarlo también alguna vez, así que ya me voy. Tengo cosas que hacer—vociferó y colgó de tajo.

La poca armonía en su corazón se esfumó en el momento que atendió la llamada. Su tía solo servía para hacerla sentir miserable. Echaba tanto de menos su niñez antes de que su padre muriera y su mamá fuera recluida al psiquiátrico.

Aruma solía sentarse en el regazo de su padre y él le leía sus libros de cuento favoritos sobre monstruos que vivían felizmente en la oscuridad, que temían a la luz solar. Era tétrico, pero a ella le encantaba y sus padres estaban de acuerdo con ello, puesto que no tenía nada de malo. Cuando todo acabó, quiso recuperar sus libros, pero la casa entera fue incinerada por causas sospechosas. Y todo quedó reducido a cenizas.

Se estremeció al revivir esos recuerdos y tiró por accidente la taza con café al suelo, salpicando a su alrededor.

Cinco minutos después, yacía limpiando el desastre de muy mal humor.

A las diez en punto de la noche, cayó rendida hasta el día siguiente. Y de no ser por el despertador de su teléfono, no hubiese despertado pronto. El móvil lo puso a cargar en lo que se alistaba corriendo. Desayunó con el cántico de los pájaros de la mañana de fondo y cerró la ventana. Se maquilló los ojos como lo hacía habitualmente y guardó el teléfono en su mochila.

Salió a grandes zancadas al encuentro con Elise.

Su compañera la esperaba en su coche mientras cantaba a todo pulmón la canción Everybody's changing de Keane.

- ¿Cómo te fue con el nuevo bombón? –fue lo primero que le dijo cuándo Aruma abordó el vehículo. Elise también había retomado su look habitual de tener sus rizos sobre la cara.

-Nada fuera de lo normal, me trajo a casa—no entró en detalles.

- ¡Qué! –gritó la rubia y apagó la radio— ¿Cómo que te trajo a casa? ¡Cuéntame!

-Comenzó a llover y no tuvo más opción que traerme—chasqueó la lengua—ahora date prisa porque llegaremos tarde, Elise.

-No quieres llegar tarde porque deseas ver a Ashton Baker—canturreó, demasiado divertida.

Aruma puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos sin replicar, escuchando la risa alocada de Elise todo el camino.

Llegaron a las siete en punto al estacionamiento y por instinto, Aruma buscó disimuladamente el majestuoso deportivo negro del nuevo en el estacionamiento, pero no lo vio. Un poco decepcionada, avanzó hacia el salón y se sentó en su sitio, viendo que no había rastro de él.

Las clases comenzaron con normalidad. Revisar las tareas, intercambiar puntos de vista entre los alumnos, hacer debates, realizar exposiciones instantáneas sobre un tema al azar, y al final, formar equipos de dos chicas y un chico para asistir a la excursión de la semana entrante.

-Profesor Marshall, ¿puedo saber por qué exclusivamente dos chicas y un chico? –se atrevió a preguntarle en cuanto terminó las clases. Elise se situó a su lado porque iban a regresarse juntas y aquello también le interesaba.

-Moose Pass es un sitio turístico con bosques a su alrededor y agua, y tanto los demás profesores y yo, hemos decidido que es mejor que un varón acompañe a las chicas. Por supuesto, dormirán en habitaciones diferentes, pero el resto del día estará con ustedes.

-Elise y yo estamos juntas, ¿verdad? –preguntó con cautela.

-En efecto, sí—contestó y Aruma asintió, aliviada.

-Espere, ¿y con quién chico vamos a estar? Todas mis compañeras eligieron a su acompañante masculino, excepto nosotras –interrogó de soslayo.

Las mejillas regordetas del maestro se contrajeron en su petulante sonrisa jovial de siempre.

-He pensado que estarán bien si las coloco con el nuevo estudiante, Ashton Baker; además, él me informó que el tour que le diste ayer le gustó y que le agradas—sonrió.

-Ashton no asistió hoy a clases—le recordó.

-Pero su madre llamó por teléfono. Tenían que encargarse de algunos trámites y por eso no pudo venir. Sin embargo, Ashton agradeció que te sugiriera para que le mostraras las instalaciones.

-Eh...

Elise apenas podía contener su euforia y Aruma estaba por perder los nervios. ¿Qué clase de broma era esa?

-Este es el número de su compañero. Avísenle que estará en su equipo—le entregó un papel con varios dígitos—las veo mañana, chicas.

El docente tomó sus cosas con otra sonrisa y las dejó solas en el salón de clases. Ambas perplejas, pero una entusiasmada y la otra petrificada.

En el estacionamiento, dentro del coche, Elise le arrebató la hoja de las manos.

- ¿Quién le hablará? ¿Tú o yo?

-Si quieres háblale tú. Yo no estoy de humor para avisarle a un príncipe que se le ocurre faltar en su segundo día de clases.

