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23. Tout et rien

Sign of the times - Harry Styles

28 de febrero, 2011


Darla


La vida en Winnipeg es tranquila y, en la zona en la que vive mi abuela, casi de ensueño cuando la nieve y el frío tiñen todo de blanco. Desde el salón, percibo que la temperatura afuera es fría y que el rocío de las hojas se ha transformado en pequeñas partículas de hielo.

En mi pasada visita, recuerdo que me quejé porque de qué servía tanto tiempo a solas, si no había mucho en lo que pensar que saliera de las actividades en las que solía atrincherarme, algo que vigorizara mi espíritu. No obstante, en esta ocasión, todo lo que he hecho es sumirme en un estado contemplativo que me permita soslayar cualquier pensamiento relacionado a lo que ha ocurrido en los últimos meses, donde todo ha cambiado.

Mis padres son personas de negocios y siempre están de viaje. Sus empresas trabajan codo a codo con importantes trasnacionales, impidiendo que hubiera espacio para la vida familiar en su agenda, tanto así, que no tuvieron más hijos. Es muy factible que yo misma no estuviera en sus calendarios, pero una vez llegué, no tuvieron más remedio que incluirme a la fuerza en sus apretados calendarios.

En algún momento de mi vida pensé que les agradaría la idea de que me incluyera en la empresa familiar, por lo que tomé varias clases de Administración, Economía y Negocios. Después de tanto tiempo, sería lógico que desertara de esa vana ilusión, pero simplemente hay fijaciones que ni la más fuerte de mis versiones puede eludir.

No fue hasta los dieciséis, donde comencé a tomar en serio la terapia, que tuve la terrible anagnórisis de que todo el esfuerzo dedicado a este virtual futuro no es sino mi anhelo de pasar tiempo junto a mis padres y que tendré más suerte esperando el día que la Tierra cambie el curso de su rotación, que poder evocar algún interés en ellos.

Entonces decidí que, si quería tener un mínimo interés por el mañana, debía buscarlo por mí misma.

No ha sido fácil intentar salirme de mis patrones para mendigar un cariño inexistente y, paralelamente, improvisar actividades que me ayuden a descubrir quién soy en realidad.

Es por eso que Sophie Lefevre es mi persona favorita en el universo. Mi abuela me ha ayudado muchísimo en el proceso, siempre abogando porque pudiera tomar clases en línea y decidir mi futuro, sin presiones. Ella se hace cargo de mis estudios y terapia, desde que, a los dieciséis, una crisis me llevó por un camino del que no me siento orgullosa y me desmayé en su presencia, luego de haber llegado al punto de reemplazar mis comidas con agua o saltándomelas para no salirme de control.

A mamie (1) le debo todo, mi vida incluida.

Sin embargo, no importa lo mucho que ella se esfuerce, el vacío que han dejado Arthur y Charlotte Leloquetier es implacable.

Soy insegura, obsesionada con el control, tímida y casi no salgo de mi casa, por miedo a tratar con la gente y pasar vergüenzas. Pero, sobre todo, soy lo que repudian mis padres: una chica mimada de la clase alta, llorando en cuna de oro. Quisiera decir que soy fuerte, que doy mi máximo esfuerzo por sacar lo mejor de mí o que pretendo usar mis privilegios para ayudar a los demás, pero la realidad es muy distinta.

Me cuesta casi toda mi voluntad, cada día, dar hasta los más pequeños pasos.

La primera vez que fui a terapia, a pedido de mamie, me diagnosticaron agorafobia. Los años pasaron y, a pesar de que lo he ido superando, me acostumbré al ostracismo. No obstante, cuando mi abuela tomó el control de mi crianza, me fue obligando a tomar algunas clases o terapias grupales, forzándome de la manera más amorosa posible a sacar la nariz al sol, para que mi piel blanca, casi traslúcida, absorbiera algo de color.

No miento cuando digo que ha sido una de las cosas más aterradoras que me ha pasado. El tener que salir al mundo, después de tanto tiempo sola, me ha arrebatado cualquier tipo de balance que alguna vez pensé tener.

