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5. El gatillo que apaga el dolor

Creep - Radiohead


14 de octubre, 2010


Kosuke

Hola, mi nombre es Kosuke e intenté suicidarme.

Estoy aquí, porque me arrepiento de no haberme lanzado de un puente o haber llenado una mochila con libros y dar un paseo hasta el fondo de una playa, como pensé. No. Ese día terminé improvisando y todo se fue al carajo.

¿Aquí es cuando el resto me saluda de vuelta?

No, esto no va a funcionar.

***

La primera semana en este lugar, hace dos meses, fue una de las más difíciles, ya que no podían darme somníferos mientras que estuviera en tratamiento con antibióticos, para que mis heridas no se infectaran. "¿Va a poder tocar guitarra otra vez?" recuerdo escuchar a mi madre preguntar a los doctores, pero mi mente estaba demasiado lejos como para que la respuesta me importara.

Hoy, sin embargo, agradezco no haber hecho daño irreparable a mis tendones. Quizás, por eso pude seguir cortando hasta desmayarme... No lo sé. Pero si estoy obligado a vivir un poco más, ciertamente tiene sus beneficios el poder seguir haciendo lo único que me hace sentir mínimamente entusiasmado por el futuro.

Luego de que la infección estuvo descartada, estuve en algo así como una "terapia de sueño", porque apenas soportaba estar consciente. A pesar de ello, no me eximí de la rutina de una internación psiquiátrica: todas las mañanas, a partir de las cinco y media, aparecían enfermeras para medir mis signos vitales y revisarme, porque si yo pensaba que era creativo a la hora de hacerme daño, en este lugar he aprendido que... Uno siempre se puede comprometer más con la causa.

Me costó acostumbrarme a la poca privacidad que hay en estos lugares. El tener que ganarme la confianza del equipo médico para poder avanzar hacia mi alta, hizo que el día en que pudiera salir de aquí se viera tan lejos, que todo el mundo me diera risa (no de divertido, sino de patético), sobre todo, yo. Nunca he tenido problemas para tratarme despectivamente, pero durante mi internación he conocido el significado real de lo que es dar lástima.

Irónico es el hecho de que ahora puedo acceder a mi guitarra una hora al día y puedo llevar unos diarios en los que incluso he podido escribir algunas canciones. Todo gracias a que estoy, aparentemente, mejor que cuando llegué. Si me preguntan, diría que no tiene nada que ver conmigo. Estoy demasiado drogado y adormecido como para que algo de lo que hago sea parte de mi voluntad y no por inercia. Obviamente, mi terapeuta dice que no me doy crédito por las cosas buenas que hago, sino solo por las malas.

Ok. Lo que sea.

El peor día de todos llegaría al día siguiente del cumpleaños de Kaoru, el veinticinco de septiembre.

Y creo que eso sí fue un punto de inflexión.

No tengo permitido recibir muchas llamadas telefónicas, salvo las que mis padres han autorizado previamente. Tampoco había recibido visitas hasta la fecha, pero dada importancia de esta, mi familia quiso hacer una excepción y venir a verme. Los cuatro.

Mentiría si digo que la expectativa no me llenó de sentimientos encontrados. El día anterior había estado lamentándome por no poder verla y en ese momento, cuando podría tener lo que pensé que quería, no hubo nada más aterrador en lo que pudiera pensar, que aplacara la angustia de enfrentarme a ellos. Aun así, dije que sí, se lo debía a Kaoru. Un poco de normalidad, creo. ¿Qué hay de normal en celebrar tus diecisiete en un hospital psiquiátrico? Ni puta idea. Pero, dado que ya le había cagado la vida, me pareció inhumano decir que no.

Otro error más a la lista. Hace casi un mes que ocurrió, pero arde como la herida de una navaja.

***

—¿Ya están aquí? —pregunto, por décima vez.

—Sí —confirma Neko, llena de una paciencia monumental, mientras me observa alisarme la camisa de franela roja—. Tranquilo, todo está bajo control. Te ves bien.

