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19. Solo una vez

Love of my life - Queen

(TW: Este capítulo contiene descripción explícita de autolesión)

23 de enero, 2011


Kosuke


¿Cómo se le sigue el ritmo a la vida, si antes de terminar un duelo, se comienza otro? No lo entiendo.

Si tenía sospechas de que un nuevo episodio depresivo vendría, ahora no hay más que certeza. Y es lo que tiene una enfermedad crónica como la bipolaridad. Lo que sea que vivo entre cada crisis, no es más que un tiempo muerto a la espera de la siguiente.

Aun así, aun con toda esta angustia oprimiéndome el pecho, yo no soy quien me preocupa. Daniel. Joder. Daniel ha estado siempre para nosotros y ahora, verlo apagado y en silencio, es tan... "Frustrante" ni siquiera lo cubre.

Sobredosis y una carta suicida. Es todo lo que Helena le dejó a nuestro amigo. Cuando la conocimos, sabíamos que estaba en tratamiento por adicción a drogas. "Parecía estar mejor", comentó Joseph y yo solo pude pensar en que qué importa, la depresión no tiene un aspecto físico en particular. El dolor tiene tantas facetas, tantos disfraces, que es imposible predecir la muerte.

Quiero acompañar a Daniel, pero no me dejan, ya que supuestamente no estoy mentalmente estable. Y lo entiendo. Entiendo que no soy un aporte, pero eso no quiere decir que no me duela ni me sienta impotente. Hans nos va contando con el pasar de las horas, todo lo que va ocurriendo. Que Dani no ha dicho palabra desde que leyó la carta de Helena.

Daniel es un hombre fuerte e impenetrable. Y, en el funeral, la única instancia en la que sí me dejan participar, él se ve más destruido que nunca.

Al llegar al cementerio, está lloviendo. Hay gente reunida y no conozco ni a la mitad, pero pienso que es mejor así, hasta que mi madre, que camina a mi lado, dice:

—¿Quiénes son los padres de Daniel? Quiero presentarles mis respetos por la ayuda que nos han dado con los gastos de la clínica, invitarlos a una cena, no lo sé...

—Cariño, quizás no es el momento —indica mi padre.

—Da igual, Okaa-san —intervengo con un volumen discreto. Mi familia me mira con sorpresa, ya que no he sido muy expresivo en las últimas horas—. No fueron los padres de Daniel, si no él.

—Pero al menos podré decirles que tienen un hijo del que deberían estar orgullosos —acota mamá—. Me sienta mal esto.

Le ofrezco una débil sonrisa y miro a mi alrededor. Diviso a Seph y Hans junto a Dani. Y a Isabélle Neveu, la hermana mayor de Dani, el único familiar que le conocemos y con el que tiene contacto.

—Los padres de Daniel no van a venir, mamá —digo—. Nunca los hemos visto y tengo entendido que tampoco estaban al tanto de que se iba a casar con Helena.

—¿Cómo? —pregunta con la voz ahogada—. ¿Cómo alguien puede dejar que él haga todo esto por su cuenta?

No le contesto. Pero mamá creo que no estaba esperando que lo hiciera, porque es verdad que nada de esto tiene puta lógica. A pasos rápidos, Hitomi Uchiha llega al sitio en el que el vocalista de nuestra banda se encuentra, seguida por todos nosotros, y lo abraza tan fuerte que dudo que lo deje respirar.

Veo que mi madre le susurra algunas palabras. Se ve absurdamente pequeña a su lado, pero Dani la escucha y asiente. Se deja consolar por ella.

Cuando estoy al lado de ambos, la escucho:

—En mi casa siempre tendrás una silla en las festividades y, para lo que a mí concierne, eres otro de mis hijos, ¿entiendes?

—M-m-muchas gracias, se-señora Uchiha —responde y entiendo por qué ha decidido no hablar. Dani suele tartamudear y, aunque es algo que en su mayoría ha podido trabajar, sé que hay instancias en que le cuesta mucho más. Por ello, es mi turno de acercarme a abrazarlo—. Joder, Ko.

—Lo siento mucho, Dani.

—Pero t-tú... ¿Estás b-bi-b-bien?

No me acaba de preguntar eso.

Él, que no ha perdido todo. Él, entre todas las personas, no.

¿Es este el nivel al que he llegado con toda mi mierda?

¿Que mi amigo, en el funeral de su novia, me pregunte a mí si estoy bien?

—¿Ko? —insiste Neveu.

No deshago el abrazo para no quedar en evidencia.

—Sí, Dani.

—No te veo, pero sé que m-mi-mientes.

—Esto no se trata de mí —rebato.

Entonces Daniel me deja ir lo necesario, para mirarme a los ojos. Veo en los suyos la emoción contenida. Cuando va a hablar nuevamente, las palabras no le salen. Es evidente cómo lo frustra, por eso sacudo la cabeza.