Acostumbrarse a que las manos te suden cada vez que alguien te dirige la palabra, la ansiedad que genera no saber qué decir después de un "Hola, ¿cómo estás?" o la patética forma en que tus pulmones son demasiado grandes para tu caja torácica, solo porque te dirigen la palabra, son algunas de las facetas de mi realidad. De que hay algo roto en mí.

Hasta ahora.

No es que haya progresado significativamente en ocupar un rol más activo en mi propia vida, sino que la necesidad de hacerlo se ha vuelto urgente, al punto de volverla vital.

La psiquiatra y yo hemos establecido lo que, con humor, se podría llamar como mi "colección de diagnósticos". Verlo de esa forma me ha ayudado a darme cuenta de lo invalidada que me he sentido siempre, el miedo que tengo de no ser suficiente. Porque los traumas más difíciles de superar, según ella, son esos que tu mente te dice que no deberías tener, porque no son lo suficientemente importantes.

Mi cuerpo se comporta como si, desde septiembre del año pasado hasta ahora, hubiera corrido una maratón sin descanso. Como si hubiera hecho mi máximo esfuerzo... Pero queda tanto aún por superar.

Tener amistades me ha hecho tomar un segundo aire.

Incluso, tener un amor no correspondido me da fuerzas.

Mon caneton (2), ese café ya está helado. —La voz de mi abuela es dulce, pero aun así me sobresalta, sacándome de mi soliloquio privado—. ¿Estás bien?

Oui, oui (3) —respondo, dándole un gran sorbo a la taza que hace rato tenía apoyada en el regazo. Tiene razón, ya perdió temperatura. Hago esfuerzos monumentales por no hacer alguna mueca de desagrado ante el sabor—. Me quedé un poco pegada, pensando en tout et rien (4).

Con mamie estamos acostumbradas a hablar entre nosotras, una mezcla rara entre francés e inglés. La mayoría de las personas no entiende, ni logra seguir el ritmo de nuestra lógica. Tenemos un código especial.

El francés, por ejemplo, lo dejamos exclusivamente para momentos alegres, como sus charlas de jardinería, de cómo le gusta hacer almácigos o echar abono a la tierra de su invernadero, porque le recuerda al abuelo Adrien, y cómo él se encargaba de tal tarea hasta el día que murió. Mamie dice que arar el jardín lo mantiene vivo y que lo mantiene impecable, ya que es allí donde él la vendrá a buscar cuando le llegue la hora de partir.

El inglés, lo dejamos para lo demás.

—Si no te conociera tan bien, patito mío, podría tragarme ese embuste —resiente, con algo de melancolía—, pero voy a respetar tu silencio, hasta que le quieras contar a tu vieja amiga lo que te tiene preocupada.

—No, mamie, no es eso —rebato, alcanzando su mano que está apoyada en el respaldo del sofá en el que estamos sentadas, mirando por el gran ventanal—. Es que aún no sé cómo decirlo, ¿sabes?

—Puede que tenga algo que te ayude —dice, alcanzando su bolso y sacando un Kinder Sorpresa, que deposita en mi palma—. ¡Ta-chan!

—Ay, abuela...

—Mi niña hermosa, ¿te acuerdas cuando eras un pequeño patito, te llevaba de paseo y, por más que en casa hubiese los mejores cocineros y los más exquisitos manjares, tú siempre gritabas: "Mamie, el huevito, el huevito"? —Ríe ante el recuerdo, negando con la cabeza—. ¡Y yo, como una tonta, tenía que comprarte a todas horas el famoso huevo!

El pecho se me encoje de la ternura que siento.

—Muchísimas gracias, mamie —musito, abrazándola.

Ella sabe que, cuando mi cuadro ansioso alimentario estuvo peor, no podía ni ver el chocolate. Esta es la primera vez, desde que logré que me dieran el alta de ello, que me enfrento a esta golosina. Y la manera en que mi abuela me abraza, me hace sentir valiente, por lo que rasgo el papel con cuidado para llevarme un trocito a la boca.

—Mmmh... —canturreo.

—¿A que te sabe a gloria, cariño?

—Me encanta —agradezco, aún comiendo—. Te quiero.