- ¡Fabuloso!

La pasó a dejar al departamento e hizo exactamente lo que hacía todos los días. Comer, hacer los deberes, ver televisión y dormir.

Comenzaba a aburrirse de la misma monotonía de siempre. Había pensado en salir a correr de seis de la tarde a nueve de la noche por todo el vecindario para despejarse y tener poco a poco condición física. Aquello le interesaba mucho, pero había desistido en cuanto se sintió acosada. Aunque el recuerdo de aquel perro la tranquilizó. Quizá en sus horas de ejercicio encontraría la casa de su dueño y lo saludaría. Pero si quería hacerlo, tenía que comprar ropa deportiva y nuevos tenis.

Esa misma noche se la pasó calculando cuando dinero llevaría a la excursión y cuando gastaría en la ropa.

Al otro día, pasó otra vez Elise y le contó que le había enviado mensaje a Ashton Baker acerca de la excursión y que el chico le respondió de una manera sumamente dulce, estando de acuerdo con ese hecho.

-Elise, me alegro que cumpla con tus expectativas—le palmeó el brazo cuando caminaban rumbo al aula.

- ¡Ahí va! –exclamó, señalándolo— ¡Ashton! ¡Hola, soy Elise!

Ashton se detuvo en el umbral y volteó a verla. Error, volteó a verlas a las dos con una sonrisa.

-Hola, Elise, hola Aruma—saludó cortésmente.

-Vaya, así que al chico nuevo se le antoja faltar en su segundo día de clase, eso habla bien de ti, eh—dijo Aruma con sarcasmo en cuanto entraron al salón. Él caminó detrás de ella, riéndose.

-Trámites de transferencia—replicó, divertido. Y sin miramientos, puso su mochila en la silla continua a la de Aruma, en donde Marlon se sentaba.

-Ahí es el sitio de Marlon—le espetó Sally Adams con veneno.

-Tengo entendido que no volverá hasta después de la excursión—repuso Aruma con toda la intención.

-Así que puedo sentarme aquí por un tiempo—añadió Ashton, sentándose abruptamente frente a Sally.

-Pero sigue siendo el lugar de Marlon—protestó la chica, pero ninguno le hizo el menor caso.

Elise soltó una risita al contemplar el rostro enfurruñado de la fémina al no sucumbir a su capricho.

La normalidad de las clases, según Aruma, era prestar la atención posible al docente y hablar de vez en cuando con Elise si así lo ameritaba, pero ese día fue imposible y todo lo contrario a lo que estaba acostumbrada. Ashton no dejó de hacerle preguntas, de la clase, obviamente, y de molestarla cada que podía con cualquier comentario fuera de lugar.

-Me he puesto en mente hacerte reír o al menos sonreír—le había dicho en un susurro cuando Aruma hizo una mueca ante un chiste muy malo.

-Puedes esperar sentado—le dijo entre dientes.

Ashton rio en voz baja y negó con la cabeza. Tiempo después, Aruma lo descubrió garabateando en su libreta, pero no eran garabatos malos, sino un dibujo.

Un dibujo realista. De ella.

- ¿Soy yo? –no pudo evitar preguntarle.

-Algo así. Te dibujé sonriendo ¿Te gusta? –le pasó la libreta a su pupitre.

-Dibujas muy bien, pero solo en este dibujo me verás sonriendo—elogió el dibujo, puesto que parecía una fotografía, Ashton sonrió, estando de acuerdo y entonces Elise le quitó la libreta y agrandó los ojos.

- ¡Dibujas hermoso! ¡Dibújame a mí también!

-Claro, con gusto—aceptó Ashton, tomando nuevamente su libreta.

Arrancó primero la hoja con el dibujo de Aruma y se lo entregó.

-Te lo obsequio.

-Gracias—frunció el ceño y lo guardó entre las páginas de un libro. Era el primer regalo que alguien le daba en mucho tiempo.

Y a los quince minutos, le pasó la hoja a Elise. La había dibujado exactamente igual que una fotografía, pero con el cabello levantado, mostrando sus ojos a la perfección.

Era espectacular la manera en la que dominaba el lápiz, el realismo y su habilidad para crear arte en tan solo pocos minutos. Ashton Baker era muy interesante, además de guapo.

A la hora del almuerzo, Elise le agradeció efusivamente a Ashton con un abrazo por el dibujo y el chico le correspondió con la misma energía.

-Podría mostrarles mis dibujos más adelante—propuso.

- ¡Suena bien! Yo me apunto—dijo Elise.

-Yo... tal vez—musitó Aruma, haciendo que Elise saltara de emoción y Ashton le guiñara el ojo.

Ambas chicas salieron por su lado y él por el suyo. De reojo, vieron como el chico se unía a sus cuatro amigos atractivos que estaban en otros salones y se iban a la cafetería, mientras ellas iban al sanitario antes de comer.

