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Me sujeté con fuerza de la rama para no caer. No debía caer. Al menos no aquel día. Miré hacia el fondo del precipicio y noté que el corazón se me aceleraba dentro del pecho. Era un traidor. Había hecho esto decenas de veces. Me había acostumbrado a sujetarme de la rama de aquel árbol y acercarme al borde sin temblar. Pero cuando bajaba la mirada y veía los cincuenta metros que me separaban de la vida comenzaba a temblar. Mi cuerpo parecía no estar listo para morir. En cambio yo sí lo estaba...
Con el pulso todavía acelerado bajé del barranco y tomé el camino corto de regreso hacia la prisión. Bueno, no era exactamente una prisión donde yo vivía pero se asemejaba bastante. El colegio para pupilos Boys Thunder School me albergaba desde mis trece años. Ahora con dieciséis, lo seguía sintiendo como una prisión. Sobre todo cuando me cruzaba por algún pasillo con mi verdugo, Ray Laurens. A él le debía cada cicatriz de mi cuerpo, cada miedo nocturno y cada pesadilla. Me había tomado odio casi desde el primer día. Odiaba mi piel pálida, odiaba mi rostro feo y demacrado, odiaba verme caminar siempre encorvado, odiaba mi voz quebradiza y baja sobre todo cuando me estaba humillando. Esos eran los motivos por los que decía odiarme. Pero el motivo real por el que me odiaba era porque soy gay.
Tratando de no pensar más en él, y mirando furtivamente a cada lado cada vez que doblaba en una u otra dirección, caminé lo más rápido que pude. Por cada metro que avanzaba mi corazón parecía desacelerarse. Siempre hacía lo mismo, cuanto más lejos del barranco estuviera mejor se sentía mi cuerpo. Instinto de supervivencia, le llaman. Yo lo llamaba cobardía. Ray tenía razón siempre que me gritaba que yo era un cobarde. Hasta para arrojarme por el precipicio era cobarde. Pero confiaba en que llegado el momento, lo haría. Después de todo no necesitaba una dosis grande de valor. Solo un segundo. Un segundo para dar un paso al vacío y soltarme de la rama.
Mi corazón se aceleró otra vez. No pude evitar llamarme cobarde y ,enojado conmigo mismo, aceleré el paso.
"Lo haré...", le dije a mi corazón, "No me importa si no estás de acuerdo."
Estaba decidido. La fecha ya estaba elegida.
El período de Navidad comenzaba en unas horas. Los pasillos que ahora estaban abarrotados de estudiantes bulliciosos estarían desiertos desde el día siguiente. Muy pocos eran los que nos quedábamos. La gran mayoría de afortunados se iban con sus familias a pasar diez maravillosos días de receso invernal. Yo solo tenía un tío que había visto por última vez varios días después del funeral de mis padres. Él manejaba mi herencia y pagaba mi educación. Su cheque cada mes, con un escueto mensaje ("Aquí te envío lo tuyo. Espero estés bien. Saludos.") era el único intercambio familiar que yo conocía.
Pero no era por eso que había planeado lo del barranco. Mejor dicho, no era solo por eso. Estaba hundido, vivía con miedo, tenía heridas que curar casi cada noche y estaba probado que era un cobarde, no podía defenderme de los golpes ni de las burlas. Y estaba sólo. Nadie me hablaba sino era estrictamente necesario. Decían que era porque le temían a Laurens pero yo sabía que era por temor a "contagiarse"...
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