—Yo también te quiero, patito —dice, dándome un suave beso en la coronilla—. ¿Cómo no te voy a querer, si eres el amor de mi vida?

Mamie se entretiene buscando el juguete que viene con el huevo de chocolate, mientras a mí me arden los ojos. Soy tan afortunada de tener el afecto de mi abuela, aunque me cueste sentir que lo merezco.

Y porque me habla de amor y yo pienso en él.

Suspiro, secando la humedad en mis ojos, antes de que se propague por mi rostro. Cuando vuelvo a mirar a mi abuela, su mirada está sobre mí, como un escáner al alma.

—Estás enamorada —sentencia de forma casual y yo juro que mi corazón se salta tres latidos. Debo poner una expresión demasiado confundida, porque ella prosigue—: Yo también lo he estado, infinitas veces y del mismo hombre. Imagínate. Puedo reconocer los síntomas.

Hasta ahora, no me había percatado, pero... Parece ser que Kosuke me lee igual de fácil que mi abuela.

—N-no lo sé... —titubeo.

—Tranquila, no tenemos que hablar si no estás lista.

Después de una pausa, no me resisto preguntarle:

—Hablas de síntoma, como si el amor fuera un padecimiento, algo malo... ¿O es que yo me veo enferma y no lo estoy viviendo de la forma correcta?

La risa de mamie me cobija, como siempre.

—Siempre tan aguda, mi patito.

—Eso no responde mi pregunta. ¿Me sienta mal el amor?

No tiene ningún sentido que lo niegue, no a ella.

—Claro que no, querida. Solo te ves como un patito en corral ajeno —dice—, pero ¡quién no se ve así a tu edad! No sabré yo, a estas alturas de mi vida, que aún hay tantas cosas del amor que comprendo, pero no entiendo.

Pese a lo ilógico de la última frase, esta es una que mi abuela repite todo el tiempo. En mi afán de darle sentido a todo, busqué el significado de ambas palabras y, una vez lo asimilas, es brutal. Comprender se puede definir como la capacidad de encontrar naturalidad en las acciones o sentimientos de otros. Por otro lado, entender es saber a la perfección algo.

Y yo no puedo estar más lejos de la perfección.

No soy capaz de explicar que desarrollé sentimientos por una persona que se ve a sí misma como un monstruo, cuando todo lo que veo en él enciende mi corazón.

No, no es que no lo pueda explicar. Acabo de hacerlo.

Es que no sé hacerlo sin parecer que estoy loca.

Eso es.

—Pues, entonces, cuéntame cómo van tus lecciones de flauta traversa y violín —pide mi abuela, nuevamente interrumpiendo el flujo de mis pensamientos—. ¿Has hecho avances que impresionen a la gélida de mi hija?

Su pregunta me pilla volando bajo y me ruborizo de la culpa.

—La verdad es que no he avanzado demasiado.

—¿Y eso tiene que ver con este amor tuyo?

—No, no. No es por él. —Hago una pausa—. ¡Y no es mío!

—¡Con que ese es el problema! ¡Je t'attrape (5)!

En este minuto tengo dos opciones: la primera es contarle que estoy en una banda de goth rock con mis amigas. Y la segunda, es hablarle de Kosuke. Ninguna es fácil, pero tomo el primer camino.

Procuro sonar lo más casual posible, recordando otro de los inútiles consejos del libro Cómo hacer un amigo en diez simples pasos: manejar el tema de conversación para adelantarte a las preguntas que te puedan hacer. Ni idea cómo, pero aquí vamos.

—Resulta, mamie, que hice amigas —comienzo, logrando que no se quiebre mi voz. No obstante, no tengo que hacer mucho más esfuerzo para mantenerme estoica, pues ella queda atrapada ante la mención de la palabra "amigas"—. Las conocí hace unos meses. La primera que llegó, estudia piano clásico en el conservatorio donde ahora da clases mi profesora de violín.

—¡Una pianista clásica, qué maravilla! ¿Y cómo se llama?

—Danka —digo, pero no le permito tomar las riendas de la conversación, así que continúo—: Luego, me presentó a cuatro chicas más y...

