29. La violencia del silencio
Friends - Chase Atlantic
11 de mayo, 2011
Darla
Miro mi reflejo en el espejo y creo que nunca en mi vida he querido mandar todo al diablo, sin embargo, tal parece que ese día es hoy.
Nunca había aborrecido tanto el concepto de no estar en control como ahora, dos semanas después de sentir que he abierto mi corazón y que seguimos en un punto muerto donde tengo que poner mi vida en pausa.
Pensé que podría ser paciente.
De verdad, quise serlo.
Pero eso que... Verlo estar en paz con la mayoría de las cosas, menos conmigo, es un puñal que tortura lento mi corazón y atormenta mis pensamientos.
Sigo mirándome, mientras Kaoru le muestra a Danka, mediante una videollamada, lo mismo que yo veo en mi reflejo: la minifalda negra, el sweater verde oliva, mis ondas cuidadosamente acomodadas en uno de mis hombros... O "la armadura", como lo llamaron ambas.
Ellas dicen que no hay mejor campo de batalla que una fiesta.
Me siento bélica, así que, más allá de la incomodidad que me produce la sensación, me alegra por lo menos tener la actitud adecuada para lo que depare la noche.
Cuando escuchamos el sonido del timbre, Kaoru corta la llamada con Danka y me pregunta:
—¿Estás lista?
—No —admito—. Pero hagámoslo.
—Esa es la actitud, nena —responde la de ojos violeta, ubicando una mano en cada uno de mis hombros—. Esa es la actitud —repite—. Ahora, voy a crear una cortina de humo a tu alrededor, ¿vale? Tú solo sígueme la corriente.
Me muerdo el labio y trato de mantener la compostura.
—Mientras me digas dónde está el vodka, te seguiré.
—Eres peligrosa, futura cuñada —indica Kaoru, con una risa malévola que me quita un poco los nervios—. Adelante, vamos.
El timbre suena una vez más y salimos de la habitación de Kao, hacia el primer piso, donde se encuentra Kosuke junto a un chico rubio de ojos verdes, un poco más alto que él. Ambos conversan animadamente y hago consciencia de que, si esto es un campo minado, Kosuke también se alistó para la batalla.
Se ve guapísimo.
Viste de negro, en combinación de texturas -jeans, cuero y algodón- a excepción de una camiseta blanca que se asoma bajo la chaqueta. Nunca lo había visto tan intimidante. Suelo olvidar que es el guitarrista de una de las bandas más famosas de Boston por estos días.
Su apariencia grita que la música que toca va a acabar con mi estabilidad emocional y es la confirmación empírica de que jamás superaré cualquiera sea la clase de enamoramiento que tengo por él.
Kaoru interrumpe la conversación de Ko y el chico rubio, antes de que ellos registren nuestra presencia.
—Hola, Broseph. Hola, Ko —saluda—. ¿Ya se van? Mis invitados están por llegar. Y si tengo a dos Dark Wolves acá, puede que les dé un patatús a las débiles.
Acá una débil, para los que deseen llevar la cuenta.
—No seas grosera, pollito, estamos esperando a que llegue... —Kosuke deja la frase inconclusa por unos segundos, exactamente los que demoran sus orbes violetas en alcanzarme—. Darla. —Carraspea—. Joder. Aquí estás.
—Hola. —Mi tono es sucinto y casi evito mirarlo a los ojos, porque, de lo contrario, siento que voy a sucumbir a los efectos que ejerce su presencia en mí—. Estoy aquí hace un rato.
El mayor de los Uchiha entorna la mirada.
—¿En serio?
—Sí. No tiene porqué reportarte su llegada —responde Kao—. Vino a verme a mí, no a ti.
Antes de que su hermano pueda responder, el otro chico se adelanta y me ofrece su mano a modo de saludo.
—Hola, Darla —comienza—. Soy Joseph, el mejor amigo de Ko. Tenía muchas ganas de conocerte.
Dejo de lado mi instinto beligerante de esta noche y acepto estrechar la mano del rubio. No obstante, sigo en la tarea de no mirar a Kosuke.
—Mucho gusto, Joseph —murmuro, totalmente fuera de mi zona de confort, pero logrando sonar convincente—. Darla Leloquetier. Amiga de Kosuke.