Aruma se corrigió el maquillaje en el espejo y Elise se dejó caer sobre el lavamanos con dramatismo, como si cupido la hubiese flechado.

-Parece un ángel celestial.

-Deja de halagarlo demasiado. Admito que es guapo, pero tampoco es para tanto, date a desear para que caiga redondito a tus pies, Elise, lo digo en serio—le aconsejó.

- ¿Tú crees que al menos me ve bonita? Me dibujó con el rostro destapado.

-Por supuesto—la miró a través del reflejo del espejo—te dibujó con el cabello levantado porque así te vio más bonita. ¡No pierdas el tiempo y recógete los rizos!

-Tendrás que ayudarme—balbuceó la chica.

Al final de cuentas, Aruma le acomodó el cabello, haciéndola lucir adorable con su rostro muy femenino.

-Ahora, a desayunar—gritó Elise y ella la siguió hasta la cafetería. Estaba comenzando a apreciarla, incluso con sus locuras sin ninguna pizca de vergüenza; y, a decir verdad, Elise también parecía un ángel celestial.

-Si ves a Ashton, procura contener tus hormonas, por favor—le suplicó.

-Claro que lo haré. No te preocupes—le guiñó el ojo y después se dedicó a buscarlo con la mirada.

-Iré a comprar el desayuno, ¿vienes?

- ¡Ashton! –gritó locamente y Aruma se golpeó la frente con la palma. Elise había dicho que se contendría, pero fue lo contrario— ¡Por aquí!

-Voy por mi hamburguesa—le dijo con toda la intención.

-Cómprame una. Te daré el dinero cuando vuelvas—replicó la rubia, dando saltitos en su sitio al ver como el chico nuevo se acercaba.

Al regreso, se quedó perpleja al divisar a Elise sentada entre los amigos de él, riendo animadamente. Era el colmo, pero si a ella le agradaba estar con ellos, la respetaba. Giró sobre sus talones, pensando en donde sentarse cuando Ashton apareció en su campo visual con una bandeja de comida en las manos.

-Ven a sentarte con nosotros. Te estamos esperando—le dijo.

- ¿Qué? ¿Con tus amigos? –abrió los ojos como platos y retrocedió un paso.

-Sí, ¿tiene algo de malo? Además, dijiste que nos harías un tour el fin de semana—le recordó y Aruma maldijo entre dientes—es una buena ocasión para que los conozcas—sonrió ampliamente.

-Hecho, pero solo porque ya hice el compromiso—aceptó y rodó los ojos al caminar con él hacia la mesa.

Los cuatro chicos y Elise les abrieron campo a la mesa para que sentaran juntos. Aruma jamás había estado en esa situación jamás y tampoco se había sentido tan observada en su vida.

- ¡Gracias! –Elise tomó su hamburguesa con gusto.

-Amigos, les presento a mi otra amiga, Aruma Kirkpatrick—anunció Ashton con suavidad. Los cuatro varones fijaron más su atención en ella.

-Hola, un placer conocerte, Aruma, me llamo Miguel—lo saludó el más cercano a ella, quién tenía el cabello negro azabache y los ojos verdes esmeraldas; y una sonrisa bellísima—pero si gustas, llámame Mickey.

-Yo soy Gabriel—dijo con simpleza el que estaba frente a ella. Él tenía los ojos sumamente azules como el océano, el cabello rizado y rubio, casi blanco y apenas sonrió—estos tontos me dicen Gabbe para acortar mi nombre; puedes hacerlo también tú.

-Bella dama, mi nombre es Rafael—añadió otro de los chicos. Este tenía el cabello rojizo y corto, pero sus ojos eran totalmente oscuros—Ralf para los amigos, y eso, a partir de ahora, te incluye a ti.

-Y yo soy Uriel, a secas—se presentó el último de ellos con una gran sonrisa. A ella le llamó la atención su cabello: era castaño, pero estaba rapado de un lado y del otro normal, lo hacía lucir rudo y a la vez tierno. Sus ojos verdes le sonrieron al igual que sus labios—dime Uri, si quieres.

Aruma sonrió de manera tensa al finalizar las presentaciones. Le echó un vistazo a Ashton y este alzó las cejas.

-Se miran extraños, pero son buenas personas—bromeó él.

Sus amigos lo molestaron, dándole golpes amistosos en el hombro o en la espalda sin parar de reír. Y la única que parecía cómoda con ellos cinco era Elise. Ella había entablado una conversación con el que se llamaba Gabriel y no dejaban de sonreírse el uno al otro; y eso la dejó pensativa. El tal Gabriel había sido cortés, pero un poco tajante con ella al presentarse, en cambio con Elise, era muy amigable, así como Ashton.