—¡Cinco amigas! —vitorea mi abuela, lo que podría llegar a ser muy deprimente, mirado desde afuera. A mí me hace sonreír, porque una pequeña parte de mi ser disfruta que ella se sienta orgullosa de mí, aunque sea por algo tan mínimo para el resto de los mortales—. ¿Cómo se llaman las demás?

—Mayra, Liz, Kaoru y Annisse.

—¡Me alegro tanto!

—Sí, pero, abuela, los progresos en la flauta traversa...

On s'en fout (6)! —clama, extasiada.

—¿En serio?

—Darla Eloise, esto es mucho más importante —sentencia con tono aterciopelado, pero después de un rato, aclara—: Tienes que organizar bien tus tiempos y no faltar a tus deberes, eso es cierto. Pero, fuera de aquello, si logras congeniar tus actividades para reunirte con tus amigas, yo no veo inconvenientes en que hagas lo que tú quieras.

¿Le digo o no le digo lo de la banda?

¿Le digo o no le digo?

Tic, tac...

—¿Tienes fotos de ellas? —pregunta, sin darme tiempo a tomar una decisión. La Navidad pasada me regaló una cámara polaroid y siempre me pide que le tome fotografías a mi vida y se las mande por correo—. ¡Ya era hora que le tomaras fotos a algo que no fuera paisajes o ese restorán japonés que me enviaste la última vez!

Bueno, supongo que tendré que encontrar otro momento para darle la primicia a mi abuela. Por el momento, la haré feliz con una de las fotos que guardo en mi cartera de todas las Sweet Nightmare. Me levanto en su búsqueda, abriendo mi bolsa encima de la mesa de arrimo de caoba.

Oh...

Estaba tan pendiente de evadir las preguntas de mi abuela, que la sorpresa me deja muda. Porque, cuando un papel cae al momento que extraigo la foto, no estaba preparada para lo que vería. Una nota. Y yo no lo había guardado aquí. La letra es pequeña, el lápiz cargado y no tiene firma. No la necesita.


"He decidido que tus ojos son verdes de día y café en las sombras.

Los míos, violeta, parecen demasiado aburridos en comparación"


No sé si lo que siento es correcto, ni si me estoy precipitando como una niña tonta. Tampoco sé si estoy idealizándolo o si no lo conozco lo suficiente como para que el solo recuerdo de nuestro último encuentro haga que brinque mi estómago, sin paracaídas.

Este mensaje lo hace definitivo.

Me declaro incompetente. No sé. No puedo encontrarle coherencia. Lo único que tengo claro -y clavado como una absoluta certeza en mi corazón- es que, sea lo que sea esto que sufro, ya no puedo dejar de sentirlo.

Si hubo en algún momento una señal de poder retroceder o resguardar mi corazón del dolor, pues, ya no la hay. Se esfumó. Y, pese a que todos disfrutamos de ser dueños de nosotros mismos y tomar decisiones con lucidez, yo sé que no echaré de menos esa libertad que se llamaba no estar enamorada de Kosuke Uchiha.


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1. Mamie: Abuela, abuelita (francés)

( Agorafobia: Miedo intenso a estar en lugares abiertos o en situaciones de las que quizás sea difícil escapar o donde no haya ayuda disponible)

2. Mon caneton: Mi patito (francés)

3. Oui, oui: Sí, sí (francés)

4. Tout et rien: Todo y nada (francés)

5. Je t'attrape!: ¡te pillé! (francés)

6. On s'en fout!: ¡a quién le importa! (francés)

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Ayyyy <3 Lo que me gusta a mí este capítulo. Le mando un besito al cielo a mi Mami, mi abuelita, a la que he querido recordar a través de este pedacito de la historia. Las flores siempre tendrán tu corazón, esa cercanía que comprendo, pero no entiendo <3

¿Les gustó la relación entre Darla y Sophie? Son lo más lindo.

Y lo más importante: ¿QUÉ PENSAMOS DE LA EPIFANÍA FINAL DE NUESTRA DARLA? ¿QUÉ VA A PASARRRRRRRRRRRRRR? les leo jeje

Muac muac, Cali;


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