—¿Tu película favorita es El Joven Manos de Tijera o qué? —murmuro, sarcásticamente—. Porque hasta Johnny Depp con mal maquillaje se ve más decente que yo.

Ella no dice nada, sé por qué tengo el pelo así de largo. Algunos son drogadictos, otros se queman, se golpean, están los que se cortan y una larga lista de mecanismos evitativos. Yo soy un poco de todo, pero, claro, lo mío siempre han sido los objetos filosos. Y como todo adicto, es necesario esperar un tiempo prudente antes de volver a exponerme a la droga, no sé si me explico. La cosa es que me veo fatal. Delgado, ojeroso y pálido, pero debido a que mi tono de piel es más tostado naturalmente, el resultado es un tono oliváceo enfermizo, como si estuviera a punto de vomitar, lo cual es un poco cierto.

Tomo una bocanada de aire que se siente demasiado densa y agarro el regalo que le hice a mi hermana, durante la "arte-terapia": una especie de collage de recortes hechos a mano, junto a unos dibujos que imitaban la portada de un manga. En ella traté de retratarnos a los tres, Kao, Kyo y yo, como supuestos protagonistas de un shonen de ninjas que se rebelaron contra el ejército japonés para unirse a las tropas que querían derrocar a Hitler.

—Esto es patético —digo, señalando el montón de porquería en mi mano.

Antes de que pueda obedecer el pensamiento intrusivo de destruir la mierda, la enfermera Val toma una de mis manos.

—Estoy segura de que a ella le encantará —expresa, con una suave sonrisa—. Y no porque tenga una técnica espléndida o cualquier cosa que creas que le falta. Lo amará porque lo hiciste tú. Punto.

Suspiro. No conoce a Kaoru, pero tiene razón.

Luego de unos minutos, consigo calmarme un poco y salir hacia la habitación en la que se llevaría a cabo la visita. Siento que todo me tiembla y temo mearme encima. Después del bullying que recibí en la secundaria, cuando unos tipos me metieron dentro de un casillero por toda la jornada, hasta el día siguiente en que mis padres comenzaron a buscarme, amenazando con llamar a la policía, y tuvieron que admitir dónde me habían dejado, muchas cosas comenzaron a hacer estragos en la química de mi cerebro.

Cuando me encontraron, encorvado, dentro del locker, yo estaba completamente mojado, encima de mi propia orina, por no haber podido aguantarme ni salir. Luego de tal experiencia, siempre que estoy nervioso, me da pavor terminar empapado hasta los tobillos. Sin mencionar la puta claustrofobia que esa sensación me gatilla.

Miro los pasillos. Mierda. Las ventanas están cerradas. Quiero acercarme a una y abrirla un poco, pero ¿cómo hacerlo sin que crean que me quiero lanzar? ¿Es tan mala idea tirarme? No hay tantos pisos como para morir de una vez.

—Necesito aire —jadeo, cuando estamos a punto de llegar.

—Si quieres volver, no pasa nada, Kosuke —responde la enfermera.

—Me voy a mear los pantalones —insisto, haciendo caso omiso de la sugerencia.

—Te sientes enfrentado al trauma, ¿verdad?

—¿Qué trauma? Yo traumé a mi hermana y ahora tengo que verla a la cara, como si no fuera lo peor que le ha pasado en su vida —hiperventilo, susurrando, ya que estamos a una puerta de llegar—. Soy una farsa. Todo esto es una...

—Kosuke —me llama Neko, con firmeza—. Voy a cancelar la visita.

Sí, por favor.

No, espera, ¿qué?

—Disculpa, estoy nervioso —musito, avergonzado.

—No tienes nada de lo que disculparte, pero si no puedes trazar tus propios límites, me veo obligada a sugerirle al doctor que es demasiado pronto para esto.

Agito la cabeza, un poco más frenético de lo que me hubiera gustado.

—No, tengo que intentarlo —indico, tratando de sonar convencido.

En el rostro de Val se dibuja una pequeña sonrisa indulgente y luego hace un gesto hacia la puerta, para que la abra. Dudo unos segundos, inseguro de poder agarrar el pomo con los espasmos que siento en las manos. No obstante, me obligo a seguir adelante. Cuando atravieso el umbral, distingo la silueta de mi padre a la izquierda, cerrando la puerta.