-Así que tus amigos tienen relación a ti porque sus familias son amigos de la tuya, eh—Aruma trató de romper el hielo y al mismo tiempo le hincaba el diente a su hamburguesa.

-Exacto. Nos conocemos desde niños, técnicamente—repuso Ashton, mirando por el rabillo del ojo a sus amigos, quienes también le echaron un vistazo con disimulo.

El efímero receso terminó más rápido de lo normal y se levantaron rápidamente para ir a clases.

-Chicos, no se olviden que el sábado Aruma nos dará el tour por la ciudad—argumentó Ashton en voz alta. Todos asintieron.

- ¿Puedo ir también yo? –preguntó Elise entusiasmada.

Los cinco jóvenes se enviaron miradas tensas y sonrieron. Aruma frunció el ceño ante ese intercambio de miradas raras entre ellos.

-Claro, Elise, será de buena ayuda que no solo una sola persona nos acompañe a ver la ciudad—dijo Gabriel.

-Bien, nos pondremos bien de acuerdo, ¿está bien? Gracias por darme sus números telefónicos, chicos—Elise estaba totalmente enamorada de los cinco, sin excepción—tanto Aruma y yo, les daremos el mejor tour.

Se separaron en el pasillo y se deslizaron al interior del aula. Elise apenas respiraba por tanto hablar de lo divertido que sería el sábado y Ashton sonreía por educación, ya que su atención estaba en Aruma.

-Sí, será fabuloso, Elise—le dijo a Elise y se disculpó— ¿me permites un segundo?

-Sí, por supuesto—la rubia se encogió de hombros y se sentó en su lugar a mirar su teléfono.

Él se sentó junto a Aruma con el ceño fruncido.

- ¿Te sientes bien?

-Sí, ¿por qué preguntas?

-Te noté distante desde que Elise se apuntó para acompañarnos.

-No me molesta que ella venga, en lo absoluto. Simplemente me pareció extraña la manera en la que todos ustedes se miraron en cuanto Elise pidió acompañarnos—le soltó de sopetón. Ella solía fingir que no le importaban las cosas, pero esa vez no se contuvo.

-Sucede que teníamos pensado llevar un solo coche ese día, o sea, el mío, ya que ahí entramos seis—se apresuró a explicar—porque los coches de ellos aún no los han traído de Londres. Pero lo solucionaremos con el de mi padre.

-Para que lo sepas, Elise tiene uno—gruñó.

-Perfecto entonces. Le diremos que lleve el suyo y yo el mío.

Descartó la idea de ignorarlo, pero le pareció muy descortés, por lo que asintió, pretendiendo estar de acuerdo con sus palabras sin argumento alguno.

Al finalizar las clases, le pidió de favor a Elise de que la dejara en el centro porque iba a comprar ropa deportiva. La adorable rubia la dejó justamente en una tienda de deportes donde su madre solía comprar su atuendo para el club de tenis y le recomendó ropa no muy ajustada para mejor movilidad y no verse como su madre.

-Y tenis oscuros con agujetas de color brillante—le aconsejó al irse.

Aruma iba a decidir que comprar, pero tuvo en mente esas opciones. Si Elise decía que su madre se miraba horrible con ropa ajustada, era mejor comprar ropa cómoda.

Al entrar, el aire acondicionado la relajó. Una dependienta del lugar se acercó amablemente a ella con la intención de ayudarla. Le explicó lo que buscaba y la llevó al área que podría serle útil.

-Hay variedad. Tanto pants, pescadores y shorts. Todos con su respectiva playera y sudadera a juego. Incluso puedes ver qué tipo de tenis le checan también.

-Quiero un pescador oscuro, y la playera y sudadera dice que viene en conjunto, por mí está bien—dijo, echándole ya el ojo a uno en particular, que tenía franjas azul rey alrededor—este me gusta.

-Excelente elección. Estos tenis podrían gustarte—le enseñó un par de la marca Adidas color negro con franjas del mismo tono que las franjas de la ropa—están en oferta. De hecho, te haré el descuento del 30% si te llevas el pescador con su conjunto y los tenis.

Aquella oferta le resultó tentadora.

-Sí, lo llevo—aceptó—en talla mediana.

-Sígueme para hacerte la nota.

Orgullo consigo misma, salió a la calle con dos bolsas. Acomodó las correas de su mochila, afianzó sus nuevas adquisiciones, y se aventuró a caminar hasta casa, la cual solo estaba a diez calles.

El tiempo parecía estar de su lado. Estaba tan despejado que sonrió.

De pronto, Asiel, el perro de la otra vez, apareció de la nada frente a ella; ladrando y meneando la cola con alegría.

-Hola, amiguito. Vaya, ¿Qué haces hasta acá? ¿Acaso eres mi ángel guardián o algo así? –quiso acariciarlo, pero sus manos estaban ocupadas—lamento no rascarte las orejas, pero llevo cosas, ¿Qué te parece si me acompañas a casa?