En cuanto digo lo último, escucho como el aludido tose y me aplaudo internamente por el toque de ironía que le puse a la palabra "amiga", producto de todas estas semanas en las que por poco no me arranco el cabello, tratando de no pensar en él.
Dirijo mis ojos a los suyos, envalentonada y su expresión oscura no me decepciona. Ha percibido mi hostilidad y no oculta su sorpresa al respecto.
¿Te molesta ser mi amigo?
¿Ves lo tonto que suena? Está claro que no es suficiente.
Kaoru suelta una risotada y le da unas palmaditas a su hermano en la espalda. Justo en ese momento, vuelve a sonar el timbre y es Kosuke el que se gira a abrir, a toda velocidad.
—¿Quién...? —espeta, pero luego rectifica—. ¡¿Tú?!
—Ah, buenas noches, Uchiha —lo saluda la voz que reconozco como la de Edmundo Vinay, el novio de Kaoru—. ¿Qué onda?
—¿Qué carajo haces acá? —dispara Kosuke.
—Hola, Ed —saluda Joseph, nuevamente actuando como mediador entre Ko y su interlocutor—. Tanto tiempo. Desde la banda escolar, de hecho.
—Sí —concuerda Edmundo—. Aún espero que abran vacante para un pianista en los Wolves, la neta.
—¿Qué carajo haces aquí, Vinay? —insiste Kosuke.
—Busco a Linda.
—Bueno, te jodes. Ninguna Linda vive aquí. —El de ojos violeta hace el ademán de cerrar la puerta—. Hasta nunca.
En ese instante, Edmundo me ve, al tratar de asomarse al interior de la casa.
—¡Oh, hola, linda!
—¿Qué mierda? —Kosuke ahora sí que proyecta desprecio—. ¿Cómo le dijiste? ¿La buscas a ella? ¿Darla es "Linda"?
El chico ni se inmuta y, por la suave risita que suelta Kaoru, intuyo que es parte del plan que mencionó que debía seguir, de modo que me quedo en silencio y no aclaro la confusión adjetivo-sustantivo tan surrealista que se acaba de instalar.
—Oh, claro que es linda, pero no es Linda.
—Mira, estúpido... —comienza a amenazar Ko.
—Ko, mejor vámonos —lo intercepta Joseph, conciliador.
—Y un carajo —responde él—. Me quedo hasta que este tipo aclare qué demonios hace en mi casa.
—Tranquilo, Uchiha. Yo solo busco a Linda. —Kaoru está fuera de su radar, ya que su hermano mayor ocupa casi toda la puerta con tu presencia avasalladora. Entonces, Edmundo se vuelve a dirigir a mí—: ¿Puedes llamarla, preciosa?
A este punto, es como si a Ko le fuera a salir humo por la piel.
—¿Preciosa? —sisea—. ¿Es Linda o Preciosa? ¿Qué tal si jodidamente te decides antes que yo...?
(Kosuke podría tomar su propio consejo por una vez, y decidirse también. Dejar de pedir tiempo prestado).
No alcanzo a decirlo. Kaoru elige ese momento para hablar.
—Olvidaba que tenías tan buen español, hermanito —dice, saliendo de las sombras—. Hola, Eddie. Aquí estoy. —Y se abre paso por el umbral para hacerlo pasar—. Sí, bueno. Él es mi novio, Ko.
—¿Disculpa? —inquiere su hermano, llevándose la mano al puente de la nariz—. ¿Tu novio, dices?
—Sí, eso dije.
—¿Linda? —pregunta él, al borde del cataclismo.
—Sí, así me dice. Una larga historia. Espera a que salga la película —ironiza su hermana—. Deberías irte —insiste—. Eddie, Darla, yo y otros amigos vamos a tener una fiesta en casa.
—¿Me estás echando?
—¡Qué va! Tú me dijiste que saldrías con Broseph —se defiende—. Por eso le pedí a papá y mamá que me dejaran invitar a mis amigos.