Mierda.

Lo que ocurre a continuación, lo experimento en cámara lenta, al borde de desconectarme de mi cuerpo.

Vamos, imbécil. Solo deja de pensar.

¿Has tratado de apagar la jodida voz que siempre te dice que lo peor va a pasar? Ahora sería un excelente momento para hacerlo.

Dentro de la sala me espera mi familia, pero no soy capaz de registrar mayor detalle, más que el de mi respiración superficial cuando me quedo petrificado. Me sostengo lo mejor que puedo y levanto la mirada, con la frase "feliz cumpleaños, pollito" picando en mi garganta.

Cuando las palmas de ambas manos me empiezan a hormiguear, como si pequeños pinchazos aleatorios trataran de mantenerme alerta a pesar de todo, me doy cuenta de que estoy respirando demasiado irregularmente como para poder mantener a raya una crisis de pánico. Me llevo una mano al pecho, tratando de masajear el dolor que lo oprime, pero solo consigo que este se expanda a otras partes de mi cuerpo.

—Hola, cariño —escucho que me saluda la dulce voz de mi madre.

Me aferro a esa familiaridad y me atrevo a mirarlos por primera vez, esbozando incluso una sonrisa. Son las personas que más amo en el mundo, ¿qué tan difícil puede ser...?

—Feliz... —comienzo a articular, pero las palabras se asfixian en el camino.

Mis ojos recorren la habitación lentamente. Identifico las sonrisas y dejo que me reconforten. Mamá, papá, Kyo y... Kaoru. Mi mirada y la suya quedan suspendidas en el aire y la habitación de pronto se transforma en aquel casillero en el que estuve encerrado por más de veinticuatro horas.

Oh, Dios.

¿Qué le hice? ¡¿Qué mierda le hice a mi hermana?!

No tengo que hablar, por supuesto, para que Kao borre su sonrisa de inmediato. Me conoce y sabe que algo va mal. Lo he jodido todo.

—No puedo, lo siento —murmuro, inconscientemente dejando caer el regalo al suelo, mientras me llevo ambas manos al pelo.

—Hijo, tómalo con calma —me advierte mi padre.

Ahí está, ese puto botón que la gente aprieta, ese maldito "cálmate" que te manda a la mierda de una sola vez. Tengo que salir de aquí. No puedo más.

—¿Por qué la trajeron? Llévensela de aquí...

"...porque no tiene que verme así, porque no merezco esa sonrisa. Se supone que soy su hermano mayor y debo cuidarla, pero fallé en lo esencial. ¿No lo ven en sus ojos? La he roto. Por favor, no puedo hacer esto. No hasta que yo no me sienta tan... Tan... Muerto. No puedo mirarla a los ojos, joder. No si eso significa que ella sabrá que no puedo mentir y que nada ha cambiado desde aquel día; aunque ella me lo pida, no quiero seguir viviendo". Eso es lo que pretendo decir, pero las palabras mueren antes de poder salir de mi boca.

En cambio, consigo murmurar:

—Kao y Kyo no deberían estar aquí, no los quiero aquí.

Por suerte, mi voz no sale a gritos. Casi no soy capaz conectar una oración con otra. No obstante, no encuentro la valentía de mirarlos y comprobar si mis dos hermanos menores entienden de qué va lo que estoy diciendo.

Me duele todo y no miento cuando digo que una de las cosas más difíciles que he hecho hasta ahora, ha sido no dejarme llevar por la crisis de pánico que está a punto de explotar. Uso toda la cordura que me queda en no hacer un puto espectáculo frente a ellos.

—Perdónenme —suplico, apretando los ojos hasta ver colores a través de mis párpados cerrados—. No puedo hacer esto.

A continuación, atropellando la silla vacía de mi padre, llego como puedo a la puerta de la habitación y la intento abrir con la mayor velocidad posible. ¿Por qué mierda a las personas les fascinan tanto las puertas cerradas? No la puedo abrir, no puedo respirar. El pulso se me va a salir por las venas que bombean mi cuello.

