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1. 𝙿𝚛𝚎𝚕𝚞𝚍𝚒𝚘 ❣

Jungkook tenía miedo. Su respiración se detuvo a la par que el ruido de las cadenas se volvía más nítido e insoportable para sus oídos. Había llegado su día: moriría en la hoguera.

Oía los pasos avanzar, y con ello, sus piernas temblaban. En ese instante, anhelaba desencajar cada hueso que le permitiera hacerse lo bastante delgado para cruzar entre los barrotes del calabozo donde se encontraba, o poder hacerse uno con el heno que hacía las veces de colchón. Tal vez entrar por la única ventana, del tamaño quizá de un gato, y salir antes de que el hierro cociera parte de su carne, mientras el resto se le desprendía o hacía carbón.

Una lágrima rodó por su mejilla cuando los soldados llegaron frente a él, encarándolo con repulsión que hubiera sido impropia en el pasado. Aquellas miradas que antes ni siquiera se hubieran atrevido a alzarse ante él, ahora se mantenían fijas, prepotentes, llenas de asco y odio, dignas para un traidor como él.

¡Oh, si no hubiera cedido, si no se hubiera permitido caer ante sus encantos! Si tan solo nunca lo hubiera conocido, no estaría en esta situación. Lo odiaba, odiaba recordar esa tentadora mirada egocéntrica que lo hacía parecer el dueño del mundo, tan seguro, sonriéndole con esos labios carnosos que se relamía cada vez que alguno de sus comentarios lo divertía. Y vaya que pasó repetidas veces, pues eso fue para él: nada más que una entretención del momento, un juguete de carne y hueso que tiraría cuando dejara de satisfacer sus caprichos.

A vísperas de su muerte, podía asegurar que no aborrecía a nadie tanto como a Taehyung. El estómago se le revolvía al recordar los besos compartidos, cada tacto, la complicidad que, vil, le hizo creer, y las náuseas incrementaban al ser plenamente consciente de que se equivocaba. No podía sentir tal repulsión, aunque la mereciera, y sí que lo hacía. Su corazón aún reaccionaba incluso cuando, por su causa, en ese instante, envolvían cadenas en su cuello y muñecas, empujándolo fuera de su celda directo a un público gozoso por ver su ejecución.

Ni siquiera el fuego en su cuerpo le dolería tanto como haber amado a Kim Taehyung.

«Pero mis últimos pensamientos no te pertenecerán», pensó. «Si no me amaste, ¿por qué debería hacerlo yo hasta el final?». No merecía su dolor, su llanto, las noches en vela que le dio.

«Amarte me lleva a la muerte y asumiré mi error odiándote».

¿Pero cómo podía hacerlo si el calor en su pecho aún volvía al recordar el día que inició todo? ¿Cómo podía cuando los recuerdos seguían presentes?

Él llegó a salvarlo; le resultaba injusto que fuera él mismo quien causara su condena. De no ser por sus brazos, habría perdido la vida antes. Sin embargo, ahora se enfrentaría a las llamas en lugar de los picos rocosos, con el corazón hecho trizas y el alma marchita.

Un día normal que no aparentaba, ni por el clima ni por la gente, ser diferente, se hallaba en sus aposentos, quejándose con una de las criadas por encontrar la biblioteca de su padre a nada de vaciarse, cuando la esposa de su hermano llegó.

—¿Quién te crees haciendo tanto escándalo? —se quejó esta—. Fui yo misma, mandada por tu hermano, quien dio la orden de entregar a la iglesia los libros; ellos le darán mejor uso.

Jungkook jadeó, confundido. Nadie habló con él al respecto de esa decisión.

—¡Me pudieron haber consultado! Esas también eran mis cosas. Soy yo quien se encargaba de cuidar de las posesiones de papá. Que ya no esté no les da derecho a querer borrar su memoria de estas paredes.

Desde su muerte, el castillo ya no era el mismo. La decoración, los objetos, todo fue reemplazado. Ni estatuas o cuadros familiares se salvaron. Lo que alguna vez fue su hogar estaba siendo arrasado por las garras de la familia de su hermano.

—No entiendo tu escándalo, él ya no vive, es mejor darle utilidad a lo que no se usa aquí. Muchas personas se han mostrado agradecidas con la familia real por sus generosas donaciones.

Donaciones. Las pertenencias de su padre eran reliquias, llevaban generaciones enteras entre sus pasillos, ¿y las regalaban como si su valor fuera nulo? El hombre moriría una segunda vez si pudiera presenciar la humillación a la que su hermano estaba sometiendo a su familia.

—¡A ustedes eso no les importa! —vociferó, cansado—. Papá, papá, amaba todo lo que han desechado, ¿siquiera podrían permitirme quedarme con algo?