Me pierdo en la discusión, concentrada únicamente en lo dilatadas que parecen las pupilas de Kosuke. Su aura da la impresión que, si pudiera, diría mucho más de lo que sale por su boca. Algo en mí se conmueve, a pesar de seguir muy molesta con él y es que su mirada parece un tsunami que está intentando contener.
—Se está esforzando —murmura Joseph, quien se ha acercado un poco a mí, en medio de la discusión de hermanos—. Pero, bueno, tampoco te culpo si quieres llevarlo al límite. Los que lo conocemos de antes, tenemos la tendencia a sobreprotegerlo
Volteo mi rostro hacia el rubio y dejo caer los brazos a mis costados, en un esfuerzo por no antagonizar con el mejor amigo de Kosuke.
—Me ves tranquila, pero esta soy yo al límite.
—Bien —responde él, sonriendo—. Realmente espero que mi amigo no meta la pata. Ya me caes bien.
Le devuelvo la sonrisa.
—¿También eres los que creen en la violencia del silencio?
—¿Bromeas? —me devuelve la pregunta—. Claro que sí. —Resopla—. Kosuke no mentía. Eres incisiva.
Estoy a punto de preguntarle un montón de cosas: si su mejor amigo habla mucho sobre mí o por su elección de palabras. Jamás nadie me había descrito así. Sin embargo, hay una nueva interrupción dentro del caos. Afuera se escucha un par de bocinazos que son la excusa perfecta para cesar la discusión de los hermanos Uchiha respecto a la presentación del novio, haciendo que Kaoru dé por finalizadas las explicaciones.
—¡Ya llegaron! —exclama, abriendo la puerta de par en par—. Ko y Broseph, esta es la última advertencia.
Acto seguido, de un auto plateado salen cinco personas, de las que conozco a varias, ya que son algunos de los amigos que Kao nos ha presentado a lo largo de todo este tiempo. De modo que, si no podrá estar Danka en la fiesta, al menos agradezco que esta velada no esté llena de desconocidos.
A lo lejos distingo a Sebastian, un chico muy simpático con el que tuvimos una interesante conversación sobre asexualidad, hace un tiempo. De hecho, es la primera persona de carne y hueso que siento que entiende mi opinión sobre el deseo de intimidad. Él había descubierto con su anterior novio que el sexo no era ni el techo, ni las paredes de su casa, sino algo mucho más íntimo y a la vez menos necesario para sus cimientos.
Por lo mismo, casi me caigo de espaldas cuando este entra por el umbral de los Uchiha y me coge del brazo con familiaridad.
—Hola, guapa. Te extrañé —dice.
¿A cuántos actores contrató Kaoru para la ocasión?
Mi risa es instantánea y temo que delate la farsa, pero tiene el efecto contrario, ya que cuando soy arrastrada por Sebastian al garaje de los Uchiha, escucho la voz de Kosuke a mis espaldas, más clara que nunca.
—No me voy una mierda, joder.
***
Unas horas y algunos tragos más tarde, al fin me permito disfrutar de la música y la conversación. Puede que el vodka me haya envalentonado y que esté más sociable de lo habitual, pero no importa. La música está tan alta, que no escucho mis pensamientos intrusivos. Abrazo la novedad de este extraño silencio mental, dándole un nuevo sorbo a mi vaso, mientras siento un par de ojos sobre mí.
Toda la noche he tenido la sensación de que me observan y, por primera vez en mi vida, no me molesta llamar la atención, porque la suya es adictiva. Sin embargo, cada que intenta acercarse a mí, busco alguna excusa que me aleje, porque quiero que sepa lo que se siente tenernos cerca, pero lo suficientemente separados como para que la incertidumbre nos consuma.
Ya es la quinta vez que estoy en la pista de baile, sola, cuando veo que Kosuke avanza hacia mí a paso decidido. Yo, por mi parte, apuro lo que queda de mi trago y lo evado, yendo a dejar el vaso a una de las mesas más alejadas.
Esbozo una sonrisa, de espaldas a toda la gente de la fiesta. No sé a qué estoy jugando exactamente, pero me gusta.
Examino a mi alrededor y no lo veo, pero lo siento.
Desde algún rincón, me invade su presencia, anudando la expectativa en mi pecho de una forma tan nueva, que solo me dejo llevar; permito que mis pies me arrastren fuera del garaje, lejos de la música, por el pasillo que conecta la casa, hasta las escaleras frente a la puerta de entrada.
