1b. Persona feliz, alma triste
"Now, don't hang on
Nothing lasts forever, but the Earth and sky
It slips away
And all your money won't another minute buy"
-Dust in the Wind, Kansas.
24 de agosto, 2010
Cuando Kaoru Uchiha canceló sus planes para esa tarde, que consistían en ir al cine con Mayra, Annisse y Liz, sus amigas del instituto, lo hizo pensando en que pasar demasiado tiempo fuera de casa, cuando su hermano mayor apenas había salido de su habitación, no era algo con lo que se sintiera cómoda.
Kosuke siempre había sido chispeante y, por alguna razón, este último tiempo, se mostraba huraño y evasivo, algunas veces, incluso, explosivo. Sin ir más lejos, el 'te quiero' con el que este se despidió de ella esa mañana, cuando salió de su casa, le supo a disculpa y aquella sensación no la había dejado en paz en el transcurso de la jornada.
Por lo mismo, cuando pasó al supermercado a comprar los ingredientes para preparar el postre favorito de su hermano, el cheesecake de frambuesa, pensó que eso lo alegraría y que podrían comerlo, mientras buscaban alguna película de Adam Sandler en la televisión.
Ella y Ko (como le gustaba llamarlo) tenían una conexión especial, y este día era uno de esos en los que sentía que debía hacer uso de ese vínculo, porque para qué son los hermanos, sino para apoyarse y a la vez burlarse un poquito del otro. Aunque la segunda opción fuera su especialidad, hoy le apetecía seguir su instinto y estar para él, como las infinitas veces que había sido al revés. Porque casi siempre era así, su hermano la protegía de todo, incluso de él mismo o, al menos eso era lo que él le decía siempre.
Lo que contaba era que esta vez sería distinto. Ella también podía cuidarlo.
Eso quería, sin importar qué fuera. Juntos, todo podía mejorar.
Pensó en un abrazo de su hermano y sonrió.
Sí, todo iba a estar bien. Estaba tan segura de aquello que, al momento de abrir la puerta principal de su casa, casi no se percató de los ladridos de Futoppara (1), el Golden Retriever de su familia y que era como un hermano más. Se dirigió hasta la cocina para dejar las compras y todo parecía intacto, nada había cambiado desde que la familia Uchiha en pleno había desayunado, dejando una montaña de loza sin lavar. Kaoru se lamentó, pensando que no era propio de su hermano dejar este desorden, cuando él tenía un sentido de la responsabilidad muy grande, más si se trataba de tareas del hogar.
¿La depresión era capaz de llevarse consigo la esencia de una persona? No sabía mucho del tema, solo que los médicos de su hermano barajaban la posibilidad de que él hubiera heredado, de uno de sus abuelos, una enfermedad llamada bipolaridad. Todo era muy extraño, ya que -al parecer- desde siempre había estado enfermo, pero Kaoru era incapaz de registrar algún recuerdo de su hermano en el que su mente pudiera catalogarlo como tal. Por ello, le frustraba saber que hubiera padecido su dolor en silencio por tanto tiempo.
Kosuke siempre había sido una montaña rusa de emociones, pero también ella lo era. Ambos, cuando estaban felices, podían despertar al vecindario completo con sus risas. Su hermano era la clase de chico que hacía todo como si su vida dependiera de ello, por eso era tan talentoso en lo que se proponía... ¿Y eso debía ser algo malo? O aún peor: ¿admirarlo por esa tenacidad la hacía mala a ella?
Ko era una persona feliz con alma triste, ¿y qué? No pasaba nada.
"Idealizas mucho a tu hermano" le había dicho su madre un día. "¿No eres capaz de intentar poner de tu parte, Kosuke? Tus hermanos te idolatran, ¿no puedes, al menos, hacerlo por ellos y darles un buen ejemplo?", fue lo que salió de boca de sus padres, en la última cena familiar. No sabía si era lo que de verdad pensaba o era la frustración hablando. Nada de eso tenía ningún sentido para Kaoru. No es que ella creyera que su hermano fuera perfecto. Tampoco lo necesitaba, a la mierda la perfección; mejor son los colores que no combinan.
Puede que estuviera pasando una mala racha, pero él nunca dejaría de ser la persona que le daba seguridad y calma; quien le había hecho sentir durante toda su vida que, si se tenían el uno al otro, nada más podría hacerles falta. Pocas certezas le brindaban tal sensación de fortuna.
De pronto, el gran perro de pelaje dorado llegó a la cocina para sacarla de su ensimismamiento abruptamente. Sus ladridos eran persistentes.
—¡Hola, Futto! —lo saludó, tratando de acariciarle la cabeza, pero sin conseguirlo, porque este la esquivó para seguir ladrando desde el umbral de la cocina—. ¿Qué pasa? ¿Tienes hambre? ¿Ko no te dio comida? —trató de indagar, al mismo tiempo que husmeaba el plato del can, el cual se encontraba rebosando alimento—. No entiendo, ¿qué pasa?
Como si el animal le entendiera perfectamente, corrió hasta las escaleras y sus ladridos se incrementaron, dirigiéndolos al segundo piso. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, porque supo que, lo que estuviera sucediendo, no era bueno. Futoppara no se despegaba de Kosuke cuando estaba triste, ¿qué rayos estaba pasando?