Deseaban eliminar el legado familiar, estaba seguro, y no podía hacer nada. Se hallaba atado a las decisiones de su nuevo rey; lo único que pedía era no ser obligado a hacer parte de ese complot. Él sí amaba sus raíces, su sangre.

—Ya basta, Jungkook, esto es innecesario. Las decisiones tomadas son por el bienestar de todos nosotros, el pueblo nos ama. Deja tus niñerías —la castaña se cruzó de brazos, impasible, encaminándose a la salida de su cuarto. No obstante, ya en el marco de la puerta, volteó una vez más a verlo—. Los caballos serán donados al ejército; son necesarios para combate. Nunca se sabe quién quiera arremeter contra nuestras tierras.

La noticia le calentó las venas y debilitó su juicio.

—¿Están dementes? ¡No pueden hacer eso! —su mirada se llenó de una mezcla nociva de enojo y miedo, pero el silencio que obtuvo de respuesta lo obligó a ceder una vez más y bajar su cabeza en busca de piedad—. ¿Puedo quedarme con alguno?

—Los caballos que se quedarán son los de carruaje y carga, los demás se irán. Si quieres intercambiar algunos por estos, perfecto. Pero no te excedas —después de ello, salió.

Sus manos temblaban hechas puños y sus dientes chirriaban gracias a la fuerza que ejercía con tal de retener todos los improperios que deseaba lanzar contra su cuñada y hermano. No podía arriesgarse a insultar de más a los reyes o podría costarle demasiado.

Además, tenía claro que se regocijaban desquiciándolo; no quería contribuir a su goce.

—¡Están haciendo lo impensable para fingir que padre nunca existió! —exclamó a una de las sirvientas con la que discutía antes. La mujer, aunque de nervios frágiles, aceptaba escuchar cada reclamo que tuviera sin esparcirlos a nadie más—. ¿Tan despiadado fue?

Recordaba al hombre con un temperamento fuerte, pero justo; nunca llegó a recibir quejas de imparcialidad o hallar en él maldad que lo hiciera creer que mereciera ser deshonrado. Su pueblo lo amó y su familia también. No obstante, recuerda que nunca llegó a haber un buen trato con su hermano, sobre todo porque el segundo deseaba más de lo que su gente podía ofrecer y, en busca de riquezas y poder, le exigía ser más sensato y menos bondadoso.

Jamás lograron ponerse de acuerdo, y su hermano lo solía tildar de incompetente. Su padre, en cambio, aseguraba que el contrario poseía un espíritu envenenado.

Él compartía el último pensamiento.

—Joven Jungkook, su padre siempre lo amó a usted, pero la relación no era la misma con su hermano. Él... —la mujer se censuró, incapaz de recriminar las conductas de sus amos.

Jungkook, al notar su angustia por opinar, le sonrió con tranquilidad, tomando la botella de sidra que esta tenía entre sus manos, la cual era la razón por la que se encontraba en sus aposentos. Necesitaba un poco de alcohol o enloquecería.

—Está bien, vete —no podía someter a la pobre a tal tortura. Ella no tenía forma de pertenecer a un bando sin verse como perdedora.

—Gracias.

Una vez solo, bebió su primer trago. En su cuarto poco importó que tomara directo de la boca de la botella; primaba más su preocupación por su vida actual. Donjae y Namsoo estaban disfrutando su etapa como monarcas, arruinando todo lo que su padre construyó, y eso no solo involucraba la estética del castillo. Era consciente de los rumores de las decisiones políticas poco favorecedoras que Donjae pretendía tomar.

Sin embargo, ¿qué podía hacer él siendo un inútil duque? Incluso su edad era inadecuada para tener voz en las decisiones, y con un heredero recién nacido, cualquier legitimidad que tuvo como príncipe en las decisiones políticas ahora pasaba a su sobrino que, peor que él, no tenía conciencia ni voz.

Abatido y sin manera de rebatir las decisiones del rey, se encaminó a los establos a contemplar los caballos una última vez antes de perderlos. Sabía que los que se donarían eran los ejemplares más valiosos para su padre, esos a los que les daba un cuidado excepcional, de raza extranjera, y que llegaba a ser cruel saber que los obligarían a sacrificarse en un campo de batalla.

Era obvio el sádico deseo de irse en contra de los que fueron los deseos de su progenitor, y ello implicaba hacer imposible la convivencia para quien fue el predilecto de los dos hermanos.