Sé que nadie notará mi ausencia, aun así, no me invade la angustia que suele rondar esa idea. Porque "nadie" no existe.
Él vendrá por mí.
El silencio es peligroso, pero no tengo miedo, porque sé que Kosuke usa las sombras para ocultarse de mí. No me asusta que me observe desde la oscuridad, sé que su voz será mi guía y eso bastará.
Una voz en la oscuridad.
Su voz.
Mi oscuridad.
La suya.
Nuestra.
Tomo un poco de aire y, de la forma más cauta posible, subo las escaleras, como si un imán me llevara a su habitación. No quiero mirar atrás, quiero dejar que me persiga por unos momentos más, quiero sentir lo liminal del espacio entre nosotros, porque si me volteo y lo descubro, el juego se habrá terminado.
Abro la puerta y enseguida me invade el aroma de su perfume tan conocido. Me sostengo del marco y, aunque sigue reinando el silencio, a mi espalda siento el calor de su presencia. No me atrevo a romper la electricidad.
Se me escapa un suspiro que detiene la quietud y Kosuke al fin se hace notar, apoyando su rostro sobre mi cabeza e inspirando hondo, haciendo exactamente lo mismo que yo hace un instante.
—Necesito hablar contigo —susurra.
Su voz viaja por toda mi espalda en forma de escalofrío.
—No —respondo.
—Vamos, Elo —insiste, pegando su cuerpo a mí esta vez—. Entra a mi habitación y hablemos.
—No —repito. Su respuesta es chasquear la lengua. La mía, es permanecer quieta en la penumbra—. Frustrante, ¿verdad?
—Mucho.
—Bien.
—Me estás matando —se queja.
—Mejor todavía.
—Entra, por favor.
—¿Y qué? —inquiero—. ¿Entro y dejo que me engatuses con un par de besos y promesas de un futuro que no tengo idea cuándo vamos a concretar? No lo haré.
Entonces siento sus manos sobre mis codos, recorriendo el espacio restante hacia mis manos, de modo que ambos estamos sosteniendo el marco de la puerta como si fuera lo único que nos separa de lo que queremos.
—No más promesas.
—¿No?
—No —contesta—. Hoy es el último jodido día que te presentas a los demás como mi amiga, ¿me oyes? —No alcanzo a articular respuesta, cuando Kosuke vuelve a hablar—: Entra.
—¿O qué?
Entonces, algo ocurre en la atmósfera entre los dos. No sé si ya estoy hipersensibilizada a su presencia, que todo lo que hace me afecta cada vez más, pero cuando él apoya su nariz en mi hombro, en el trozo de piel que mi jersey deja al descubierto, me quedo de una sola pieza.
—Seré bueno. Entra —suplica.
Ay, Dios mío.
—¿Q-qué? —balbuceo.
El sonido de su risa me vuelve loca. Es eso o el alcohol. O el hecho de que puedo sentir su cálido aliento sobre mi piel.
Sí, probablemente este sería un excelente momento para romper mi hábito de no decir groserías. No obstante, ninguna palabra sale de mi boca. Solo mi respiración.
—¿Te gusta estar en control? —pregunta, sin despegar sus labios de mi hombro y solo puedo pensar en el protagonista de El Perfume—. Dime lo que quieres. Lo que sea. Pero hablemos.
—Solo te quiero a ti —murmuro, sacando las manos del umbral y dando algunos pasos hacia el interior de la habitación. Enseguida me doy vuelta y lo encuentro sosteniendo la posición en la que ahora no está sobre mi cuerpo, tal si inspeccionara el aire y mi ausencia—. Tú eres el que se ha esmerado en complicarlo. No quiero controlarte. —Doy un profundo suspiro—. Te quiero a ti, nada más.
—¿Me... quieres?
Así que, después de todo, al fin podía decirlo en voz alta, sin que Kosuke me contradiga por, supuestamente, no merecerlo.
Espero que sea porque entiende lo absurdo de esa idea.
—Sí —respondo.
—Pero estoy jodido.
—Tus heridas están expuestas al mundo, es distinto.