Y de nuevo, sorprendiéndola, le arrebató la bolsa donde estaban los zapatos.

-No te hubieras molestado, pero gracias.

Asiel caminó como todo perro fiel delante de ella, deteniéndose cada cinco pasos para cerciorarse de que estaba bien como la vez pasada.

Las diez calles fue así, y Aruma se sintió bien teniendo de compañía a ese hermoso perro. No comprendía como era que su dueño lo dejaba andar libre como si nada, pero lo agradeció infinitamente. Además, tendría más tranquilidad en la tarde cuando saliera a correr para ponerse en forma y no sentirse oxidada.

Pronto llegaron al departamento. El perro meneó la cola con emoción y depositó la bolsa en el suelo, esperándola en el porche.

-¿Tienes hambre, amiguito? Parece que te has ganado un premio por haberme acompañado a casa otra vez—le dijo; y el animal ladró muy feliz, como se le entendiera—adentro tengo pollo congelado que compré hace una semana, solo déjame guisarlo y sabrás de lo que te has perdido.

Abrió la puerta del porche y entró. Asiel la miró con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado.

-Anda, entra—lo llamó.

El perro avanzó con pasos temerosos y luego sacó la lengua sin dejar de menear la cola.

Dentro del departamento, el animal se la pasó husmeando por todas partes. Echó un vistazo a la habitación, el baño, la sala y la cocina mientras ella se ponía cómoda para preparar la comida.

Sacó el pollo de la nevera y comenzó la tarea de guisarlo de manera deliciosa para premiar a su nuevo amigo. Ya ni si quiera lo hacía para comer rico, porque bien pudo haberlo hecho días atrás, pero optó por comer cosas chatarras; no obstante, le gustaba la idea de comer en compañía de aquel misterioso perro que se había tomado la molestia de estar con ella sin motivo alguno.

En lo que hervía, Aruma, que había estado revisando los mensajes de WhatsApp de Elise, el perro se echó en el umbral de la puerta de la cocina con la vista fijada en ella. Y en un minuto, cruzaron miradas.

-No te desesperes, ya casi está listo.

El perro meneó la cola sutilmente y movió apenas las orejas sin moverse. Parecía que su pasión y hobbie era observar atentamente a Aruma, como si esta pudiera necesitarlo en algún momento.

Treinta minutos después, Aruma comía animadamente en el comedor y Asiel a sus pies, demasiado excitado, devorando varias presas de pollo sin miramientos.

-Vaya, sí que estás hambriento. Es una verdadera lástima que no pudieras contestar o, al menos, entender lo que te digo, pero me encantaría tenerte viviendo aquí, conmigo—suspiró—si no fuera por tu collar, te adoptaría sin pensarlo, Asiel.

Y tras decir esas palabras, el perro dejó de comer y alzó la cabeza a ella.

-No quiero interrumpir tu comida, adelante—se rio, pero se quedó perpleja al ver la acción siguiente del animal.

Con las patas delanteras tiró de su collar para aflojarlo, luego comenzó a morderlo con los dientes hasta hacerlo suficientemente flojo y quitárselo del cuello al sacudirse. El collar con la placa con su nombre cayó a los pies de ella, como una respuesta a sus palabras.

Anonadada, la fémina se inclinó al suelo y lo recogió, boquiabierta.

-Espera, ¿me estás entendiendo?

Asiel ladró, gustoso y orgulloso sin dejar de menear la cola.

-Bien, eso significa que te quedarás conmigo a partir de ahora—apretó el collar en sus manos—y esto estará guardado en un lugar seguro.

Se levantó y se dirigió a su habitación. Volvió a los dos minutos sin el collar y con una sonrisa.

-Asunto resuelto. Ahora hay que apurarnos para salir a correr, Asiel.

Más tarde, se duchó y se vistió con la ropa deportiva. Asiel no podía esperar más para salir a correr con ella.

Ambos salieron a la calle, siendo conscientes que el clima estaba precioso y tranquilo como para hacer ejercicio por dos horas consecutivas. Sabía que si llevaba su teléfono móvil perdería el chiste de ir a ejercitarse, porque nadie podía tomar en serio el ejercicio si mantenía su teléfono a un lado; así que decidió dejarlo sobre el comedor para evitar la tentación.

Los perros corrían mucho y Aruma lo sabía, pero Asiel era diferente al resto. Él corría a su ritmo, porque no toleraba dejarla atrás. Era la manía del animal y ella no comprendía como es que había surgido tanto afecto entre los dos si apenas se habían hecho camaradas.

En resumen, la chica prefería mil veces la compañía de un perro que, de un chico, así de simple.

La noche cayó más rápido de lo previsto, acompañada de fuertes relámpagos y rayos. Y ellos se habían alejado bastante del departamento sin darse cuenta. Aunque quisiera regresar corriendo, era obvio que la lluvia los interceptaría en el camino.