—¿Kosuke? —preguntó, al aire. Sin embargo, la voz se le quedó atrapada en la garganta. Probó llamarlo otra vez—. ¿Ko?
No alcanzó a poner un pie en el primer escalón, cuando Futoppara ya estaba en el segundo piso. Una extraña sensación se apoderó de ella. Miedo. Y no pudo decidir si la paralizaría o la haría huir.
Supo que no quería seguir subiendo, pero a la vez necesitaba hacerlo lo más pronto posible. Barajó la posibilidad de que hayan entrado a robar a la casa o que a su hermano le hubiera dado un ataque de asma. Si tal fuera el caso, cada habitación de aquella casa tenía un inhalador para emergencias, solo debía ir al baño por uno, ese era el más cercano. Miles de pensamientos a la vez asaltaban su cabeza, a gran velocidad, pero de todo lo que pudo elucubrar, jamás, repito, jamás estuvo preparada para los sonidos que escuchó antes de llegar a la puerta de su hermano.
No podía ver en el interior, pero una cosa era segura: alguien estaba ahogándose.
Fue en entonces cuando encontró la fuerza que necesitaba para salir del pánico que la invadía y se movió con urgencia. Antes de acudir a la habitación de Kosuke, se precipitó en el interior del cuarto de baño y sacó el medicamento que necesitaba, desparramando el contenido de los muebles a su paso. En menos de lo que dura un latido del corazón, abrió la puerta que la resguardaba de la tragedia.
—¡Ko, aquí estoy! —dijo, como la promesa de una vida.
Donde había una botella de vodka hecha añicos sobre el suelo, ella se vio junto a Kosuke, embriagándose en el techo de su casa, una madrugada cualquiera. No encontraba rastros de líquido, ¿acaso se la había tomado él solo?
Donde había sangre, ella vio la primera vez que se cayó en bicicleta y su hermano la había ayudado a hacer un torniquete para la herida que se había hecho. Él era diestro, pero, honestamente, no se podía decir que le hubiera faltado pericia para abrirse las venas en ambas muñecas... ¿Eso era piel? ¿Por qué la sangre era tan oscura? Creía que iba a vomitar.
Finalmente, donde había una persona muriendo, ella vio a su mejor amigo pidiendo ayuda y Kaoru nunca había deseado tanto algo como que no fuera demasiado tarde para dársela.
No podía serlo, no. Ella estaba ahí, eso tenía que valer de algo.
—No, no, no... —sollozó, antes de poder decidir si llorar iba a impedirle ser eficiente. Un pésimo momento para ella y su espontaneidad emocional—. Por Dios, no, no, no...
Si pudiera mirarse desde fuera y no sentir el inmenso dolor que la dominaba, ciertamente, lo habría hecho. Qué hiciste, Kosuke. Por qué me dejas, Kosuke. Por qué, por qué, por qué. No quería esas preguntas en su mente, ni esos temblores en sus manos. Quería salvarlo, joder.
(Un dólar por otra sonrisa suya. O, mejor, su alma por haberse despedido con otras palabras esta mañana. O nunca haberlo dejado solo en primer lugar, ¿qué tal eso?)
Inmediatamente, cayó de rodillas a su lado para acomodarlo hacia uno de sus costados y no de espalda al suelo, mientras Futoppara lamía frenéticamente el vómito que le tapaba las vías respiratorias, como tratando de evitar que siguiera asfixiándose. Kaoru le tocó el cuello a su hermano y comprobó que no solo este, sino todo su cuerpo se sentía casi congelado. Por tanto, y sin ningún miramiento, le limpió rostro y boca con sus propias manos, intentado que pudiera volver a respirar cuanto antes. Kosuke se quejó de forma incoherente, con los ojos perdidos y completamente inyectados en sangre por la presión.
A continuación, y muy a su pesar, se alejó un poco y sacó de la cómoda dos prendas, que ni siquiera miró lo que eran, para anudarlas en cada muñeca. En una de ellas tuvo que esmerarse, puesto que las heridas sangraban como si se hubiera hecho explotar una vena. Cuando al fin lo logró, sintió cómo una risita histérica se apoderaba de ella. Era absurdo el torniquete. Ko se había cercenado los brazos, maldita sea. Necesitaba un doctor, no sus estúpidos intentos.
—Tranquilo, vas a estar bien, Ko. Quédate conmigo —imploró, mientras tecleaba en su celular. Al llevarse el móvil a la oreja, no supo cuántas veces sonó la línea, pero todo se le antojó eterno. Tanto así que, en medio del caos surreal y devastador, se percató de que su hermano tenía el reproductor de música andando y que en este sonaba Bittersweet Simphony de The Verve. Quiso reír otra vez. Una cosa estaba clara: si salían de esta, esa puta canción jamás la escucharía en su vida. Las lágrimas que cayeron por sus mejillas no eran saladas, eran la desolación pura y lo más agrio que hubiera probado—. Por favor, no me dejes, Ko. Sé que es tarde, pero te escucho. Créeme que te escucho...
—911, ¿cuál es su emergencia?
—Necesito ayuda, por favor, creo que mi hermano intentó suicidarse. No puede morirse, se lo ruego, por favor ayúdeme...
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(1) "Generoso" (japonés)
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