—Dios, Darla... ¿Estás segura? —La forma en que se le quiebra la voz me desarma, diluyendo poco a poco toda la molestia que cargaba al inicio de la noche.
—Es de lo único que he estado segura jamás.
Él se yergue y, a pesar de la poca luz, soy muy consciente de ese violeta que me escruta. Poco a poco, entra a su dormitorio y cierra la puerta tras de sí, dejándonos apartados del ruido exterior. Luego, da unos cuantos pasos hacia mí y en el momento en que nuestros cuerpos se rozan, con una lentitud hierática, desciende hasta quedar de rodillas ante mí.
—Entonces, soy tuyo —dice, con sus manos sosteniéndome de las caderas y nunca nadie me había tocado de esta forma. Es evidente que el alcohol interviene mi sentido común, porque de otra forma no entiendo cómo consigo la valentía para dirigir mis manos hacia su nuca, donde me aferro a su cabello. Kosuke exhala un sonido que me cala los huesos por su profundidad—. Y no es una promesa, es un hecho.
—¿Eso significa que puedo estar contigo?
—Oh, Elo —contesta Ko, meciendo su cabeza dondequiera que lleve las manos, buscando mi tacto—. Significa mucho más.
—¿Cómo qué?
—Prueba y verás.
—¿Qué...?
—Dilo. No preguntes —me interrumpe.
Inspiro hondo, buscando las palabras adecuadas.
—Ponte de pie, por favor. Quiero besarte.
Y otra vez Kosuke deja salir ese sonido.
—¿Lento o rápido? —pregunta.
—Hazlo ya — sentencio, con una pequeña dosis de frustración.
En menos de lo que termino la frase, ya tengo su boca sobre la mía, pero, a pesar de ese ímpetu, lo siento cauteloso, como si temiera que me fuera romper o algo así. Y hoy, ahora, no tengo ningún interés en ser un cuadro del Louvre, esos que tienes que observar a varios metros de distancia. No. Hoy quiero ser la musa y la artista.
Quiero grabarlo en mi alma.
Entonces, enrosco mis brazos en su cuello y profundizo el beso, tomándolo por sorpresa, ya que siempre es él quien entrelaza su lengua con la mía. En este momento, de manera torpe, pero efectiva, me lleno de él y le obligo a seguir el ritmo del anhelo que me desborda.
Nos movemos por la habitación, sin un rumbo definido, hasta que caemos sobre su cama, él debajo de mí. Ambos soltamos una exhalación de sorpresa.
—Perdón —jadeo.
—¿Por besarme así? —pregunta con una pizca de humor, mientras se incorpora un poco para besarme la comisura de los labios—. Eres malditamente perfecta.
El elogio hace estragos en mí.
Lo que parecen siglos tratando de alcanzar la excelencia, para poder encajar en el mundo de mis padres, practicando deportes recatados, tocando música clásica y siguiendo todas las reglas del decoro... Todo para nada. Porque en este segundo, toda despeinada, con la ropa torcida y los labios ardiendo de tanto besarlo, es cuando sé que tiene razón: mi versión favorita de mí misma es cuando estoy con él.
Lo vuelvo a besar, por miedo a decirle todo lo que siento y arruinar el momento, y me sorprendo a mí misma anclando mis caderas a su cuerpo, donde noto que... Oh, Dios. Él está... Él...
A pesar de la sorpresa, no me detengo, todo lo contrario, busco la fricción con una lentitud abrumadora, notando cómo crece su excitación debajo de mí.
Es adictivo.
Es aterrador.
Ay, no, ¿qué estoy haciendo?
Me paro en seco.
—Ko, yo no... —¿Qué tan absurdo sería ponerme a llorar justo ahora? —. Perdóname, no sé lo que estoy haciendo, pero es que tú...
—Hey, Elo, tranquila —contesta, tomando mi rostro con ambas manos y haciéndonos girar sobre la cama, de modo que ambos estamos apoyados en un costado, mirándonos de frente—. No hay ningún apuro. Nos dejamos llevar, no pasa nada.
—Yo no me dejo llevar —indico, con un mohín.
Kosuke se ríe.
—Si tú lo dices —se burla, con tono suave.