—No pasa nada. —No se ve convencido, pero luego el ajetreo de la multitud lo desconcentra. Joseph, Hans y yo no nos despegamos de él.

Intento por todos los medios no concentrarme en mis pensamientos.

Sin embargo, por más veces que mis terapeutas trataron de prepararme para esto cuando estuve internado; por más que visualicé una posible crisis y distintos métodos de supervivencia, la vida es muy jodida. La realidad siempre supera a la ficción. No estoy seguro de poder con ello.

Conforme avanza la ceremonia, la sensación de que mi pecho apenas puede contener lo que siento es cada vez más intensa. Ya cuando Daniel se instala frente a un piano a dar el único discurso coherente, me concentro en ello.

La melodía es dulce y la reconozco de inmediato. Así como las lágrimas llegan enseguida, producto de que Daniel es de esos cantantes que usan su voz para desnudarse ante el mundo. La mezcla de su tono con la poderosísima letra de Love of My Life de Queen, hace que nadie en el recinto se mueva.


Love of my life, you've hurt me

You've broken my heart, and now you leave me

Love of my life, can't you see?

Bring it back, bring it back

Don't take it away from me

Because you don't know what it means to me


Uno nunca sabe de qué lado vas a estar, si de espectador o protagonista. Lo único certero es que, de alguna u otra forma, si vives lo suficiente, tendrás que aprender a ser tanto la víctima como el victimario. La ironía de esta situación no me deja ver exactamente en qué lugar me encuentro.

Me jode darme cuenta cómo cagué todo con mi intento de suicidio, no se supone que viera nada de esto.

No tendría que estar vivo.

Nada de esto tendría que importarme.

Pero lo hace. Y en este estado mental, no me siento capaz de ayudar a nadie, ni remediarlo, lo que lo hace peor.

De camino a casa, todavía tengo la canción y la voz de Daniel en mi mente. Procuro por todos los medios mantenerme presente, para no preocupar a mi familia. Hace dos sesiones con el psiquiatra, tuve que exteriorizar mi nuevo episodio depresivo y, obviamente, eso los tiene en un estado de permanente alerta.

Es innegable que la muerte nos ronda. Nos ha respirado en la nuca y mi madre dice que la muerte siempre "anda de a tres". O que se lleva a tres de un solo viaje. No puedo culparla por mirarme de reojo, asustada porque quiera reclamar el tercer cupo, esta vez de forma definitiva. Tampoco puedo señalar a Kaoru ya que esa tarde decide salir con sus amigas y, antes de irse, grita: "¡Te amo! ¡Nos vemos más tarde!", con especial énfasis a la promesa implícita detrás de ello.

No quiero culpar a nadie.

Simplemente, estoy cansado de pretender que puedo.

No sé cómo manejar la contradicción que me produce un suicidio exitoso. ¿Por qué a unos les resulta y a otros no? ¿Realmente soy un malagradecido o mi carácter es tan pusilánime que no puedo dejar de victimizarme porque sí y porque no? Quisiera quemarme a lo bonzo ante la idea.

Odio ser el centro de atención por esta mierda. Odio que me pregunten cada cinco minutos si estoy bien.

¡Hasta Daniel, maldita sea!

Es como si fuera de papel y todos temieran que me desvanezca. Quiero que este dolor se detenga, pero también estoy intentando ser fuerte; quiero poder cargar con este peso a cuestas, lo que más pueda.

Las horas del día se me confunden. No sé si estoy aquí o allá.

He pedido perdón por el desastre que dejé entre mis seres queridos el día en que mezclé todos los antidepresivos con alcohol y me abrí las venas, pero ¿realmente puedo dimensionar todo el daño que hice?

Quisiera preguntarle a Helena si está satisfecha con su decisión, pero confío en que ella ya no sienta nada. Eso es lo único a lo que yo aspiraba aquel día. No volver a sentir. Anhelo para ella que sea de esa manera, aunque jamás se lo diga a Daniel. Con cada partícula de mi ser, deseo que no se encuentre estancada entre la pena ni cuidando a sus seres queridos desde un plano etéreo, ni en modo ángel como la basura espiritual nos hace creer.

Deseo que pueda deshacerse como un diente de león, libre de emociones y de culpabilidad.

Culpabilidad como la que siento cada que pienso en lo último que le dije a Annisse. O en cómo me despedí de Darla. Un payaso, eso es lo que soy. Develé una puerta que jamás debí.

Más ahora que las circunstancias me reprochan en la cara que todos los motivos que tengo para alejarme son absolutamente fundados. La muerte no es una compañera que alguien deba tener a su lado y, lamentablemente, conmigo cerca, no se sabe qué tanto va a tardar en cobrar sus cuentas pendientes.

Soy un jodido hijo de puta.

Luego de cenar cono un maldito autómata, me dirijo a mi habitación y ya no puedo soportarlo más. Si tuviera un espejo enfrente, seguro mi rostro me delataría. Mis pupilas.