—Kosuke, cálmate, por Dios —insiste la voz de nuestro padre.

—¡Ko! —Creo que es Kaoru la que habla, pero difícil saber con el zumbido que siento en los oídos—. Mamá, ¿yo le hice esto?

—No, mi amor.

—Yo solo quería verlo...

Cuando al fin puedo abrir, dejo de registrar las palabras que vienen del exterior. Solo me precipito hacia el pasillo, buscando algo. Cualquier cosa que me saque de aquí. No tengo fuerza en las rodillas y tampoco en el corazón. Me doy cuenta de que estoy en el suelo, cuando mi dedo índice traza las líneas de las baldosas de forma automática. La superficie helada del suelo rápidamente se moja con mis lágrimas.

El latigazo de la disociación amenaza, pero en ese momento escucho:

—Kosuke, inspira por la nariz y bota por la boca.

Hago lo que la voz me pide lo mejor que puedo.

—Muy bien, ¿estás conmigo? —insiste.

Llevo mis ojos hacia los de la rubia enfermera que me sostiene.

—Neko —susurro—. No pude.

—¿Por qué no?

La luz entra de tantas partes, que desearía arrancarme los ojos para no ver más.

—Porque estoy mintiendo, no soporto mentirles.

¿Lo digo o lo pienso?

—Encuentra la fuerza que necesitas para vivir de verdad, cariño. —Lo debo haber dicho, porque esa es la voz de mi madre que me arrulla en algún lugar—. Te estás esforzando, yo lo sé. Tómate tu tiempo, confío en ti.

—No lo hagas —lloro.

Otro sollozo. El de ella.

—Que me parta un rayo ahora mismo si dejo de tener fe en mi hijo mayor. —Sus manos están en mi rostro, su perfume cerca de mí, pero yo no sé dónde estoy—. Eres el hombre más tenaz que conozco, Kosuke.

Unos pinchazos acompañan sus palabras y luego todo se va a negro.

Ah, la oscuridad. El gatillo que apaga el dolor.

***

—Hola, mi nombre es Kosuke y tengo bipolaridad tipo dos.

—Hola, Kosuke —responde el coro de pacientes y el psicólogo.

—Estoy acá porque intenté suicidarme y me arrepiento de haber fallado, no de querer morir.

Carraspeo, nervioso.

"Hola, soy Kosuke y todavía quiero morir".

¿Qué mierda? Puedo hacerlo mejor que eso.

—Hola. Estoy aquí porque me arrepiento de que mi hermana menor me haya encontrado a medio morir. —Suspiro—. No voy a mentir, en ese momento la resentí. Juro que fue un segundo. Cuando me desperté en la cama de hospital y lo recordé, la odié un poco, por haberme forzado a quedarme.

"Planifiqué mi muerte el mismo día que cumplí los diecinueve años, dos meses antes del suceso que les cuento. No lo supe hasta tiempo después, pero los medicamentos que me daban para el supuesto trastorno ansioso que tenía, junto con las drogas recreativas que tomaba, me frieron el cerebro agresivamente. Así que, aunque tenía un plan de cómo iba a morir, nada de eso pudo ser, porque el día veinticuatro de agosto, solo tomé la primera mierda que tuve a la mano y quise..."

—¿Sí? —me anima el psicólogo.

—Ella no tenía que estar ahí. Mi hermana. Ella es menor —balbuceo, tratando de no hipar y hablar sobre el llanto—. Pero así fue, me encontró y me salvó la vida. Sin embargo, ¿me salvó realmente? Los días me duelen y seguro podría entretenerlos horas, hablándoles de cómo llegué a sentirme así, pero el contexto no es una excusa, supongo, solo una razón. Todos tenemos un motivo. Yo, ciertamente, creo que mis deseos de morir no son infundados, pero no me eximen de la culpa de haberle impreso el peor recuerdo que alguien te pueda guardar en la memoria. No sé qué sería de mí, si ella estuviera en mi lugar. Créanme que lo he pensado, tratando, por la vía empática, de arrepentirme de todo esto.