—No puedo creer lo que acabo de hacer —insisto, demasiado mortificada como para que mi borrachera lo camufle—. De verdad lo siento.
La mirada de Kosuke se intensifica.
—Yo no —dice—. Puedes repetirlo cuando quieras.
¿Y si yo...? ¿Si no puedo?
¿Si soy defectuosa y no soy capaz de repetirlo nunca?
Los pensamientos intrusivos deben ser demasiado evidentes en mi expresión, porque Kosuke se acerca a mí y me besa la frente.
—Lo que sea que estés pensando: estás equivocada —señala, depositando besos en el resto de mi rostro; las mejillas, el mentón, sobre mis párpados y, finalmente, en los labios—. No te escuches a ti en este momento, solo confía en mí. Te mereces todo. Y si, de todas las cosas en el mundo resulta que me quieres a mí, pues entonces ya veo por qué nos conocimos en un psiquiátrico.
Y así, sin más, lo logra. Me saca de la abstracción que me producen los miedos que me atormentan y me rio con ganas.
Él continúa besándome y sacándome cosquillas, hasta que siento el abdomen acalambrado. Después, cuando le digo que voy a volver a ver si Kaoru me necesita, Ko se niega rotundamente y se pone de pie para sacar de uno de sus cajones una camiseta de color negro con letras rojas que dicen "Dark Wolves".
—¿Ya me puedo presentar con la groupie oficial, entonces?
Kosuke entrecierra los ojos, pero veo que le hace gracia mi comentario.
—Ya te lo diré mañana. Ahora toca dormir. —Dicho esto, se da vuelta y deja que me cambie, mientras él hace lo propio. Trato de no mirarle la espalda, pero fracaso en todos los intentos—. ¿Ya estás lista?
—Sí.
Kosuke se da media vuelta y me queda mirando un buen rato. Su ropa me queda grande y me cubre lo necesario. No, miento. Me cubre lo estrictamente necesario.
—Joder. Y yo creyendo que no podía haber arma más mortal que la falda que traías —dice, para proceder a examinar otro cajón y extraer unos pantalones cortos—. Toma. —Y vuelve a darme la espalda.
—Ya estoy lista —anuncio, al poco rato.
Nos movemos lentamente, cada uno a cada orilla de su cama y nos quedamos mirando a los ojos por varios segundos. Finalmente, él es el que rompe el silencio.
—Si quieres, puedo ir a dormir con Kyo.
La propuesta me sobresalta y descubro que también me ofende, algo que tampoco me esperaba.
—No quiero eso —digo, resolutiva.
Lo observo tomar un frasco de su mesita de noche y echarse una pastilla a la boca, dejándola pasar con un sorbo de agua de la botella que tiene en el mismo lugar. A continuación, Kosuke abre la cama y se acuesta en ella, esperando a que yo haga lo mismo.
Una vez estoy envuelta en sus sábanas, me siento tan a gusto que mi mente se vacía de cualquier pensamiento que amenace con roer mi sanidad mental. Se está tan cálida y cómoda, con el perfume de Ko acariciando mi rostro, que lo único que puedo hacer es aferrarme a él y hundir el rostro en su pecho.
Lo abrazo hasta que me quedo dormida, producto de las suaves caricias que él reparte por mi pelo y espalda.
Ya en medio de la inconsciencia, creo que oigo su voz.
—Todo está bien, Elo. Yo cuidaré de ti.
____
¡Tenemos milagrito de fin de año! Al fin puedo volver a actualizarles, luego de una semana fuera de las pistas por un dolor de espalda que no me dejaba en paz. Pero ¡hey! ya estanos volviendo de a poco. Y no quería dejarles este capítulo para el próximo año jeje
¿Qué les pareció? ¿Opiniones?
Me tenía guardado que es nuestra Darla quien le da nombre a la saga, ¿se dieron cuenta?
Sin darles más la lata, les agradezco mucho a quienes leen y han acompañado este proceso en sus actualizaciones. De verdad que les aprecio muchísimo, por todo el cariño que le dan a mis bebés. Espero que este 2025 sea uno donde pueda mostrarles mucho más de esta saga <3
Les tkm, Cali;
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