Corrieron de vuelta debajo de los techos que podían cubrirlos si en caso al cielo se le ocurriese desatar una grandiosa tormenta. Y no habían transcurrido ni diez minutos de haberlo pensado cuando una lluvia torrencial cayó sobre sus cabezas. Todas las personas echaron a correr a refugiarse o tomar un taxi de improviso; mientras que ella y el perro aminoraron el paso, quedándose debajo de un espectacular donde más personas aguardaban. Asiel se quedó sentado junto a ella con la mirada alerta.

-Oye, muñeca, dame todo lo que traigas encima y no pasará nada—dijo una voz masculina detrás de ella.

Aruma volvió el rostro y se quedó de piedra al ver a un hombre de negro con capucha sobre la cabeza. En su mano empuñaba una navaja. Y lo peor era que las pocas personas que habían estado con ella, habían retrocedido, dejándola sola con ese sujeto.

-No traigo nada—alzó las palmas con temor—solo salí a correr con mi perro.

Ella dio un paso atrás y en un segundo, Asiel se puso en medio de ambos, enseñando los dientes de manera feroz.

-Calma a tu perro—masculló el hombre, temblándole la mano con la que sostenía la navaja. La seguridad con la que había hablado anteriormente se había esfumado al ver a Asiel.

-Ven, Asiel, por favor—Aruma consiguió cogerlo del lomo, pero el perro estaba totalmente desquiciado. No paraba de ladrar y de querer írsele encima al sujeto.

-Me marcharé—añadió el hombre con voz ahogada, pero en el instante que retrocedía, Asiel perdió la cabeza y se le fue totalmente encima con salvajismo.

Aruma gritó alarmada, pero nadie parecía querer meterse en ese lío, sin decir que tampoco deseaban tolerar más la lluvia helada.

- ¡Basta, Asiel!

Sin embargo, temía por el propio perro. El hombre estaba armado y ante el forcejeo, había la posibilidad que hiriera al animal o incluso asesinarlo sin miramientos. Atajada por la situación, rodeó a ambos y trató de patear al tipo en la cara, pero este halló la manera de empujar al perro con fuerza para aturdirlo y arremetió contra ella, tirándola de espaldas; no obstante, antes de si quiera tocarla de nuevo, Asiel le mordió el cuello al criminal y este aulló de dolor con los ojos desorbitados, observando como de su yugular salía sangre a borbotones. Aruma, horrorizada, ahogó un grito, pero el hombre aprovechó sus últimos segundos para enterrar la hoja de su navaja en la pierna derecha del perro.

- ¡Asiel!

El pobre animal estaba sangrando; y no solo en su hocico por haber mordido al hombre, sino en la herida que este le había provocado.

A cuestas, arrastró al animal hasta la orilla de la calle y volvió el rostro hacia el hombre tirado en el suelo, pero se quedó pasmada al ver que ya no estaba. Solo quedaba un charco de sangre en donde había muerto. ¿Qué había pasado?

Paró un taxi y le rogó que lo llevará a alguna veterinaria de urgencia. Subió trabajosamente a Asiel y lo abrazó mientras él lloraba en sus piernas. Dejó de llover cuando llegaron a su destino.

Afortunadamente, según el médico veterinario, la hoja de la navaja no cortó ninguna vena, arteria o tendón, era superficial y en pocos días se pondría bien.

Cuando regresaron al departamento, Aruma se sentía muy desdichada. Había hecho sufrir a un pobre perro por su estupidez. ¿Por qué había pensado en salir a correr? Si no lo hubiera hecho, Asiel no hubiese salido lesionado por ese hombre extraño. Y aparte de sentirse así, no comprendía como había desaparecido de la nada a mitad de la calle y que nadie se diera cuenta.

-Demonios, Asiel, estuvimos a punto de morir. Mañana no iré a clases, y estoy pensando seriamente en no ir a la excursión—musitó, contrariada.

El perro bajó la cabeza, como si supiera la tristeza con la que ella le había hablado, como si supiera que había sido por su culpa al haber entrado en ese dilema.

-Tranquilo, no es tu culpa y tampoco puedo dejarte solo así. Necesitas mucho cuidado—lo calmó—pero le tengo que llamar a Elise para que les avise a los profesores, ponte cómodo. Encenderé la calefacción para que entres en calor.

Aruma había olvidado la personalidad algo extrovertida de su amiga al momento de mandarle un mensaje, explicándole lo que había pasado en breve, pero Elise la llamó en santiamén sin pensárselo dos veces.

-No voy a dejar que me dejes plantada—chilló, encolerizada—dijiste que estaríamos juntas. Si tú no vas, no tendría sentido que yo fuera.