"He pensado demasiado. Siento que todo puede irse a la mierda, ante el más mínimo estímulo. Odio estar medicado, porque me siento muerto. Y me da terror pensar en que quiten las pastillas y no poder vivir sin ellas".

"Ya no sé quién soy, si alguna vez fui una persona o, ahora que mi cerebro se ajusta a los parámetros químicos de felicidad aceptable, es cuando me transformo en un ser humano de verdad. Tengo más dudas que certezas, pero entre toda la maraña de estupideces, pensamientos intrusivos y adicción a autolesionarme, creo que he visto algo claro".

—¿Y qué sería?

—Ya nada podrá ser como antes —sentencio, riéndome como el idiota que soy, al enunciar lo más obvio y cliché que alguien pueda decir—. Sí, en un principio éramos mi dolor y yo. Y mi absoluta convicción de que había tenido suficiente, pero ahora...

—¿Qué cambió?

—Que, si algún día vuelvo a cruzar el umbral, si algún día muero bajo mis propias manos... Ya no seremos yo y mi dolor, sino todo eso, acompañado de un "no" rotundo a mi hermana. Ella me pidió que me quedara. —Sonrío de forma melancólica—. Nunca le he negado algo a Kaoru.

—¿Por qué? —pregunta el psicólogo.

—Porque la amo.

—¿Y antes no la amabas? ¿Por eso podías morir tranquilo?

Sacudo la cabeza, ante tamaña estupidez.

—Por supuesto que no. Si moría, créeme que nunca fue un deseo "tranquilo".

—¿Entonces?

—Soy demasiado idealista como para renunciar al amor —digo, soltando todo el aire dentro de mis pulmones—. Mi cabeza funciona de forma errática la mayoría del tiempo y estoy seguro de que no tiene sentido, pero no sé amar de otra manera. ¿Qué puede ser tan terrible que valga el sufrimiento de mi hermana?

—Pero tus sentimientos también importan —acota Mandy, otra de las internas.

Aquello hace que se me escape un sollozo.

—¿Aun si estos no son más que porquería negativa? Si me permito sentir, todo lo que hay es horror, pena, vacío. Intento que no sea así, pero... —digo, en medio de las lágrimas—. Si pienso en que soy su hermano y lo mucho que me gusta haber tenido tal suerte, entonces hay un poco de esperanza. ¿En otra vida tendré la fortuna de topármela? No lo sé, probablemente esté fallando a la regla básica de los suicidas, al estarme preguntando si hay más vida después de esto, si al final de cuentas seguiré siendo yo, dondequiera que vaya. —Me miro las manos, con las uñas mordidas y las cicatrices—. No entiendo. No sé si es justo o si es lo suficientemente fuerte como para ser lo que me saque de aquí, pero si quererla así me hace sentir mejor... Entonces, puede que desee intentarlo.

A mi lado, Liam, mi vecino de habitación, me da unas palmaditas en la espalda.

—¿Qué? —pregunta el psicólogo, mirándome significativamente—. ¿Intentar qué, Kosuke?

—Vivir —respondo, de forma ahogada, sintiendo el pavor de esa certeza.

—Dilo otra vez —me insta.

Tomo aire.

—Hola, mi nombre es Kosuke Uchiha y estoy aterrado. —Vuelvo a suspirar—. He descubierto que quiero tratar de vivir.

—¿Por ti?

—¿Importa? —Él no me responde, por lo que agrego—: Por lo que puedo llegar a ser, conectando con otros. De una extraña manera, creo que eso tiene que ver conmigo más que cualquier otra cosa.

La sonrisa del hombre que guía las terapias grupales se ensancha.

—Gracias por compartirlo con nosotros.

—Gracias —repiten los demás, al unísono.

Me entran unas ganas tontas de reír y llorar al mismo tiempo y, por supuesto, lo hago antes de decidirlo siquiera.

—¿Y ahora qué carajo se hace? —inquiero.

Todos los demás se ríen conmigo.

Por primera vez en meses, me siento un poco más liviano.

______

Un rayito de luz se ve al final de este capítulo.

Gracias por leer <3


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