Me golpeo una vez la cara. No es suficiente.

Repito la acción, un poco más fuerte. Consigo que arda un poco, pero no alcanza para que el resto desaparezca. Me pican las manos, la piel. Necesito algo más. Necesito sentir más.

Restriego las manos contra mi cara. Intento respirar. Voy al baño, me ducho con agua hirviendo. Otra vez mi habitación. Nada.

Miro mi cama. Se supone que hicieron una inspección en mi habitación mientras estuve internado... Pero ¿habrán descubierto todos mis escondites? La duda me sobrecarga de adrenalina.

Primera oportunidad de arrepentirme.

Haciendo el menor ruido posible, deshago mi cama y quito la sábana que cubre el colchón. Palpo el costado lateral del mismo, hasta que hallo la hendidura que busco. Vigilo la puerta.

Segunda oportunidad.

Palpo el interior y una oleada de electricidad recorre mi espalda cuando descubro la textura que busco. Saco la bolsita hermética y descubro la hoja de navaja en su interior. Exhalo todo el aire. Dios. Necesito que esto se detenga.

Solo una vez.

Tres meses de rehabilitación no pueden irse a la mierda por una vez.

Respiro profundo, busco calmarme y no lo consigo. Solo tengo la imagen de Helena pálida en el suelo, de Daniel llorando, de Kaoru llorando, de mí mismo desnudo mientras las enfermeras en la clínica debían bañarme porque apenas podía retener la saliva producto de los antidepresivos, de Daniel cantando, de Joseph, de Anns.

No puedo.

Al subirme la manga y descubrir mi antebrazo, dejo que toda la angustia se extienda a través de mi piel y con la otra mano, clavo el filo de la navaja, atascando el sollozo dentro de mi garganta. Duele. Pero puedo soportarlo. Es más, es un jodido chiste la forma en que la sangre comienza a caer. Esto no es nada.

Entonces, sé que no debí comenzar, porque ya no me voy a detener.

Pierdo la cuenta de las veces que presiono mi piel con el filo, hasta que uno de los cortes es demasiado profundo y la navaja sale expulsada de manera enfermiza de mí. Me llevo el brazo al pecho, absorbo el dolor físico, para que el emocional no me consuma.

—Mierda... —jadeo, en voz baja—. Mierda.

Soy absolutamente consciente del fluir de mi sangre, cómo esta, en lugar de seguir fluyendo por mi cuerpo, sale a borbotones por mi muñeca. Se siente cálido. Arde. Y luego frío.

Me pongo de pie y voy al baño otra vez. Mi respiración se vuelve difícil y, sin pensarlo demasiado, arrojo la navaja al inodoro y hago correr el agua, viendo cómo mi sangre se va con ella. Me siento en la orilla de la tina, completamente vacío de ideas y lleno de adrenalina que me abandona en caída libre.

Lloro de manera inaudible, hasta que ya no aguanto el dolor. La angustia se apodera de mí, sacudiendo mi cuerpo. Casi no reconozco mi voz, cuando en lugar de llanto, consigo articular:

—Ayuda. —Nadie me oye. Normal, mi voz quema.

Podría quedarme aquí. Probablemente me desmaye y ya, no creo que sea lo suficientemente afortunado como para morir desangrado, pero la idea de que Kaoru o Kyo me encuentren, me resulta aterradora. Así que, como puedo, me aferro a lo que sea y salgo del baño, descubriendo a Futoppara esperándome en la puerta.

Cuando se pone a lloriquear a mis pies, le digo:

—Lo sé, lo sé —murmuro, con la garganta seca, mientras avanzo por el pasillo, bajo las escaleras y me dirijo a la habitación de mis padres. Toco la puerta una vez y es como si mi madre hubiera estado preparada para salir corriendo en ese minuto. La miro, mortificado por mi fracaso—. Necesito ir al hospital.

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1. "Okaa-san" significa "madre" en japonés

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Antes que nada, quiero aclarar que este capítulo en la vida de Ko está presente porque para narrar una recuperación, contar el proceso de una recaída es igual de importante. Estas no nos definen, son parte del camino y, lejos de romantizarlas, quiero que sepan que tienen derecho a levantarse las veces que necesiten <3

Habiendo dicho esto, les invito a la segunda parte de esta historia, donde la voz de Darla tomará mayor protagonismo. Para que ubiquen la cronología, estamos a un año de llegar al primer concierto que vemos en Latch y estoy muy ansiosa por mostrarles lo que viene <3

En un inicio, pensé que esta historia sería más corta. Pero no me sale escribir libros de menos de 20 capítulos, pido perdón JAJAJA.

¿Tienen algunas reflexiones sobre la lectura, hasta ahora? Me gustaría mucho saber su opinión :)

Gracias por leer <3 Cali;


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