-Escucha, Elise, no está en mis manos. Acabo de adoptar a un perro y este me defendió de un atraco y está herido. No puedo dejarlo solo, mucho menos dos semanas.

-Hallaremos la solución antes del lunes, Aruma. Te lo prometo. Debe haber alguien que pueda cuidarlo en lo que estamos fuera.

-No confío en nadie, aparte de ti, claro, ya que apenas deposité mi confianza en ti. Y no toleraría dejar a Asiel en manos de un completo desconocido—sentenció.

-Te he dicho que encontraré una salida. Confía en mí, ¿de acuerdo? –había mucha seriedad en sus palabras.

-Está bien, te creo. Nos hablamos después.

Al término de la llamada, Aruma se dejó caer en el sofá, bajo la supervisión de Asiel, pero gracias al medicamento del veterinario, él no tardó en quedarse completamente dormido.

Aruma aprovechó a lavar la ropa deportiva junto con los tenis, ya que no podía conciliar el sueño porque recordaba al hombre muerto y su inexplicable desaparición. Si ella iba a dar aviso a las autoridades, la iban a culpar de haberlo matado y se haría peor.

Necesitaba distraer su mente, ponerse activa con las tareas del hogar si así era la única manera de olvidarse. Incluso se dispuso a lavar la ropa que le faltaba para ir a la excursión, claro, si es que iba.

Era medianoche y tampoco podía dormir. Se le había ocurrido la fantástica idea de limpiar, pero le dio flojera cuando apenas iniciaba con la estufa. Por el rabillo del ojo, divisó a Asiel. El perro dormía tranquilamente sobre la alfombra. Su pierna estaba vendada y parecía menos herida que hacía un rato en la calle. La medicina probablemente estaba haciendo su trabajo y ella no podía hacer más por él, más que esperar su evolución.

Al otro día, despertó a las nueve de la mañana gracias a que su teléfono no paraba de sonar. Había dormido en el sofá en una posición incómoda. Tuvo que moverse lentamente porque haber estado por horas contorsionada no había sido la mejor idea.

Bostezó, se estiró y contestó con desgana. Era Elise.

- ¡Aruma!

-Buenos días a ti también—ahogó otro bostezo.

-Estoy almorzando con los amigos de Ashton Baker en la cafetería, él no vino tampoco—le informó.

-Ah, gracias por el dato. Me tenías con el pendiente—rodó los ojos y le echó un vistazo a Asiel, quien ya estaba despierto, pero continuaba echado junto a sus pies.

-El motivo de la llamada no es por eso, sino que te avisaba que ya he hallado a una persona que podría cuidar de tu perro.

-Elise...

-Tranquilízate, es buena idea. Él ha tenido perros, el año pasado se le murió el suyo y está dispuesto a cooperar.

-No me digas que esa persona que encontraste es uno de esos chicos raros, amigos del chico nuevo.

- ¡Sí! Mickey se hará cargo de tu perrito—canturreó la rubia. Y Aruma se llevó la palma de la mano a la frente con desdén.

-Agradezco su amabilidad, pero no. Me rehúso; y esa es mi última palabra—concluyó la llamada.

En los dos días posteriores, Aruma se encargó de cambiarle los vendajes a Asiel, dar de comer al hocico y de ver la televisión a su lado. En su cabeza solo estaba cuidar del perro, ni si quiera se había acordado de la citación que tenía con Ashton Baker, sus amigos y Elise.

Como le importaba bien poco, anduvo en fachas sin ducharse en ese par de días. Ignoró las llamadas de Elise, comió comida chatarra a morir y le fue dando el resto del pollo a Asiel en pequeñas raciones, ya que no tenía permitido comer exceso por indicaciones médicas.

El sábado por la noche, justamente a mitad de un programa interesante, llamaron a la puerta.

-Señorita Kirkpatrick, soy yo, Elliot.

Era el dueño de los departamentos, el que vivía en el primer piso.

Aturdida, se levantó, pasando a traer a Asiel, que descansaba en sus piernas en el sofá. Él torció la cabeza, mirándola. Ella abrió la puerta con incertidumbre y el sujeto gruñó.

-Hola, señor Elliot, ¿Qué ocurre? –espetó, midiendo el tono de sus palabras.

-Señorita, una extravagante rubia y cuatro chicos más están abajo, llevan quince minutos tratando de subir porque dicen ser sus amigos, pero ya les dije que no recibe visita a menos que usted misma los invite—refunfuñó—así que haga el favor de bajar a decírselos.

-Elise—susurró entre dientes y se forzó a sonreír—no se preocupe, bajaré a hablarles. Muchas gracias.

El hombre asintió y se fue.

Aruma quería asesinar a Elise. ¡Qué manera de venir y atreverse a fastidiarla cuando estaba tratando de estar tranquila! Se puso la chaqueta, sacó las llaves y le acarició la cabeza a Asiel antes de bajar al encuentro con ellos.