Desde la muerte del hombre, los maltratos y limitaciones habían sido pan de cada día. No podía presentarse en sociedad tanto como antes del fallecimiento de su padre; tampoco le era permitido recorrer el pueblo si no era junto a su cuñada o hermano. Su confinamiento se había hecho inquebrantable y apenas podía pasearse por los campos que rodeaban el castillo sin ser vigilado por decenas de sirvientes.

Perder sus bienes materiales no fue lo único; también le arrebataron la libertad.

Antes de llegar a su destino, pasó por la cocina, intercambiando la botella que llevaba a la mitad por una nueva, y siguió hasta llegar a su destino. Allí vio a los más de diez animales, tranquilos, sin saber qué les depararía en un futuro incierto.

Eran bellísimos, y la sonrisa de orgullo de su padre llegó nítida a su memoria. Estaría encantado de verlos en tan buen estado.

La impotencia de no poder hacer nada por ellos lo envolvía.

Los escuchaba relinchar, comer y moverse en su lugar, emocionados por salir. Eran animales de cabalgar, para dar paseos por los prados del castillo, una actividad que su hermano aborrecía, pero que él y su padre solían hacer cuando el mayor lograba hacer un espacio entre sus deberes.

Entre todos, vio al favorito de su padre, un ejemplar blanco, con su crin trenzada por su propio dueño, y una actitud inquieta por el deseo de salir. Daba unos cuantos brincos, llamando su atención, y una sonrisa surcó sus labios al caer en cuenta de que esa era la manera que el caballo tenía de saludar cuando los veía ingresar a ambos.

No los había visitado desde que la desgracia llegó a su vida, por lo que no le sorprendía ver la emoción del animal por verlo. Sin embargo, no podía decir que compartía el sentimiento al hallarse solo esta vez.

Jungkook no se resistió al llamado y, sin demasiado ánimo, se rindió a la petición de este y lo llevó a cabalgar, esperando que el paseo calmase sus pensamientos y dolor.

El recorrido inició lento, permitiéndole consumir más de la sidra conforme avanzaba. Cada trago lo daba en honor a su padre, por los recuerdos de su fallecimiento repentino, por los malos tratos de los nuevos reyes. Existían tantos motivos que una botella no era suficiente; no obstante, nada más eso bastó para nublar su consciencia.

En algún momento, sin saber cómo, el caballo aceleró, tomando su propio rumbo. Lo que comenzó por el campo que conocía terminó convirtiéndose en un bosque de caza que no había atravesado antes. Trató de ordenarle volver, pero este se rehusó a escucharlo.

No traía látigo para domarlo, y su voz era pasada de largo, por lo que su única opción fue dejar caer la botella ya vacía y tirar de él con toda su fuerza en son de hacerlo obedecer.

Forcejeó con el animal cuanto pudo, pero fue en vano. Este relinchaba con fuerza y, necio, prefería alzarse en dos patas antes de girar de vuelta al castillo.

Llegaron a un camino despejado y rocoso, avisando lo inestable del cimiento. Se encontraban al final del bosque, en una altura prudente y empinada, lo que dificultó aún más tomar las riendas del animal.

Tanta fue la disputa entre ambos por la dominancia que Jungkook, ya carente de sensatez, terminó por perder, resbalando del caballo y recibiendo una patada en el costado de sus costillas.

Su cuerpo, por la fuerza y la forma de la tierra, rodó por el pastizal unos cuantos pies, golpeando su cabeza y brazos en el proceso. Apenas logró percatarse de que se encontraba al borde de un abismo, pues el dolor en toda su anatomía le hacía imposible concentrarse en la situación en la que se encontraba; si se atrevía a dar un mal movimiento, caería cuesta abajo. Desde donde estaba, veía la exuberante altura. De caer, jamás sería hallado, claro, si es que primero se dignaban a buscarlo.

Trató de moverse sin conseguirlo. Sus extremidades no reaccionaron, y la punzada en las costillas le costó un alarido de dolor y un imparable temblar. Con el pasar de los segundos, su vista se nubló, mareado por la debilidad y el sufrimiento, dejándolo sumido en una profunda oscuridad.

Creyó haber muerto.

Pero entonces, unos brazos lo envolvieron y alzaron lejos del borde. No pudo despertar en ese instante, pero sentir la seguridad con la que era cargado y llevado le permitió confiar en el desconocido y dejar ir su consciencia por fin.

Bueno, mis vidas, holaaaa 💖

Aquí les traigo el capítulo 01 ✨.
Iba a ser más largo, pero terminé por dividirlo para mayor facilidad y poderles traer capítulo más rápido ✨, así que serán más de solo tres caps. ¡Espero les guste mucho! 🌟

Cuéntenme, ¿qué opinan del comienzo? 🌸

💌 Los amo, cuídense mucho 🌟✨. Nos vemos prontito por aquí 🥰💕

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