A medida que descendía por las escaleras, en su campo visual alcanzó a ver el coche negro deportivo de Ashton Baker y respiró hondo cuando llegó a la puerta del porche y abrió.

Por muy tonto que pareciera, al primero que esperaba ver entre ellos era a Ashton, pero no lo vio por ningún sitio. Estaban todos, menos él.

-Me encantaría saber qué hacen a estas horas afuera de mi departamento—musitó cuando Elise le sonrió. Los cuatro chicos sonrieron genuinamente, excepto el que se llamaba Gabriel. Él hizo una mueca y metió las manos en sus bolsillos.

-No contestabas a mis llamadas. Además, habíamos quedado en que las dos les íbamos a dar un tour por todo Bozeman—respondió la rubia—así que yo les enseñé la ciudad.

-No podía dejar a Asiel herido, ya te lo he dicho—repitió Aruma y de pronto, los chicos se echaron a reír, como si ella hubiese dicho algún chiste— ¿Qué es lo gracioso? Mi perro está lastimado. No es para reírse—farfulló, con ganas de asesinarlos, en especial al tal Gabriel que la miraba burlonamente.

-Lo sentimos—dijo uno de ellos, el que tenía el cabello negro y ojos verdes esmeraldas, Miguel "Mickey"—mis amigos suelen tener un pésimo sentido del humor. Yo seré quién cuidará a Asiel por ti mientras vas de excursión.

-No confío en ninguno de ustedes—les hizo saber Aruma en un gruñido; y tanto ella y Gabriel se enviaron miradas fulminantes.

-Tampoco es que seamos los mejores amigos para confiar en ti—espetó Gabriel y Elise frunció el ceño ante ese arrebato por parte de ambos. Mickey, Ralf y Uri hicieron una mueca en dirección a su amigo.

- ¿Dónde está Ashton? –inquirió Aruma, fingiendo indiferencia. Si tan solo él estuviera ahí, tal vez todo fuera distinto para ella.

-Tuvo que continuar haciendo unas cosas de la mudanza—explicó Ralf con delicadeza. Sus ojos negros le resultaron tranquilizadores.

-Amiga, acepta que Mickey cuide de tu mascota—insistió Elise para aligerar el ambiente.

-No estoy segura, Elise—dudó—no los conozco. Sabes bien que aparte de ti, no tengo a nadie más con quién hablar de manera sincera ni confiarle nada. Y ellos acaban de mudarse a la ciudad, no sabemos nada de su vida—dijo en voz alta sin importarle que ellos escucharan todo— ¿y si le hacen daño?

De reojo observó al de cabello rojizo, Ralf, alejarse de ellos y caminar hacia la esquina sin detenerse, pero a Aruma no le importó.

-No puedo creer que tengas tan mala imagen de nosotros—dijo Mickey, sonriendo de lado, de manera coqueta. Aruma tragó saliva, ¿era algún tipo de truco para que confiara en él? –amo a los perros. Hace poco perdí a los míos, yo jamás lastimaría ni a una mosca. Confía en personas que aman a los perros.

-Asiel es especial para mí. Es un buen perro y no quisiera perderlo—titubeó Aruma—si algo le llega a pasar, yo...

En eso, un ladrido la hizo sobresaltar. Su amiga gritó y corrió hacia la puerta. Aruma la siguió con la mirada y se sorprendió de ver a Asiel en el umbral, meneando la cola y ladrando. Se dejó acariciar por Elise y luego se acercó Aruma cojeando un poco, pero más recuperado.

Los chicos se miraron entre sí y se animaron a acariciarlo también. El que se había ido por la esquina, regresó con una sonrisa de oreja a oreja y se recargó en el coche con los brazos cruzados, contemplando la escena.

-Eres un buen chico—dijo Mickey a Asiel. El perro intentó ponerse de dos patas con él— ¿lo ves, hermosa? Se ve que le agrado. Te daré la dirección de mi casa y mi teléfono para que no te quedes angustiada por él. ¿Está bien?

Aruma escudriñó los movimientos de Asiel con detenimiento. Él parecía estar contento con ellos, ni si quiera les ladró de manera agresiva. Podría dejarlo a cargo con ese chico, pero necesitaba saber si Ashton le recomendaba dejarlo con su amigo.

-Mañana te comunico la respuesta. Pero antes, dame tu número de teléfono—replicó, mirando a Mickey y este asintió—y también el de Ashton. Quiero hablar con él.

Elise se sentó en las escaleras a acariciar a su antojo al perro en lo que ellos intercambiaban sus teléfonos. A pesar de que Aruma no estuvo de acuerdo de darle el suyo a los demás, lo hizo. Y los chicos también le dieron el de ellos.

Se despidió de todos y se metió al departamento con Asiel. Todavía no comprendía como había logrado salir si la puerta la había dejado cerrada.

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